España y las estrategias de crecimiento.

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Lo que realmente necesitamos es una política industrial potente, activa y enfocada al crecimiento.

 José Moisés Martín es economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis

El pasado 20 de Julio, España firmó el Memorando de Entendimiento para poner en marcha el rescate del sistema financiero Español, con una dotación máxima de 100 mil millones de euros y un calendario de actuaciones que incorporaba el examen en profundidad de la situación de nuestro sector bancario, la recapitalización vía inyecciones de capital o bien vía Bonos Contingentes Convertibles, y con una fuerte condicionalidad financiera –requisitos de capital, desintermediación bancaria- y macroeconómica –cumplimiento estricto de las recomendaciones de la Comisión Europea en el marco del procedimiento de déficit excesivo.

 Esa misma mañana, el Consejo de Ministros había aprobado un nuevo ajuste fiscal por valor de 56 mil millones de euros a tres años, incluyendo la subida del Impuesto sobre el Valor Añadido, la rebaja de un 7% en el salario de los trabajadores públicos –eliminando una paga extra-, y un nuevo recorte en las prestaciones sociales por desempleo y por dependencia.

 Cabría decir que, de acuerdo con los planes de consolidación fiscal, España se encuentra en la vía adecuada para cumplir sus objetivos, al tiempo que el rescate del sector financiero se ha puesto en marcha y, por lo tanto, las dudas sobre la viabilidad de nuestros bancos estarían en vías de ser resueltas.

 Sin embargo, a pesar de haber tomado estas drásticas medidas, España se encuentra abocada a solicitar un rescate económico completo, lo que en la jerga del Fondo Europeo de Estabilidad se conoce como “programa completo”, similar en concepto al de Grecia, Portugal o Irlanda. La Prima de Riesgo ha sobrepasado ampliamente los 600 puntos y la rentabilidad del bono español a 10 años supera el 7%, mientras que las rentabilidades de las letras a menor plazo se han disparado, aplanando la curva de rendimiento en una señal de inestabilidad de la zona euro en el corto y medio plazo. Las subastas de deuda de la semana pasada han encendido todas las luces rojas, llegando a pagar un 6,70% por letras a cinco años. El vértigo se ha apoderado de la clase empresarial, financiera y política Española, al tiempo que los medios de comunicación internacionales ven como inevitable el rescate.

 El Gobierno del Partido Popular se ha encontrado sorprendido por la reacción de los mercados, y apela a la voluntad del Banco Central Europeo para que estabilice la situación de los mercados de deuda de España e Italia, dos economías demasiado grandes para caer y que, de ocurrir lo peor, pueden arrastrar al Euro hacia la ruptura, la desaparición o la insignificancia internacional. Mientras tanto, Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, insiste en que su mandato es mantener la estabilidad de precios y que no es responsabilidad del Banco Central Europeo responder a inestabilidades financieras.

 El escenario que aparece para las próximas semanas es complejo y tiene difícil solución en el corto plazo, ya que lo que estamos viviendo es el epílogo de una década de pésimas decisiones macroeconómicas, agudizadas en los últimos meses por la improvisación, el dogmatismo y la falta de competencia de quienes ahora dirigen  nuestra economía. Todas las soluciones son malas porque para resolver la actual crisis de manera satisfactoria tendríamos que retroceder en el tiempo más de una década, y no se pueden borrar 14 años de dirección económica equivocada en unos meses.

 Dicho esto, cabe modificar el rumbo y, en el entendido de que un viaje comienza con el primer paso, reorientar la política económica española en la dirección correcta. Un viaje que, siendo intelectualmente honestos, puede durar años, y que no va a estar exento de dificultades y sufrimiento, pero que nos permitiría enfrentar el futuro con mayores opciones de éxito.

