Elecciones: un drama en cuatro actos

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Por Juan Ignacio Bartolomé, miembro de Economistas Frente a la Crisis EFC

Introducción: “Observa y escucha, espectador, la representación que ahora comienza y que, con escasa imaginación, elige como argumento los próximos procesos electorales en Cataluña y en España. Como espectador inteligente conoces que el teatro es ficción. Las afirmaciones que el autor pone en boca de los actores son solo especulaciones y nada más lejos de su voluntad que arrogarse dotes de profeta. El drama trascurre en cuatro actos y un epílogo. Préstale con generosidad tu atención”.

Programa:

Acto 1º.- Las listas independentistas obtienen mayoría en el parlamento catalán.

Acto 2º.-El parlamento catalán aprueba el inicio del proceso de creación de la República Independiente de Cataluña.

Acto 3º.-En plena campaña electoral de las generales el gobierno del PP anuncia “medidas drásticas”.

Acto 4º.-El Partido Popular obtiene mayoría suficiente para formar gobierno.

Epílogo.- ¿Y ahora qué?

Las líneas básicas del guión han sido ya enunciadas por los actores. En el Primer Acto, la lista promocionada por Artur Mas obtiene el mayor número de votos en Cataluña y, dado el sistema electoral y la dispersión del voto alternativo, consigue suficiente número de escaños para controlar el Parlament, con o sin la ayuda de la CUP. Los partidos independentistas no alcanzan el 51% de los votos pero sí el 51% de los escaños. Para ello han contado con la colaboración del PP que, mediante medidas legislativas como la modificación de las funciones del Tribunal Constitucional, provocaciones como las declaraciones del Ministro de Defensa y decisiones imaginativas como la designación de un personaje experto en crispación para encabezar su candidatura, logra situar el debate en el mundo de los sentimientos en vez del de los intereses de los catalanes. Para los más apegados a sus cuentas particulares está la batería de cifras falsas que la reiteración, insistente y machacona, a través de todos los medios a disposición de los líderes independentistas, que son muchos en el espacio catalán, ha convertido en verdades. (Imprescindible, al respecto, el libro de Josep Borrell y Joan Llorach “Cuentas y cuentos de la independencia“, de reciente publicación).

Multitud de electores han dejado en el trastero los recortes de las prestaciones sociales, el 3% o los manejos de la familia Pujol.

En el Segundo Acto, Artur Mas, asomado al balcón de la Generalitat, proclama el inicio de la creación de la República Independiente de Cataluña ante una plaza de San Jaume abarrotada y eufórica y anuncia la aprobación por el Parlament del entramado institucional que conformará el nuevo estado, del que podría formar parte, como elemento más surrealista, un ejército catalán. Frente a un reto histórico de tal naturaleza su público se abstiene de analizar la viabilidad del proyecto. Ya lo pensaremos mañana.

En el Tercer Acto, Mariano Rajoy, indignado ante semejante trasgresión de la legalidad vigente, anuncia un conjunto de medidas que van desde la suspensión de la Autonomía Catalana hasta el envío del pequeño portaviones al puerto de Barcelona. La atención de la campaña electoral para las elecciones generales se centra obsesivamente en un problema que podría acarrear graves consecuencias y que es afrontado con aparente determinación por el actual gobierno. Desaparecen del escenario la corrupción, el paro, la política económica o el aumento de las desigualdades sociales. Los mensajes de los partidos de izquierda se diluyen. La crisis catalana ocupa todo el espacio en los medios de comunicación. Liderando la reacción del resto de España, el Partido Popular se ha liberado de la rémora de una legislatura impregnada por la corrupción y marcada por políticas que, incumpliendo su programa económico, han ocasionado un elevado nivel de sufrimiento a gran parte de la ciudadanía. En votos, la confrontación le resulta rentable.

En el Cuarto Acto, Rajoy forma gobierno con el apoyo de Ciudadanos, que para ello ha sido impulsado, tal vez, este partido. Los protagonistas han conseguido sus objetivos: permanecer como Presidentes de los Gobiernos Español y Catalán y esconder sus desafueros políticos y sus vergüenzas personales. La manipulación y el uso del miedo erosionan la democracia pero esta cuestión no forma parte de sus preocupaciones. Probablemente, al espectador se le hará difícil aceptar que todo ello sea producto de la casualidad, que no sea consecuencia de una concertación implícita. Es sabido que la política hace extraños compañeros de cama, aunque en este caso no son tan extraños. Al fin y al cabo, ambos actores lideran la derecha política en sus respecticos ámbitos.

