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Francia: elecciones reveladoras

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El domingo pasado, 28 de junio, se celebraron en Francia unas anómalas elecciones municipales, la segunda vuelta correspondiente a una no menos anómala primera vuelta que tuvo lugar el 15 de marzo pasado, en plena pandemia. Anómala ha sido esta segunda vuelta sobre todo por un récord de abstención de 59%, cuatro puntos más que en la primera vuelta, en plena pandemia Pese a todo, estas elecciones arrojan unos resultados de gran importancia, que cambian en profundidad el panorama político en Francia.

El presidente Macron había ganado las elecciones presidenciales de 2017, con un altísimo porcentaje de votos (66%) y en las elecciones generales que siguieron en junio del mismo año, obtuvo una apabullante mayoría absoluta con 350 diputados de 577. Su partido, “La République en Marche!” (LRM), que se vendía como “lo nuevo”, estaba en realidad formado sobre todo por partes desgajadas de la derecha moderada y otras desgajadas de la izquierda moderada. Macron había conseguido un grupo que, con naturalidad, se situaba en el centro, formado por los que compartían lo esencial de la visión neoliberal de la economía, dejando fuera a la derecha tradicional, aunque esta propugnaba básicamente la misma política económica y le ha servido de apoyo en múltiples ocasiones posteriores. A su izquierda subsistían una exigua fracción del Partido Socialista (PS), el ya diezmado Partido Comunista (PC) y la izquierda insumisa de Mélanchon (LFI), que no había conseguido despegar. En el otro extremo, campaba a sus anchas la extrema derecha, dirigida por Marine Le Pen, que había sumado 21,3% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales y conseguido el pase a la segunda vuelta que disputó a Macron. Este esquema, constituido por un enorme bloque que podríamos llamar “centro gestor” y dos extremos cada uno con peso insuficiente para pretender gobernar a corto o medio plazo, culminaba y perfeccionaba lo que ya se venía gestando en otros países, sobre todo mediante alianzas entre los partidos socialistas que gobernaban o eran el primer partido de la oposición y algunos partidos de derecha. En España, ha habido repetidos intentos de constituir un bloque central mediante acuerdos entre el PSOE y Ciudadanos que, primero, no llegaron a cuajar por falta de apoyo parlamentario y después se esfumaron debido a la corta visión política del líder de Ciudadanos y a las interferencias generadas por el problema catalán. La posibilidad de un bloque de esta naturaleza sigue sin embargo presente, a pesar de que existe un gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, como se está comprobando con las negociaciones para la aprobación de los presupuestos generales del Estado.

No es de extrañar que la victoria de Macron fuera saludada con mucha satisfacción por los poderes fácticos: la gran banca y las grandes empresas acogieron con alivio la perspectiva de un gobierno apoyado en una amplia mayoría que en ningún momento iba a cuestionar los dogmas neoliberales y pondría en marcha, como así fue, las políticas que aquí en España piden con insistencia los empresarios y las derechas: bajada de impuestos, contención del gasto público, flexibilidad laboral, recorte de las pensiones. Sin embargo, en Francia, el sueño neoliberal se ha enfrentado con la realidad social y lo que estaba destinado a ser un modelo exportable al resto del mundo se ha ido empantanando en contestaciones y revueltas que, a su vez, están sirviendo de modelo en el resto del mundo desarrollado.

Francia es un país de larga tradición democrática, donde siempre ha costado mucho introducir reformas neoliberales (recordemos, por ejemplo, la exitosa movilización general de 1995 para impedir la reforma de las pensiones que Alain Juppé, entonces primer ministro, pretendía introducir). No es imposible que lo que más se recuerde de la era Macron sean los chalecos amarillos. En todo caso, antes de las elecciones municipales, ya estaba claro que la experiencia Macron había fracasado en lo esencial y había revelado la desesperación de los que iban siendo dejados en la cuneta por un capitalismo inhumano.

Las elecciones municipales han ratificado el hundimiento del partido de Macron y han mostrado un gran avance de los ecologistas (EELV). Esto último es una buena y una mala noticia a la vez. Es una buena noticia porque muestra que la necesaria preocupación por los problemas medioambientales, climáticos y de la energía, se extiende entre la población. Pero es una mala noticia porque ese interés se canaliza a través de una formación política especializada, cuya única finalidad declarada es la ecología. Los votantes han preferido apoyar un partido que les ofrece un proyecto, aunque este se limite a una parte, por muy importante que sea, de lo que hoy nos debe preocupar. La izquierda, una vez más, se presenta fragmentada, sin una alternativa coherente y creíble. Así que nos encontramos, en el caso de Francia, pero extrapolable fácilmente al nuestro, con una situación en la que el modelo neoliberal ha mostrado sus límites. Ha mostrado hasta donde puede llegar sin alterar profundamente la convivencia, algo grave, tratándose de un sistema que no puede parar porque exige una acumulación sin límite.