 ¿Por donde arrancar, qué hacer? Necesitamos cambiar: cambiar todo, en profundidad, y ahora mismo. España necesita un horizonte a largo plazo, un plan maestro –un plan estratégico dirían algunos- que dibuje un escenario realista para los próximos 20 años, partiendo de la situación en la que estamos, sin idealismos ni falsas expectativas, pero evitando la actual parálisis económica, social y política. Estamos en una situación radical y necesitamos medidas radicales.

 Hay vida más allá del IBEX 35. La mayoría del sector exportador español son medianas empresas, poco capitalizadas, pero muy activas a nivel internacional, que requieren de una política industrial decidida hacia la internacionalización. Ese músculo de medianas empresas sufrió mucho durante los años del boom inmobilario, ya que la financiación disponible se dedicaba a las promociones urbanísticas más que a favorecer la inversión y la innovación en estas empresas que generan una parte muy importante de nuestro empleo. Mauro Guillén las ha caracterizado como “las nuevas multinacionales españolas”[1], y merecen una política intensiva de apoyo y expansión, en la búsqueda de la excelencia y la competitividad.  Según los últimos datos disponibles homogéneos para Europa, correspondientes a 2007, en España existían más empresas industriales manufactureras que en Alemania (217.000 frente a 202.000) pero que, en conjunto, generaban aproximadamente una cuarta parte del valor añadido producido por las alemanas. A este músculo productivo hay que dotarle de tamaño y capacidad.

 En primer lugar, España necesita urgentemente un pacto de rentas, una política que permita moderar drásticamente beneficios empresariales y rentas del trabajo, para favorecer el ahorro interno y la inversión productiva. Este pacto sólo se puede alcanzar desde el diálogo social, poniendo de acuerdo a los agentes sociales, en la distribución de las cargas de la crisis. Necesitamos urgentemente mejorar nuestras tasas de ahorro interno, y destinar este ahorro a la inversión productiva. España tiene un grave problema de financiación externa, y nuestro acceso a los mercados financieros va a ser cada vez más difícil, por lo que no queda más remedio que movilizar recursos internos.

En segundo lugar, favorecer la innovación, la investigación y el desarrollo. La inversión privada en I+D es ridícula y no puede suplir la menguante capacidad del Estado para financiar la innovación. Es necesaria una política radical de promoción de la innovación, a través del fortalecimiento del apoyo financiero prestado a la Investigación y el Desarrollo a través del Capital Riesgo. ENISA (Empresa Nacional de Innovación), COFIDES (Compañía Española de Financiación del Desarrollo), y AXIS (Empresa de participaciones empresariales y capital riesgo del Instituto de Crédito Oficial), instrumentos financieros del estado, deben ser provistas de capital suficiente para poder ejercer sus tareas de manera adecuada. El capital de estas tres compañías, a fecha de hoy, apenas suma 600 millones de euros anuales de inversión. Un 0,6% del dinero que se va a destinar al rescate bancario. La oportunidad que nos ofrece el rescate bancario, así como la ampliación prevista de actividades del Banco Europeo de Inversiones (que ampliará su capacidad de crédito de 40 a 60 mil millones de euros) ofrecen la posibilidad de reservar varios miles de millones para multiplicar la capacidad de actuación de estas entidades, y disponer de, de esta manera, de capital en abundancia para financiar la innovación.

 En tercer lugar, efectuar una auténtica reforma de nuestro sector energético –al contrario que la contrarreforma actualmente en curso- que fortalezca nuestra capacidad de autoabastecimiento, que reduzca la dependencia de los combustibles fósiles importados, y que permita cumplir ambiciosos objetivos en materia de reducción de dióxido de carbono. Desde luego hay que perseguir el fraude y la irracionalidad en la percepción de las primas a la producción de energía renovable, pero esta lucha contra el fraude no debe pasar por laminar las posibilidades de crecimiento, nacional e internacional, de un sector donde España mantiene fuertes ventajas competitivas y que será clave en el largo plazo. Las energías renovables nos permitirían subirnos al tren del progreso, de la recuperación de la competitividad de la economía española, del cambio del modelo productivo que necesitamos para salir de esta crisis, al tiempo que se afronta la mayor amenaza que gravita sobre nuestro planeta, el cambio climático.

