Tecnología, financiarización y empleo: apuntes para una perspectiva ¿neomarxista?

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Bruno Estrada López*. Economista, adjunto al Secretario General de CCOO. Miembro de Economistas Frente a la Crisis.

 

Agradezco la invitación de “Argumentos Socialistas” para escribir un artículo sobre tecnología, financiarización y empleo y a Julio Rodriguez por ser el inductor, ya que ello me ha permitido poner en papel y, por ello, concretar varias reflexiones difusas que rondan por mi cabeza desde hace un tiempo.

Una primera aproximación al tema nos la ofrece la teoría convencional del desarrollo, que vincula la tecnología con la actividad económica, y consiguientemente con el empleo, principalmente desde el punto de vista de la oferta. La relación que establece entre productividad, empleo y progreso tecnológico es la siguiente:

El incremento de la productividad del trabajo viene determinada por la eficiencia conjunta del trabajo y el capital aplicado a las empresas, esto es, por el progreso tecnológico aplicado al proceso productivo, además de por una mayor capitalización de las explotaciones. Ambos elementos, progreso tecnológico y capitalización, están íntimamente entrelazados (p.ej. una empresa que es de alta productividad gracias a unas líneas de producción altamente automatizadas incorpora progreso tecnológico porque ha realizado fuertes inversiones, mayor capitalización).

En producciones estandarizadas de bienes materiales bastante homogéneos, es decir, que compiten fundamentalmente por los precios, es indudable que las ganancias de productividad se obtienen principalmente mediante el logro de economías de escala, mecanizando los procesos de fabricación, y por tanto las empresas o sectores con elevada productividad requeriran un menor volumen de trabajadores. ¿Esto lleva a un mundo de desempleo creciente? Yo creo que no, en primer lugar porqué en términos agregados para el conjunto de una economía el incremento de la productividad obtenido ha producido un mayor volumen de riqueza global que genera nuevas demandas y empleos en otras actividades. Además, en la medida que esa generación de riqueza global implique una mayor sofisticación de la demanda, en muchos de los nuevos bienes y servicios demandados el factor competitivo principal dejará de ser el precio y estará vinculado a algún intangible (calidad, diferenciación, innovación, etc.)

Esta es la razón por la cual los países con mayores índices de productividad son los países que mayores niveles de desarrollo y bienestar logran, y los que menores tasas de desempleo sufren, excepto en momentos puntuales de crisis.

Sin embargo, considero que este análisis a la tecnología desde el punto de vista de la oferta es insuficiente, como pone de manifiesto la mencionada creciente importancia de los intangibles en los bienes y servicios que se comercializan en sociedades desarrolladas. También hay que considerar los efectos del progreso tecnológico desde la demanda.

La tecnología no solo es importante por las soluciones que aporta a nuevas necesidades de un mundo cada vez más complejo. La tecnología se ha convertido en uno de los principales intangibles que aportan valor a los productos, por el propio valor de novedad que aporta a un bien o servicio.

Esto merece una pequeña digresión sobre la creación de valor. A diferencia de la visión marxista tradicional de que “el valor de toda mercancía es la suma de trabajo, bien trabajo pasado (maquinas) o trabajo presente” el incremento de la renta per cápita en los países desarrollados, esa riqueza generada por la mayor productividad obtenida por el incremento de las economías de escala, hace que cada vez en menor medida el valor de muchos de los productos y servicios que se compran y se venden venga determinado por el valor del trabajo incorporado al bien, sino cada vez más por factores intangibles.

En el precio de un cuadro, de una escultura, de cualquier obra de arte, no solo se considera el valor del trabajo que el artista ha incorporado a la obra, sino también de otros intangibles, entre los que evidentemente está la posibilidad de revenderlo, pero también su singularidad, el reconocimiento social que supone poseer una obra de un gran artista, el placer que da el contemplarlo, etc. Pues bien, muchos de los bienes y servicios que consumimos en las sociedades desarrolladas tienen “un poco” de obra de arte, es decir, decidimos comprarlos no solo porque los necesitemos, sino por elementos intangibles que los hacen más valiosos para nosotros. Las empresas lo saben y explotan esos intangibles a través de estrategias de diferenciación como la marca, la mejora de las técnicas de comercialización, etc.

