Economistas: físicos, ingenieros, fontaneros y zahoríes

Share

Por José Moisés Martín Carretero*, miembro de Economistas Frente a la Crisis

Pocas profesiones  y disciplinas profesionales dedican más esfuerzos a examinarse a sí mismas como la economía, fruto sin duda de un narcisismo extremo que nos lleva a una permanente crisis de identidad respecto de nosotros mismos. Somos una profesión adolescente que se pelea por reconocerse entre las ciencias “duras” –como si eso fuera, por sí mismo, algo relevante per se- utilizando una cantidad de matemáticas que, según el común de los economistas, nos sirven para “pensar con rigor”, aunque ya esté demostrado que en muchas ocasiones sólo sirve para ocultar razonamientos erróneos o directamente mentirosos, como ya puso de manifiesto Paul Romer en su serie de trabajos sobre la “mathiness” en 2015. Desdeñamos al resto de ciencias sociales como menores –todavía se pueden encontrar los ecos de las protestas vertidas en el foro Economic Job Market Rumours, esa suerte de “forocoches” para economistas, cuando le otorgaron el Nobel de Economía a Elinor Ostrom– y nuestros programas de formación se alejan cada vez más de la realidad económica y social de las economías que pretendemos explicar.

No son pocas las publicaciones que han visto la luz para mostrar al público nuestros pecados. Llegando en muchos casos a preguntarse “para qué servimos los economistas”: para desarrollar modelos teóricos brillantes y consistentes, para dar recomendaciones de política económica,  para sacar a la luz los mecanismos de funcionamiento de la economía, o para ocultarlos según nuestras creencias ideológicas. Sobre este particular, Hay tantas respuestas como economistas y opinadores.

En 2006, Mankiw publicó un breve paper sobre la profesión, que acertadamente tituló: los economistas como científicos y como ingenieros. En él relata que, hablando en términos amplios, podemos distinguir entre los economistas “científicos”, y los economistas “ingenieros”. Los economistas científicos serían aquellos que dedican su vida al estudio académico de las propiedades y funcionamiento de la economía entendida como un ente abstracto y modelizable, esto es, lo que se conoce habitualmente como “teoría económica”. Iniciando el símil de este artículo: economistas como físicos que exploran, manejan y determinan las condiciones físico-químicas de, digamos, un compuesto como el agua: sus propiedades, su funcionamiento en la mecánica de fluidos, su punto de ebullición, sus enlaces, su calor específico, etc. El físico no estudia el río tajo ni la bahía de Hudson: estudia el agua como compuesto de tres átomos, dos de hidrógeno y uno de oxígeno. De esta manera, los economistas “físicos” modelizan el comportamiento humano –normalmente a través de la matemática- atendiendo a una serie de principios generales entendidos como premisas, dando lugar a los grandes núcleos de la teoría económica. En buena parte de sus investigaciones, estos economistas “físicos” no tienen más opinión sobre lo que ocurre en el mundo real que cualquier otro académico: un premio nobel de economía cuyos trabajos estén centrados en el ámbito de la modelización contractual tendrá poco que decir sobre cuál será la evolución del comercio internacional o si será bueno para el Reino Unido salir de la Unión Europea.

La segunda categoría que señala Mankiw es la de los “economistas ingenieros”, esto es, aquellos que se enfrentan al estudio y solución de problemas reales que se dan en el mundo económico real. Siguiendo con nuestro símil, serían los ingenieros hídricos que planean la distribución y gestión del agua en una determinada cuenca: litros por segundo, volumen de las cañerías de distribución, altura a la que el agua puede subir con determinada presión, necesidades de abastecimiento de una región, etc… En la profesión, estos economistas ingenieros se reparten entre las facultades de economía y los centros de gestión económica como los bancos centrales, los ministerios de economía o los organismos internacionales como la OCDE o el FMI. Son los economistas que diseñan, prueban y evalúan el funcionamiento de las economías nacionales y global, utilizando para ello modelos quizá menos sofisticados que los planteados por los economistas teóricos pero con una aplicación práctica mucho más evidente: cuál debe ser el tipo de interés para mantener la economía bajo estabilidad de precios, cómo calcular el crecimiento potencial para estudiar la sostenibilidad fiscal de un determinado país, etc. La economía como ingeniería se basa en la teoría económica pero sus aplicaciones difieren y la relación entre ellas no es inequívoca: hay numerosos debates y “avances de investigación” en la economía académica que no han arañado el corpus metodológico que se utiliza en la elaboración de las políticas económicas. También es la parte de la profesión más sensible a las condiciones y presiones políticas, incluso cuando estas van en contra de la teoría económica estándar, tal y como notoriamente está ocurriendo, por parte de la Unión Europea en la gestión de la crisis económica de Grecia (mientras los “ingenieros del FMI” opinan de manera radicalmente distinta).

