Es más gratificante leer a ideólogos del optimismo liberal como Steven Pinker, con quien tan buena onda tiene Luis Garicano, que a John Gray, el autor de Misa Negra y Perros de paja. Gray sacude a diestra y siniestra sin dejar títere con cabeza. Crítico feroz de las ideologías que han movido la historia en occidente, el antropocentrismo, los estados teocráticos, el milenarismo, el humanismo, la ilustración, el marxismo, el comunismo o el nacionalsocialismo, también lo es del liberalismo, algo que seguramente conoce mejor que nadie. John Gray fue un teórico de peso del liberalismo en los años ochenta y desde los noventa ejerce como uno de sus más lúcidos detractores.
Para Gray es un error situar a la especie humana en el centro de la historia. La nuestra es una especie terrícola más que se caracteriza por reincidir en tres grandes errores. Perseguir utopías imposibles –revestidas de religión monoteísta, de paraíso socialista o de laicismo ilustrado-, suspirar por el advenimiento de una nueva era que ponga fin a los viejos tiempos y concebir la historia de la humanidad como un relato de progreso. Todo eso es absurdo, sugiere Gray, y en nombre de esas pretensiones se vienen perpetrando los más terribles y bárbaros desmanes.
El progreso liberal que no termina de llegar
Gray vaticinó el ascenso de Trump. Y Gray sostiene que el nuevo mundo en occidente no pinta mejor que el que conocemos. El modelo al que hoy se dirige Europa no es la utopía liberal de un mercado único impartidor de justicia perfecta, ni el edén nacionalista de quienes están convencidos de ser diferentes y mejores, sino la Rusia oligárquica de Putin. “La utopía es una proyección hacia el futuro de un modelo de sociedad que no puede hacerse realidad”. La realidad es que el mal capitalismo tiende a prevalecer sobre el bueno y que el nacionalismo genera conflictos que derivan en violencia.
En el terreno económico hemos superado la utopía del mercado planificado por la vanguardia del pueblo (de momento, porque cualquier utopía puede volver a las andadas) para arribar a la utopía liberal de un mercado global sin regulación en democracia y competencia perfectas.
No estamos en un proceso de progreso. En occidente todo puede ir a peor y, por los síntomas, ese es el rumbo que llevamos. Es perfectamente posible que determinados grupos de la población vuelvan a ser estigmatizados y perseguidos, o que para alcanzar viejas y nuevas utopías, o simplemente para satisfacer el ego de un pobre desdichado enardecido por el odio, volvamos a ser testigos de grandes matanzas en Europa. Entre alentar el acopio de armas contra supuestos enemigos y las gestas sangrientas, organizadas o en solitario, no hay más que un paso. Hay que aceptar que así somos los humanos. Sobre todo los machos de la especie, añadiría yo.
El autoritarismo y el populismo que crecen en Europa y en el mundo son consecuencia del intento de llevar a la práctica viejas y nuevas utopías de occidente, explica Gray. En el terreno económico hemos superado la utopía del mercado planificado por la vanguardia del pueblo (de momento, porque cualquier utopía puede volver a las andadas) para arribar a la utopía liberal de un mercado global sin regulación en democracia y competencia perfectas. Esta reciente utopía se entrelaza frecuentemente con la utopía neoconservadora, menos preocupada por universalizar el mercado y más por preservar y exportar “los valores de Occidente”.
Es interesante trasladar las reflexiones de Gray, en especial su detallada descripción de lo ocurrido en la utópica aventura de la guerra de Irak, a los procesos electorales que tenemos por delante.
