Género, pandemia y tecnologías digitales

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Vivimos tiempos disruptivos, de cambios radicales en nuestra manera de trabajar, de vivir y de relacionarnos, motivados tanto por la cuarta revolución industrial en curso como por la pandemia del Covid-19, todo ello en un contexto de crisis medioambiental que no sería exagerado calificar también como pandemia climática.

La Cuarta Revolución Industrial (Internet en el teléfono móvil, Inteligencia Artificial, Big Data, Robótica, Machine Learning, Internet de las Cosas, etc.) nos aporta herramientas para avanzar en la satisfacción de las necesidades humanas con mayor calidad de vida, a pesar de la persistencia de importantes brechas digitales de género y otras. Y también con el coste de perder control sobre nuestra privacidad, ya que todos estos avances se alimentan, en gran medida, de los datos que las personas proporcionamos de forma gratuita. Así y todo, ésta es la parte buena de los tiempos disruptivos actuales; hay otras partes mucho peores. En este último año, la irrupción de la Pandemia del Covid-19, un virus nuevo, ante el cual la humanidad no tenemos defensas, nos ha obligado a cambiar radicalmente nuestros hábitos. Afortunadamente, los avances de la ciencia han conseguido aislar el virus y solo en tres semanas ya se conocía el genoma del mismo. Pero estos espectaculares logros no servirán de nada si no contamos con un buen sistema sanitario que permita hacer llegar a toda la población los avances terapéuticos. Las tecnologías digitales nos han permitido mantener hasta ciertos niveles la actividad económica, el empleo, la educación y las relaciones sociales. Teletrabajo, teleeducación, compras por Internet y reuniones virtuales con nuestras amistades y seres queridos a través de aplicaciones digitales.

Todo ello acontece en el contexto de una auténtica pandemia climática que, si bien parece más lenta y menos fulminante, no es menos grave y sin duda está relacionada tanto en términos de causas (nuevas y peligrosas formas de interacción entre humanos y animales) como de consecuencias (vuelta a la utilización masiva del coche y de los plásticos). La destrucción progresiva del entorno natural, la elevación de la temperatura media del planeta, con sus secuelas de sequías, inundaciones, plagas y pobreza extrema, lleva a parte de la población humana a alimentarse con animales salvajes. El despilfarro de los recursos no renovables y el riesgo de su desaparición tienen gran impacto sobre las patologías respiratorias (y no olvidemos que la humanidad no subsiste si no respira) que aumentan nuestra vulnerabilidad frente a todo tipo de virus.

El Covid-19 impide que las personas mantengamos unas pautas de interacción normales sin peligro de contagiarnos, lo que significa que no podemos ir a trabajar ni a estudiar, ni viajar o consumir hostelería como antes. Parece que la disyuntiva entre la crisis sanitaria y la económica es inevitable, olvidando que la prioridad es resolver la primera para luego estar en condiciones de afrontar la segunda. Hay que evitar el colapso de los sistemas sanitarios con distancia social, parando el aparato productivo no imprescindible para evitar los contagios, garantizando en todo caso, el suministro a los hogares. Las autoridades económicas internacionales nos invitan al incremento del gasto público (y consiguientemente el déficit público) tanto en lo sanitario como en el desempleo y la ayuda a empresas y autónomos, para que la incertidumbre sobre la duración de los procesos no agrave sus consecuencias y las convierta en irreparables.

