Cuatro ideas-fuerza sobre la energía en España

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Por Martín Gallego Málaga, ingeniero de minas, economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis EFC

En el periodo electoral en el que vive España es conveniente resaltar los aspectos verdaderamente relevantes sobre la energía, para que se debata sobre ellos y evitar que los partidos políticos puedan evadirlos si la atención pública está distraída con otros planteamientos energéticos de menor interés general. Por ejemplo existe mucha inquietud con los peligros potenciales de extraer gas fracturando las rocas que lo contienen (fracking), pero es poco probable que se acaben produciendo por las insignificantes reservas existentes. También hay propuestas ingenuas como re-nacionalizar Endesa: ¡Qué más quisiera su dueña Enel –que se autotraspasó los mejores activos de Endesa- que le indemnizaran por librarse de los peores, aunque les siga extrayendo jugosos dividendos! Por otro lado existen planteamientos implícitos como el del partido del Gobierno en funciones que, al indicar su líder que no hará nada diferente tras el 26-J, se supone que continuará metiendo palos en las ruedas de las energías renovables. Por no hablar de la triste agonía de las comarcas carboneras españolas, consecuencia del perenne empecinamiento de Administraciones y fuerzas vivas locales en alargar un poco más una actividad arriesgada para los trabajadores y sin sentido energético, ni medioambiental, en vez de haber centrado su esfuerzo en promover proyectos de desarrollo alternativos que proporcionaran algún futuro a sus habitantes.

Sin embargo en la energía hay cuatro ideas-fuerza en España, sobre las que necesitamos pronunciamientos electorales y cumplimiento posterior:

1-Electrificar el consumo de energía. Hay que eliminar el uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) lo antes posible, tanto por razones medioambientales, para frenar el cambio climático y su consiguiente deterioro geo-político a medio plazo, como sanitarias, para reducir sus perjuicios cardio-respiratorios y cancerígenos a corto plazo.

Dentro de los combustibles fósiles el más dañino es el carbón, cuya combustión duplica las emisiones de CO2 y triplica las de óxidos de nitrógeno (NOx) del gas, emitiendo además SO2 y partículas. También son especialmente nocivos los vehículos con motores diésel que, en relación con los de gasolina, emiten más NOx y partículas muy finas, por lo que la Organización Mundial de la Salud los ha clasificado no sólo como cancerígenos (que pueden provocar cáncer) sino como carcinógenos (que producen cáncer).

También hay que eliminar los combustibles fósiles por razones económicas ya que, en el caso de España, tienen que ser importados en su práctica totalidad, con un gasto en divisas superior al de los ingresos totales que proporciona el turismo.

Hay que señalar por último que las energías fósiles no se aprovechan de forma eficiente ya que producen unas elevadas pérdidas de energía. Así para utilizar la gasolina o el gasóleo en la automoción se pierde primero más de un 10% de la energía del crudo en el proceso de refino y luego el motor de los vehículos sólo utiliza un cuarto de la energía de esos carburantes. Los vehículos eléctricos tienen no sólo la ventaja de no producir emisiones sino que su motor tiene un rendimiento muy superior a los de combustión. Tampoco es eficiente utilizar carbón, productos petrolíferos, o gas para producir electricidad, ya que se aprovecha solo la mitad de su contenido energético.

Por todas las razones señaladas hay que apoyar la sustitución de los combustibles fósiles por electricidad, pero ¿cómo producir esa electricidad?

2-Producir la electricidad con energías renovables. Las EERR son las únicas que permiten producir electricidad sin consumos ni pérdidas de energías fósiles. Su coste se ha reducido además de forma tan pronunciada en los últimos años que la eólica y la solar pueden ya competir con el carbón, el gas y -más aún- con la nuclear.

La producción de electricidad con renovables presenta sin embargo la desventaja de la variabilidad de su producción debida a la meteorología, por lo que hay que proporcionarle la firmeza y flexibilidad necesaria para asegurar el suministro en las circunstancias meteorológicas más adversas. Para resolver este problema existen dos enfoques: el inercial de respaldar la producción renovable con energías fósiles y otro más innovador.

El primero es el de las empresas eléctricas y gasistas que, después de haber estado denigrando a las renovables en los últimos años, contemplan ahora un escenario futuro de renovables+gas, en el que proponen instalar 15-26 centrales adicionales de gas. Esta pretensión ha sido inmediatamente respaldada por el Secretario de Estado de Energía en funciones, que parece seguir haciendo amigos con sus mensajes anti-renovables, al declarar: «El objetivo de 100% renovables nunca será posible».

Pero lo que sí es posible y conveniente es otra política sobre las renovables que además es especialmente adecuada para España, que no dispone de ninguna energía fósil pero es el país europeo con mayor recurso solar. Otros países europeos además de la «verde» Alemania están instalando no sólo energía eólica, allí predominante, sino también fotovoltaica (FV) y así el encapotado Reino Unido ha instalado en los últimos cinco años el doble de paneles FV que todos los que tiene España.

Además España tiene en energía solar una ventaja comparativa extra con el resto de Europa al ser el país con mayor insolación directa, que es la que permite concentrarla a una temperatura muy alta y almacenarla en sales fundidas para seguir produciendo electricidad aunque el sol esté oculto.

Es así fundamental innovar para desarrollar todas las posibilidades de almacenamiento renovable, tanto en baterías doméstico-comerciales, autocargadas con placas fotovoltáicas, como en las de automoción, recargadas por los propios vehículos y por la red.

