La presidencia del Eurogrupo y la batalla por la hegemonía ideológica en Europa

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Manuel de la Rocha Vázquez es miembro de Economistas Frente a la Crisis y de la Fundación Alternativas

El pasado 21 de enero, en su última reunión, el Eurogrupo eligió como nuevo Presidente al Ministro de Finanzas holandés, Jeroen Dijsselbloem, que sustituye a Jean-Claude Junker, Primer Ministro de Luxemburgo que ha ocupado el cargo durante 8 años. El Ministro holandés le ganó el pulso al candidato francés, Pierre Moscovici.

Hasta el Tratado de Lisboa las reuniones del Eurogrupo no eran mucho más que encuentros informales de los ministros de economía del Euro. Con el Tratado, el Eurogrupo ha quedado establecido de manera formal como una institución dentro de la UE. En la práctica, es en este foro donde se toman las grandes decisiones relacionadas con la crisis en la Zona Euro, que luego son ratificadas por el resto de la UE.

La agenda del Eurogrupo en los próximos meses está realmente cargada, con algunos temas de la máxima importancia: la negociación del posible rescate a Chipre por unos 17.000 millones de Euros, la puesta en marcha de la Unión Bancaria, las políticas de austeridad impuestas en la UE pero especialmente en la Eurozona.

Especialmente delicado en la agenda del Eurogrupo es la gestión de los rescates a Grecia, Portugal e Irlanda; en la última reunión se acordó extender los plazos de la deuda otorgada a Irlanda y Portugal. Se trata de concesiones similares a las realizadas para Grecia hace mes y medio, que permitirán aliviar la carga de la deuda de los dos países.

España sabe bien de la importancia del Eurogrupo y se abstuvo en la elección de su nuevo presidente holandés, rompiendo el tradicional consenso que caracteriza los acuerdos en el seno de esa institución. La ¨protesta¨ española no hace sino reflejar las diferencias crecientes y profundas entre los países del norte de Europa, liderados por Alemania y la periferia, en torno a la dirección de la política económica europea para salir de la crisis.

La realidad es que España está perdiendo presencia en Europa a gran velocidad. Lejos quedan los tiempos cuando Solana era el influyente Mr. PESC, Almunia era el Comisario de Asuntos Monetarios y Rodrigo Rato dirigía el FMI (institución no europea pero muy influyente en Europa). La pérdida de influencia es particularmente aguda en la Zona Euro, vital para nuestros intereses en esta crisis. Desde hace unos meses ningún español ocupa un asiento en el consejo de gobierno del BCE, y prácticamente todos los puestos importantes de la Eurozona han ido a parar a países del norte: además del holandes Dijsselbloem, un alemán al frente del ESM o fondo de rescate, un luxemburgués al Consejo del BCE, un Austriaco como presidente del grupo de trabajo del Euro. La excepción más notable, no menor, es sin duda la de elección el año pasado de Mario Draghi al frente del BCE. Destaca la caida de Francia, quien desde la pérdida de la Triple A y la ruptura del eje Merkozy, se va arrimando a ojos de muchos al grupo de los periféricos. Desde la salida de Trichet del BCE, Francia no detenta ninguno de los grandes puestos de responsabilidad en la UE, algo que no sucedía desde hace mucho tiempo.

El reparto de puestos mayoritario entre Alemania y sus amigos, muestra el dominio de estos países en la crisis actual.  La fractura Europea va más allá de la tradicional división izquierda –derecha, -recordar que el primer ministro holandés es socialdemócrata, apoyado firmemente por el gobierno conservador de Merkel pero rechazado por el de Rajoy. La división creciente y preocupante es entre los países Triple A, en alusión a su máximo rating crediticio, y el resto de países liderados por los periféricos, con Francia, España e Italia a la cabeza..

Parece evidente que los países Triple A, seguros de su dominio económico no tienen empacho en repartirse los resortes de poder de las instituciones de la zona Euro, que les permite controlar a su gusto los resortes de la política económica europea, marcando la agenda e imponiendo las políticas de austeridad máxima sobre el sur.

El cisma más reciente se centra sobre quién debe pagar y hacerse responsable de la factura de los rescates bancarios, si los gobiernos nacionales o el fondo de rescate europeo, dotado con un capital desembolsado de 80.000 millones de euros y una potencia de fuego financiera de 700.000 millones de Euros. Las posiciones son claramente divergentes; por un lado Merkel, metida ya en la lógica electoral, está obsesionada con reducir el riesgo de cualquier coste adicional para su país de mayores rescates, tan impopulares entre sus ciudadanos; por otro, Francia quiere asegurarse que el fondo esté bien dotado de recursos e instrumentos ante la eventualidad de tener que acabar utilizándolo para recapitalizar alguno de sus bancos.

Para España este es un asunto clave, pues afecta a la posibilidad de una recapitalización directa de nuestros bancos por el fondo de rescate, lo cual eliminaría de la carga de la deuda los cerca de 40.000 millones del rescate bancario, y del déficit público los intereses que genere, unos 4 puntos del PIB. No olvidemos que tras el Consejo Europeo de junio se aprobó la recapitalización directa, para que semanas después Alemania y sus aliados más cercanos se desdijeran sin vergüenza y la pusieran en cuarentena. Un caso más de que en Europa de la letra a la acción a menudo no hay un trecho, sino un universo.

Hace pues bien el gobierno Español en quejarse del dominio cada vez mayor de los puestos importantes por los países Triple A, y reclamar un mayor equilibrio de una Zona Euro, que como la propia UE es diversa. El problema es la falta de credibilidad y de coherencia del gobierno ante los zares europeos. Al malestar causado por la arrogancia ibérica de Rajoy en febrero declarando las metas de déficit como un asunto nacional, se sumó la incompetencia manifiesta en la gestión de la crisis de Bankia y el subsecuente rescate financiero. En Europa no se fían. Además, si Rajoy es el adalid de la austeridad por qué le molesta tanto Merkel y los suyos que defienden exactamente eso, recortes masivos para salir de la crisis. Los ciudadanos se preguntan cuál es el verdadero Rajoy, ¿el que reclama insistentemente estímulos a Alemania para reactivar el crecimiento?, o ¿el que declara día tras día que la austeridad, los recortes son la solución a todos  los problemas y traerán el crecimiento?. La respuesta es que posiblemente los dos, o quizás  ninguno de ellos, como él mismo diría.

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