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Jóvenes: inhabilitados para la reproducción

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El INE acaba de publicar el número provisional de nacimientos en España para 2018 (369.302, 6% menos que en 2017) que acentúa la caída observada en los últimos años, fruto de la muy baja fecundidad, sobre todo entre los jóvenes y, también, de la disminución del número de personas en edad fértil, también especialmente de jóvenes.

El número medio de hijos por mujer en España, 1,25 en 2018, es casi el más bajo de la Unión Europea y la evolución de las tasas de fecundidad según la edad de la madre muestra un desplome de la fecundidad en el grupo joven, de 15-29 años. La tasa a los 20-24 años ha disminuido de 141,8 por mil en 1976 a 24,03 por mil en 2018. La correspondiente a 25-29 años descendió de 183,9 por mil a 51,43 por mil entre las mismas fechas. Las tasas de las mujeres españolas son todavía inferiores: 17,49 por mil para el grupo 20-24 años y 44,39 por mil para el de 25-29 en 2018.

La integración laboral de los jóvenes en España puede calificarse de tardía y precaria: solo el 14,6% de los jóvenes de entre 16 y 19 años son activos. 

La escasa fecundidad actual es también una fecundidad muy retrasada, principalmente de madres de más de treinta años. La tasa más alta se da hoy entre las mujeres de 30-34 años y por encima de 35 años, la fecundidad es la misma que en 1976. Si comparamos con algunos países de la Unión Europea[1] con mayor fecundidad total que España se constata que la diferencia se explica exclusivamente por la fecundidad de los jóvenes, especialmente la de los 25-29 años, que era antes el grupo con mayor descendencia. En Francia, la fecundidad de las primeras edades es más del doble de la de España, e incluso en Italia, cuya fecundidad total no está muy alejada de la de España, es mayor la fecundidad de los jóvenes. La conclusión es que, toda eventual subida de la fecundidad en España debe implicar necesariamente un fuerte incremento de los nacimientos de madres de entre 20 y 30 años, a pesar de que los efectivos de este grupo van a seguir disminuyendo. El problema es que los menores de treinta años sufren en España de una precariedad laboral y residencial que, prácticamente, los inhabilita para la reproducción.

Los jóvenes, población entre 15 y 30 años, constituyen un grupo cuyos efectivos han venido disminuyendo desde un máximo local de 9.143.000 (redondeando al millar) en 2004 a los 7.037.000 de 2018, tras un leve repunte posterior a 2016, como consecuencia de la inmigración (un 18,1% de los jóvenes de 2018 ha nacido fuera de España). Se ha especulado con frecuencia que la disminución del efectivo joven, prevista desde hace años en todas las proyecciones demográficas, como consecuencia de la disminución de la fecundidad a partir de 1976, iba a provocar una mejora de su situación en el mercado laboral, por la disminución de la oferta de trabajo. Esto no solo no se ha producido, sino que su situación ha empeorado

La integración laboral de los jóvenes en España puede calificarse de tardía y precaria. Entre los de menos edad (16-19 años), el alargamiento del período de formación hace que el 81%[2] está estudiando. El porcentaje de activos es casi insignificante en este grupo (14,6% para ambos sexos, algo más entre hombres que entre mujeres) muchos en régimen de temporalidad y casi la mitad buscando trabajo. El 86% de los asalariados tiene un contrato temporal y los asalariados con contrato indefinido representan el 1% del conjunto del grupo, tanto hombres como mujeres. La fecundidad de este grupo de edad es actualmente prácticamente inexistente y puede considerarse una simple prolongación de la fecundidad adolescente, hoy tratada sobre todo como un problema social. El grupo de 20-24 años protagoniza el considerable alargamiento del período formativo, más allá del primer ciclo universitario, que se ha producido en España: casi un 40% sigue estudiando. Por otra parte, la condición de los que acceden al mercado de trabajo (un 55%) es sumamente precaria: la tasa de paro es del 31% y un 69% de los asalariados tiene un contrato temporal. En conjunto, solo el 11% de este grupo de edad tiene un contrato indefinido. En cuanto al grupo 25-29 años, ya no estudia (solo lo hace el 8,4% de los hombres y el 7,5% de las mujeres) pero su inserción laboral, a pesar de una tasa de actividad (86,5% en los hombres) comparable a la de los grupos más activos de la población, resulta también harto precaria. La tasa de paro en este grupo es de 26,2%, tanto para hombres como para mujeres, muy por encima de la del conjunto de activos (15,3% para ambos sexos, 13,7% para hombres y 17% para mujeres en 2018). Casi un 10% de los activos no son asalariados y entre estos últimos, la temporalidad representa el 56,3% (55% entre los hombres y 57,7% entre las mujeres).