El chaval que se compra unas zapatillas Nike le da un cierto “valor de obra de arte” al producto. Evidentemente ese valor intangible es mucho menor que él que la mayor parte de la sociedad le da a un Picasso, pero en el sobreprecio que el chaval está dispuesto a pagar, en relación con unas zapatillas mucho más baratas pero que le ofrecen la misma función, hay algo de ese “valor de obra de arte”. Parte creciente de la productividad en los países con altos grados de demanda sofisticada se genera por esos intangibles, entre los que la tecnología tiene un peso creciente. Los intangibles permiten que las empresas alcancen situaciones de poder de mercado, y por tanto fijar los precios de sus productos, dejar de ser empresas precioaceptantes. Los incrementos de productividad se pueden obtener, por tanto, no solo reduciendo costes.

Antes de seguir creo que hay que responder sinceramente a una pregunta ¿Podemos parar el cambio tecnológico? La respuesta es un rotundo no. Como mucho se puede retrasar, pero eso tiene un enorme coste en términos competitivos, en un mundo económicamente tan interrelacionado como el actual supondría el rápido empobrecimiento de una sociedad, véase Corea del Norte. En el pasado podía hacerse sin mucho coste, ya que el acceso al conocimiento y a la información era un proceso largo, sin la inmediatez que tiene en las sociedades modernas. Un ejemplo histórico, que recogen Terry Jones y Alan Ereira en su libro “Roma y los bárbaros: una Historia alternativa”, ilustra lo que quiero decir:

En el año 69 d. C. Vespasiano fue proclamado emperador después del turbulento periodo que sucedió a la muerte de Nerón (ese año pasó a la historia de Roma como el año de los cuatro emperadores). Roma estaba arrasada, bien por el saqueo y la destrucción al que las legiones la sometieron durante el año de guerra civil, bien por qué quedaban muchos edificios en ruinas por el incendio que había asolado a la Ciudad Eterna cinco años antes, durante el mandato del emperador melómano. Vespasiano decidió acometer un fuerte plan de obras públicas que reactivara la economía, entre otros singulares edificios de ese “plan urbanístico” surgió el Coliseo. Parte de la febril actividad constructora consistía en construir un templo en la colina capitolina, donde ahora está el magnífico ayuntamiento de la ciudad. El transporte y levantamiento de columnas era una actividad muy costosa, en cantidad de mano de obra, y muy peligrosa. De pronto apareció en Roma un sabio griego, que bien pudo ser Herón de Alejandría o un coetáneo que había copiado su invento: la máquina de vapor. El sabio ofreció al emperador una máquina que podía levantar verticalmente columnas de varias toneladas mediante energía mecánica, sustituyendo el peligroso y duro trabajo de varias decenas de trabajadores. Vespasiano, un keynesiano precoz, compró el invento al sabio griego y lo desguazó. Sus palabras, para justificar ese acto contra el progreso tecnológico fueron: “debo alimentar al pueblo llano”.

El coste competitivo para el Imperio Romano de retrasar más de un milenio y medio el avance tecnológico fue mínimo, en términos comparativos con otros centros de poder político y económico de la época. No había ninguna otra organización económica-social a la que pudiera ofrecerse ese invento, el Imperio Persa quedaba muy lejos y no parecía una buena opción, dada la disputa que tenía desde hacía siglos con la civilización grecorromana. Otra cosa es como hubiera transcurrido la Historia de la Humanidad con la plena aplicación productiva de la máquina de vapor desde el siglo I d.C.

En la actualidad algo así es inimaginable, cualquier innovación tecnológica que aplicada a los procesos productivos ahorre costes es incorporada inmediatamente. Ya que, en caso contrario, en breve lo hará la competencia, sacando a los productos y servicios de esa empresa de los mercados. Asimismo, desde el punto de vista de la demanda la incorporación de innovaciones tecnológicas es un proceso continuo que para muchas empresas se ha convertido en una ventaja competitiva, lo que les permite incrementar los precios de sus productos, y por tanto la productividad..

Esta situación se ha ido acelerando según hemos entrado en lo que el sabio ruso Vernadsky, ya en los años treinta del siglo pasado, llamó la Noosfera. La Noosfera (el conjunto de seres vivos dotados de inteligencia) es parte del proceso evolutivo del planeta, tras la Geosfera (materia inanimada) y la Biosfera (vida biológica). Ahora hay decenas de millones de personas investigando, pensando, imaginando, en una escala de magnitud nunca vista en el planeta ni, por supuesto, en la Historia de la Humanidad. Estamos en un proceso de revolución tecnológica permanente.