 No podemos permitirnos una fuga de cerebros. Lo que hace falta en España es personal altamente cualificado y productivo. La inversión realizada en mantener una educación pública de calidad debe ser rentabilizada, y urge encontrar soluciones para evitar que los más preparados, en un afán de supervivencia totalmente comprensible, decidan abandonar España para desarrollar su futuro profesional fuera de nuestra fronteras. Debemos plantear un programa de recuperación de talento de manera urgente, fomentando centros de excelencia –pocos, pero muy bien dotados y con estabilidad presupuestaria- para recuperar capacidad intelectual, que nos va a resultar imprescindible en la transición hacia una economía del conocimiento y la innovación.

 España es una potencia verde. España es el país con mayor biodiversidad de Europa. Concentra el 80% del total de especies vegetales y el 50% de las aves, mamíferos y reptiles del continente. Este capital natural debe ser valorizado y rentabilizado. No habrá desarrollo sostenible que no se base en la preservación y aprovechamiento de esta realidad. Revitalizar nuestro entorno rural y natural, y enfocarlo como factor de competitividad internacional puede generar mucha riqueza y empleo[2]. Al mismo tiempo, España tiene excelentes vinos y productos “delicatessen” que nada tienen que envidiar, en calidad, a los ofrecidos por otros países. Incorporar valor añadido a nuestra agricultura es una buena inversión de futuro.

España debe aprovechar la “Economía de la experiencia”. Tom Peters, famoso gurú del Management, lleva una década hablando de que estamos pasando de la economía de los servicios a la economía de la experiencia vital. Apple lo ha entendido perfectamente, y sus productos, que aunque son tecnológicamente impecables, no son muy superiores a los de sus adversarios, gana la partida en el mercado por lo que se ha denominado “la experiencia del usuario”. Cualquiera que haya probado un iPad y otra tablet, (Samsung Galaxy, por ejemplo) sabe de lo que se habla. La generación de una amplia capa de clases medias –cientos, si no miles, de millones de personas- en los mercados emergentes, con un poder adquisitivo creciente, y con vocación de consumo de masas, es una oportunidad de oro para un país que puede ofrecer una gran variedad de experiencias de calidad. El sol y la playa, el turismo residencial, y la oferta cultural de Barcelona y Madrid deben ser completadas con el turismo ambiental y la complementariedad de servicios culturales, sanitarios y de ocio. Muchos analistas lamentan que España se convierta en el asilo o en el parque de atracciones de Europa –y recientemente, de China. Sin embargo, el Turismo representa el componente más importante de nuestra balanza de pagos y todo lo que se invierta en mejorar su competitividad internacional será bienvenido. La preservación de nuestro entorno natural, de manera muy particular del litoral, debe convertirse en una prioridad, pues es un factor diferenciador, que atrae turismo de calidad y redunda en una mayor rentabilidad de la oferta turística. En este sentido, la recientemente anunciada reforma de la Ley de Costas es un retroceso de casi 25 años, con efectos negativos permanentes sobre el atractivo turístico español.

 España es una potencia cultural. Nuestro idioma principal, el castellano, tiene un mercado potencial de 500 millones de personas, y además es creciente. Los estudios desarrollados por la Fundación Telefónica y el Instituto Cervantes en relación al valor económico del español nos indican la oportunidad desaprovechada que significa no sacar rendimiento a esta realidad[3]. Pero para ello, la producción cultural española debe abrirse al mundo, dejar de lado el provincianismo, el casticismo y la reivindicación de lo propio para convertirse en un fenómeno universal. Estamos a tiempo de ello, pero no surgirá espontáneamente. El K-Pop, fenómeno cultural Coreano que está generando cientos de millones de dólares de ingresos en los cinco continentes, no fue espontáneo, sino fruto de una atención dedicada a la industria cultural y del ocio en Corea, durante años. Si dejamos nuestro sector cultural a su suerte, podrán surgir, de vez en cuando, figuras particulares de alcance internacional, pero no lograremos una auténtica industria cultural internacionalizada. Y no nos estamos refiriendo solo a la industria cultural tradicional. Los videojuegos, sector considerado menor, suponen una industria de 980 millones de euros en España, muy por encima de la industria musical o del cine. El potencial de venta en América Latina o Estados Unidos es enorme.