La crisis del Covid-19 nos ha enseñado mucho acerca de nuestras necesidades y de las oportunidades que tenemos de avanzar hacia un futuro mejor para la humanidad. Por una parte, es obvio que tenemos que reducir la pobreza y las desigualdades económicas, contar con un sistema de salud suficientemente dotado y de calidad; la importancia del gasto en investigación y el papel del Estado Emprendedor para la recuperación económica. Por otra parte, ha puesto negro sobre blanco el papel clave de las mujeres para que la vida siga su curso, tanto en el combate sanitario directo contra la pandemia, donde somos mayoritarias, como en la centralidad de las tareas de cuidados, remuneradas y no remuneradas, que las mujeres asumimos también casi en exclusiva, con la sobrecarga física y mental que las acompaña. Las mujeres sufrimos con mayor intensidad los efectos económicos y sociales del Covid-19 por la mayor precariedad laboral de las jóvenes sin cualificación, las inmigrantes, las trabajadoras del comercio, turismo, hostelería. Mayores tasas de pobreza femenina, particularmente en hogares monoparentales encabezados por una mujer. Aumento del riesgo de violencia de género y puesta en cuestión de derechos esenciales a la anticoncepción y al aborto. Aumento del riesgo de embarazo adolescente y matrimonios no deseados.

Al mismo tiempo, las políticas de reconstrucción de nuestros sistemas económicos y sociales, tan dañados por las medidas contra la pandemia, nos ofrecen enormes oportunidades para la transición ecológica y para la transición digital. Me centraré en ésta última. Estamos utilizando herramientas de Inteligencia Artificial y Big Data para conocer mejor los avances y el comportamiento  de la pandemia del Covid-19 y prevenir su expansión. Buenos ejemplos son las aplicaciones de rastreo de contactos, los análisis de datos de la pandemia, los análisis de sus impactos sociales y económicos (por ejemplo Covid Impact Survey, de la Fundación ELLIS Alicante) y seguimiento de los efectos de las vacunas con técnicas de Big Data. El teletrabajo, la teleeducación, los tele servicios, se han desarrollado al máximo y, unidos al papel clave que cumplen las mujeres en la provisión de cuidados, tanto de mercado como de no mercado, hacen necesario que las mujeres estemos también en la primera línea de la transición digital, jugando un papel clave, diseñando herramientas orientadas a resolver los problemas básicos y las necesidades esenciales de las personas y de toda la sociedad.

Las mujeres estamos en la primera línea de protección de la población frente al Covid-19, allí donde la exposición al virus es mayor. Como se comprueba con los datos de la Encuesta de Población Activa del 3º Trimestre de 2020, las mujeres somos el 70,5% de las ocupaciones de profesionales de la salud y el 80% de los trabajadores de cuidado de las personas en residencias de mayores, atención a enfermos y dependientes en el hogar; empleadas domésticas, trabajadoras de la limpieza, etc. El 60% del empleo del comercio y hostelería, ocupaciones imprescindibles, pero mal pagadas, son mujeres. Más de dos tercios de los profesionales de la enseñanza también. Nuestra presencia es, por tanto, abrumadora en estos ámbitos No estamos, sin embargo, en la misma medida en la transición digital.

En el documento que el Grupo de Expert@s Igualdad de Género en la Sociedad Digital (GEIGSD) presentamos a la Comisión de Reconstrucción del Congreso de los Diputados[2] en el mes de junio 2020, la cruda realidad es que las mujeres somos solo el 15% de las ocupaciones de especialistas TIC, el 23% del empleo en el sector digital, el 17% en la industria Videojuego y el 6% directivos sector TIC y contenidos. Aún más escasa es la presencia de mujeres en los sectores “frontera” de la innovación tecnológica: 18% al frente de proyectos de Inteligencia Artificial; 18% de autoría de investigaciones en congresos sobre Machine Learning; 6% desarrolladores de aplicaciones móviles; 6% diseñadores de software; 11% fuerza laboral del sector de ciberseguridad en el mundo (7% en Europa).

La enorme paradoja de nuestras sociedades es que la generación femenina más preparada de la historia, en un contexto de expansión de las oportunidades de empleo en la economía digital, no aumenta su participación en los estudios TIC, sino que retrocede año a año; las mujeres ingenieras y tecnólogas abandonan el sector TIC y reorientan su carrera profesional hacia otros ámbitos menos hostiles para ellas; frente a la sobre representación femenina en entornos sociales, humanísticos y biosanitarios, se mantiene nuestra infrarrepresentación en el mundo tecnológico.