El sueño que devino en pesadilla
La próxima cita electoral cuenta con un destacado promotor de modernas utopías: José María Aznar. Aznar viene ejerciendo como el vástago de Rivera desde que Rajoy no diera la talla frente a los enemigos del Partido Popular, como el progenitor de Casado cuando la utopía alumbró por fin un digno sucesor y como el espíritu de Abascal cabalgando glorioso sobre rojos, cobardes y antipatriotas. Se dice que ninguno de los tres es capaz de aguantar la mirada al creador de la nueva utopía, y que por su poder los tres lucharán como un solo mosquetero contra el demonio bicéfalo: el separatismo catalán, al que no hay que convencer con la fuerza de los votos sino doblegar por la fuerza -mal que le pese a un civilizado y desorientado Manuel Valls- y a la socialdemocracia que, cual zombi resucitado por el radicalismo sanchista y por el mandato de ayatolás y de Maduro, aspira a destruir España. Otra nueva cruzada contra el mal.
La clarividencia de Aznar se fraguó cuando la utopía conservadora y la liberal confluyeron en la Guerra de Irak. El trío de las Azores, Blair, Bush y su escudero Aznar, decidieron entonces emprender una cruzada contra el terror para impulsar la democracia universal y los valores de occidente. Los tres practicaban un estilo misionero de la política, los tres eran grandes creyentes (para defender su participación en la guerra de Irak, Blair llegó a decir en un congreso del Partido Laborista “sólo sé lo que creo”) y los tres creyeron que les recibirían con flores y caramelos en Bagdad. Tan importante era su misión que no les importó saltarse a la torera a las Naciones Unidas, a los inspectores que no encontraban rastro alguno de armas de destrucción masiva, a la evidencia de que el germen del terrorismo islamista no se encontraba en la dictadura sátrapa y laica de Sadam Husein sino en países aliados como Arabia Saudita o Pakistán… Todo daba igual. No importaban los hechos sino la misión. Y el resultado a la vista está.
La revelación profética de aquél famoso trío ha provocado más de un millón de muertos que a día de hoy siguen sumando, decenas de millones de heridos, mutilados y refugiados, el recrudecimiento de antiguos y nuevos conflictos en la región, la multiplicación del terrorismo islamista y su exportación a otros continentes, ha sumido a Irak en la anarquía de un estado fallido y continúa alentando el odio a occidente en todo el mundo árabe.
Que todo aquello fue y sigue siendo una guerra por controlar los recursos y los claros intereses económicos que hay detrás (hasta en el terreno personal) es evidente. Pero no fue solo eso. Ante todo fue la persecución de una utopía ciega ante la realidad. Los buenos negocios vinieron después de los bombardeos, pero primero fue la fe. Una fe que llegó a flaquear en el caso de Blair tras el informe Chilcot, pero que no se ha movido un ápice en un envarado Aznar que sigue sacando pecho insensible al dolor de las víctimas.
Las recetas mágicas de la intrépida derecha
Que Aznar pretenda apadrinar a los tres partidos de la derecha que aspiran a gobernar juntos en España no tendría relevancia si sus dirigentes se desmarcaran de su arrogancia visionaria y aportaran soluciones realistas, lo que recomienda John Gray para evitar errores típicos del fanatismo ideológico. Pero la deriva extremista de los tres y su empeño mesiánico en salvar a la patria es verdaderamente preocupante. No se debe declarar como enemigo político a la mitad de los españoles y a la gran mayoría de los catalanes. No se debe vender que en uno de los estados de la Unión Europea que recauda menos y peor lo adecuado es rebajar los impuestos y la progresividad fiscal. Y no se debe olvidar que un alto porcentaje de los españoles no ha salido aún de la crisis y malvive en situación de emergencia.
El mayor problema que afronta la sociedad española en todo su territorio es la desigualdad, cuyas consecuencias son perfectamente detectables con los indicadores estadísticos y cuya solución no pasa por recetas mágicas como rebajar los impuestos a los ricos. Para atraer el capital ya existen los paraísos fiscales, con los que un gobierno sensato no debiera competir. Vaciar la caja de los servicios públicos en un país con enormes bolsas de pobreza y precariedad parece más bien de magia negra. Y el problema del nacionalismo catalán no se resolverá por una imposición humillante desde fuera, sino con el diálogo y la aplicación serena y paciente de una ley que no debe ser una losa inamovible sino un instrumento de convivencia edificado sobre amplios consensos.
