Por Lalo Figueras, economista
“Actúen rápido y hagan lo que sea necesario”. El título del libro electrónico publicado por el portal VoxEu podría ser el mandato para el Eurogrupo que emana de los millones de ciudadanos confinados en sus casas a causa de la pandemia provocada por el COVID 19.
Hacía tiempo que la reunión de ministros y ministras de finanzas de la zona euro no acaparaba tanta atención. Lleva años atascado en detalles técnicos sobre los legados de la crisis del euro. Todos parecen coincidir en la necesidad de profundizar la Unión Económica y Monetaria, cuyas cuadernas crujieron hasta abrir varias vías de agua durante la Crisis del Euro y la vergonzante gestión de la crisis griega. Pero esa coincidencia es sólo aparente. Reducir riesgos antes de avanzar o mancomunarlos como prerrequisito para fortalecer la arquitectura del euro. Esto es lo que les ocupa desde 2012. En junio de ese año, Rajoy y Monti se plantaron en un Consejo Europeo: o reforzaban el sistema financiero o tendrían que rescatar a la tercera y cuarta economías del euro. De ese plante surgió el embrión de la Unión Bancaria, cuyo tercer pilar, el Sistema Europeo de Garantía de Depósitos (EDIS) sigue empantanado precisamente en lo de reducir riesgos o compartirlos.
En cada oportunidad que tienen, los y las ministras de finanzas del euro insisten en que hay que arreglar el tejado mientras brilla el sol, que es la forma ingeniosa de decir que no estamos preparados para hacer frente a la próxima crisis. Y efectivamente, no lo estábamos. La crisis del COVID19 les ha pillado con un programa de trabajo para el próximo semestre que hoy parece elaborado por marcianos. El Eurogrupo lo aprobó en diciembre. Quedaban apenas 2 meses para que la economía europea se parase por decreto.
Estos mismos adultos en la sala se reúnen el martes 7 de abril para cumplir con el mandato de los líderes europeos, quienes el 26 de marzo les devolvieron la pelota y les encomendaron que regresasen con propuestas que reflejasen el carácter sin precedentes del shock provocado por el COVID-19.
El impacto económico de la pandemia es ya evidente en todo tipo de indicadores. Los datos del PMI conocidos la semana pasada hablan de caídas record. Los mercados registran pérdidas que nos retrotraen a los peores momentos de la crisis de 2008, mientras que los primeros datos de afiliaciones y paro registrado avanzan el precipicio social al que nos enfrentamos. Con la información económica publicada hasta el 6 de abril, la AIReF estima una caída del crecimiento intertrimestal en el segundo semestre de 1,6 puntos, como se puede ver en el gráfico siguiente.
Otro de los consensos que han emergido en estas últimas semanas es el papel fundamental de la política fiscal. La lucha contra la pandemia del COVID19 en la UE requiere que todos los gobiernos nacionales puedan financiar los gastos necesarios para afrontar la emergencia sanitaria, como han recomendado instituciones como el FMI, la OCDE o declarado los líderes del G20.
Sin embargo, este impulso presupuestario se ve limitado por el escaso espacio fiscal del que disponen las economías europeas más afectadas. El concepto de espacio fiscal nos puede dar una pista de por dónde debe ir la respuesta europea. Este término, acuñado por el FMI durante la Crisis Financiera Global, refleja la relación entre el coste de financiación de la deuda pública de los distintos gobiernos y el aumento del déficit público. Dicho de otro modo, identifica el margen para emprender una política fiscal discrecional expansiva sin poner en peligro el acceso a los mercados y la sostenibilidad de la deuda.
Empezamos a tener indicios y estimaciones que apuntan a un impacto económico desigual entre los Estados miembros. Corremos el riesgo de que esta asimetría se traduzca en una divergencia económica y social entre los Estados miembros de la UE aun mayor de la que se venía observando en los últimos años. Esta divergencia, en contraposición a la convergencia y cohesión social que postula el Tratado de la UE, tensionaría aún más el funcionamiento del Mercado Único Interior y las relaciones dentro del Consejo.