Hasta aquí el guión. ¿Y ahora qué? El drama, que discurre en el universo de las ideas, de las que la llamada realidad es solo la sombra, requiere un desenlace. El guionista no debe dejar que el espectador quede con el corazón en un puño, debe ofrecer una salida. Dejemos que vuele su mermada imaginación.

Epílogo.- A nadie que se detenga a reflexionar se le oculta que la independencia, unilateralmente declarada, se enfrentaría a problemas económicos y políticos de gran envergadura que la harían inviable. Desde la óptica económica, tal vez uno de los principales, por no decir el principal, sea la deuda pública del nuevo estado. Lógicamente, tras la independencia tendría que asumir la parte que le corresponde de la deuda de la Administración Central. No hacerlo sería inaceptable para el resto de los españoles y supondría un enfrentamiento radical. La deuda del Gobierno Central asciende en la actualidad a unos 880.000 millones de Euros. Tomando como factor de proporcionalidad el número de habitantes, a Cataluña le correspondería el 17%, en torno a 150.000 millones, que sumados a la deuda de la Autonomía Catalana, 64.000 millones, situarían la deuda con la que nacería el nuevo estado en 214.000 millones. Más o menos el 113% de su PIB.

Obviamente, no podría afrontar la devolución de cifras tan considerables. Tendría que renegociarla a sus vencimientos como hace el Estado Español. Pero España cuenta con una ventaja decisiva: pertenece a la UE y el BCE actúa para propiciar que los tipos de interés resultantes sean muy bajos. Si Cataluña no contara con esta ventaja, que siendo unilateral la declaración de independencia es lo más previsible, los intereses que gravarían su deuda serían mucho más elevados, insoportables. Al nuevo estado no le saldrían las cuentas. Podría amenazar con negarse a pagar, jugando con la repercusión que la sola amenaza tendría en las finanzas del Estado español, un juego extremadamente peligroso a la luz de la experiencia griega. Sin duda, las consecuencias de cualquier alternativa, en este contexto, serían desfavorables para España pero dramáticas para Cataluña.

Junto a la deuda, el catálogo de efectos que incidirían desfavorablemente sobre la economía catalana, de difícil cuantificación, sería bastante amplio: desconfianza de los inversores; reducción de los intercambios comerciales; deslocalización de empresas; aspectos monetarios…..Muy probablemente entraría en una senda contractiva de duración imprevisible.

Desde la óptica política los problemas no serían menores. ¿Estaría el Estado Español dispuesto a soportar el efecto contagio en otras autonomías? ¿Asumiría la pérdida de la soberanía sobre su frontera con la UE? Son solo ejemplos entresacados del conjunto de dificultades que, para todos, acarrearía un escenario de independencia no aceptada por el Estado Español. El escenario alternativo, la aceptación por éste de la independencia de Cataluña, se sale de los límites de la imaginación del guionista.

Soportaríamos un periodo plagado de declaraciones extremas, actitudes irracionales y utilización del miedo como argumento, que provocarían un ambiente caótico. Rajoy se ofrecería a los electores como alternativa al caos, ignorando que él mismo es un elemento muy relevante del caos.

Tras las generales, aparcando sus sentimientos, ya más serenos, es probable que una buena parte de los catalanes que se declaran independentistas consideraran la pérdida de bienestar a que llevaría el enfrentamiento frontal con el Estado Español y, haciendo uso de su tradicional pragmatismo, se mostraran dispuestos a admitir que lo que no se puede no se puede y además es imposible. En cuanto al Gobierno Español, alcanzados sus objetivos, seguramente moderaría su lenguaje y se avendría a negociar un listado de concesiones que sosegara el ambiente. Daría facilidades al Gobierno Catalán para que presentara a sus partidarios la conveniencia de un aplazamiento, al menos, de su proyecto maximalista. Otra vez será.

Lo lógico es que las presiones de los grandes intereses económicos sobre los dos lados del escenario, para que dejen de jugar con las cosas importantes, acaben imponiéndose.

Como en cualquier obra de teatro al uso, todos contentos. ¿Todos? Para los ciudadanos españoles, incluidos los catalanes, sería una auténtica tragedia. ¡Otros cuatro años con Mas y Rajoy!

Declamación al final: “El teatro es ficción que persigue ocupar vuestros espacios de ocio. Pero quedaría incompleto, sería intrascendente, si no os moviera a la reflexión. Volved a la vida real donde no podréis evitar el tránsito de espectadores a actores”.

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