En conclusión: pacto de rentas, apoyo a la innovación, transición hacia una economía sostenible, del conocimiento y de la experiencia, enfocados hacia las medianas empresas que pueden generar músculo competitivo y crecer orgánicamente. En definitiva, tener una auténtica política industrial. Dani Rodrik, profesor de la Universidad de Harvard y especialista en crecimiento y desarrollo económico, lo llamó el retorno de la política industrial[4]. En un mundo donde las políticas competitivas de Asia están fuertemente orientadas por los gobiernos –hasta el punto en que The Economist habla del nuevo “capitalismo de estado”- abandonar el tejido productivo a los vaivenes del mercado es una mala decisión, por muy poco regulado que esté. La Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) elaboró en 2009 un excelente informe sobre la gobernanza del desarrollo[5]. Necesitamos un nuevo gobierno económico, un gobierno que deje actuar al mercado allí donde este es eficaz, pero que actúe, precisamente, para generar mercado y para fortalecer sus instituciones, que dirija estratégicamente el desarrollo de la economía. Regular para liberalizar.

La actual estrategia de devaluación interna, sin mayor contenido que la búsqueda desesperada de competir en costes, es una huída hacia el fondo que nos llevará a décadas perdidas. Por muy barato que España produzca, siempre habrá otro país que lo haga a menor coste, y presumiblemente, con calidades y productividad parecida. Ese camino es un camino de incierto resultado. Bien al contrario, España debe optar por la diferenciación y por la generación de valor añadido, porque sólo desde esta realidad, podremos mantener nuestros niveles de bienestar y calidad de vida.

Para poner en marcha esta nueva estrategia de crecimiento, España necesita recursos financieros y fiscales. No vendrán, al menos ahora, del sector privado: el acceso a los mercados está prácticamente cerrado y será difícil que fluya el crédito en una economía con tan alto nivel de endeudamiento (más del 300% de nuestro PIB). Necesitamos recursos públicos que sólo pueden venir de una política fiscal más progresiva y racional, eliminando gasto superfluo, incrementando los ingresos y la progresividad del sistema impositivo, y alargando los plazos de consolidación fiscal pactados con Europa.

Las instituciones europeas deben contribuir también. No sólo a través de los fondos estructurales y del Banco Europeo de Inversiones, sino sobre todo a través de una política monetaria expansiva que permita equilibrar las necesidades de crecimiento del sur de Europa con los objetivos de estabilidad de precios. Una inflación que se sitúe en torno al 4 o el 5% para toda la eurozona sería óptima. Si finalmente se autocumple la profecía y España es intervenida, el gobierno debería negociar la inclusión de estas medidas –y otras similares- en el programa del rescate. El rescate debería ser un rescate para el crecimiento, no para el ajuste y la recesión.

 Este gobierno está reflexionando mucho sobre la promoción de la Marca España. Pero hay que avanzar desde la Marca España hacia el Proyecto España. Un proyecto que sea capaz de movilizar recursos y de proporcionar oportunidades, identificando nuevos motores de crecimiento para nuestra economía. Entonces, y sólo entonces, podremos volver a crecer con fuerza y a recuperar el terreno perdido en estos últimos años.

 Muchos pensarán que abogar por esta nueva política industrial es lo que los anglosajones llaman “wishful thinking” (pensamiento ilusorio), pero estamos en una situación radical que requiere de medidas radicales, y ya sabemos a donde nos ha traído el “Business as usual”.

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