Fuente: Financial Times, 29 marzo 2020. https://www.ft.com/content/0f289d20-6e97-11ea-89df-41bea055720b y https://twitter.com/adam_tooze/status/1244564571479736321
Lo que sí es seguro es que persisten diferencias sustanciales en la capacidad de financiarse en los mercados, y en este contexto los países tienen que emitir cuantiosos volúmenes de deuda pública en un corto periodo de tiempo, por valor de varios puntos porcentuales de PIB. La salud pública es un bien público global, a cada Estado miembro le interesa que, individualmente y en conjunto, los países de la UE tomen las medidas necesarias para controlar la pandemia y contener el virus de la manera más eficaz posible. Y, en esta misma línea, al formar parte de una Unión Monetaria fuertemente integrada, las soluciones cooperativas son superiores a las individuales. Los efectos de la crisis económica y alternativamente de su recuperación, se transmiten a los distintos países de la UE.
Si coincidimos en que la respuesta fiscal es imprescindible y sabemos que la capacidad para proveer ese impulso fiscal esta mermada en los países que más lo necesitan, se deberán poner en marcha instrumentos para dar una respuesta fiscal común europea.
La solidaridad europea será clave durante este período de crisis y confinamiento social. La falta de cooperación en esta crisis enviaría una señal muy negativa, potencialmente fatal para el proyecto común europeo.
Abordar estas cuestiones requiere una combinación de medidas fiscales, a través de la emisión conjunta de deuda con eurobonos, que capte recursos para canalizarlos, como transferencias, a los Estados miembros, consiguiendo así movilizar una gran cantidad de recursos sin aumentar la deuda pública de los países. Resulta fundamental evitar ya el aumento de la deuda pública para que dentro de unos meses la presión de los mercados no nos aboque a una consolidación fiscal con los efectos contractivos que conocemos. Hay que evitar, en definitiva, que se repita la dinámica del péndulo de 2008 y 2010.
En este contexto, ¿qué podemos esperar del Eurogrupo? La respuesta, como nos tienen acostumbrados, habrá que leerla entre líneas. Cabe descartar casi con seguridad una respuesta unívoca, que lance una señal clara y con un calendario preestablecido en consonancia con la urgencia de la situación.
Sobre la mesa hay tres tipos de instrumentos que tienen utilidad en esta coyuntura pero que carecen de la contundencia que se necesita y que no consiguen evitar aumentos de la deuda pública que resultarán problemáticos a medio plazo para los países con mayor nivel de endeudamiento público.
En primer lugar, se busca la supervivencia del tejido productivo a través de líneas de liquidez. Para ello, el Banco Europeo de Inversiones podría facilitar la concesión de crédito mediante un programa de garantías. La vida de muchas empresas pequeñas se ve amenazada por el colapso del mercado. Aunque siguen siendo solventes, sus necesidades de liquidez han aumentado drásticamente. Por eso son necesarias las garantías de crédito. Varios Estados miembros, entre ellos España con garantías públicas por valor de 100.000 millones de euros, ya han puesto en marcha importantes programas para garantizar que los bancos concedan créditos a las empresas en dificultades, pero es necesario respaldar estas iniciativas con una medida similar a nivel de la UE. Cuanto menos dañado resulte el tejido productivo, menores serán las cicatrices de la crisis y más tracción podrá conseguir la recuperación.
En segundo lugar, se busca hacer frente a la crisis en el empleo. Más allá de las medidas regulatorias, como ya propusiésemos en esta declaración, y sin perjuicio de las políticas de impulso de la demanda destinadas a reactivar la actividad y la ocupación, se necesita en el corto plazo apoyo para el sostenimiento de las rentas de los y las trabajadoras en paro o sujetos a ERTES. Este es precisamente el objetivo de la propuesta de la Comisión Europea destinada a proteger el empleo. Dotada con hasta 100.000 millones de euros, el instrumento SURE se financiará mediante garantías voluntarias de los Estados miembros que servirán para que la Comisión capte fondos en los mercados.
