NOTA DEL AUTOR: Publiqué este artículo en mayo de 2020 en El Plural y en esta misma WEB en plena crisis del coronavirus. En aquel momento, el discurso de política económica giraba en torno al tamaño del necesario estímulo fiscal destinado a paliar las consecuencias de la crisis. En el mismo, advertía del efecto péndulo y las presiones políticas que se originarían para reducir el déficit público prematuramente. Viendo ahora las previsiones económicas de 2021 y las reacciones de medios de comunicación y de algunos analistas más políticos que económicos, lo publicamos ahora de nuevo en su versión original e íntegra. Debemos evitar a toda costa volver a caer en una política de austeridad prematura que dificulte la recuperación o que incluso la condene definitivamente.
El agua comienza a bajar, poco a poco, y el panorama de la economía española se va aclarando poco a poco. Ya sabemos que la caída del PIB en 2020 será la peor que ha vivido España desde la guerra civil, y que el desempleo se disparará hasta, al menos, el 20%, situándose en cifras de la crisis de 2008. Sabemos que, de cumplirse las previsiones, España recuperará el nivel de PIB que tenía en 2019, en 2022 o 2023. Si miramos en perspectiva, hemos perdido todo el período de recuperación económica entre 2013 y 2019, y volvemos a la casilla de salida que nos sitúa en una posición muy parecida a la que teníamos en medio de la crisis económica.
En términos de déficit público, España cerrará el año con un déficit público por encima del 10%, situándose cerca del 12% si no se cumplen los optimistas objetivos de recaudación planteados por el gobierno. Situación que nos llevará a una evolución de déficit público que tardará muchos años en recuperarse. Lamentablemente, el gobierno no ha dado previsiones de déficit público en 2021, limitándose a señalas que el déficit comenzará una senda de reducción. Si tenemos en cuenta el tiempo que hemos tardado, en la anterior crisis económica, en reducir nuestro déficit público para salir del procedimiento de déficit excesivo, es bastante probable que España alcance de nuevo esta situación, como pronto, en 2025 o más adelante. Lo cual significa que en las dos décadas que van desde el año 2005 al 2025, España sólo la logrado mantenerse dentro de los límites establecidos por el pacto de estabilidad y crecimiento cuatro años: 2005, 2006, 2018 y 2019.
Es cierto que la Unión Europea activó, al inicio de la crisis, la cláusula de escape que permitió saltarse los límites impuestos por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, de manera que, en términos formales, en estos momentos no estamos fuera de ningún límite. Pero debemos recordar que el Pacto de Estabilidad no es sino una regla interna sin mayor interés práctico que la reputación de nuestras cuentas y la eventualidad de recibir una sanción que, de momento, no se ha hecho efectiva ni siquiera en los años diletantes del Partido Popular. El verdadero problema de este déficit público es la manera en la que pueden dificultar el acceso de España a la financiación en los mercados. Un incremento de más de 20 puntos de deuda pública en 2020, y nuevos incrementos en 2021 y siguientes, supondrá que la deuda pública en España se situará alrededor del 130% el PIB a largo plazo, una situación que coloca a España en parámetros muy similares a los de Italia. Si el Banco Central Europeo mantiene su programa de compra de activos durante estos años, las primas de riesgo no se despegarán mucho, pero debemos acostumbrarnos a pagar más por nuestra deuda, con el negativo impacto que tendrá esto en nuestra capacidad de gasto público.
Ahora echaremos de menos haber mantenido una mayor disciplina fiscal en los años de crecimiento, que es lo que debíamos haber hecho. Pero la ausencia de esa disciplina fiscal en los años buenos no se puede compensar con fuertes recortes en los años malos. Esa es, justo, la política económica equivocada que se produjo en la pasada crisis. Es justo lo contrario de lo que debemos hacer.
Si miramos a la historia reciente del pensamiento en materia de política económica, al momento inicial de pánico keynesiano -que aboga por importantes impulsos fiscales- le sigue una fuerte vuelta de tuerca a las políticas de austeridad. Es bastante probable que en 2021, el gobierno de España comience a recibir fuertes presiones para reducir su déficit público y ajustar sus cuentas públicas antes de tiempo, incrementando las posibilidades de que la economía tarde más de lo necesario en recuperarse. Esta visión de la economía comenzará a sonar de manera atronadora en los próximos meses, por parte de los chamanes de siempre, que abogarán por una drástica reducción del gasto público al tiempo que exigen un recorte de los impuestos para estimular la economía.
