Impuestos, Estados y economía ¿liberal?

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Recurriendo a los clásicos de verdad

Estado mínimo, reducción de impuestos, des-regularización de los mercados financieros, flexibilidad del mercado laboral, despido libre, libre circulación de capitales… Éstas son premisas básicas de una economía neoliberal. Sus defensores subrayan las bondades de un sistema de estas características, capaz, dicen, de proporcionar bienestar generalizado e, incluso, reducir las desigualdades. E, incluso, controlar la inflación. Una idea casi virginal de la actuación de los agentes económicos: todos trabajan con información simétrica en mercados abiertos, en igualdad de condiciones, sin cortapisa alguna por parte de los poderes públicos, observados como nefastos para el desempeño de la economía. Un individualismo a ultranza; la semblanza del hombre hecho a si mismo a costa del esfuerzo, del sacrificio y del egoísmo.

Los apóstoles de estos programas tienen referentes teóricos potentes. La escuela austríaca –Von Misses, Hayek– serían los profetas esenciales –Schumpeter es otra cosa: su realismo chocó mucho con los apologetas del mercado–, seguidos muy de cerca por Milton Friedman y la poderosa escuela de Chicago. Pero la visión más liberal de la economía remite, igualmente, a la economía clásica: aquí se invoca de forma recurrente a Adam Smith y David Hume (en tal aspecto, es muy recomendable la lectura del reciente trabajo de Dennis C. Rasmussen, El infiel y el profesor, Arpa Ideas, Barcelona, 2018). La riqueza de las naciones es un libro de cabecera, del que se extraen aquellos párrafos que se presumen elocuentes para defender las prácticas que se desarrollan: librecambio, división del trabajo, mano invisible que regula los mercados, egoísmo acendrado de los agentes. Pero nulas referencias a algo que tenga que ver con comportamientos éticos o morales, aspectos ambos que sí preocuparon mucho a Adam Smith, pero que se omiten de manera deliberada.

Debe recordarse que Adam Smith publicó dos libros clave: La teoría de los sentimientos morales La riqueza de las naciones, por este orden. El primero, poco citado en las Facultades de Economía, se adentra en los principios de la moral: la moralidad, dice Smith, deriva de los sentimientos más que de la razón. Y en tal contexto cita cuatro elementos esenciales en su teoría moral: la simpatía, la utilidad, la justicia y la religión. Baste con exponer que el economista escocés es contrario a las premisas de Thomas Hobbes y Bernard Mandeville, en el sentido de que todos los actos, todos los sentimientos, se explican mediante el egoísmo. Según Smith, la justicia es la única virtud indispensable para el sustento de la sociedad: es el armazón sin el que todas las piezas caerían al suelo. Y la corrección de todas las dislocaciones económicas y sociales deben ser asumidas por los gobiernos.

Cuando se escuchan declaraciones impetuosas sobre la necesidad de bajar impuestos, contraer la función de los gobiernos, cerrar fronteras o poner altos aranceles a productos externos, ideas que vemos en dirigentes políticos españoles, deberíamos remitir a estos ignorantes a los clásicos. Que los lean. Y que no traten de engañarnos haciendo uso en vano de sus palabras. Pero algo más deben leer.

Leer los datos tributarios

En efecto, persiste la idea, entre el conservadurismo económico, que deben bajarse los impuestos. Últimamente, se aduce que esto, además, mejoraría la inflación. Esta tesis se reitera, una y otra vez, sea cual sea el escenario en el que se mueva la economía. El mensaje es siempre el mismo, inerme: bajen los impuestos, y esto ya resolverá buena parte de los problemas que tenemos. Sin embargo, se constata una curiosidad: cuando esas fuerzas políticas, defensoras a ultranza de la reducción impositiva, llegan al poder, su actuación suele ser muy distinta. Entonces, la tributación se sube, como aconteció en España con el gobierno del presidente Rajoy; o en comunidades autónomas regentadas por la derecha. Se arguye entonces que las herencias recibidas han obligado a tales movimientos. Excusa inútil, cínica: los que denunciaban el desastre económico en la oposición y señalaban que con las bajadas de impuestos el problema se resolvería, no pueden argumentar ignorancia cuando acceden a la dirección efectiva de la economía. Lo sabían. Pero la deriva a la que se está llegando ahora es ya de traca: el PP indica que de cada cien euros que se ponen en gasolina, 57 van a parar al gobierno central (en concreto: al presidente Sánchez, esa es la literalidad).

Pero veamos datos y argumentos:

Primero: más de la mitad de la recaudación sobre carburantes –el ejemplo que ahora se invoca por parte de las fuerzas conservadoras– se dirige a las comunidades autónomas. Item más: el 50% del IVA y el 58% de los impuestos especiales, según se establece en el modelo de financiación autonómico desde 2008. Es decir, los recursos recaudados no van a nadie en concreto; se canalizan hacia las haciendas autonómicas, incluyendo naturalmente las del PP.