Por tanto, tanto desde el lado de la oferta como desde el lado de la demanda hemos visto que la tecnología incrementa la productividad, pero con efectos muy dispares en el empleo. Desde el lado de la oferta la tecnología reduce empleo en algunos sectores, permitiendo que se cree en otros, mientras que, desde el lado de la demanda, claramente incrementa el volumen de empleo global.

Pero es un empleo muy diferente, el primero, el que se destruye, corresponde a un tipo de trabajo de carácter repetitivo (sustituible por máquinas), donde hay poca aportación de conocimiento y creatividad por parte del trabajador. Su principal aportación es el trabajo manual, en general trabajo físico con poca cualificación. Mientras que el segundo tipo de empleo, el que se crea, corresponde a un tipo de trabajo más creativo, en el que lo que se incorpora a los productos y servicios es conocimiento, emocionalidad, imaginación. Esta es una clara tendencia en los países más desarrollados, como puede verse en el cuadro adjunto.

Recursos Humanos en Ciencia y Tecnología (% trabajadores con educación universitaria y/o empleados en ciencia y tecnología/Población activa)

200420092010201120122013
Noruega43,545,946,149,149,851,1
Suecia42,545,34647,248,249,8
Finlandia42,446,245,947,748,749,4
Alemania40,542,342,742,34444,5
Francia37,741,241,845,84646,9
España34,637,237,338,839,540

Fuente: Eurostat.

El saldo definitivo de la creación de un tipo de empleo y la destrucción del otro dependerá en cada país: 1) en primer lugar, de su especialización productiva, esto es, de la concentración del empleo en un tipo de actividad productiva u otra, y 2) en segundo lugar, de su capacidad de adaptabilidad económica y social, esto es, de incorporar innovaciones.

En algunos países, como Suecia, estos procesos se han venido acompañando desde el Estado, para que los “trabajadores perdedores” pudieran reciclarse profesionalmente, lo que se llamó las políticas activas de empleo. Se han afrontado procesos de reconversión y recualificación laboral que han logrado que trabajadores de la siderurgia pasaran a ser enfermeros. Mientras que en otros países, como puede verse en las aterradoras fotos de los suburbios de Detroit, estos procesos se han hecho sin apenas intervención del Estado. Detroit, antaño cuna del automóvil en EEUU, hoy presenta un panorama desolador, como si una guerra hubiera devastado la ciudad. El empleo destruido no ha sido sustituido por otro y eso ha provocado el éxodo de miles de personas.

Para intentar obtener alguna conclusión útil tenemos que partir de que estamos un mundo capitalista en el que una parte creciente de las ganancias de capital ya no se generan por las plusvalías obtenidas en las actividades productivas, del rendimiento del capital obtenido por la explotación del trabajador, sino por los propios procesos de creación de capital privado. La creciente endogeneidad que tiene la oferta monetaria en las economías desarrolladas, a la que se refiere la Teoría Monetaria Moderna, supone reconocer que la cantidad de dinero de un país está fuera de control de los Bancos Centrales, que depende de la demanda de crédito. Los bancos comerciales primero conceden los créditos y luego se preocupan por obtener las reservas necesarias a las que les obliga la legislación vigente, o utilizan subterfugios como las operaciones fuera de balance, sucursales en paraísos fiscales, etc., lo que se conoce como banca en la sombra.

El ejemplo más mediático de cómo los Bancos Centrales han perdido la capacidad de controlar la creación de dinero privado ha sido lo sucedido con el Bitcoin, una moneda virtual, que no estaba respaldada ni por ningún Banco Central ni por ningún banco comercial, que ha terminado en un monumental fraude. Recientemente ha sido detenido en Japón el CEO de la principal casa de cambio de esta moneda virtual después de que desaparecieran 352 millones de euros en unidades de Bitcoin propiedad de más de 127.000 personas. Este alto directivo, y fundador, de esa casa de cambio se ha enriquecido durante varios años vendiendo apuntes contables de una moneda virtual a cambio de monedas de curso legal, sin que el trabajo haya incorporado apenas valor al Bitcoin.

