Por Josep Borrell, Catedrático de Economía, expresidente del Parlamento Europeo y miembro de Economistas Frente a la Crisis
EL acuerdo del 20 de febrero entre Grecia y el Eurogrupo, que prolonga por cuatro meses el plan de ayuda de la UE, del BCE y del FMI, ha evitado males mayores para todos los europeos. Pero empieza a parecer un alto el fuego provisional muy débil que puede romperse en cualquier momento.
Al acuerdo se había llegado con el dramatismo mediático que caracteriza las negociaciones europeas. Y ha sido, en general, presentado como una total derrota del nuevo gobierno griego, que habría tenido que desdecirse de su fantasioso programa electoral y plegarse a las exigencias de sus acreedores, sin obtener nada a cambio. Por ello, resulta interesante analizar cuanto y en qué han cedido las partes para llegar a ese acuerdo.
Además, dicho acuerdo ha producido un encontronazo con los gobiernos español y portugués, al acusar Tsipras a Rajoy de haber dificultado las negociaciones y buscar la caída de su gobierno.
Aunque esas acusaciones estén fuera de lugar en las relaciones entre los gobiernos europeos, la reacción del gobierno español ha sido en exceso epidérmica, llegando a pedir el “amparo” de la Comisión Europea, como si estuviésemos ante una agresión verbal en un debate parlamentario. Esas cosas hay que tomárselas con más flema, habrán pensado en Bruselas.
Pero más allá de la oportunidad política de este tipo de ataques entre líderes europeos, es objetivamente cierto que Alemania, España, Portugal y Finlandia han sido los países que más exigentes se han mostrado con Grecia durante las negociaciones. Y ha sido así por comprensibles razones de política interior, cada vez más influida por la política europea. En España para no dar alas a Podemos, en Finlandia para no dar razones a la extrema derecha anti europeísta, en Portugal para no parecer que otros han conseguido un mejor trato, y en Alemania para atender a una opinión publica fuertemente contraria a las ayudas a los “perezosos” mediterráneos.
La opinión pública alemana sigue estando en contra de la ayuda a los países del sur. Según las últimas encuestas, solo el 21 % de los alemanes aprueba esa extensión del plan de ayuda a Grecia. Lo que explicaría la posición radical y el lenguaje público anti-griego, que también merecería calificarse de “populista”, del ministro de Hacienda alemán Schauble. Durante el voto en el Bundestag, que aprobó la extensión del plan por 542 votos a favor y 32 en contra, no se privó de acusar a los griegos de abusar de un Estado del bienestar superior al de otros países europeos.
Quizás no sea el Sr. Schauble, que 15 años atrás tuvo que dimitir por estar involucrado en la financiación ilegal de su partido, el más adecuado para dar lecciones de moral. Aunque ya sabemos que, visto lo visto, esos pecadillos no se sancionan demasiado en las laboriosas y responsables democracias europeas. Y puestos a comentar los ataques personales, no tiene mucho sentido criticar los supuestos desacuerdos de la pareja Tsipras/Varoufakis, cuando Schauble y su colega de Economía, el socialdemócrata Gabriel, han discrepado públicamente, el uno declarando inaceptable el plan griego mientras el otro lo consideraba una buena base de discusión. Gabriel ha recordado que desde la crisis el gasto público en Grecia ha disminuido un 24 %, y se preguntaba qué habría pasado si ello hubiese ocurrido en Alemania.
Parece que al final ha sido la propia Canciller Merkel la que ha pasado por encima de la obstinación de su ministro de Hacienda para que el acuerdo se pudiese firmar. Sin ello, se habría provocado una salida desordenada de Grecia del euro que hubiese costado muy cara precisamente a esos países que más parecen haberse opuesto al acuerdo.
En Grecia la gran mayoría no quiere salir del euro, quizás porque son conscientes de los costes que tendría. Puede que los costes de quedarse sean todavía mayores y que al final no les quede mas remedio que salir, como Giscard d’Estaing les recomendaba públicamente. Pero Tsipras no fue elegido para salir del euro, sino para conseguir unas condiciones que les permitan quedarse sin que la exagerada austeridad no sea una medicina mortal para su economía y su sociedad. Y eso, en mi opinión, lo puede conseguir mejor la rompedora pareja Tsipras/Varoufakis que el sumiso Samaras.
Pero no ha sido solo desde la derecha o los medios de prensa conservadores que el acuerdo se ha presentado como una humillante derrota de Tsipras. En Grecia también lo ha hecho el ala izquierda de Tsipras. Y en toda Europa, especialmente en España, muchos comentaristas emparentados con los partidos socialdemócratas han minusvalorado el resultado del acuerdo para Tsipras, acompañando su valoración de juicios despectivos hacia el nuevo gobierno griego.
