Por Joaco Alegre, miembro de Economistas Frente a la Crisis
Rachel Botsman define la Economía Colaborativa como “Una economía basada en redes difusas de individuos y comunidades conectados, frente a instituciones centralizadas, transformando la manera en que podemos producir, consumir, financiarnos, y aprender”[1].
La persistencia de esta corriente, en mi opinión, podría desembocar en un Sistema de Economía Colaborativa como eco-sistema deseable, derivado de la modificación de carácter disruptivo de las infraestructuras sociales, políticas y económicas de buena parte del planeta. Esta modificación vendrá por un cambio en el concepto y uso social de la libertad. Y se deberá a una alteración de la relación interpersonal – no solo en el ámbito económico – debida a la descentralización y desintermediación producidas por la información en red, que cambiará los sistemas de pensamiento y provocará efectos en muchos campos de la sociedad: el conocimiento, la cultura, la producción, el consumo, las finanzas y medios de intercambio, la prestación de servicios profesionales y la estructura de las empresas.
Creo que no podemos hablar todavía de Economía Colaborativa como un Sistema Económico, definido por oposición a la “Economía Competitiva”, que caracteriza los regímenes económicos capitalistas y comunistas. La diferencia estriba en que el sistema de economía competitiva – tanto capitalista como comunista – basa su estructura productiva en un cuerpo de decisores concreto y restringido que toma las decisiones de producción[2] y el sistema de economía colaborativa basa su relación y estructura en un contrato social distinto sobre los medios de producción, con otras reglas de relación, que llamamos Procomún (Commons, en inglés). El concepto de Procomún no es nuevo – tiene varios siglos -, pero el desarrollo de la economía en red, permite su redefinición y adaptación, al no estar ya limitado por restricciones geográficas y haber quedado desbordadas las limitaciones legales por las tecnologías de información y comunicación. Los procomunes colaborativos están constituidos por comunidades de “geometría variable”, donde cada individuo tiene capacidad de decisión autónoma y directa sobre la aportación y utilización del procomún. Adicionalmente, las iniciativas colaborativas no son solo mercantiles o estatales, más bien al contrario: propenden a la apertura de espacios de acción y relación – infraestructuras – no mercantiles ni estatales, superpuestas y coincidentes con los escenarios productivos estatales y mercantiles tradicionales, con la ambición no oculta de sustituir suavemente algunos de estos actores.
Las iniciativas de Economía Colaborativa, aisladas pero en gran crecimiento, no constituyen por sí mismas – todavía – un Campo de Fuerza social donde quedaran patentes y públicas estas nuevas reglas de relación: estas actividades, aunque generalizadas y con gran difusión, simplemente coexisten en el Campo de Fuerza de la economía tradicional competitiva, subsumidas en él. Y el cambio, la nueva correlación de fuerzas hacia un entorno que podamos denominar “predominantemente colaborativo” se dará cuando las fuerzas resultantes en este campo social hayan mutado según nuevas potencias de pensamiento y actuación.
Si bien no hemos alcanzado una “Sociedad de Economía Colaborativa”, lo que sí podemos afirmar de las sociedades occidentales es que estamos viviendo en una Economía de la Información en Red[3], donde se promueven iniciativas colaborativas, que podrán mutar el sistema si consiguen una masa crítica suficiente[4]. En ese momento, la economía colaborativa, apalancada en la extensión del coste marginal nulo[5] sobre la producción de bienes e información, constituiría una evolución de la economía de la información en red, como mutación paulatina de una economía de producción centralizada y altamente asimétrica a un sistema económico de información, conocimiento, aprendizaje y producción difusos más equilibrado. Y aquí reside la piedra angular de dicho cambio: en cómo estas alteraciones modifican nuestro concepto y uso de la libertad.
Según Yochai Benkler, hablando de la economía de la información en red, “El conocimiento, la información y la cultura son cruciales para la libertad y el desarrollo humano”[6].Dice el DRAE que libertad es la Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
Para desarrollar la idea de Benkler, presumo la libertad como un espacio vectorial compuesto de varias dimensiones, imbricado en el ámbito de relación del ser humano con su entorno. En cada circunstancia, la libertad en abstracto se convierte en dimensión concreta de la existencia, como es por ejemplo, la altura. Uno no es – o es – alto, sino suficientemente alto para alcanzar o vislumbrar algo, por ejemplo. De esta forma, veo la libertad como un grado, como el umbral necesario para alcanzar un objetivo vital, o para modificar la contingencia o necesidad de los hechos. Y puedo descomponer este vector de la libertad, como resultante de la aplicación de varias potencias interrelacionadas, como son la información, el conocimiento, la cultura – citadas por Benkler -, más el discernimiento, la capacidad y la decisión. De la aplicación conjunta de las potencias en cada tesitura, surgiría un grado de libertad concreto.