Mankiw acaba aquí su descripción pero deja fuera de ella a la inmensa mayoría de la profesión, que son los “economistas fontaneros”. Afortunadamente, Esther Duflo, quien lleva años mereciéndose un premio Nobel, rescató ese término este mismo año en su paper “The economist as a plumber”.  Los economistas fontaneros son aquellos que tienen una serie de herramientas que aplicadas metódicamente, resuelven el 99% de los problemas y cuestiones económicas de la vida diaria: a qué precio debo poner un servicio, qué tipo de interés debo aplicar a este cliente que me pide un préstamo, cómo debo diseñar una subasta para que sus resultados sean óptimos, qué sistema de incentivos debo establecer en una política pública, etc. Como los fontaneros, se basan en herramientas relativamente sencillas y concretas que manejan con pericia para reparar cañerías, instalar grifos, arreglar escapes o desatascar lavabos. La inmensa mayoría de los titulados en economía se dedican a ser fontaneros a través de las agencias gubernamentales, la gestión de las políticas públicas, los departamentos de las empresas, los servicios financieros o las firmas de consultoría.

Cada uno de estos profesionales –físicos, ingenieros, fontaneros- tiene su papel que jugar: es bastante probable que el mejor físico del mundo llame a un fontanero cuando su bañera se atasca. Y es poco probable que un fontanero diseñe una red de distribución basada en una cuenca hidrográfica.  Conviene darse cuenta de ello a la hora de valorar las opiniones de unos y otros: si tiene que conocer cuál será el impacto de determinada medida de política económica en la España de 2017, fíese más de un economista ingeniero que de un economista físico, por muchos premios que tenga en su haber.

Nuestra caracterización de los economistas no estaría completa si no incorporásemos a los economistas “zahoríes”, aquellos que, atendiendo a conocimientos “ocultos”, alejados de la ciencia y del saber práctico, aseguran ser capaces de obtener agua a través de criterios como el manejo de una rama de un determinado árbol. Sus predicciones y análisis escapan a los criterios racionales utilizados no sólo en la ciencia, sino en cualquier técnica, bajo el manto de una “visión alternativa” de la realidad. Juegan con las esperanzas de gente que necesita el agua y prometen prosperidad a cambio de fe en su modelo, su idea o su visión de la economía y la sociedad.

A veces aciertan, lo cual les refuerza en su papel de gurús de la economía. Pero como demostró Tetlock en el Juicio Político de los expertos, su método es probablemente el que ofrezca peores resultados sistemáticos. La mayoría de los economistas zahoríes no son sino charlatanes que utilizan una particular visión de la economía para sostener y fortalecer su posición ideológica.

¿Cómo reconocer a los zahoríes? Es relativamente sencillo: sus razonamientos terminan siempre en una única causa de todos los males. Sus artículos son imposibles de contrastar y no responden a las categorías utilizadas por otros economistas. Suelen “sacar a la luz lo que no quieren que sepas” y mezclar argumentos económicos con argumentos de su particular visión política. Si lee a un economista cuya conclusión termina siempre siendo la misma –la maldad del Estado, las fuerzas ocultas del neoliberalismo- es bastante probable que se encuentre ante un zahorí.

 

*Este artículo se publicó inicialmente en el blog Sustaintelligence! y se publica aquí con la autorización del autor.

About José Moisés Martín Carretero

Economista y consultor internacional. Dirige una firma de consultoría especializada en políticas públicas y desarrollo económico y social. Autor del libro: "España 2030: Gobernar el futuro". Miembro de Economistas Frente a la Crisis

1 Comment

  1. juan el septiembre 4, 2017 a las 11:09 am

    Me ha resultado interesante el artículo y veo con pena como el debate económico es una constante pelea de zahoríes que ignoran lo factual que presenta la otra parte. Unos y otros instalan una serie de tópicos polarizantes para sus respectivas parroquias y que hacen que la gente corriente a pie de calle no de ninguna credibilidad a nadie. Ni todos los funcionarios son vagos que dicen unos ni todos los empresarios buscan explotar a sus trabajadores para maximizar el beneficio como dicen otros, y luego está el neoliberalismo como términa que en concreto la gente desconoce que es pero se aplica a cualquier cosa para ganar una conversación, se marca al oponente con esta nueva cruz de lis y pasa a ser el demonio.
    Mientras esto pasa se pierden opciones para diseñar nuevas visiones del mundo más inclusivas e igualitarias.

Leave a Reply Cancel Reply