El turismo en 2012: vino añejo en odres nuevos

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Vicente M. Monfort es economista e investigador del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local de la Universidad de Valencia

Las expectativas turísticas con las que afronta España la temporada estival 2012 son a todas luces inciertas. Si por un lado las secuelas de la crisis en la que se encuentra sumida la Eurozona condicionan la respuesta turística de una buena parte de los mercados emisores hacia España; de otro lado, la situación económica interna, con una debilidad manifiesta de la demanda de consumo, hacen prever una retracción del turismo nacional.

La especialización turística española en segmentos de demanda con una capacidad de gasto media y media-baja, explican que las expectativas no puedan ser halagüeñas. Los principales mercados emisores como el británico o el alemán, aun gozando sus respectivos países, y en especial Alemania, de una situación económica comparativamente mejor que la española, arrojan unos índices de confianza del consumidor que expresan una reacción tímida al consumo. En circunstancias similares se desenvuelven otros mercados emisores de la Europa próxima como el francés, italiano, holandés, etc. Y los mercados emergentes, como los asiáticos o el ruso, y mucho menos el americano, carecen de capacidad para compensar la desaceleración turística provocada por la disminución de los viajes de los orígenes hasta ahora más habituales en nuestros destinos.

El mercado de los turistas residentes apunta en sus previsiones un enfriamiento tanto en volumen de viajes, como en la duración de las estancias y en los consumos vinculados a la praxis turística e incluso con caída en el dinero de “bolsillo”. Máxime si se contempla que todas las medidas anticrisis que vienen adoptándose son de corte antikeynesiano y se traducen en detracciones de renta. Unas directas, como la disminución de salarios y la reducción de la protección ante el desempleo –lo que repercute en reducciones del consumo turístico inmediatas–, y otras indirectas, como los incrementos impositivos y la reducción de la protección sanitaria –vía copago farmacéutico y atenciones sanitarias minoradas que ahora deberán afrontar directamente las familias con exclusiones–, a lo que se adiciona los aumentos en los costes de la educación, desencadenando todo ello un incontestable empobrecimiento de la población.

Ante tal panorama, habida cuenta que la elasticidad-precio de la demanda de bienes para la salud y la educación es baja (inelástica), mientras que la de bienes de lujo, como es el caso del turismo para grandes capas de la sociedad española y también internacional, es alta (elástica), se puede presumir con escaso riesgo que el consumo turístico está condenado a una severa reducción por parte de una amplia ciudadanía que ha venido dando respuesta y sentido a la oferta turística española.

A su vez, en los destinos turísticos, las empresas que proporcionan alojamiento reconocen caídas acumuladas de los ingresos en los últimos años en torno a un 30%, que temen puedan agravarse si finalmente se produce un nuevo incremento en el tipo impositivo del IVA, sobre el que el gobierno español viene especulando en estos días. Debe considerarse que, con una demanda turística nacional e internacional ya débil en su nivel de gasto, medidas de esta índole contribuyen más si cabe a reducir su consumo y en consecuencia los negocios reflejarán descensos en beneficios y cierres de las empresas más pequeñas y con menos recursos para resistir la situación, que son la inmensa mayoría de las que integran el sector turístico español.

Con este horizonte no se puede ser optimista ante la temporada turística 2012, cuando los indicadores avanzados a través de las previsiones efectuadas por el Instituto de Estudios Turísticos en su análisis trimestral del turismo, COYUNTUR –que se publicará el próximo 10 de julio–, cabe intuir que predecirán crecimientos imperceptibles en demanda y en empleo, cuando el turismo en otros momentos, a pesar de su arraigada estacionalidad, ha venido proporcionando históricamente cierto oxígeno al mercado laboral por medio de las contrataciones de la temporada turística alta, que este año se antojan muy reducidas respecto a lo experimentado antaño.

Para afrontar este panorama, pues las credenciales que perfilan el turismo español, aun existiendo factores coyunturales que explican parcialmente la situación actual, arrastra rémoras resultado del propio proceso de “turistización” de la economía española, explican que el gobierno lance el denominado Plan Nacional Integral de Turismo (PNIT), hermano de su antecesor Plan Horizonte 2020 y primo hermano del Plan Futures y de otros tantos planes regionales que han tratado de incidir prácticamente en los mismos hitos. Las medidas que dan sentido al PNIT difícilmente pueden ser novedosas y gran parte de las mismas se vienen impulsando o al menos promoviendo desde hace más de veinte años. Basta con leer documentos previos de la administración turística nacional y regional para corroborarlo. Y tal circunstancia es de pura lógica, pues piénsese de dónde han bebido los redactores del PNIT. Muchos de los que estuvieron en el impulso del Plan 2020 aprobado en el año 2007, un plan que se aprobó con el acuerdo y el consenso de todas las CC. AA. y que contó con el favor y el compromiso de las patronales y profesionales del turismo, son quienes ahora impulsan el PNIT, vertiendo el vino añejo en odres nuevos. El PNIT es, resumiendo y como gusta decir ahora, la nueva hoja de ruta de un conjunto de medidas algunas ya implantadas y ensayadas y otras de muy dudosa viabilidad. Y ello obedece a que para planificar la reorientación turística de España no caben fórmulas magistrales.

El reto del turismo español es mucho más sencillo y pasa por aprovechar el know how turístico acumulado durante décadas, propiciar la competitividad y lograr la diferenciación competitiva de nuestras empresas y destinos basada en conseguir que las ventajas comparativas de otrora se transformen en ventajas competitivas susceptibles de fortalecer el turismo nacional. A tal fin sólo cabe impulsar, inyectar e impregnar cuantas actuaciones se emprendan alrededor del turismo de conocimiento en todas sus posibles manifestaciones, ya que es la única herramienta capaz de propiciar la anhelada competitividad turística de España. No existe otra receta cierta que puede auxiliar y acercar de nuevo el turismo español a los cánones que le confirieron el protagonismo y esplendor de tiempos pasados, y la exclusiva forma de continuar proporcionando las divisas que tanto vienen contribuyendo a reducir el impacto del estructural déficit comercial español.

Mientras tanto el verano turístico y el otoño 2012 se antojan difíciles y con estragos en los datos de demanda, ingresos y empleo. Ojalá el PNIT sea capaz de reconducir y orientar todo lo que requiere el modelo turístico español, pero si no se explicita el compromiso con el conocimiento –I+D+i, formación, análisis, estudios, planificación, calidad aplicada, marketing, gobernanza, coordinación, etc. – como estrategia crítica del turismo en todas sus vertientes, los resultados van a ser más pobres que otra cosa.

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