Salvo que afortunadamente se produzca un cambio radical de última hora, la presidenta Ángela Merkel impondrá hoy jueves al resto de los gobiernos europeos su tesis sobre la forma de abordar el problema económico que plantea la propagación del Covid19. Tendrá el apoyo de otros países del centro y el norte de Europa y muy especialmente de los Países Bajos, todos los cuales vienen defendiendo desde hace años que la mejor forma de resolver las crisis económicas en Europa es la aplicación políticas de recorte de gasto que reduzcan la deuda, a pesar de que estas políticas de austeridad no han hecho sino que aumente sin parar.
En esta ocasión, lo que plantean estos países liderados por Alemania y Países Bajos no es exactamente que se actúe con frugalidad, una auténtica barbaridad en medio de una emergencia sanitaria, sino que cada país actúe por su cuenta y que los problemas de financiación que puedan producirse se resuelvan, como comenté en mi artículo de ayer, a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Un procedimiento concebido para rescatar a los países que se encuentren en situación de profunda inestabilidad financiera y a cambio de aplicar las políticas que le convienen a Alemania y a los grandes capitales privados y financieros y que producen un gravísimo daño al bienestar de los pueblos.
Es una pena que un gran país como Alemania, que podría ser la cabeza del proyecto europeo de auténtica integración, de estabilidad y de paz que todo el planeta necesita, se olvide constantemente de su historia y vuelva a reproducir errores que tuvieron en el pasado consecuencias trágicas.
Alemania parece olvidarse de que su ansia de dominio y control y su afán por mostrar su superioridad y su expansionismo de tintes imperialistas provocó dos guerras mundiales en las que murieron millones de seres humanos.
Se olvida Alemania de los efectos dramáticos que produce la avaricia de las grandes potencias cuando lo quieren todo para ellas y cuando se empeñan en imponer condiciones draconianas a los vencidos o más débiles, como hicieron con ella los ganadores de la primera guerra mundial. Las brutales reparaciones de guerra que le impusieron, sabiendo que no iban a poder pagarse nunca, hundieron a Alemania, provocaron su ruina y la indignación de su pueblo y sembraron la semilla del odio y de la sinrazón que llevaron a Hitler al poder.
La Alemania de hoy también se olvida de que aplicar políticas de austeridad cuando no conviene aplicarlas y sólo en favor de los más ricos trae consecuencias nefastas. Tal y como ocurrió con el paquete de fuertes recortes de gastos y aumentos de impuestos que llevó a cabo el canciller alemán Heinrich Brüning de 1930 a 1932. Hoy día sabemos, por los estudios de diversos economistas e historiadores, que la austeridad mal aplicada fue otro de los desencadenantes del descontento y de la crisis social que llevaron al ascenso del nazismo.
Ahora que es tan exigente con la deudas de los demás, Alemania también se olvida de que es precisamente el país europeo que más deuda ha dejado de pagar, al que más se le ha perdonado. En 1930, 1931 y 1932 se le concedieron moratorias y reestructuraciones que dejaron reducida al 2% su deuda original de la primera guerra mundial. En 1939 Hitler dejó de pagar todas las deudas pendientes (incluido ese 2%), y de nuevo en 1953 -cuando debía dinero a más de 70 países- el Tratado de Londres volvió perdonarle el 62% pendiente de la primera guerra mundial, de la segunda y de la postguerra. Se olvida, pues, Alemania, de que ha podido llegar a ser una potencia de nuestra era gracias a la generosidad y el sentido común de los demás países que le han perdonado la mayor parte de sus deudas. Entre ellos, por cierto, Grecia, a quien los dirigentes alemanes trataron, sin embargo, con superioridad y saña injustificada en la crisis de 2008.
Se olvida Alemania, por ejemplo, de que se benefició de la generosidad de sus acreedores cuando, después de la segunda guerra mundial, le permitieron que sólo dedicara un 5% de sus ingresos por exportaciones a pagar deuda. Mientras que los líderes alemanes obligaron a Grecia a dedicar casi el 40% de su PIB a pagarla en la última crisis económica.