Segundo: España recauda menos que otros países europeos por cada litro de gasolina o de diésel que se compra. Muy cerca, por tanto, de los mínimos armonizados por la Comisión Europea. En el conjunto de la Unión, estos impuestos superan generosamente los 0,57 €.

Tercero: el conjunto de la fiscalidad tiene destinos específicos. La pregunta clave es para qué sirven los impuestos. Y sirven para todo eso que se suele valorar en momentos difíciles: la sanidad, la educación, los servicios sociales, las infraestructuras, la investigación, las ayudas a colectivos vulnerables y a empresas. Aspectos, todos ellos, que han aparecido con fuerza desde la pandemia, y que vuelven a aflorar a raíz de las consecuencias económicas de la guerra.

Cuarto: la fiscalidad progresiva se encamina hacia la justicia redistributiva. Esto se vio desde 1945 hasta 1980, tanto en Estados Unidos como en Europa, con gobiernos demócratas, republicanos, socialdemócratas y conservadores, con tipos marginales en la franja más elevada de la renta del orden del 80%.

En etapas de elevada incertidumbre y recesión, todo el mundo mira al sector público para solventar los problemas que los mercados no atajan. Pero toda esa capacidad, tangible, efectiva, como se ha demostrado y se está viendo, es posible porque existen ingresos tributarios. Los partidos con vocación de gobierno no deberían caer en el populismo retórico con este tema. Porque, entre otras consecuencias, les costará cuadrar las cuentas si gobiernan.

About Carles Manera

Catedrático de Historia e Instituciones Económicas, en el departamento de Economía Aplicada de la Universitat de les Illes Balears. Doctor en Historia por la Universitat de les Illes Balears y doctor en Ciencias Económicas por la Universitat de Barcelona. Consejero del Banco de España. Consejero de Economía, Hacienda e Innovación (desde julio de 2007 hasta septiembre de 2009); y Consejero de Economía y Hacienda (desde septiembre de 2009 hasta junio de 2011), del Govern de les Illes Balears. Presidente del Consejo Económico y Social de Baleares. Miembro de Economistas Frente a la Crisis Blog: http://carlesmanera.com

1 Comment

  1. Enrique LOPEZ FELIPE el abril 10, 2022 a las 10:46 am

    La exposición realizada sobre los impuestos es muy interesante, pero el marco global en la que debe incardinarse es que, respecto de 2020, el Gobierno ha consiguió reducir en 2021 el déficit de las AAPP en 32.381 millones (más datos en https://elgorgojorojo.wordpress.com/2022/04/08/deficit-publico-en-2021-alza-de-ingresos/.

    Si bien la cantidad es considerable, debe valorarse a la luz de que, en relación al año precedente, en 2021:

    a) los ingresos aumentaron en 61.518 millones, impulsados fundamentalmente por la recaudación impositiva

    b) los gastos asociados a la pandemia de Covid-19 bajaron 8.147 millones

    En la recaudación tributaria ha tenido una influencia positiva (aunque no para los ciudadanos) la inflación.

    Sirva para hacernos una idea el siguiente razonamiento:

    i) Los impuestos que gravan el consumo (por ejemplo, el IVA o el Impuesto sobre Hidrocarburos), tuvieron el año pasado un incremento interanual de casi 13.000 millones.

    ii) El alza nominal interanual del “consumo” el año pasado fue del 6,27%, correspondiendo 4,17% al volumen y 2,10% al deflactor, es decir, a la variación de precios.

    Por tanto, estableciendo la oportuna proporción, el año pasado la inflación aportó al erario más de 4.300 millones por los impuestos sobre los productos.

    El gasto asociado a la pandemia de Covid-19 se cuantificó en unos 35.700 millones. Teniendo en cuenta este dato y algunos otras partidas excepcionales, como el importe de las indemnizaciones abonadas a concesionarias de autopistas con motivo de la reversión de activos y los fondos recibidos ligados a la Ayuda a la Recuperación para la Cohesión y los Territorios de Europa (REACT-EU), puede estimarse que el déficit estructural se situó en algo más del 4%.

    Por otro lado, el ejercicio 2021 ha concluido con un saldo de deuda de las AAPP de 1.427.235 millones, con un incremento anual de 81.451 millones, es decir, un importe similar al déficit de las cuentas públicas.

    En resumen, nuestro pobre país encara el año 2022 con serios problemas de déficit, porque el “estructural” se ha enquistado, y deuda, porque el BCE va disminuyendo progresivamente sus compras en el mercado secundario, a los que se añade la escalada de la inflación que puede generar tensiones sociales.

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