En “Nunca dejes que una crisis te gane la partida”, Philip Mirowski explicó como las desacreditadas versiones de la economía de oferta jugaron su papel para mantener una posición hegemónica en el pensamiento de la política económica de los años 2010 a 2015, aun a sabiendas de que el consenso de la política económica había desautorizado totalmente sus prescripciones, o que sus conclusiones estaban basadas en cálculos erróneos o en opiniones sin conexión con el trabajo empírico. Así, en 2010, un afamado economista español presentó un modelo sobre la evolución de la crisis que no se ajustaba a la evolución de nuestra economía. En las conclusiones de su modelo, nuestro economista señalaba la necesidad de una consolidación fiscal, conclusión que no se extraía de su trabajo empírico, situación que fue afeada por el discussant de su paper. El debate puede encontrarse aquí. Todavía en 2012, el director de un importante centro de estudios económicos se reía, en prime time, del “mito del multiplicador fiscal”, pocas semanas antes de que Blanchard los calibrara y reconociera el mea culpa de las políticas de austeridad.
Entre 2012 y 2018, fue el propio Blanchard quien lideró un proceso de revisión de la política macroeconómica que mandó al trastero muchas de las ideas de la austeridad, y los servicios de estudios del Fondo Monetario Internacional, el FMI o el propio Banco Central Europeo nos dieron nuevas herramientas para comprender mejor las crisis económicas y sus posibles cauces de salida.
Es ingenuo pensar que esta batalla está ganada. Volveremos a ver a líderes políticos sin ninguna cultura económica señalando el déficit público como causa de la crisis, volveremos a ver columnistas en medios de amplia difusión pidiendo recortes de impuestos como salida a la crisis fiscal, y volveremos a ver sesudos estudios señalando la necesidad del equilibrio presupuestario inmediato. Volveremos a ver, utilizando las palabras de Paul Krugman, a “very serious people” apostando por apretarse en cinturón en espacios prime time y en foros de alto nivel: volveremos a sufrir un ataque de los zombies. Tendremos que recordar que la austeridad no sólo es una idea peligrosa, sin que, en estos momentos de fragilidad sanitaria, que puede prolongarse durante algún tiempo, sencillamente mata.
No seamos ingenuos: la batalla de las ideas volverá con fuerza y debemos estar preparados para darla.
A fe que haces bien de reeditar el comentario de Mayo porque en esta colina de Sísifo resulta cansado escuchar una y otra vez las ideas zombies, y hay que darles respuesta cada vez que aparecen. Un par de comentarios:
Uno, es muy necesario señalar las cosas que se dijeron entre 2010 y 2012 sobre multiplicadores y sobre todo tipo de asuntos porque lo tuvimos que aguantar estoicamente, porque estaban muy equivocados y, sobre todo, porque la prepotencia con la que lo decían era bastante irritante (no entro para nada en juicio de intenciones, motivaciones o integridad moral). Eso ni lo sé ni me importa. Por ciero, no funciona el enlace a la discusión del «discussant» sobre el trabajo empírico cuyas conclusiones se estiraban en un increible escorzo hacia donde no apuntaban sus propios datos.
Y dos: Las condiciones macroeconómicas que existen desde hace ya casi dos décadas en los principales países de la OCDE son totalmente distintas de las que había a finales del siglo XX (con la notable excepción de Japón que, muy a su pesar, en eso nos lleva una década de ventaja). Esas condiciones previas son las que permitieron en su día llegar a las conclusiones que ahora se repiten una y otra vez cuando se habla de gasto público. Solo una ceguera y un onanismo metodológico muy acusados podían llevar a determinadas personas a decir las cosas que dijeron a la altura de 2010. En Europa se cometió, clara y nítidamente, lo que en tenis se llama «un error no forzado». No espero que lo reconozcan (ver punto anterior), pero sí que esta vez se corten un poco.