Carles Manera
El ataque a Siria abre, una vez más, una situación de incertidumbre en los mercados internacionales. Todo esto al margen de las consecuencias políticas y humanitarias, ya muy sangrantes, que demuestran la falta de voluntad para encarar la cuestión con criterios razonables. A pesar de que esta conflagración ha sido, al parecer, muy medida –tratando de no incomodar ni a Rusia ni a Irán–, no está avalada por las Naciones Unidas. El polvorín regional puede reactivarse en cualquier momento, con graves consecuencias. Este foco de conflicto, ya arrastrado desde hace años, se sustenta sobre los intereses armamentísticos de las potencias que están participando en él.
El sector económico militar es uno de los que está recibiendo mayor atención presupuestaria en los países más importantes del mundo, toda vez que una demanda al alza de sus productos estimula, por desgracia, la economía. Una revisión superficial a los presupuestos públicos de esas naciones arrojan tal diagnóstico.
El otro punto de atención es el Mar de China, núcleo por el que transita buena parte del comercio de energía, con intereses contrapuestos entre distintas naciones emergentes –Corea, India, China– y las potencias ya consolidadas –Estados Unidos, Japón–, por citar sólo algunos de los actores insertos en el problema.
En ambas situaciones, las enseñanzas de John Nash aparecen de nuevo en una de sus formulaciones más elementales: ¿quién se atreve a iniciar un ataque directo contra el otro, anticipándose a su decisión y corriendo ese enorme riesgo? La información imperfecta –un aspecto crucial que ha demostrado Joseph Stiglitz– está presidiendo los movimientos de los mandatarios mundiales, toda vez que, por muchos datos de los que dispongan, no van a poder conocer con exactitud meridiana cuál puede ser –cual va a ser, de hecho– el comportamiento de los “jugadores”: véanse aquí las premisas básicas de Daniel Khaneman y su conjunto de ejercicios de economía conductual diseñados junto a Amos Tversky.
Nos hallamos, otra vez, ante un escenario de especulaciones, que tiene varios vectores de inquietud: la evolución de los precios del petróleo, el desarrollo de los mercados bursátiles, los impactos que todas las turbulencias pueden tener sobre los movimientos del comercio internacional y sobre la dinámica de las inversiones…
Podemos aventurar algunas consideraciones en los dos primeros aspectos –habida cuenta que los movimientos comerciales y de capitales son más amplios–, y deben tomarse con prudencia. En primer término, los precios petrolíferos no tienen, de entrada, que verse afectados si la tensión se concentra únicamente en el espacio sirio, sin extensiones directas o indirectas a su entorno geográfico. En segundo término, las empresas relacionadas con los conglomerados militares de los países intervinientes en los bombardeos a Siria –Estados Unidos, Reino Unido y Francia– conocerán la aceptación de los mercados bursátiles: subirán sus acciones, en un contexto paradójico de incertidumbre social y económica derivada de esta nueva guerra en la que participan de forma directa potencias occidentales.
El oro puede convertirse, una vez más, en valor-refugio.