Sin embargo, la izquierda sigue sin saber hilvanar un relato coherente de lo que ocurre, que no olvide los destrozos humanos que la desigualdad creciente está provocando, que designe claramente a los responsables, los que se enriquecen con el sufrimiento ajeno, y que explique que no es un problema moral, de buenos y malos, sino la forma en la que el capitalismo financiero funciona necesariamente. Parecemos constantemente dispuestos a admitir la inevitabilidad de las leyes económicas, que son, en realidad, las de la explotación de muchos por unos pocos. Estamos al borde de creer que la flexibilidad laboral, es decir la máxima explotación de los trabajadores, es necesaria para el buen funcionamiento de las empresas. Estamos prácticamente convencidos de que hay que recortar las pensiones, mientras los beneficios del capital aumentan escandalosamente. Nos resignamos a que los jóvenes no puedan permitirse una vivienda, porque así lo quiere el mercado. Hemos renunciado a lo que la socialdemocracia mostró que era efectivo social y económicamente: la concertación o las políticas de renta, por ejemplo. Por todo ello, las personas que rechazan el modelo neoliberal porque son sus victimas o simplemente porque intelectualmente les repele, acaban refugiándose en la abstención o votando a un partido que, aunque sea parcialmente, les ofrece un relato coherente de lo que ocurre y una alternativa de futuro creíble y deseable.

La transformación medioambiental es una tarea de primera magnitud, que los partidos de izquierda deben incluir en lugar preferente entre sus objetivos. Pero no se puede separar de otros cambios tanto del modelo productivo como del reparto de la riqueza que son, precisamente, una de las principales condiciones para una eficaz reversión de los estragos infligidos al planeta.

La pandemia ha venido a agudizar la crisis del sistema en que vivimos, dejando más al descubierto todavía las vergüenzas de este capitalismo. Ha sacado a la luz la necesidad de un eje de acción explícito en torno a la atención a las personas, considerada, en el caso de los viejos, como simple “oportunidad de negocio”, con resultado de muertes. Ha revelado los angustiosos efectos de los recortes a la sanidad pública y su privatización. Nos ha enfrentado con la miseria de los que viven al día de un trabajo precario, muchos de los cuales han acabado haciendo cola para recibir alimentos: vuelve la caridad como complemento necesario de la explotación. Las medidas puestas en marcha por el gobierno de izquierda al que, por suerte para nosotros, le tocó lidiar con el virus, han permitido aliviar el impacto sobre los más desfavorecidos y han protegido nuestro futuro, evitando el desplome de muchas empresas. Lo público emerge como el recurso de última instancia, lo único capaz de enfrentar una crisis de esta naturaleza, contradiciendo el empecinado discurso que, desde la derecha, lo denigra y lo adelgaza, desde hace varias décadas, y que, desgraciadamente, una parte de la izquierda parece hacer suyo.

 

Francia nos ofrece un ejemplo que debemos meditar. En primer lugar, nos muestra que el sueño de una gran alianza política para eternizar el modelo neoliberal no parece viable, más bien conduce al desorden social. Pero nos advierte de que eso no basta para que la izquierda gane elecciones. La población necesita que se contrarreste la presión ideológica que presenta como naturales o científicas decisiones políticas que favorecen únicamente a los ya más favorecidos, como los recortes de gasto público, las bajadas de impuesto o la desprotección de los trabajadores. Que el discurso ideológico de la derecha, que inunda los medios y que avalan los “expertos”, sea denunciado y sustituido por un análisis riguroso pero crítico. También necesita un proyecto para un futuro de más igualdad, en el que seamos capaces, ahora que somos más ricos que nunca, de cuidar con dignidad a las personas.

 

 

About Juan Antonio Fernández Cordón

Juan Antonio Fernández Cordón es Doctor en Ciencias Económicas y Experto-Demógrafo por la Universidad de París. Ha sido Profesor de las Universidades de Argel y de Montreal e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en el que fue Director del Instituto de Demografía. Ha ejercido también como Director de Estudios y Estadísticas del Ayuntamiento de Madrid y Director del Instituto de Estadística de la Junta de Andalucía. Ha sido miembro, como experto independiente del Grupo de Expertos sobre demografía y familia de la Comisión Europea y miembro del Consejo Científico del Instituto Nacional de Estudios Demográficos de Francia. Miembro de Economistas Frente a la Crisis

6 Comments

  1. Jose Candela Ochotorena el junio 30, 2020 a las 12:57 pm

    En primer lugar, felicitarle por su artículo y la manera en cómo afronta la tentación permanente del centrismo que sufre la socialdemocracia europea, y la española en particular. Ante la Crisis no se mira hacia los retos del camino transformador. Al revés, se desempolva el retrato de Mario Montículo, masculino o femenino. Sin embargo, no puedo. Estar de acuerdo con su visión de los Verdes en Europa, los cuales hace tiempo superaron el sesgo monotematico y disponen de un programa que se apoya en varios ejes, siendo central el ecologismo, pero no exclusivo. Es más, creo que su concepto central de gobierno, el bien común como soporte de la política económica trasciende acertadamente la propiedad privada, sin negarla. Usted, como estadístico sabe que la complejidad del sistema económico europeo actual proviene de los múltiples enfoques que alumbran las decisiones significativas y del carácter abierto a la globalización. Pero alcanza perfectamente que la restricción propietarista a las decisiones públicas, ejerce la misma presión que las unanimidades o los nacionalismos para poder llegar a un consenso sobre el bien común de los europeos, y que sin tal consenso democrático no se puede construir una sociedad europea. En ese camino, los verdes llevan mucho más camino avanzado que el resto de las fuerzas políticas que presumen de europeos tas, y habría que aprender algo de ellos.