Esto no tendría que ser así, porque las mujeres estamos en las tecnologías digitales desde sus inicios, a mediados del siglo XIX -no olvidemos que la Condesa Ada Byron Lovelace escribió el primer algoritmo de la historia- y a lo largo de todo el proceso de desarrollo de las tecnologías digitales, son innumerables las aportaciones realizadas por mujeres. Además, lo característico de las aportaciones femeninas ha sido su percepción diferente de la utilidad de la tecnología, centradas más en el propósito -para qué nos sirve la tecnología; cómo podemos conseguir que sea fácil de utilizar- que en el instrumento. Un buen ejemplo son los compiladores que permitieron programar en el lenguaje hablado y hacer el software más amigable, una innovación fundamental desarrollada por Grace Hopper. Los iconos que diseñó Susan Kare para los Macintosh, nos permiten relacionarnos con nuestros ordenadores, tabletas y teléfonos móviles de manera intuitiva y sin memorizar reglas nemotécnicas. Estas y muchas otras innovaciones aportadas por mujeres, están detrás del hecho de que en la actualidad las herramientas digitales puedan ser utilizadas por cualquier persona sin necesidad de ser ingeniera o científica.

Para que las mujeres continúen realizando muchas más valiosas aportaciones es necesario remover barreras para que las chicas se atrevan a dar el paso; es necesario cambiar los programas de estudios de informática e inteligencia artificial y acercarlos a la solución de problemas reales de la humanidad. Ofrecer a las niñas juguetes que desarrollen su creatividad y rompan con los estereotipos y roles de género. Visibilizar los logros de las mujeres, como inspiración y estímulo para las niñas y las chicas jóvenes.

No es necesario que todas seamos informáticas o ingenieras, pero es imprescindible que contemos con habilidades digitales suficientes para utilizarlas en nuestro trabajo y nuestra vida personal, para liderar las tecnologías del futuro y aportar nuestro talento al mundo digital.

Las habilidades digitales son claves, además, para el empleo de las mujeres. En un reciente estudio[3]  mostramos que las mujeres presentan menor participación laboral cuando tienen un bajo nivel de habilidades digitales. Además, existe una asociación positiva entre mayores niveles de habilidades digitales y mayores tasas de empleo y en consecuencia las mujeres con nivel de competencias TIC bajo tienen menor tasa de empleo (sobre población activa). Por último, un mayor nivel de habilidades digitales se relaciona positivamente con mayor probabilidad de trabajar con contrato indefinido, por lo que las mujeres con empleo y mayor nivel de habilidades tienen más frecuentemente contratos indefinidos

Los cambios en el empleo y el trabajo que nos trae la Cuarta Revolución Industrial, la sustitución, creación y transformación de empleos, tienen impactos diferenciales sobre la mano de obra femenina. Por una parte, las mujeres trabajan en los puestos más propensos a ser automatizados, en tareas cognitivas tanto rutinarias (administración) como no rutinarias (comercio y hostelería). Pero también dominan en las tareas con menos riesgo de automatización, caracterizadas por la importancia de las habilidades interpersonales y sociales, además de su intensidad en conocimiento (educación, salud, asistencia y servicios sociales; cuidado de niños, mayores, dependientes y enfermos). Para llevar a cabo estas tareas menos automatizables también son imprescindibles las habilidades digitales: para mejorar la formación y estar al día de los últimos avances en cada campo; para la logística, programación, seguimiento, evaluación; para utilizar herramientas digitales que contribuyan a prestarlas mejor en una siempre deseable colaboración entre máquina y persona humana.

