Capitalismo, desigualdad y democracia

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Antón Costas es catedrático de Economía Aplicada en la UB

Necesitamos un contrato social como el acordado tras la Segunda Guerra Mundial. Podemos hacerlo de nuevo

El capitalismo ha vuelto a entrar en línea de colisión con la democracia. Las señales de peligro se acumulan: bajo crecimiento, tendencias deflacionistas, endeudamiento, desempleo, bajos salarios, pobreza. El malestar social va en aumento. Respondiendo a este estado de cosas, la vida política de las democracias comienza a adquirir tintes populistas, xenófobos y autoritarios. Las elecciones europeas han encendido las alarmas.

No es la primera vez que ocurre. Ya sucedió hace cien años, en el periodo de entreguerras. En aquella ocasión, el mal funcionamiento de la economía propició experimentos políticos como el nazismo, el fascismo y las dictaduras. La democracia descarriló en Europa continental. A la vez, quebraron los fundamentos éticos del capitalismo y la civilización europea entró en una profunda crisis moral.

¿Qué tienen en común en estas dos etapas que pueda explicar esta colisión entre capitalismo y democracia? La desigualdad de renta y riqueza. Veamos por qué.

La evolución de la desigualdad en los últimos cien años presenta tres etapas claramente diferenciadas:

 Cuando la desigualdad se agudiza, la economía de mercado choca con la democracia

La primera, entre 1914 y 1944. Medida en porcentaje de renta y riqueza que acumulaba el 10% más rico de las sociedades, la desigualdad alcanzó sus mayores cotas durante este periodo. Es la llamada gilded age, la “edad dorada” de la acumulación de la riqueza. El capitalismo entró en colisión con la democracia.

La segunda, entre el final de la II Guerra Mundial y mediados de los años setenta del siglo pasado. Las economías de mercado vivieron un valle de relativa igualdad durante esos 30 años. Fue el momento en que el capitalismo inclusivo se reconcilió con la democracia.

La tercera, entre los años ochenta del siglo pasado y el inicio de este siglo. La desigualdad ha vuelto con todo su fuerza. Una nueva gilded age. El capitalismo ha dejado de ser inclusivo y ha entrado de nuevo en línea de colisión con la democracia.

Como vemos, cuando la desigualdad se agudiza, la economía de mercado choca con la democracia.

El motivo es que la democracia tiene una lógica política profundamente igualitaria: una persona, un voto. La desigualdad económica quiebra esa lógica. Hace que en la vida política el voto de los muy ricos sea más influyente que el de los demás. Como dijo en 1932 el escritor norteamericano Scott Fitzgerald, “los muy ricos son diferentes de ti y de mí. Su riqueza les hace cínicos y pensar que son mejores que nosotros”.

La desigualdad tiene una gran importancia. Pero ¿cuáles son sus causas? ¿La origina el capitalismo o las instituciones y las políticas públicas?

El reciente y exitoso libro El capital en el siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty, ha dado una respuesta contundente: es el capitalismo. La causa es sencilla: la tasa de beneficio del capital es sistemáticamente mayor que la tasa de crecimiento de la economía, que es lo que beneficia a la mayoría de la gente. El capitalismo tendría una tendencia innata a la desigualdad.

Todo el mundo reconoce la aportación de Piketty al establecer de forma concluyente el hecho de la desigualdad. Es una contribución para el Nobel. Pero no todos están de acuerdo con el diagnóstico de las causas. Para algunos son otras: por un lado, el aumento desproporcionado de las retribuciones de los financieros y altos directivos; por otro, el mal funcionamiento de las instituciones y de las políticas públicas, especialmente los impuestos. La polémica durará. En todo caso, si la desigualdad importa, ¿qué hacer para reducirla?

Hoy, el reto vuelve a ser reconciliar capitalismo con democracia

El análisis de Piketty tiene en este punto algo de fatalista. Propone un impuesto global y progresivo sobre la riqueza, una solución poco viable. Y lleva el debate sobre el capitalismo a los términos maniqueos de hace cien años. Por un lado, sus defensores a ultranza; por otro, los que sostienen que la única solución es su desaparición.

En circunstancias similares, en los años de la primera gran desigualdad, John Maynard Keynes se preguntó si lo que fallaba era “el motor o la dinamo”. Pensaba que “con una gestión acertada, el capitalismo puede ser más eficaz para alcanzar metas económicas que cualquier otro sistema conocido. Pero en sí mismo tiene graves inconvenientes en muchos sentidos”. Uno de ellos es el desajuste recurrente entre ingresos y gastos privados que lleva a la economía a recesiones profundas, desempleo masivo y desigualdad. Para salir de esas situaciones, Keynes recomendó a los Gobiernos cebar la “dinamo” mediante la gestión de la demanda efectiva.

A esta innovación económica keynesiana se vino a sumar la que es probablemente la mayor innovación social del siglo XX: un nuevo contrato social entre ricos y pobres en el seno de las democracias. En EE UU se le llamó new deal. En Europa, “Estado de bienestar”. La mezcla de esas dos innovaciones creó el pegamento que durante los años centrales del siglo pasado reconcilió capitalismo inclusivo y democracia. Fueron los mejores años de nuestras vidas. Algunos dicen ahora que fue un sueño. Pero no veo razones para este fatalismo.

Hoy, el reto vuelve a ser reconciliar capitalismo con democracia. Se necesita un nuevo pegamento, un nuevo contrato social. Para ello habrá que hacer, al menos, tres cosas: volver a meter el genio financiero en la botella, como se hizo en 1933 con la ley Glass-Steagall; restaurar la capacidad recaudatoria y equitativa de los sistemas fiscales; y definir las prioridades del gasto público para construir una sociedad de oportunidades para los más débiles.