    • Juan Antonio Fernández Cordón el junio 30, 2020 a las 11:03 pm

      Estimado José Candela, ante todo gracias por su felicitación que valoro especialmente viniendo de Vd.
      No hay duda de que la situación de los Verdes no se puede despachar con la ligereza con que yo lo hice en mi breve artículo. Pero me ratifico en que, aunque el ecologismo europeo no sea monotemático, y no lo puede ser si pretende gobernar, sobre todo ciudades, el voto que recoge sí está orientado por una clara y casi única preocupación. Una preocupación que conduce a un activismo creciente, que no genera, ni parece necesitar, un análisis económico y político que ponga en relación la degradación medioambiental con las formas ordinarias de funcionamiento del capitalismo. Existe más bien la idea de que somos una especie depredadora, que necesita cambiar sus hábitos (de consumo, en particular) para proteger el planeta. En mi opinión, el ecologismo está, en muchos casos, ligado a la izquierda, no tanto porque comparta su análisis de los mecanismos de la explotación de las personas y de la naturaleza, sino porque se asienta en valores comunes de generosidad y solidaridad y en un concepto del progreso orientado a lo humano. Puede por ello adolecer de una fragilidad política que explica la existencia de un ecologismo de derecha y también la posibilidad de que sus planteamientos terminen siendo fagocitados por las grandes empresas y aparezca como una simple “oportunidad de negocio” en el discurso neoliberal. La ecología, para ser eficaz, necesita, en mi opinión, plantearse las reformas necesarias para que lo que se produce incorpore todos los costes, incluyendo los de la reproducción de las personas y de la naturaleza, que no deben ser endosados ni a las mujeres ni a la sociedad en general. Este objetivo es, con toda seguridad, incompatible con el acaparamiento de todo o la mayor parte del aumento de la productividad por el capital, como viene ocurriendo desde hace décadas. Ahí creo que debe residir su coincidencia clara con la izquierda.
      Un cordial saludo

  2. ANTONIO el junio 30, 2020 a las 6:15 pm

    Ni una palabra de SUBIDA DE IMPUESTOS A LOS RICOS. El Banco de España si pide la SUBIDA DEL IBA, o sea para todos, como si todos tuvieramos que rellenar lo que se ha llevado todas las fortunas que que han enriquecido a nuestra costa. ¡¡¡¿Que pasa Podemos, vamos a pasar por eso?. No os llevamos al congreso para lo mismo que han hecho siemprre PSOE Y PP¡¡¡¡ Salvamos a los Bancos en el 2008, y ¿ahora què?. ¡¡¡Otra vez lo mismo?. Así no se hace un papel equitativo de las clases sociales.Uno a uno nos DESTROZAN. Juntos, SOMOS INVENDIBLES¡¡¡Pero…….

    • Juan Antonio Fernández Cordón el junio 30, 2020 a las 10:38 pm

      No puedo estar más de acuerdo. Un saludo.

  3. Demetrio Vert Benavent el junio 30, 2020 a las 8:20 pm

    Muy claro, don Juan Antonio. Y gracias,
    Otra de las cosas claras que ha dejado la pandemia es que no es necesario tanto esfuerzo humano para producir la riqueza necesaria para vivir dignamente. Está claro que el sistema de reparto de la misma, la caridad, a la que acude siempre el capitalismo inhumano y depredador, no es aceptable, pero la evidencia está ahí. Si escapamos del anzuelo del consumismo y se reparte la riqueza equitativamente, estaremos liberados de muchas horas de trabajo que hoy no hacen falta. Parece increíble que nadie, o muy poca gente y en medios especializados, no se pregunte por qué el horario laboral son ocho horas de manera generalizada, como si fuera algo natural, como usted dice, o de naturaleza divina, y el progreso tecnológico solo sirva para que algunos acumulen dinero y otros sigan igual que hace muchas décadas.
    Animo a EFC a seguir con sus boletines, a mi modo de ver excepcionales,a ver si suena la flauta y sus voces suben a púlpitos más extensos.
    Gracias.

    • Juan Antonio Fernández Cordón el junio 30, 2020 a las 10:37 pm

      Gracias por su comentario. Estamos de acuerdo que la distribución de la riqueza es la clave de muchos de los problemas actuales. Mazzucato señala que de 1975 a 2004 la productividad aumentó un 60% en los EE.UU. y los salarios no aumentaron. Como ve existe mucho margen.

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