El futuro digital de Europa, en la picota

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En el campo del desarrollo de la Europa digital, un presupuesto insuficiente como el que se ha propuesto dejará a Europa en fuera de juego frente a EEUU o China

Esta semana que termina, la Comisión Europea ha presentado su estrategia para afrontar la transformación digital europea que incluye la propuesta de Diseño del futuro digital de Europa, el Libro Blanco de la Inteligencia Artificial (IA) centrada en las personas, y la Estrategia Europea de Datos. Con esta estrategia se persigue permitir y promover el desarrollo de una tecnología que funcione para las personas, una justa y competitiva economía digital y una sociedad sostenible, abierta y democrática. En definitiva, desarrollar una tecnología y una política tecnológica europea que sirva tanto a las empresas como a la ciudadanía europea buscando el interés general, y un modelo de gobernanza digital que pueda competir con otros modelos como el estadounidense o el chino.

El Libro Blanco de la Inteligencia Artificial busca promover el avance tecnológico en Europa garantizando la soberanía digital y el respeto a los valores democráticos y ciudadanos de la Unión, y establece los principios de las posibles vías de su regulación para generar confianza en el uso de estas tecnologías sin que ello suponga un freno a la innovación sino todo lo contrario. También insiste en destacar los avances que la aplicación de la inteligencia artificial puede traer en la economía, en la acción gubernamental y en nuestra vida diaria, incluyendo el desarrollo del pacto verde o la lucha contra la desinformación y la manipulación. Y finalmente señala los sectores en los que Europa puede conseguir un liderazgo mundial del que ahora carece, pues el mercado internacional está dominado por empresas estadounidenses y asiáticas.

El liderazgo mundial está ahora vinculado con el uso de datos de los consumidores, pero se espera que en los próximos años cobren importancia otro tipo de datos entre ellos los vinculados con el sector público y el industrial donde la UE puede tener una ventaja competitiva ya que lidera el desarrollo de la AI en la industria. Europa produce más del 25% de los robots vinculados con la industria y los servicios profesionales (agroalimentario, seguridad, salud y logística principalmente), y juega un importante rol en el desarrollo y uso de aplicaciones de software tanto para las empresas como para la digitalización del sector público. La fortaleza de Europa en investigación o en tecnología cuántica deberían desarrollarse intensamente para garantizar una cierta ventaja competitiva de Europa en la carrera digital.

Pero Europa aún está lejos de la inversión que realizan otros territorios en Inteligencia Artificial. Según los datos que proporciona el libro blanco, en 2016, en la Unión Europea se invirtieron 3.200 millones de euros, muy alejados de los 6.500 invertidos en Asia y los 12.100 de EE.UU.

En este sentido, llama la atención que el calendario ha querido que la presentación de esta ambiciosa estrategia digital haya coincidido en la misma semana con la reunión del Consejo Europeo para cerrar el Marco Financiero Plurianual (MFP), el presupuesto común de la UE para los próximos siete años (2021-7), y en donde las prioridades políticas y los equilibrios territoriales deben aparecer claramente reflejados.

Como es sabido, no ha sido posible llegar a un acuerdo hasta el momento porque una buena parte de gobiernos (entre ellos el español) no comparte la apuesta de algunos estados miembros por la «austeridad», ahora llamada frugalidad. Los críticos con el recorte consideran, con razón, que se trata de una política que no sólo es contraria a los compromisos históricos con la cohesión o con el campo y con las prioridades de la transición digital y verde o de la Europa social, sino que, además, supone un gran error macroeconómico pues frenar el gasto cuando se está en plena ralentización de la economía solo puede producir el empeoramiento de la actividad empresarial y de la economía en su conjunto.

El cortoplacismo y la insolidaridad de algunos líderes europeos es simplemente irresponsable porque lo que ocurra en Europa no sólo nos concierne a nosotros, europeos, sino que tiene implicaciones en todo el mundo ya que puede invalidar el modelo europeo como referencia global, especialmente en la regulación de la nueva economía digital. Un presupuesto insuficiente limita la capacidad de la UE de regular los mercados y las desigualdades que generan, obstaculiza gravemente el desarrollo del pacto verde, y el del Pilar Social Europeo. Y, en el campo específico del desarrollo de la Europa digital, un presupuesto insuficiente como el que se ha propuesto dejará a Europa en fuera de juego frente a los modelos estadounidense o chino.

Con este presupuesto no sólo nos jugamos el impulso necesario a una economía cuando todo parece indicar que se avecina un estancamiento generalizado. Con la propuesta tan errónea que se ha hecho se amenaza el desarrollo de todas las políticas que nos son necesarias para avanzar en bienestar y en cohesión. Y se pone en peligro también el peso geopolítico de la Unión Europea en el mundo y la adopción de un modelo institucional de gestión de la tecnología que permita que el cambio ineludible que se avecina signifique progreso y no pérdida de soberanía, dependencia y retraso para Europa.