Lo sucedido con la moneda virtual es una exageración casi esperpéntica de lo que está sucediendo en el mundo financiero desde los procesos de liberalización financiera iniciados por Reagan y Thatcher en los años ochenta: la creación de dinero por parte del sistema financiero ha venido enriqueciendo exponencialmente a quienes trabajan creando dinero (Japón tras el fraude del Bitcoin ha modificado la legislación de las monedas virtuales, considerándolas como mercancías, no como divisas).

Por tanto, yo creo que el fuerte proceso de acumulación de capital que se ha producido en los últimos años, y que se puede observar claramente en los datos que ofrece “El Capital en el siglo XXI” de Piketty, más que al incremento de la tasa de ganancia, que es lo que ha considerado tradicionalmente el marxismo clásico, está relacionado con la masa de ganancia, esto es, con la aceleración de creación de capital privado por parte de bancos y empresas.

El objetivo de corregir la tendencia a la acumulación de capital tiene que hacerse compatible con la continuidad del progreso tecnológico en la esfera productiva, en la que hemos visto como los pilares sobre los que se creaba el valor de un producto se han modificado radicalmente. Cada vez más en la conformación del valor de un bien hay un porcentaje mayor de intangibles, de “obra de arte”, que es mercantilizable por la mayor capacidad adquisitiva que tienen los consumidores, porque las sociedades son más ricas (derivado indudablemente de la mayor creación de capital privado).

Por eso, además de instituciones crecientemente supranacionales que sean capaces de gestionar y regular la creación de capital privado en ámbito macroeconómico, son muy interesantes, y muy poco conocidas, las medidas tomadas por los últimos gobiernos de Olof Palme en los años ochenta dirigidas a la creación de “capital colectivo”. El gobierno sueco aprobó en 1984 una ley, que estuvo vigente durante siete años, que repartía entre los trabajadores de las empresas suecas, a cambio de una cierta moderación, parte del capital de nueva creación. La empresa estaba obligada a emitir nuevas acciones que eran gestionadas colectivamente hasta que el trabajador se jubilaba, en lo que se denominaron Fondos de Trabajadores.

Los efectos económicos y laborales de los Fondos de Trabajadores fueron muy positivos: 1) para los trabajadores supusieron mayores ingresos (aunque no se materializaran hasta la jubilación), mayor capacidad de decisión sobre la gestión de la empresa, mayor estabilidad laboral y satisfacción personal en el trabajo realizado, lo que incrementó su motivación, algo imprescindible para aumentar la productividad por intangibles; 2) para las empresas supuso un mayor volumen de beneficios reinvertidos productivamente, haciéndolas menos dependientes de flujos exteriores cortoplacistas, una sustancial mejora de la innovación y una mayor permanencia de los trabajadores en la empresa; 3) asimismo, en términos sociales, generó una distribución más equitativa de la renta y riqueza, menor desempleo y redujo los riesgos de deslocalización. En los siete años en los que estuvo en vigencia esta ley la renta per cápita sueca, que era un 77% de la de EEUU pasó a ser de un 121%, y el desempleo descendió de un 3,5% a un 1,9%. En 1990 los Fondos de Trabajadores habían alcanzado un valor que suponía el 7% del valor en Bolsa de las empresas suecas.

Gobernar el cambio tecnológico desde una perspectiva que no signifique solo el incremento de beneficios cortoplacistas, sino que intente avanzar hacia una sociedad más justa, más democrático, más libre, exige instrumentos de democratización de la inversión en el ámbito micro de las empresas, como los Fondos de Trabajadores suecos. No hay que olvidar que la parte menos conocida, pero más determinante, de la actual hegemonía cultural del neoliberalismo es el modelo de gestión empresarial basado en la revalorización de la acción que impulsó Milton Friedman a principios de los años setenta. Merece la pena recordar, también, que todas las empresas de alta tecnología que han tenido éxito en EEUU en los últimos veinte años han tenido una importante participación de los trabajadores en su capital.

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*Este artículo fue publicado originlamente en la Revista Argumentos Socialistas y se reproduce aquí con la autorización del autor.

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Asociación Economistas Frente a la Crisis

1 Comment

  1. Joirge abra Utray el noviembre 19, 2015 a las 12:29 am

    Interesante y excelente artículo. No tengo comentarios. Sólo recomendar su lectura. Incita al debate y tranquiliza constatar que los sindicatos no se instalan en el pasado. Están en el presente y en el futuro. O al menos, tienen asesores que así lo intentan. Enhorabuena Bruno

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