Como se ha visto, los jóvenes ente quince y treinta años han alargado su período de estudios. Los que ya no estudian, sufren de un paro elevado y de una alta temporalidad. Solo un pequeño porcentaje (16,4% de los 16-29 años) disfruta de un contrato indefinido que le podría permitir encarar, con cierta confianza, planes de vida, como el tener hijos.

La dificultad para formar una familia propia se hace más patente a la vista de sus condiciones de vida y su grado de autonomía residencial. En España, los jóvenes tardan mucho en emanciparse, en vivir por su cuenta. En el grupo más joven (15-19 años) casi la totalidad, 98,8% en el caso de los hombres y 97,3% en el de las mujeres, vive con los padres o con algún pariente[3] (Cuadro 2). Hemos visto que las personas de este grupo no tienen hijos y no trabajan en su inmensa mayoría, por lo que puede aventurarse que, en la actualidad, la infancia se prolonga hasta los veinte años, una edad a la que los jóvenes están a punto de terminar el primer ciclo de los estudios universitarios. Existe una contradicción entre su situación de dependientes, cuyo coste recae sobre todo en las familias, y lo que podríamos llamar su “autonomía vital”, puesto que votan (desde los dieciocho años y probablemente en un futuro próximo lo puedan hacer desde los dieciséis), que disfrutan de una gran libertad sexual, que son grandes consumidores de ropa, de móviles, de música y que gozan de gran visibilidad y protagonismo social. Su aparente integración en la sociedad no pasa por el trabajo y la familia, a los que tendrán que acceder necesariamente más tarde si quieren asentarse socialmente. Lejos de prepararlos para el futuro, su vivencia actual puede ser fuente de tensiones y de inadaptación.

El grupo siguiente, los que tienen entre 20 y 25 años, que se sitúa a medio camino entre el estudio y el trabajo, se encuentra lejos de la emancipación: el 90% de los hombres sigue viviendo con sus padres o reside con algún familiar. Menos del 4% de los hombres de este grupo de edad vive en pareja o con algún hijo y 1,9% vive solo. Casi la mitad de los emancipados (4,4%) comparte vivienda con personas ajenas a su familia (Cuadro 2). Existen diferencias entre los hombres y las mujeres, emancipadas en mayor proporción, que se explican porque ellas se emparejan con hombres más mayores (el porcentaje de mujeres que vive en pareja o con algún hijo triplica al de hombres). En las otras formas de convivencia (vivir solos o con otros no parientes) no se aprecian diferencias según el sexo.

Todavía en el grupo de 25-29 años, casi dos tercios de los hombres y la mitad de las mujeres viven con sus padres o con algún familiar y las mujeres que tienen algún hijo representan menos del 20%. Finalmente, incluso en el grupo de 30-34 años existe una proporción elevada (34,5%) de hombres no emancipados y menos de la mitad de las mujeres de este grupo tiene algún hijo.

Los datos anteriores, que evidencian una situación residencial aún peor que la de su inserción laboral, marca la importancia propia de la vivienda, cuyos precios actuales hacen prohibitivo su acceso a estos grupos de edad. Hay que resaltar, además que, entre 2013 y 2018[4], la proporción de emancipados ha disminuido en todas las edades jóvenes, a pesar de tratarse de años de recuperación económica, posteriores a la crisis.

Pero la mejora económica ha traído también una fuerte subida del precio de la vivienda. El aumento acumulado de los precios de compra de vivienda en España, del primer trimestre de 2014 al mismo trimestre de 2019 fue de 29% y el de los alquileres, en el mismo período, de 29%[5]. Contrasta esta tendencia con el aumento del 3,9% del salario por persona ocupada durante prácticamente el mismo período. Este enorme desfase es atribuible en gran parte a que se compran viviendas con fines de inversión por su mayor rentabilidad comparada a otros activos, lo que tensa la demanda y hace aumentar los precios. El hecho es que el mercado de la vivienda deja de ser capaz de responder a la demanda de los jóvenes, con el resultado de que estos experimentan una dificultad creciente para independizare de sus padres. La recuperación económica no solo no ha beneficiado a los jóvenes, sino que ha dificultado aún más su integración social, porque sufren a la vez la carestía de la vivienda y los efectos de la reforma laboral.