Esta descomposición es ficticia y por motivos analíticos, pues, al igual que la ciencia nos ha enseñado que la materia y la energía constituyen un continuo[7], esa misma continuidad es aplicable a las potencias en que descompongo la libertad para el análisis de la agencia humana. Podemos dibujarlas desagrupadas e interrelacionadas entre sí en el universo de la libertad como una interacción de potencias que resuelve de forma inseparable nuestras decisiones y acciones. Por otra parte, siempre contemplamos la libertad como una potencia individual, sin embargo, la observación de la libertad solo tiene sentido en el individuo inserto en un sistema: un ser único carecería de grados de libertad – al igual que un punto carece de altura – pero tampoco la necesita, dado que no tendría que administrar ninguna contingencia[8]: la libertad es un vector sólo necesario en el campo social.
Las fuerzas (los sujetos con nuestros “ámbitos de libertad”) que confluimos en el espacio social, condicionamos mutuamente el alcance de nuestros actos y pensamientos, nuestro grado – otorgado mutuamente – de libertad, de forma análoga a la interacción de los objetos del universo. Si observamos cómo la introducción de una fuerza magnética (un imán) en un montón de partículas metálicas es capaz de modificar el campo de fuerzas y la posición y disposición de la materia, de la misma forma, la introducción de ideas, voluntades y miradas sobre el campo social también pueden modificar los vectores de libertad de los usuarios. El campo social es también el campo de fuerzas donde se revelan y exhiben los distintos ímpetus de los ”jugadores”, con su menor o mayor poder.
Desde la Paradoja de Schrodinger sabemos que el ojo que mira condiciona el resultado del experimento a nivel cuántico: mirar una cosa es actuar sobre ella. Pensarla, compartirla y comunicarla, intentar modificarla, son impulsos adicionales que se aplican sobre ella, condicionando la resultante. Un efecto importante es que nuestra percepción también cambia al mirar, adaptándose a las mutaciones de los efectos observados: el resultado y el ojo están mutuamente condicionados.
Ahora también conocemos la existencia del Bosón de Higgs (la partícula de Dios), como determinante para el campo de fuerzas que constituye la masa de las cosas: la interrelación de la materia con los bosones de Higgs que la rodean es la que le confiere su masa. Podemos pensar que el campo social funciona de manera análoga: entre otros factores, nuestro grado de libertad depende también del concepto personal y social de la libertad, estando condicionadas nuestras ideas , actitudes y acciones por las miradas y agencias sociales sobre este concepto, en una suerte de “bosón de Higgs de la libertad”. Y aquí es donde se vienen observando los cambios.
El primer cambio diferencial en la economía masiva centralizada hacia la descentralización se dio en el concepto de valor añadido: a las sucesivas capas de diseño, servicio, investigación, desarrollo, innovación, organización o mercadotecnia que se añaden al producto básico se les denomina valor añadido. Este valor añadido es aportado en su mayor parte por habilidades intelectuales. Progresivamente, a las destrezas físicas en la producción se añadían otras habilidades que tenían más que ver con la condición intelectual[9]. Esta revalorización de la importancia del conocimiento humano logra la reformulación del concepto de “trabajo”, que pasa a denominarse “capital intelectual”. (Dicho de paso, esta diferenciación es lo que permite la brecha creciente entre las remuneraciones de los “trabajadores” y los “capitalistas intelectuales”, y es realizada de forma arbitraria y subjetiva en muchas empresas).
Otro salto diferencial posterior en la configuración del espacio social se da gracias a la economía de la información en red, que posibilita la conexión real de una gran parte de la humanidad, con la obvia capacidad de advertir esta conectividad y la facultad de interrelación directa y sin intermediarios. La transmisión libre y sin coste marginal de información, cultura y conocimiento, permite la difusión del capital intelectual sin las rigideces discrecionales y restricciones impuestas por los propietarios del capital financiero, a la hora de valorar las aportaciones del capital intelectual a la producción. Muchas personas deciden compartir mutuamente – también con extraños – su capital intelectual de forma libre y fuera del ámbito mercantil o estatal. Esto provoca que el estrecho marco de las relaciones laborales y mercantiles en relación con la retribución del valor del capital intelectual quede desbordado por flujos conjuntos de capital intelectual (también mutado en capital cultural y social), circulando libremente y sin coste por la red.
