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¿Caben los cambios realizados en el trabajo en un nuevo Estatuto de los Trabajadores?

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El inmenso reto del nuevo Estatuto de los Trabajadores es contribuir a la definición de un nuevo ecosistema retributivo que conserve y actualice los derechos del trabajo debilitados por continuas reformas laborales y por los cambios que propicia la economía digital.

El reto obliga a repensar el progreso social y muchos de los elementos que identificamos con el trabajo. Ello incluye la idea misma de salario que, recordemos, no ha sido el único modo de retribuir al trabajo a lo largo de la historia ni tiene por qué ser eterno en sus formas actuales. El salario es, por así decir, “un todo”, una construcción social vinculada a un modo de producir y un modo de relacionarse. Está asociado, de un lado, a una forma de cuantificar el tiempo de trabajo; de otro, a un marco de equilibrios y derechos que identificamos con el Estado de Bienestar desarrollado bajo la lógica del capitalismo industrial.

En este sistema, la retribución se compone no solo de lo que el empresario paga directamente al trabajador. Incluye también los retornos indirectos que una persona recibe en servicios públicos (sanidad, educación, desempleo, jubilación…) que le aportan una red de seguridad a largo plazo.

Esos pagos en especie ascienden a casi 900 € al mes por trabajador, si los cuantificamos como el resultado de dividir el montante del gasto social incluido en las cuentas públicas, PGE, entre la población ocupada.  Ese “salario indirecto” es mucho menor en países, como EEUU, en los que esos servicios son privados y corren a cargo de las familias. El desmontaje del Estado de Bienestar es un asalto en toda regla a lo que representa ese “ecosistema salarial”.

Para entender lo que está en juego conviene ampliar el foco y entender cómo ha evolucionado en la historia la forma de retribuir al trabajo. Permita el lector que iniciemos el vuelo desde lo más alto.

El trabajo en la historia, un repaso de la mano de Marx.

En la historia ha habida múltiples formas de retribuir el trabajo humano. Cada cambio en el modo de producción ha tenido su correspondencia con un cambio específico de las formas retributivas. Decía Marx hace 150 años (“Salario, precio y ganancia”, 1865) que esos ajustes obligaban a resolver simultáneamente dos necesidades:

Por un lado, favorecer la generación de un excedente adecuado a los avances tecnológicos del que se apropiaba el titular del derecho a la explotación

Por otro, asegurar la subsistencia del trabajador, incluida su reproducción y el cuidado de su prole, imprescindible para la supervivencia del sistema por muchas generaciones.

En consecuencia toda forma retributiva se compone, por así decir, de dos partes: una parte visible, formalmente reconocida, que justifica la forma legal de remunerar el trabajo; y otra parte oculta que permanece camuflada bajo apariencias en las que se oculta la apropiación del excedente.

En la relación entre el esclavo y su amo no mediaba trato alguno ni se celebraba entre ellos ningún acto de compra y venta. Parecía que estaba en la naturaleza del esclavo entregar todo su tiempo y todo su trabajo gratis, pero en realidad una parte la entregaba a cambio de su propio sustento que era garantizado por el amo y la otra generaba un plusproducto del que el amo se apropiaba al 100%.

En el feudalismo, la relación entre el campesino siervo y su señor era distinta: las dos partes del trabajo aparecían separadas visiblemente, en el tiempo y en el espacio: el trabajador campesino trabajaba tres días para si mismo en la tierra que le había sido asignada como suya y los tres días siguientes los destinaba a trabajar obligatoriamente y gratis en la finca de su señor.

Cuando el primer capitalismo impulsa el trabajo asalariado, presenta la relación “como si todo el trabajo fuese trabajo retribuido”, cuando, en realidad, dice Marx, una parte del esfuerzo del trabajador seguía quedando en manos del empresario en forma de plusvalía o ganancia. El salario percibido de esa relación libre debería ser suficiente para asegurar su subsistencia y la de los suyos, pero solo con la aparición del Estado de Bienestar, allí donde cuajó, esa subsistencia pudo estar mínimamente garantizada.

Con estos parámetros, ¿es compatible la economía digital con la idea de salario tal como lo conocemos?

La creciente “libertad de elección” del trabajador en los nuevos modos de producción

Con cada salto en el desarrollo económico, el trabajador ha ganado libertad de elección, al menos de forma aparente, en el uso del tiempo de trabajo. Cada modo de produccion ha propiciado normas que aumentaban la desconexión del trabajador respecto al titular del derecho de explotación comparado con lo que existía hasta ese momento. Si el esclavo lo era de su amo durante toda la vida, el siervo partía su tiempo para sí y su señor. Finalmente, en la relación asalariada, el obrero pasa a ser “libre” y deja formalmente de estar sujeto a normas de pertenencia. Ya no se entrega junto a su familia, solo “alquila su tiempo”.

Los rasgos que nos aporta un nuevo modo de producción asociado a la economía digital vuelven a insistir en la nueva libertad que el trabajador independiente consigue con la organización del trabajo que propician las plataformas: en cada momento del día y de la noche puede optar entre estar ocupado, disponible o no disponible. Aparentemente se responsabiliza de la propia gestión de su tiempo,  en la realidad necesita ampliar su dedicación al trabajo para sobrevivir.