 Este artículo fue publicado el 16 de Julio 2014 en El País

EFC publica este artículo con autorización del autor

 

No hay comentarios

  1. Dubitador el julio 30, 2014 a las 8:10 pm

    Coincido en el espiritu pero disiento en la retorica y enfoque.

    «Pero en sí mismo tiene graves inconvenientes en muchos sentidos”. Uno de ellos es el desajuste recurrente entre ingresos y gastos privados que lleva a la economía a recesiones profundas, desempleo masivo y desigualdad.»

    Esta frase describe los hechos de un modo aseptico y tecnico, como si la economia fuese un asunto aseptico y tecnico, cuando en realidad es el nucleo de la politica.

    Si reducimos la explotacion y el crimen a un mero desajuste de ingresos y gastos, entonces no hay receta tecnica posible, porque el «desajuste» es estructural, mas bien nuclear y los tecnicos se cuidan mucho de molestar al nucleo, ya que no suelen vivir del aire y tienden a ser conscientes de lo que puede o no puede perjudicar su carrera como tecnico, o incluso como filosofo consagrado a desdibujar los desmanes de sus jefes.

    Finalmente, la receta sugerida para rezurcir el añorado pacto social no puede funcionar, sencillamente porque no hay recursos para ello; no hay recursos para reinstaurar una estructura de clases con «desigualdad reducida», pues si bien la economia bucaneril (lease capitalismo) se atemperó en los paises en los que se asumio el pacto de no explotar mucho ni muy descaradamente, el resto del mundo no entraba en el pacto, ni podia entrar. Ya no queda «resto del mundo» sobre el que derivar las «externalidades».

    El capitalismo no es domesticable, come niños, si no son los nuestros seran los de otros y ya no quedan niños, pese a que el mundo esté presuntamente superpoblado.

  2. robertoviera1 el julio 31, 2014 a las 1:31 am

    La crisis de 1973-74 hizo buscar alternativas a Nixon y este empezó las conversaciones con China, de aquí se abrió una perspectiva para la acumui.ación de capital tambien se activó la burbuja financiera petrolera en esos años. Estos dos hechos le traen al grupo dominante del capitalismo ingentes ganancias y se mantiene la tasa de ganancia. En la frontera con Hongkong se instalaron factorías que moviizaban un numero importante de masa laboral con respecto al total mundial. De esta manera los controles de Glass-Steagall se vieron rebasados y se plantó un grupo con un poder descomunal. Luego se completa el proceso de desregulación. Ponerle los frenos a la burbuja petrolera es casi tan fuerte como reactualizar la regulación financiera. Estas son tareas que tendrá que afrontar la humanidad con mucha solidaridad y tambien asumiendo banderas del pasado que dieron buenos frutos. Propongo analizar la gestion y avatar de Huey P. Long y los discursos del padre Coughlin que estan en el ambiente que generó la ley Glass Steagall.

  3. robertoviera1 el julio 31, 2014 a las 1:36 am

    Nota: Huey P long debe leerse primero en su autobiografia obviando el prefacio. La principal biografia fue pagada por sus enemigos.

  4. Capitalismo, desigualdad y democracia | Economi... el julio 31, 2014 a las 11:33 am

    […] Antón Costas es catedrático de Economía Aplicada en la UB Necesitamos un contrato social como el acordado tras la Segunda Guerra Mundial. Podemos hacerlo de nuevo El capitalismo ha vuelto a entrar …  […]

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  6. andrés hurtado el agosto 8, 2014 a las 5:50 pm

    Los ajustes a este nuevo capitalismo desregulado ser harán tarde o temprano. La cuestión es quién los llevará a cabo.

    ¿Los actuales gobiernos? Pudiera ser si les supusiésemos suficiente autonomía política frente a los compromisos económicos adquiridos. Tengo mis dudas.

    ¿Nuevos gobiernos de tipo autoritario? Habida cuenta de que si tomamos en consideración que dichos gobiernos sólo serían posibles ante un apoyo popular dado por la percepción de que los anteriores gobiernos eran incapaces de corregir la situación de creciente desigualdad, el autoritarismo sería en ellos una nota caracterísitica y casi necesaria ante la impotencia anterior.

    ¿O las propias jerarquías capitalitas, The Establishment? No sólo no es descabellado sino que es lo más probable. Sus intereses no serían la democracia, ni ningún sentimiento altruista. Simplemente cuestiones económicas que ya empienzan a suscitarse entre los que antes fueron casi principales popes de la desregulación que llevó a la desigualdad. Se empieza a reconocer que el actual modelo desregulado es incapaz de procurar el crecimiento económico esperado por una falta de demanda de productos como consecuencia de la progresiva disminución de salarios o la escasa capacidad adquisitiva de quienes quedan fuera del mercado laboral. Es preferible, piensan, bajar la cuota de beneficios en un negocio estancado si con ello se consigue que el negocio crezca. Las cuotas de beneficios serán menores en cada producto fabricado, al aumentar salarios y pagar más impuestos, pero compensará con creces que dichos productos sean mucho más consumidos y en conjunto los beneficios serán mayores.

  7. nbeltranaraguas el agosto 13, 2014 a las 11:28 pm

    Reblogueó esto en Aún se puede decir algo másy comentado:
    «Tot el que no és imprescindible és robat» / «todo lo que no es imprescindible es robado (Casaldàliga)

  8. Capitalismo, desigualdad y democracia | Econom&... el septiembre 23, 2014 a las 7:58 am

    […] Antón Costas es catedrático de Economía Aplicada en la UB Necesitamos un contrato social como el acordado tras la Segunda Guerra Mundial. Podemos hacerlo de nuevo El capitalismo ha vuelto a entrar …  […]

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