Las soluciones basadas en el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) vuelven a cobrar relevancia tras haber sido utilizadas durante la crisis del euro. De este fondo de rescate salieron los programas de Grecia, Irlanda, Portugal, Chipre y España. Y su condicionalidad en forma de recortes presupuestarios y sociales. Y el estigma asociado a ser un país rescatado. Entonces Italia consiguió esquivarlo por la mínima.
Cómo se diseñe esta línea de crédito precautoria es probablemente la clave de este Eurogrupo. Cómo se reflejará la condicionalidad, qué vencimiento tendrán los préstamos, qué gastos podrá financiar. España debería rechazar cualquier diseño que incluyese condicionalidad macroeconómica alguna. Europa no necesita en estos momentos más hombres de negro blandiendo un acuerdo de condicionalidad – MoU- ante las puertas de los ministerios.
La necesidad de un escudo fiscal parece evidente. Sin un respaldo fiscal, aquellos países que no tengan espacio fiscal estarán prácticamente sólos ante los mercados, maniatando su capacidad de respuesta. Existe consenso en que eso no puede suceder en esta ocasión, de ahí la idoneidad de que la respuesta común europea incluya apoyo financiero a los tesoros nacionales para sufragar el aumento del gasto público ligado a las medidas para mitigar la crisis sanitaria y social del COVID-19. También la reconstrucción que debe seguir.
El escudo fiscal podría también financiarse mediante la emisión conjunta de deuda. Los eurobonos, o en su versión actual, los coronabonos, tendrían la capacidad de captar fondos en los mercados para financiar los costes de la crisis sanitaria y la reconstrucción. El mayor impacto económico del COVID19 se ha generado por las decisiones de confinamiento y paralización de la actividad económica. Eran medidas necesarias para contener el virus que han beneficiado a nuestros socios comunitarios. La respuesta conjunta a través de la emisión común de deuda que permita financiar la recuperación va más allá de la solidaridad entre Estados miembros para fundamentarse sobre el principio básico del proyecto europeo: la integración económica y monetaria requiere instrumentos comunes.
En esta línea, Francia ha planteado la creación de un fondo destinado al estímulo fiscal tras la salida de las medidas de confinamiento, que financiaría la reconstrucción sobre la base del Green Deal Europeo y la política industrial. Parece poco probable que Alemania, Países Bajos y otros integrantes de la nueva Liga Hanseática lo permitan.
Sea como fuere, Europa requiere una respuesta conjunta a un problema que es común. Se equivocarían los y las ministras del Eurogrupo si pensasen que pueden seguir gobernando la economía europea como si nada hubiese cambiado.
Más allá de las ruedas de prensa y de los infogramas explicativos que seguirán al comunicado que acuerde el Eurogrupo, los y las ciudadanas confinados en nuestras casas vamos a tener tiempo para leer entre líneas. El futuro del proyecto europeo depende, en parte, de que la letra pequeña no vuelva a decepcionarnos. Así que actúen rápido y hagan lo que sea necesario.
Santo patrón de los imposibles! Los coronabonos son el innombrable y sin embargo ineludibles. A la altura de los acontecimientos y tras una semana de noticias gore del FMI, ya sabemos, y no sólo por que lo diga Macron que no hay Plan B para la Unión. No porque vaya a estallar, que esas cosas ya no ocurren, pero los problemas que pueden ponerse sobre la mesa de los señoritos y señoritas del Ecofin no encajan con la soberbia con la que suelen afrontar la problemática de nosotros los morrales. Se pueden ver ante auténticos falangistas sedientos de demagogia en la misma sala, y espero que alguien inteligente que como Varoufakis les vuelva a preguntar si hay adultos aquí?