El retraso de la emancipación de los jóvenes en España es mucho mayor que en los otros países de la Unión Europea. Solo cuatro países (Bulgaria, Croacia, Italia y Malta) superan la edad media de 29,5 años a la que se emancipan los jóvenes en España. Entre los países más poblados, solo Italia se encuentra por detrás. Destaca Suecia, cuyos jóvenes son los primeros en emanciparse, con 18,5 años en promedio, once menos que los de España (Cuadro 3).

 La edad media de emancipación descendió ligeramente en España en los años previos a la crisis, pasando de 29,4 en 2000 a 28,3 en 2009. A partir de entonces, ha subido sin interrupción hasta ahora, según datos de EUROSTAT.

El retraso de la edad de emancipación es el resultado a la vez de la degradación de las condiciones laborales de los jóvenes y de las dificultades de acceso a la vivienda (además del alto precio, exigencia de solvencia, escasa oferta de alquileres). En los años previos a la crisis, la situación del mercado laboral era mejor que la actual y, aunque subieron los precios de la vivienda, los jóvenes tenían algo más de facilidad para dejar la casa de sus padres. Actualmente, las condiciones laborales han empeorado, con mayor precariedad y salarios más bajos, a la vez que los precios de la vivienda suben muy rápidamente, lo que obliga a muchos jóvenes a seguir viviendo con sus padres a edades a las que, en otros países, hace tiempo que vuelan por sí mismos.

La escasa natalidad en las edades de mayor fertilidad se explica por unas condiciones que alejan a los jóvenes de la plena integración social a través del trabajo y de la familia. No solo esto supone la pérdida del enorme potencial que representan unas generaciones que están entre las mejor formadas de Europa, también se pone en peligro la reproducción social y se fomentan tensiones sociales, alimentadas por la lógica frustración de los que aspiran, sin conseguirlo, a encontrar su sitio en el mundo. Es, sin ninguna duda, el mayor peligro para la cohesión social que existe actualmente en España.

[1] Comparación para 2017, último año con datos de EUROSTAT.

[2] Los datos de este apartado, todos relativos a 2018, figuran en el Cuadro 1.

[3] Se ha considerado que no están emancipados aquellos cuya situación en el hogar figura, en la Encuesta Continua de Hogares del INE, como “hijos/as” o “personas que no viven en un núcleo familiar, pero viven con otros parientes”.

[4] Intervalo para el que están disponibles los datos de la Encuesta Continua de Hogares del INE

[5] Los datos de este párrafo proceden de: Rodriguez, J. (2019) “Mercado de vivienda en expansión y desaceleración de la economía”, in Madrid, Ciudad y Territorio, número 200.

About Juan Antonio Fernández Cordón

Juan Antonio Fernández Cordón es Doctor en Ciencias Económicas y Experto-Demógrafo por la Universidad de París. Ha sido Profesor de las Universidades de Argel y de Montreal e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en el que fue Director del Instituto de Demografía. Ha ejercido también como Director de Estudios y Estadísticas del Ayuntamiento de Madrid y Director del Instituto de Estadística de la Junta de Andalucía. Ha sido miembro, como experto independiente del Grupo de Expertos sobre demografía y familia de la Comisión Europea y miembro del Consejo Científico del Instituto Nacional de Estudios Demográficos de Francia. Miembro de Economistas Frente a la Crisis

1 Comment

  1. tomas el junio 22, 2019 a las 3:02 am

    a ver, a la jauria depredadora que la chusma pueda tener hijos o no le da igual, solo quieren mano de obra barata, hambrienta a la que explotar, si no tienen hijos no pasa nada, igual que han hecho que los partidos capitalistas, sus lacayos, nos traigan 6 millones de inmigrantes a un pais que nunca tuvo menos de 1.7 millones de parados, un 8% de paro, tasa altisima en cualquier pais desarrollado, igual, digo, les dicen a sus lacayos que nos traigan otros 6 millones mas, o 20 millones,, que si hay algo que no excasea en el mundo son millones de pobres dispuestos a venir a europa, o España
    ejercito industrial de reserva, dumping social.

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