Para incorporarnos de pleno a un mundo regido por las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial, y participar en la creación de los sistemas inteligentes, las mujeres -al igual que los hombres- vamos a necesitar más años de estudio y formación a lo largo de la vida y más conocimientos tecnológicos. Pero también vamos a necesitar muchísima más ayuda para conciliar familia y trabajo, servicios públicos asequibles que hagan posible la corresponsabilización de los hombres, de las empresas y de toda la sociedad en las tareas de cuidado, sin las cuales las humanas y humanos no nos sostenemos, como estamos comprobando en esta pandemia.

Las mujeres tenemos que participar en la creación de los sistemas inteligentes no solo por una cuestión de equidad, sino también porque los grupos diversos, con mujeres y hombres, son más eficaces. Y contribuiremos a crear algoritmos que partan de supuestos que no reproduzcan las desigualdades de género y otras. Este problema hay que resolverlo con urgencia, porque la gobernanza digital no puede quedar en manos de un reducido grupo de tecnólogos varones, urbanos y blancos. Y también porque es esencial poner a las personas en el centro adoptando una perspectiva humanística de las tecnologías digitales e impulsar un desarrollo digital basado en la resolución de problemas reales, socioeconómicos, ambientales.

La solución no es que todas seamos ingenieras de software, pero sí necesitamos, como afirma Nuria Oliver[4], desarrollar el pensamiento computacional «No se trata de programar o de tener una tableta, sino de pensar algorítmicamente. Vivimos en un mundo de datos y estructurar problemas complejos es útil para muchos casos y crítico para lo tecnológico». Ahí tenemos que estar las mujeres.

[1] Este artículo fue publicado en la Revista IgUALdad (nº 15, diciembre 2020) de la Universidad de Almería.

[2] GEIGSD (2020) Competencias transformadoras para la igualdad de género en la sociedad y la economía digital. Disponible en http://www.congreso.es/docu/comisiones/reconstruccion/documentacion_participacion_ciudadana/20200611_A35A.pdf

[3] Martínez Cantos, J.L., Castaño, C., Escot, L. y Roque, A (2020) Nuestras vidas digitales, Barómetro de la e-igualdad de género en España, Instituto de la Mujer Disponible en https://www.mineco.gob.es/stfls/mineco/ministerio/igualdad/ficheros/NuestrasVidasDigitalesEdicAbril2020.pdf

[4] Oliver, Nuria (2018) «Inteligencia artificial: ficción, realidad y…. sueños» Discurso de entrada en la Real Academia de Ingeniería, Madrid.

http://www.raing.es/sites/default/files/TOMA%20DE%20POSESI%C3%93N%20NURIA%20OLIVER%2011.12.18.pdf

About Cecilia Castaño

Cecilia Castaño es catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y Vicepresidenta de Economistas Frente a la Crisis.

1 Comment

  1. Demetrio Vert Benavent el febrero 2, 2021 a las 1:24 pm

    De nada sirven las nuevas tecnologías si las administraciones no ponen personal que interacciones con el usuario. Es imposible acceder telefónicamente a los distintos departamentos,bde salus o al ambulatorio, de la Generalidad Valenciana simplemente por falta de operadores. Las líneas siempre están ocupadas cuando la misma Generalitat solo te da esa opción para pedir cita sanitaria. Esto se arrastra de mucho antes de la pandemia, pero co ella se ha agravado. La única solución es acudir a los mostradores de los ambulatorios o del hospital para pedir cita con lo que conlleva una movilidad innecesaria que ocupa tiempo finito y agrava los riesgos de contagio, como ha sido mi caso. He estado quince días hospitalizada por Covid simplemente por hacer cola en el ambulatorio. Es imprescindible reforzar los operadores que deben responder a las llamadas de los pacientes por cualquier necesidad operadores que no necesitan una formación sanitaria, sino informática, pues lo único que manejan son bases de datos para dar citas. Es un suplicio intentar acceder a los teléfonos que a Generalitat Vslenciana ha dispuesto para este fin, además de misión imposible. Los ciudadanos estamos completamente desamparados ante el acceso a las administraciones.

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