También hay que almacenar energía renovable hidráulica repotenciando el bombeo con los excedentes eólicos de las horas-valle nocturnas, pero para ello habrá que revisar también el planteamiento de uno de los tótems sagrados de las empresas: las hidroeléctricas. Estas centrales, especialmente las reversibles y el bombeo, tienen un carácter básico más de almacenamiento que de producción y utilizan además recursos públicos, por lo que su gestión debe estar al servicio del conjunto del sistema eléctrico y detraerse de su remuneración los beneficios extraordinarios sobrevenidos que les produce el precio marginal determinado por los combustibles fósiles.

También debe revisarse la gestión de las centrales nucleares, reduciendo en lo posible su carga nocturna para evitar el vertido de eólica, y minorar su remuneración en los mencionados beneficios sobrevenidos.

Para maximizar un suministro eléctrico basado en renovables es asimismo necesario reforzar las interconexiones eléctricas internacionales y llevar a cabo una política activa de gestión de la demanda que vaya más allá de la interruptibilidad, posibilitada por el despliegue de redes inteligentes.

Los distintos tipos de almacenamiento a que se ha hecho referencia pueden corregir desbalances horarios o de ámbito semanal, pero no -todavía- otros estacionales e hiperanuales producidos por periodos aleatorios de baja hidraulicidad, en los que hay que asegurar la cobertura con potencia firme de la punta de invierno del año seco.

Esto va a requerir la permanencia de una parte de las centrales fósiles y nucleares existentes y/o la instalación de otras nuevas de gas muy flexibles para las puntas, durante el periodo de transición hasta que se desarrollen todas las actuaciones mencionadas.

Hay pues que ponerse rápidamente en marcha para intentar eliminar las energías fósiles lo antes posible, devolviendo la confianza a los inversores en renovables y desarrollando una política energética, tecnológica e industrial que promueva su desarrollo y permita aprovechar el mayor yacimiento potencial de empleo de calidad que existe en España.

2050 podría ser un horizonte posibilista para eliminar las energías fósiles, pero hay que ser también realistas para poder gestionar bien la transición, teniendo en cuenta que en 2030, dentro de 14 años, es probable que aún se sigan utilizando combustibles fósiles para generar 1/3 de la electricidad y mover 2/3 del transporte

3-Mejores servicios energéticos sin los oligopolios actuales. Parece probable que los recursos fósiles dejen de utilizarse en este siglo y no porque se acaben sus reservas, igual que no se acabó la edad de piedra porque se terminaran éstas, sino porque ya han aparecido sustitutos más eficientes y menos peligrosos de las energías fósiles. El petróleo y el gas seguirán siendo materia prima de la industria química, pero sus productores ya no tendrán el poder actual de imponer sus precios en origen (países OPEP) ni en destino (Compañías petroleras) sobre todo porque en su principal consumo, la automoción y el trasporte, se sustituirá gasolina y gasóleo por electricidad y algo de gas.

Este tránsito hacia los vehículos eléctricos puede fomentarse con políticas activas, como las que han empezado a aplicar los países nórdicos para favorecerlos: redución del impuesto de circulación y el peaje en las autopistas y acceso a carriles preferentes y aparcamientos. Noruega (a pesar de ser el primer productor de petróleo de Europa) ha conseguido así que el 23% de su parque automovilístico sea ya eléctrico y ha aprobado una ley por la que, a partir de 2025, los eléctricos serán los únicos vehículos que podrán circular.

Las grandes compañías petroleras europeas (BP, Total, Shell, ENI, Statoil,…) ya hace años que comprendieron esto y empezaron a invertir en renovables. Repsol, la única española que queda, hubiera hecho bien en descubrir en las renovables un talismán más valioso que el de la empresa petrolera del mismo nombre que adquirió cuando el crudo valía 100 $/b.

El entorno también cambiará radicalmente para las compañías eléctricas. La generación estará mucho más distribuida y abierta a nuevos entrantes. Las redes inteligentes podrán contabilizar cantidades y precios de la electricidad que se vierta, se consuma y se almacene, lo que, unido a la domótica y al internet de las cosas, proporcionará una multitud de nuevos servicios con mucho valor añadido al kWh o la caloría.

Sólo las compañías eléctricas que sepan manejarse en este nuevo entorno competitivo sobrevivirán, pero habrán tenido que evolucionar como los dinosaurios hacia aves más ágiles. Tendrán que abandonar su zona de confort regulatorio que las caracteriza en todo el mundo, para que sus abonados se conviertan en consumidores con libre elección.

4-En España hace falta política energética y que esté al servicio del interés general. Llevamos muchos, muchos años, sin que en España haya una política energética que enuncie unos objetivos a medio y largo plazo, una estrategia para lograrlos y adopte medidas para alcanzarlos.

Lo que sí ha habido en cambio es una proliferación de normas sin visión global, convertidas en meros parches, cuyas últimas consecuencias sólo conocen las empresas afectadas, que generalmente son los que se benefician de ellas. Últimamente se han adoptado además reformas para eliminar un déficit económico del sistema eléctrico, producido por un exceso costes reconocidos, pero no tanto a las renovables – como se ha publicitado – sino a los productores hidráulicos y nucleares. Como consecuencia de ese diagnóstico erróneo se ha destrozado el sector renovable, precisamente el único en el que España tenía ventaja competitiva y comparativa en recursos y en tecnología. Un sector que paralelamente se desarrollaba por otros muchos países que no tenían tantos recursos. Como resultado una política energética -por ausencia de ella- desastrosa.

Este disparate lo tiene que rectificar cualquier nuevo Gobierno que se constituya, fomentando la electrificación con energías renovables domésticas para poder prescindir de los contaminantes recursos fósiles importados. Al hacerlo tiene además que priorizar los intereses de los consumidores, apoyando a los domésticos de menor capacidad económica- para evitarles la pobreza energética añadida- y a los industriales, que tienen su competitividad internacional lastrada por los mayores precios que tiene la energía en España en comparación con los demás países de la UE.

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