La paradoja aparente de la transición entre capital intelectual competitivo y colaborativo nos la resuelve de forma elegante Esko Kilpi: el capital intelectual se incorpora al mercado como una “sexta fuerza competitiva” en el esquema de Porter. Y como el trabajo intelectual es especializado, aparece un nuevo rol: la complementariedad. Esto lo hemos comprobado todos, por ejemplo, en los diálogos entre parejas de humoristas, que consiguen mayores cotas de ingenio en esta cooperación intelectual que trabajando a solas. Kilpi cita a Barry Nalebuff para explicarlo más gráficamente: “La gente valora más un perrito caliente cuando hay mostaza”. La economía de la información en red posibilita la extensión “multi-recíproca” de la complementariedad intelectual de forma explosiva, cambiando nuestro sistema de trabajo: parte de nuestra ocupación consiste en encontrar el capital intelectual complementario para el desarrollo de nuestra actividad. Y la forma de encontrarlo, pasa por exhibir y compartir nuestro conocimiento e información abiertamente[10].
Una señal evidente del proceso de complementariedad intelectual en la web lo constituye la utilización del hipervínculo, que ha pasado por varias etapas en internet: desde la navegación juguetona en los 90’, pasando por la “subversión de las jerarquías”, hasta sus misiones actuales de conexión hacia las fuentes del pensamiento y de red de relaciones semánticas, incluso como metadatos.
Asimilando la actividad económica a principios físicos de nuevo: la economía centralizada competitiva está organizada en torno a una masa crítica, necesaria para la acción productiva: grandes estructuras centralizadas (masivas) como base de la producción de bienes y servicios para los seres humanos, atrayendo también por gravedad los recursos. Sabemos que en el sistema gravitatorio el poder de atracción (negociación) es directamente dependiente de la masa. En este paradigma, la “concentración de masa” la llamamos capital. Son, por tanto, los acumuladores del capital financiero los que – en un proceso de intercambio de su capital financiero por otros tipos de capital[11] – tienen acceso a la masa crítica suficiente para el establecimiento de actividades productivas e industriales, contratando los recursos (capitales) necesarios, bajo el principio de exclusión: los recursos productivos – los distintos tipos de capital – de la empresa tienden a la exclusividad y no compartición en un entorno jerarquizado y asimétrico de decisiones de producción.
Durante muchos años, la ventaja del capital financiero residía en su liquidez: la capacidad de circulación y transformación en otros tipos de capital con gran velocidad, favorecida por la desregulación financiera de los años 80. Esta extraordinaria y asimétrica fluidez relativa (frente a otros tipos de capital), junto con el curioso sistema de generación de la masa monetaria – cuya soberanía ha sido entregada a las instituciones financieras y especulativas privadas -, es lo que provocó la crisis financiera privada, resuelta con una crisis de deuda pública, en una constatación palmaria de la asimetría decisora tanto en el ámbito público como el privado[12]. Ahora, gracias a la economía de información en red, esta fluidez no es una cualidad exclusiva del capital financiero. Y sin duda la constatación general de la incertidumbre económica individual ha acentuado el enfoque de muchas personas hacia iniciativas colaborativas.
La economía de la información en red pone en marcha otro paradigma: la configuración de las redes sociales de información, conocimiento, consumo y producción, al principio muy centralizadas[13], hace innecesaria la “masa crítica”: los individuos compartimos -podemos compartir con total fluidez – nuestra energía productiva (capital humano, intelectual y social, y parte del capital comercial e infraestructuras) de forma directa[14]. Al igual que la energía – que fluye en forma de ondas a gran velocidad, en cualquier dirección, y se concreta en partícula al interactuar con la materia –, los seres humanos podemos poner en común e interrelacionar nuestras potencias en un ecosistema adhocrático de pactos no jerárquicos, basados en el procomún, en los que nuestra cesión de soberanía – sobre los rendimientos de nuestras acciones, pero también sobre nuestra implicación social, laboral, mercantil y personal en manera y cantidad – es explícita, voluntaria y matizada. Ya no necesitamos cesiones incondicionales e imprecisas (normalmente asimétricas) de soberanía a ciertas instituciones públicas o privadas, en aras de equilibrio social (o “productividad”). En este sentido, la reasignación de la soberanía y el poder de conocimiento y decisión hacia el individuo se acerca a una estructura más anarquista (o liberal libertaria, como la llama Y.Benkler[15]).
Esta reorganización y difusión del poder – de la libertad – en la sociedad y los mercados, desde las empresas e instituciones políticas hacia los individuos se denomina “empoderamiento personal” por los expertos (como derivación del “empowerment” inglés). Prefiero la palabra “refuerzo” que a su significado de vigorización o fortificación, añade el sentido psicológico de “estímulo del comportamiento”.