Ello tiene que ver con la complejidad creciente de  las relaciones sociales que propician las tecnologías, que convierten la remuneración en algo abstracto alejado del tiempo como medida de creación de valor.

De un lado, la multifragmentación del tiempo de trabajo generada por la externalizacion de los procesos productivos, la hiper-rotación de los contratos o la parcelación de la actividad en microtareas hace cada vez más difícil su medición.

De otro, la trazabilidad del trabajo perfecciona la apropiación del excedente mediante la gestión de perfiles en selección de personal y el uso de algoritmos en la valoración de funciones y el control de tareas, todo ello al margen de la idea de tiempo.

El tiempo de trabajo efectivo y la frontera con el descanso

El desarrollo económico ha perfeccionado las formas de explotación del trabajo haciéndolas más eficientes y productivas.  La nueva economía da un paso más en la racionalidad económica: está encontrando la forma de conseguir la máxima intensidad en la explotación del trabajo al maximizar la eficacia de los tiempos disponibles, liberándolo de la medición del estricto tiempo de presencia.  

Al modo de producción digital le queda por resolver un problema decisivo para su sostenibilidad en el tiempo: facilitar un equilibrio sostenible y duradero entre las esferas de producción y de reproducción o entre los tiempos asignados al trabajo y a la familia.

La mayor libertad de elección que ha traído consigo el trabajo asalariado incorporaba un riesgo creciente sobre el modo de pagar sus costes de formación, enfermedad y jubilación, de forma que solo en los sitios y en los momentos en los que el Estado los ha asumido el trabajador y su familia han podido descansar en paz. Queda por definir cómo se podrá mantener o desarrollar en una economía, cada vez más dependiente del capital cognitivo, empeñada potenciar el trabajo autónomo como seña de identidad del nuevo progreso.

Los requisitos para el nuevo Estatuto de los Trabajadores.

Si el trabajo se desconecta de su condición in situ y se puede desarrollar en cualquier momento y desde cualquier lugar y la frontera entre el tiempo de trabajo y no-trabajo se diluye, la separación de la vida personal y de la profesional se convierte en tarea más compleja, al mezclarse la regulación de aspectos del trabajo y de la vida privada, los productivos y los reproductivos.

Cualquier iniciativa que pretenda abordar las relaciones sociales y laborales del futuro deberá tener en cuenta que los derechos laborales se convierten en algo indisociable de los derechos ciudadanos. El espacio propio del trabajo se muestra más interdependiente de otros espacios de derechos, pierde autonomía. La conciliación y la corresponsabilidad social pasan a un primer plano.

Elaborar un Estatuto de los Trabajadores para el siglo XXI, es un reto en sí mismo, pero es que además necesita estar arropado por un conjunto de cambios legislativos que transcienden su campo de actuación. No basta con evitar diluir el contrato de trabajo con nuevas figuras pseudolaborales, es esencial apostar claramente por una adaptación que redefina y amplíe la batería de derechos sociales heredados del siglo pasado con la mente puesta en un nuevo Contrato Social.  Normas sobre conciliación, acceso a la vivienda, movilidad urbana, desconexión digital, formación permanente, acceso flexible a la jubilación…  trascienden lo puramente laboral. También aquellas que aumenten la corresponsabilidad entre hombres y mujeres en las tareas de cuidados.

Tampoco parece que esté en discusión, en abstracto, la necesidad de considerar la competitividad de la empresa como bien jurídico a proteger. Pero exige desmontar la falacia básica de la reforma de 2012 que la asociaba a la precarización de las condiciones laborales para abrir la puerta a un marco regulatorio claro que apueste por un ecosistema abierto pero inclusivo. Y ello requiere una norma que también supera el espacio del Estatuto del Trabajador que asuma la participación del trabajo en la empresa como fuente de innovación.

El reto es vislumbrar y avanzar hacia un nuevo modo de producción basado en el conocimiento que dibuje un escenario deseado de progreso social. Y ello exige instrumentar la empresa como un espacio colaborativo que aproveche las potencialidades digitales para impulsar la democratización de su gestión y de su propiedad.

About Ignacio Muro

Economista. Miembro de Economistas Frente a la Crisis. Experto en modelos productivos y en transiciones digitales. Profesor honorario de comunicación en la Universidad Carlos III, especializado en nuevas estructuras mediáticas e industrias culturales. Fue Director gerente de Agencia EFE (1989-93). @imuroben

2 Comments

  1. Alejandro Ruiz Valencia el febrero 27, 2020 a las 10:37 pm

    El trabajo (humano) es fuente de valor, de hecho la única fuente de «valor real» en la empresa, aquí, en todas partes y siempre.

  2. Silvana el mayo 25, 2020 a las 8:32 am

    Podría hacer un cruce con el artículo de Lina Gálvez Muñoz…en el futuro digital de Europa en la picota..gracias

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