La batalla de cifras, conceptos, imágenes y valores, que de todo hay en la interpretación del acuerdo, muestra que de lo que se trataba no era solo de un problema entre deudores y acreedores, sino también ò incluso más, del crédito político de Syriza entre sus electores griegos y de los partidos llamados “populistas” o de izquierda radical, entre los electores europeos.
Cierto que si se compara el programa electoral de Syriza y las reformas que el gobierno griego propuso al Eurogrupo para llegar a un acuerdo, la diferencia es enorme. Como, por cierto, enormes son las diferencias entre la situación económica de Grecia, según la estimaba optimistamente la “troika” en el Memorandum of Understanding (MoU) que fijaba las condiciones del rescate, y la penosa situación actual. Y no será la primera vez que un gobierno se hace elegir con un programa inaplicable… Y en todo caso no es el Sr Rajoy, el más adecuado para reprochárselo. Recuerden sus promesas de no subir el IVA ni los demás impuestos, no financiar con dinero público los bancos en crisis, no recortar la sanidad ni la educación, etc…O veamos lo que le ha ocurrido al gobierno francés con su promesa de invertir la curva de un paro que no deja de crecer.
Pero a pesar de todas las dificultades y de una huida de depósitos bancarios que no le dejaban margen de maniobra, el acuerdo no es, como se ha presentado, una rendición. Ya no se fija un objetivo cuantificado del 3 % este año y del 4,5 % para el próximo para el superávit primario (antes del pago de intereses) como exigía Schauble, y solo se habla de un superávit “apropiado” que tenga en cuenta las “circunstancias económicas”, es decir de la situación real de la economía griega. Una ambigüedad calculada que abre un margen de maniobra. Donde Samaras estaba al pie del muro, Tsipras ha ganado tiempo. Y las medidas de ayuda a los griegos más pobres, a las familias sin calefacción (300.000 no tienen electricidad), la distribución de cupones de alimentos, y ayudas al alquiler, también se han salvado, aunque tengan que tener un impacto presupuestario neutro.
Eso debe ser un incentivo para la lucha contra el fraude fiscal, que es la parte más importante de los compromisos que Tsipras asume. Pretende conseguir en el corto plazo 7.500 millones, 1/3 aumentando los impuestos a los más ricos, 1/3 por mejor gestión y 1/3 por la lucha contra el contrabando de tabaco y petróleo. Y construir un sistema fiscal legitimado y respetado, que es la madre de todas las reformas estructurales que Grecia necesita. Para eso, mejor confiar en Syriza, ya que sabemos que los demás no lo han conseguido.
El nuevo gobierno griego se compromete a no cuestionar las privatizaciones ya efectuadas ò en curso. El incremento del salario mínimo se retrasa sin fecha. Pero se restablecen las negociaciones colectivas, que se habían suprimido progresivamente durante la crisis. Y no hay rastro en el documento firmado de las nuevas medidas de austeridad que se habían exigido a Samaras a finales del 2014, lo que fue una buena manera de ayudarle a perder las elecciones….Al menos de esa vuelta de tuerca adicional en las medidas de austeridad, ya no se habla.
Sobre la reforma de las pensiones hay mucha ambigüedad, con razón se quejaba de ello la Sra. Lagarde y el Sr Draghi. Y ahora parece que el Eurogrupo exige más concreción, antes de desembolsar los 7.000 millones pendientes del segundo plan de ayuda. Salvo una ruptura súbita, que tampoco hay que descartar, Grecia tiene por delante dos meses para precisar esas medidas, y quizás para empezar a negociar un tercer plan de ayuda, como de forma demasiado prematura e imprudente ha anunciado ya nuestro ministro de economía. Quizás por aquello de donde las dan las toman.
Las espadas siguen pues en alto. Pero Tsipras ha ganado tiempo, un tiempo precioso, y esperemos que también se haya acabado la retirada de depósitos de los bancos griegos, que es el verdadero talón de Aquiles de su gobierno. Eso dependerá de la actitud del BCE, que de momento ha relajado las restricciones en el suministro de liquidez a la banca griega, pero no comprará deuda pública griega dentro de su recién estrenado QE hasta julio/agosto.
Políticamente, tampoco es despreciable para la opinión pública griega, que su gobierno haya recuperado un cierto control en el planteamiento de las reformas que debe acometer. Vuelve a ser un sujeto activo para el futuro de su país y ha dejado de parecer como la victima pasiva de una troika todopoderosa. Por algo será que el apoyo a Tsipras ha aumentado hasta el 75 %, el doble casi del porcentaje del voto que obtuvo en las elecciones.
Desde una perspectiva más amplia, el acuerdo es otro símbolo de un cierto cambio en el enfoque de la política económica en Europa. La austeridad mortífera como la forma de resolver los déficits públicos empieza a retroceder en Europa. Los que han combatido esos excesos de austeridad no deberían criticar en exceso los resultados obtenidos por Grecia en una desigual negociación con Bruselas-Berlín.