El refuerzo individual, consecuencia de cambios en el campo social hacia un sistema de economía colaborativa, solo puede ir en detrimento del poder acumulado por otros agentes sociales. Aquí la resistencia al cambio dependerá de la “Gravedad Institucional” de cada organización. La gravedad institucional en los sistemas sociales vuelve a ser una resultante del tamaño, posición, energía potencial (exposición a la obsolescencia tecnológica y organizacional) y energía cinética (ostentación de privilegios – como externalidades no equivalentes al bienestar social aportado al sistema[16] – productos de la inercia). Pero también cuentan los bosones de la libertad individuales – las miradas conscientemente libres – campando y observando por el campo social con otro sentido de la libertad, condicionando con fuerza creciente este espacio social.
La divulgación del entorno colaborativo permite la observación compartida, concentrada y simpática (en su doble sentido psicológico y físico[17]) y ayuda a la disgregación de las resistencias institucionales en el campo social. En un proceso de expansión gradual, tiene que ser de gran importancia el alumbramiento y proyección de los argumentos de la economía colaborativa sobre el campo político, y no solo en la gobernanza de los ámbitos de la economía colaborativa. Estoy hablando de la oportunidad de plantear y estudiar abiertamente las regulaciones legales que incorporen de derecho el estatus colaborativo al sistema socio-económico, lo que ya viene ocurriendo de hecho. Aquí encontraremos especiales resistencias.
La primera (y principal) consiste en la autolimitación que deberán realizar instituciones estatales, cediendo poder y acción a los individuos auto-organizados, pero tutelando la “renegociación de las condiciones de libertad, justicia y productividad” [18] en la economía colaborativa. Los ejemplos que tenemos no son muy alentadores: referido a la regulación de las criptomonedas en Nueva York, por parte del Departamento de Servicios Financieros (NYDFS), Brian Forde nos indica que la tentación de burocratización en la propuesta presentada por parte del superintendente es enorme, en aras de una pretendida defensa del consumidor. Sin embargo, “Si la regulación se hace bien, además de aumentar la inversión en startups de divisas digitales, se creará puestos de trabajo y permitirá que los consumidores reciban servicios financieros de vanguardia, más rápidos y más seguros”.
Después de la regulación, otro paso simple pero no fácil: aplicar los sistemas difusos de economía de la información en red también a la gobernanza política y a la información y conocimiento en tiempo real de la gestión de las instituciones públicas. Esto no significa el gobierno asambleario, sino la responsabilidad directa y transparente de los gobernantes sobre las decisiones: escrutinio abierto sobre la res publica. Una vez implantado este mecanismo, los sistemas públicos de decisión tenderán a disminuir sus externalidades hacia estamentos privilegiados.
La segunda muralla de resistencia la constituyen los grandes grupos de presión, ergo, las grandes corporaciones, que pretenden mantener mercados y posiciones oligopolistas, ya sea por la inercia de antiguos monopolios naturales o gracias a oligopolios creados artificialmente mediante legislaciones ad hoc (como la regulación energética en España, por ejemplo). Un ejemplo evidente lo constituye el sector de la intermediación cambiaria de divisas, altamente especulativo y extractivo (por lo tanto, altamente ineficiente) que va a ser rápidamente puesto en obsolescencia por la irrupción de las cripto-monedas y otros sistemas monetarios estables de compensación. Este sector, que tuvo su ventaja competitiva gracias a la globalización restringida[19] (basada todavía en estructuras centralizadas de información, y por tanto necesitada de masa crítica – gran acumulación de capital – para su funcionamiento), será arrollado y sobrepasado por la economía de la información en red en el ámbito de las finanzas y los medios de intercambio, que hará la mayor parte de sus servicios innecesarios.
Otra resistencia (quizás más local) consiste en cierta inercia de clientelismo “victimista” propio de grupos de presión que se consideran con mayor autoridad moral para intervenir – a su favor – en la redacción legislativa, dado que son parte de los sectores afectados. Esta pretendida superioridad de interlocución de las “víctimas” la observamos en algunos ámbitos legislativos. Sin dejar de reconocer su importancia en la interlocución y estudio de soluciones, es obvio que la cercanía a un suceso no tiene porqué comportar mayor conocimiento, ni autoridad (o liderazgo) moral, ni tampoco que ésta sea sinónimo de superioridad intelectual o racional. La legislación debe alejarse de esta lógica clientelista, acercándose a un punto de vista meritocrático sobre las ideas legislativas: las ideas más meritorias deben prevalecer, bajo la premisa de la defensa de la dignidad de todos.