En nuestros días, parece olvidarse Alemania de que forma parte de una zona monetaria y, por tanto, de que los déficits que generan unos países no son casuales ni fruto exclusivo de su propio comportamiento, sino justamente lo que se produce cuando otros (como Alemania) tienen superávits. Y se olvida igualmente de que tan malos son los unos como los otros. Es decir, que tan obligados están a adoptar medidas de ajuste los países que tienen déficit, como los que tienen superávits. Y Alemania nunca ha hecho esto último sino todo lo contrario. En concreto, muchos estudios han demostrado que el desequilibrio que se produce en la eurozona y la ventaja que saca de él Alemania no se debe, como suele decirse, a que los salarios españoles y los de otros países de la periferia sean altos, sino a que los alemanes son demasiado bajos en relación con la norma de inflación establecida (lo explico aquí).
Parece que Alemania se olvida demasiado a menudo de que pertenecer al euro no es una bicoca para países como España, sino todo lo contrario. Entramos por la complicidad de nuestras élites con las europeas, pero esa no ha sido nunca la mejor opción que ha tenido ni la economía española ni otras muchas, como la italiana que ahora también sufre especialmente. Está demostrado, por ejemplo, que pertenecer al euro ha supuesto una penalización en términos de crecimiento económico a las economías que forman parte de la unión monetaria de 1,5 puntos porcentuales en la fase de expansión y de 1,1 puntos en la de crisis (lo explico aquí).
Y precisamente olvida Alemania, o al menos sus principales dirigentes, que las enormes ventajas que su economía obtiene de las demás en la Unión Europea y en el euro no se convierten preferentemente en beneficios para los alemanes que más lo necesitan. O sea, que no es precisamente un ejemplo para el resto de Europa desde el punto de vista de la justicia y el progreso bien entendido. La concentración de la riqueza en Alemania (donde el 1% más rico recibe tanto como el 50% más pobre) es una de las más altas de la OCDE. Y aunque su dirigentes se precian del alto nivel de empleo alemán, no se puede olvidar que sólo el 40% lo es a tiempo completo y que la mitad de los trabajadores están a tiempo parcial, subcontratados, son falsos autónomos o tienen remuneraciones muy bajas (un tercio de los pobres alemanes tienen empleo). También son especialmente grandes las diferencias entre mujeres y hombres en Alemania y los impuestos sobre el trabajo representan los dos tercios de los ingresos fiscales, mientras que los que recaen sobre el capital solo aportan el 13% (todos estos datos de un reciente informe sobre la desigualdad en Alemania están aquí). Y se olvida Alemania que, en lugar de utilizar el excedente que obtiene gracias a las ventajas que le proporciona una zona euro diseñada en su interés, sus dirigentes han permitido que se utilice para crear problemas fuera. De los 1,62 billones de euros que generó de 2002 a 2010 solo 554.000 millones se aplicaron en su propio mercado interno para mejorar su dotación de capital o las condiciones de vida de su población. Los bancos alemanes dedicaron el resto a hacer negocio fuera financiando, principalmente, burbujas inmobiliarias
Alemania no debería olvidar su propia historia ni las causas verdaderas de su situación de privilegio. Ahora tiene el poder suficiente para imponer lo que le conviene a los demás, pero el poder mal utilizado produce siempre efectos de rebote. Alemania ha diseñado en los últimos tiempos planes de desarrollo industrial y de seguridad nacional encaminados a consolidarla como «nación-líder» o nación-marco de Europa. Sería un empeño noble si eso se pretende conseguir con cooperación y solidaridad. Pero si sigue empeñada en hacerlo como hasta ahora, se encontrará cada día con más reticencias que, como sucediera en otros momentos históricos, pueden terminar mal y, desde luego, en su propio perjuicio. El viejo profesor Tierno Galván siempre decía que «el poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla».
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Este artículo ha sido publicado el 26 de marzo en Público. Se reproduce en ésta WEB con autorización del autor
La verdad es que Alemania no debería ser ejemplo de nada. Si bien podemos admirar a los alemanes por su industria, meticulosidad y carácter, lo cierto es que de ese país han surgido más males que aportes positivos para la humanidad. Fueron los responsables de las dos guerras más nefastas de la historia, un alemán fue también quien dividió a la Iglesia Católica y con ello provocó innumerables guerras y divisiones y podemos seguir añadiendo ejemplos. Creo que lo único positivo surgido de Alemania son las hamburguesas, y eso si no le preguntamos a un nutricionista.