Ni los que critican la posición del gobierno griego deberían escudarse en lo mucho que ya se ha ayudado a Grecia desde el 2.010. Con frecuencia oímos decir que se trata de la mayor ayuda internacional, en forma de préstamos, que haya recibido un país y que gracias a ello se ha evitado la bancarrota de Grecia ¡Que no vengan ahora exigiendo no devolver esos préstamos…!
Cierto que desde el inicio de la crisis en el 2010, Grecia ha recibido prestamos internacionales por valor de 227.000 M€, el equivalente de su PIB del año 2010. De ellos, 197.000 millones le han sido prestados por los demás países europeos, bien en forma de prestamos bilaterales, o a través del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera. El FMI ha aportado 30.000 millones, netos de los reembolsos ya efectuados. Y además, ya ha tenido lugar una quita a la Deuda griega, un default parcial no reconocido como no tal, para no desencadenar un credit event, que ha afectado a los acreedores privados. El importe de esa quita se estima en 100.000 millones de euros, aunque eso depende del tipo de actualización que se utilice para calcular el valor presente de la nueva cadena de rendimientos futuros de la deuda reestructurada (con menores tipos de interés y mayores plazos).
Pero hay que preguntarse también para que ha servido esa ayuda. En realidad ha servido solo para cambiar la titularidad de los acreedores de Grecia. Antes eran los bancos privados y ahora son los gobiernos. Los bancos, fundamentalmente franceses y alemanes se han desprendido del stock de Deuda griega que tenían (imprudentemente) en sus balances y esta ha pasado a manos de los gobiernos europeos, que son los nuevos acreedores de Grecia. Si algo va mal, antes hubieran sido los accionistas de esos bancos privados los que hubieran sufrido perdidas. Ahora serían los contribuyentes de los demás países europeos. Hemos socializado el riesgo de la Deuda griega, liberando de ese riesgo a quien lo asumió.
Muy poca de esa ayuda ha ido a financiar las necesidades de los griegos. Para verlo, basta ver la evolución del déficit primario, el que resulta antes de pagar intereses de la Deuda. Entre 2010 y 2014, 5 años, el déficit primario acumulado es de 15.000 millones de euros, el 5 % de las necesidades de financiación de Grecia. De los 227.000 millones de ayuda, 50.000 se han ido a pagar intereses y 144.000 a reembolsar la Deuda que llegaba a vencimiento. Grecia ha cogido con una mano la ayuda, en forma de créditos de la “troika” y la ha usado para amortizar los créditos que le habían concedido (imprudentemente) los bancos, que se han ido de rositas. Grecia sigue debiendo lo mismo, pero a acreedores diferentes. Además ha tenido que recapitalizar sus bancos, lo que le ha costado unos 48.000 millones adicionales.
De manera que más que ayudar a Grecia hemos salvado a sus bancos acreedores. Los gobiernos europeos han salvado a Grecia de la quiebra, pero no han mejorado su posición deudora, al contario, como consecuencia de la recesión, ha empeorado. La quiebra de Grecia hubiera significado un duro golpe para la banca europea. Y eso es lo que los planes de ayuda a Grecia han evitado, a costa de que ahora el riesgo ya no es de los accionistas de esos bancos sino de los contribuyentes
Todo lo ocurrido es parte de una larga historia de malentendidos entre Grecia y Europa que dura desde la caída del régimen de los coroneles en 1974. Grecia era entonces un país pobre y corrompido, muy alejado del nivel económico e institucional de la Europa de los 9 países que formaban entonces el Mercado Común. A pesar de eso se le admite porque, como decía el mismo Giscard d’Estaing, “on ne ferme pas la porte a Platon”.
Ocurrió lo mismo con el euro. Con la desaparición del dracma, empezó, como en España, un periodo de dinero fácil, capitales abundantes y bajos tipos de interés. Con Juegos Olímpicos y cuentas trucadas. Europa cierra los ojos y no se entera de nada. Alguna responsabilidad debe tener alguien en esa falta de vigilancia. Hasta que en el 2009 llega la crisis económica y salta la liebre de los 350.000 millones de Deuda acumulada por un país insolvente al que se le diagnostica un problema de liquidez.
Entonces Grecia se convierte en un problema, o peor un peligro, para el euro. Y en eso seguimos. Los griegos son responsables de sus propios errores, que son muchos. Pero no de los defectos del diseño institucional del euro. Ni de los equivocados diagnósticos de la crisis. Europa no les puede proponer como único futuro una penitencia sin fin.
Magnífico y clarificador artículo que pone las cosas en sus justos y problemáticos términos. Lo peor, que los bancos se van de rositas de su manera inadecuada de actuar.
Coincido en que el artículo está muy bien y clarifica la situación. Será difícil que la cordura vuelva a unas instituciones europeas secuestradas por la ideología deshumanizada de unas élites insaciables, pero hay síntomas de un cambio, que empieza por Grecia, que podemos y debemos apoyar.