Estamos atrapados en un planeta que pensábamos ilimitado, al que seguimos sin reparar las costuras abiertas del hambre, la desigualdad, la contaminación y el deterioro ambiental, las guerras y la explotación sin piedad de personas y recursos. La inercia de instituciones y poderes que hemos puesto en marcha, espoleadas por el espíritu competitivo y la codicia nos acerca peligrosamente al límite. Las estructuras centralizadas (masivas) tradicionales nos atrapan en un Dilema del Prisionero, en el que algunos juegan falazmente con ventaja, pues son a la vez carcelero y prisionero. Digo falazmente, porque no hay salida para unos pocos si el planeta se rompe.
Gracias al Sistema de Economía Colaborativa, podemos dar un salto cuántico y resolver el dilema de forma lógica: con todos los prisioneros conectados y con igual grado de información, el dilema desaparece y la solución lógica del sistema es la cooperación.
Joaco Alegre
15 de mayo de 2015
[1] The sharing economy lacks a shared definition. Rachel Botsman.
[2] Ya sea privada o pública la propiedad, hay una cesión de soberanía tácita o explícita, por contrato u obligatoria, a una institución decisora, ya sea estado o empresa
[3] Yochai Benkler. La riqueza de las redes. Ed.Icaria 2015 :
“Gran parte del capital físico que integra la mayor parte de la inteligencia de la red está ampliamente difundido, siendo propiedad de los usuarios finales” (pag.66). …/…
…/…“Cualquiera que posea información puede conectar con cualquier otra persona que desee conocerla, y cualquiera que quiera dotarla de significado en algún contexto, puede hacerlo” (pag.68).
[4] Más que una “masa crítica” suficiente, sería necesaria su fuerza equivalente en “energía colaborativa”, pues, según mi tesis, el cambio fundamental de la economía colaborativa es la sustitución de la agrupación masiva de recursos obtenidos gracias al capital financiero, por el establecimiento de redes sociales difusas.
[5] The Zero Marginal Cost Society. Jeremy Rifkin. Pallgrave Macmillan 2014
[6] Y. Benkler. Op.cit.pag.35
[7] El matiz entre materia y energía consiste simplemente en la velocidad de su flujo, de tal manera que la materia sería como una forma de energía agrupada y lenta (demorada).
[8] No guru, no method, no teacher; Van Morrison
[9] En el sentido etimológico de inte-llegere: leer entre las líneas de lo percibido para encontrar una opción más favorable
[10] Lo que constituiría indudablemente una suerte de “cortejo intelectual”.
[11] Los tipos de capital son: el capital comercial, las infraestructuras, el capital humano, el capital intelectual, el capital natural y el capital social. Jeffrey Sachs. http://elpais.com/elpais/2014/12/04/planeta_futuro/1417710028_162682.html
[12] Esta crisis supuso la escora y naufragio de la patera occidental, donde aquéllos pocos que la zarandearon se han quedado encima de la quilla mientras los demás chapoteamos en mar abierto. Podríamos decirlo así: el fin de las utopías sociales encarnadas en las burocracias pseudo-comunistas derrumbadas, provocó sucesivas borracheras de pseudo-liberalismo en occidente, cuya resacas simultáneas estamos sufriendo ahora, lo que nos empuja a utilizar “emplastos colaborativos”.
[13] Dado que su puesta en marcha se inició bajo las condiciones estrictas de la economía competitiva y ahora cada vez más descentralizadas.
[14] Incluso podemos compartir el capital financiero fuera de los circuitos tradicionales centralizados mediante crowdfunding o crowdlending.
[15] Op.cit.pag.56
[16] Me refiero a externalidad como una forma de influencia sobre el equilibrio de un sistema, según el concepto de entropía: si concebimos la sociedad como un sistema que tiende al equilibrio entre la energía aportada por sus integrantes y el bienestar obtenido por ellos, la excesiva extracción de resultados por alguno de los integrantes solo resulta en la ineficiencia general del sistema, lo que obliga a los demás a acentuar su aportación en búsqueda del nuevo equilibrio.
[17] Simpatía: Relación entre dos sistemas por la cual la acción de uno induce al mismo comportamiento en el otro.
[18] Y. Benkler, Op. Cit. Pag. 62
[19] Me refiero a globalización restringida dado que el proceso de desregulación solo se aplicó al sector financiero, quedando el resto de sectores (comerciales, productivos) atascados en los acuerdos de comercio. Huelga hablar de “desregulación migratoria” (otro componente de la globalización).
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