Aunque aún no sabemos si con la digitalización estamos frente a una nueva singularidad histórica como lo fue la industrialización, hay muchos indicadores que apuntan a cambios muy profundos de consecuencias imprevistas para los que en cualquier caso nos tenemos que preparar. Pero lo que es indiscutible es que de cómo afrontemos lo que viene dependerán cuestiones como nuestro bienestar y el reparto de la riqueza, el éxito en la lucha contra el cambio climático, o qué instituciones diseñaremos para el gobierno de lo común incluida el mantenimiento, vaciamiento o desmantelamiento de la democracia. La tecnología por sí misma no es buena ni mala, lo es su uso y la forma en la que se distribuyan sus potenciales beneficios. Se trata por tanto de una cuestión política y de poder, y las instituciones de las que nos dotemos son básicas en esa ecuación.

Según el historiador y profesor de políticas de Cambridge David Runciman, la clave de la Inteligencia Artificial no está como suele pensarse en cómo nos relacionemos los humanos con los robots, sino en cómo se relacionen entre sí distintos entes artificiales entre las que incluye el Estado, las corporaciones y las máquinas. Si la clave está realmente ahí, la capacidad de imponer un modelo institucional determinado resulta fundamental. Y hay que recordar que los modelos que tenemos sobre la mesa son muy distintos, y que unos son más perturbadores que otros.

Por un lado, el modelo norteamericano que regula poco, dominado por varias empresas que funcionan en mercados semimonopolísticos y que no velan por el interés común; por el otro, el chino, que lo controla todo desde el estado sin permitir un verdadero desarrollo de los valores democráticos; y finalmente, el europeo, el de la UE, que piensa que todo es regulable. Pero la UE no es un estado y por tanto, participa en este proceso de diseñar el futuro con mucha mayor debilidad que los otros estados incluidos los que la componen. Por eso que necesitamos más Europa, y no habrá más Europa sin una apuesta por mayor integración y sin un presupuesto suficiente y ambicioso.

Si realmente queremos que la inteligencia Artificial sirva a la gente y a su bienestar, que sirva a nuestra democracia, a nuestra economía y a nuestra soberanía, necesitamos más y no menos Europa. Y la propuesta que defienden en el Consejo los mal denominados países frugales no solo nos puede llevar a un crecimiento menor de nuestras economías, y de nuevo de manera desigual como durante la crisis, sino también a la insignificancia geopolítica, a la desafección del proyecto europeo y a ser colonizados por otros modelos que bien no respetan igualmente los espacios públicos y comunes, o que no respeten la deliberación común y democrática sobre esos mismos espacios. El futuro de Europa está en la picota.

Este artículo fue publicado en eldiario.es el  24 de febrero de 2020. Se reproduce en esta WEB con autorización de la autora.

About Lina Galvez Muñoz

Lina Gálvez Muñoz, Catedrática de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, Doctora por el Instituto Universitario Europeo de Florencia, dirige el observatorio de igualdad GEP&DO, es miembro de Economistas Frente a la Crisis. Su investigación se ha centrado en el análisis de las desigualdades, especialmente las de género; el análisis de los tiempos y los trabajos en los mercados y las familias; así como los efectos de género de las crisis económicas y las políticas de austeridad.

2 Comments

  1. ANTONIO GARCIA SIGUENZA el febrero 27, 2020 a las 11:17 am

    creo que se impone una criba entre los estados

  2. Jose Candela Ochotorena el febrero 27, 2020 a las 11:45 am

    Muy oportuna la reflexión que nos aporta la autora, en un momento en que Europa se ve amenazada por las dos caras del nacionalismo decimonónico. Los más ricos hacen gala de una mezquindad, que puede ser útil electoralmente, separarse de los más pobres, pero que es suicida en la perspectiva de la Inteligencia Artificial, donde el PIB/habitente es un indicador de poco futuro. Los menos avanzados, con reflejos antiimperialistas de guerra fría, se muestran celosos de su identidad y niegan la virtualidad de lo único que puede construir Europa, los derechos humanos y la cohesión social, un tercer grupo, al que le ha sido rentable ser insolidario, pretenden que los demás aceptemos un modelo de liberalismo que solo les beneficia a ellos, pequeños países que, por esa razón, pueden permitirse actuar como paraísos fiscales en un territorio de 500 millones de habitantes.
    Hablar de más Europa, ahora, se queda corto, pues no indica qué Europa nos puede sacar del estancamiento actual y abrir la puerta a una estrategia digital que, sin presupuesto y previsiones de daños sociales a cubrir, es un mero ejercicio intelectual de café de facultad.

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