Esperemos que los resultados de las próximas elecciones en España y en la Unión Europea logren cerrar el paso a esas viejas y nuevas utopías de consecuencias demasiado previsibles y empiecen a abordarse los problemas, que van a peor, con soluciones realistas.
Mucho se complica estimado. Las joyas de la derecha son de marte y las de la izquierda no son de venus. El mesianismo político-religioso ha aflorado y no creo que marchite en los próximos inviernos. Antes bien veo rastrojo y yerbajo en general salvo algunas calvas de vaya usted a saber qué.
Me entristece ratificar casi de continuo el poco afecto por el realismo pragmático que hay entre la ciudadanía española (y más tras la degeneración pepera, los titubeos en la izquierda y el chaqueterismo naranja).
¿Parte de todo ello es la de colegio de curas que tragaron muchos, muchos de los integrantes de la clase política y asimilados? Tal vez. Qué tragaderas nos han contruido y adoctrinado. Mientras la dirigencia (lo prefiero a clase dirigente) de este pais y sus «influencers» siguen impertérritos su sustanciosa cabalgada fantasma. Gray no creerá en el progreso de la «civilización occidental», será porque busca en Francia o Alemania. Si mirara a España sabrá que progresar está asociado al aumento de la entropía, y por ello al desorden, lo imprevisible y la tortilla de patata o española (uno de los pocos platos universales en toda la geografía hispana). El resto es historia de la que entierra a la memoria histórica.
¿Lo de Aznar, Blair y Bush fue una cruzada contra el terror para impulsar la democracia universal y los valores de Occidente? ¡Vamos, hombre! Fue la consecuencia de dejar en manos de los mercados la respuesta a las tres grandes cuestiones económicas de cualquier social: qué, cómo y para quién producir. La riqueza en todas sus formas debe estar al servicio del interés general y no de la acumulación de riqueza de los más ambiciosos y depravados, como modalidad de juego patológico, que es lo que desembocó en genocidios como el de Irak, cuando todo el mundo sabía (sobre todo los yanquis que se las vendieron) que las únicas armas de destrucción masiva de Husein fueron las que utilizó contra el pueblo kurdo. Retrocedamos al autogolpe del 11-S (en lo que USA es maestro universal) y se entenderá mejor la guerra alevosa en Irak y en afganistán, así como los servicios prestados por el ejército yihadista mercenario, unas veces a favor y otras en contra. Tan pronto los productores tuvieron la oportunidad de manipular la demanda de los consumidores en los mercados y la política, se abrió la caja de Pandora. El qué, cómo y para quién producir ya no respondía a la curva de utilidad marginal de los consuidores sino a la cuarva de beneficio marginal de los productores, en que dedicarse a la fabricación de armas, medicamentos y técnicas de diagnóstico y quirúrgicas caras e iatrogénicas es infinitamente más rentable que velar por la seguridad, la paz y la salud de las personas. Frente a la perversión del neoliberalismo, la solución es un socialismo humanista que planifique y ajuste primero el factor demográfico a la disponibilidad y sostenibilidad de los recursos, que planifique el uso eficiente y colectivo de los recursos (no es cierto que bajo el liberalismo oligopólico no exista planificación: las grandes corporaciones planifican y utilizan al estado como instrumento a su servicio, como ya demostrara J.K. Galbraith) y que responda a qué, cómo y para quién producir en base al concepto utilidad, de acuerdo con el mejor sistema educativo posible. En lo único que se puede estar de acuerdo con el autor es con su diagnóstico final de la economía española.
[…] el resultado de las Elecciones Generales parece que podremos esquivar por unos años la utopía liberal-conservadora al timón de la economía española. Pero esa utopía, separada en sus dos corrientes o unida como […]