Grecia, Reino Unido, España: ciencia económica o “consensos económicos”.

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Por Ignacio Muro Benayas, miembro de Economistas Frente a la Crisis

El estilo demasiado “agresivo” del ministro griego Varoufakis, su “soberbia intelectual”,  su falta de “sentido político” fue la imagen que permitió descalificar durante meses las posiciones de Grecia. El rechazo de su persona era, en realidad, el relato urdido con cuidado por Dijsselbloem, reproducido y enriquecido por los medios económicos, que pasaron a resaltar los “progresos” en las negociaciones una vez desaparecida la “estrella de rock”.

Era una cortina de humo, Varufakis no es el problema: el problema es que Grecia no parece soportar ya el relato de las instituciones que siguen insistiendo en que la recuperación de la economía griega se producirá gracias a los ajustes e ignorando el hecho objetivo de que la escalada de la deuda corre paralela al “tamaño de los sacrificios” y al hundimiento y desvertebración de su economía.

La decisión de Tsipras de convocar un referendum abre otra perspectiva a unos días en los que se juega la partida definitiva. ¿Puede el Eurogrupo y el FMI seguir insistiendo en el discurso de los ajustes ignorando la realidad de sus efectos? ¿Estamos hablando de argumentos económicos o solo de la conveniencia de mantener un relato político sobre la crisis que impone la lógica del castigo a la de los hechos y las doctrinas económicas? ¿Se están separando la ciencia económica y los consensos económicos?  ¿Se separa la lógica política y la lógica económica?

Paul Krugman resalta que la victoria conservadora en las recientes elecciones del Reino Unido es una consecuencia de  los efectos devastadores del mismo relato. Y se pregunta sobre  la importancia de los medios económicos para fabricar consensos e incrustarlos en la vida de la gente al margen de las evidencias de los datos y de los análisis económicos más serios.

El relato interiorizado sobre la crisis del Reino Unido es similar al elaborado para España: los Gobiernos socialistas que dirigieron ambos países hasta 2010 y 2011 fueron irresponsables al gastar mucho más de lo recaudado. Ese derroche fiscal provocó la crisis económica de 2008-2009 y obligó a los conservadores Cameron y Rajoy a imponer medidas de austeridad y grandes sacrificios que han fabricado el crecimiento actual.

Ahora bien, como recuerda Krugman, cada uno de los elementos de esta historia es “ridículamente erróneo”. Ni antes de la crisis se cayó  en el derroche fiscal ni el tamaño de la deuda y el déficit eran un problema. Fue la crisis, un fenómeno mundial generado por bancos privados sin control, y la entrada de funcionamiento de los llamados estabilizadores automáticos, (seguro de desempleo, descenso de ingresos públicos por hundimiento de la actividad) y no las políticas discrecionales de gasto, los que provocaron los desequilibrios de las cuentas públicas. Y, del mismo modo, si la austeridad no era la respuesta a los vicios públicos, la recuperación no se ha producido como consecuencia de esas políticas sino, justamente, porque se han aliviado o interrumpido.

Da lo mismo. Esta narrativa sin sentido se interioriza como certeza por la ciudadanía y debilita las políticas de oposición de la socialdemocracia. Hasta el punto, que en las elecciones británicas el partido laborista optó por no enfrentarse a este relato, no se si sabe si porque lo comparten parcialmente o porque, como señala Stiglitz, están convencidos “que es una batalla política que no pueden ganar”.

Parece evidente que la ciencia económica y los “consensos económicos” se separan. Pero por qué, se pregunta Stiglitz ¿Por qué, precisamente, en la patria de Keynes se produce “un triunfo tan completo de la necedad”? Por los efectos, se contesta, de lo que “Simon Wren-Lewis, de la Universidad de Oxford, llama “mediamacro” es decir, el relato macroeconómico persistentemente difundido desde los medios de comunicación.

Desde la perspectiva de la comunicación el diagnóstico es acertado. Y sobre todo, no es nuevo. Hace casi 100 años, el periodista norteamericano Walter Lipmann era el primer analista social que afirmaba que los medios insertan un espacio de pseudo-ficción entre el hombre y su ambiente real que es decisivo en condicionar las conciencias y “fabricar consensos”. Si Lippman consideraba  esa capacidad de los medios como algo necesario para la vida en democracia, Noam Chomsky la definía, bastantes años después, como un instrumento decisivo en construir los lugares comunes desde los que se construyen los relatos victoriosos que articulan la hegemonía ideológica y cultural del poder.

Lo nuevo es el peso que han adquirido los grandes medios económicos globales para homogeneizar un discurso político que falsea y retuerce sistemáticamente los hechos económicos, lo nuevo es la intensidad de ese fenómeno que Willian Black denomina “periodismo económico mercenario”, lo extraño es el modo en que los periodistas del New York Times ignoran completamente lo que escribe Paul Krugman en sus mismas páginas, como si lo extravagante en el comportamiento editorial del medio fuera conceder al Premio Nobel ese espacio de opinión mientras parece que incentiva a su redacción a no tenerlas en cuenta en absoluto.

Pero lo más preocupante es cómo ese “relato económico victorioso” hace callar a Obama o desaconseja a la socialdemocracia europea enfrentarse frontalmente a él, lo alarmante es cómo se impone “el triunfo de lo irreflexivo”, en todo el mundo.

Ahora toca el turno a España. Las elecciones generales serán la excusa para un bombardeo repetitivo del discurso político que concede la victoria sobre la crisis al sacrificio y la austeridad. Sabemos que será avalado por los grandes medios como si se tratara de una sucesión de certezas incontestables. Parece lógico pensar que, por encima de esa ficción, la realidad debería abrirse paso, pero, para conseguirlo no basta con repetir nuestro “eppur si muove” en los pequeños cenáculos.

Veremos si emerge un relato alternativo y, sobre todo, veremos qué capacidad tiene de ser coherente y de articularse políticamente. La experiencia del Reino Unido es que solo los nacionalistas escoceses se atrevieron a confrontarlo. Y triunfaron.

 

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