La centrifugación ideológica de las clases medias

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Ignacio Muro es miembro de Economistas Frente a la Crisis

Probablemente Vd, sus hermanos y familiares, como yo mismo, nos hemos identificado con frecuencia como miembros de la clase media. Por ello, las palabras que siguen, que analizan sus comportamientos políticos en medio de una grave crisis, es algo que, con seguridad, le resultará cercano.

Uno de los mejores estudiosos de sus mutaciones en momentos de gran tensión económica y social fue Whilhem Reich, un analista heterodoxo que integró, en los años 30, el psicoanálisis y el marxismo en sus análisis. Su obra Psicologia de masas del fascismo avanzaba una conclusión que puede parecer chocante, tremenda quizás: que su perfil liberal y su patología fascista nacen del mismo ser en circunstancias diferentes.

De su intenso estudio que conecta los efectos de la crisis del 29 y el ascenso de Hitler, podemos deducir tres características específicas de las clases medias: de un lado, el pavor generalizado al descenso social, identificado con el trabajo manual y un futuro degradado para sus hijos, que se convierte en una fuente inagotable de angustia. Ese miedo rompe cualquier equilibrio que las hiciese parecer indiferentes o moderadas. Sometidos a esa presión, las clases medias desarrollan, y ese es su segundo rasgo, una enorme energía política, una fuerza social más potente y activa en esas circunstancias, dice Reich, que las clases obreras tradicionales. El tercero es que esa energía entronca con una estructura caracterológica propensa a pivotar en torno a un núcleo subjetivo de ideales abstractos y morales (nación, familia, dignidad, religión) presentados con coberturas emocionales que pueden ser fuente, también, de intensos rechazos (fobias, rencores y odios).

Se rompe el mito del capitalismo incluyente europeo

Ha pasado mucho tiempo desde entonces y muchas cosas han cambiado: su identificación con la familia patriarcal y la represión sexual, muy destacadas entonces por Reich, no son ya ciertas. Pero la profundidad de la crisis actual y el paralelismo con la del 29 mantiene inalterables otros rasgos.

En medio, ha habido al menos tres generaciones que creyeron (unos más que otros) que el capitalismo era capaz de sobrevivir a sus crisis en el sentido positivo, a través de su capacidad de crear alto valor económico y construir un tipo de sociedad cada vez más avanzada, con un volumen creciente de clases medias progresivamente integradas en el sistema, seducidas por los hábitos consumistas. Pero era una ficción. En la medida en que los grupos dominantes no han encontrado contrapesos a su poder, han asumido pautas regresivas que arrastra, inevitablemente, a las mismas capas profesionales que facilitaron su auge y modularon los consensos internos.

El hecho es que, tambien hoy, la batalla política se está jugando en el terreno representado por esas clases medias, asfixiadas y angustiadas por la lógica implacable de una globalización que no parece ofrecer otra cosa que la precarización de la vida de sus hijos, profesionales sobrecualificados sin posibilidad de empleo. Arquitectos, médicos, funcionarios, abogados… acostumbrados a buscar para sus familias las mejores opciones privadas en salud y educación, conectadas al mito de “la excelencia”, sienten miedo cierto al descenso social mientras se ven obligados a recalar en unos servicios públicos progresivamente degradados. En ese futuro temido coinciden con los pequeños comerciantes y empresarios, también claramente constreñidos por la dualidad de un sistema que les dificulta la financiación de sus operaciones, las mismas que sostienen buena parte de la actividad y empleo, mientras ven cómo los recursos financieros se vuelcan en los mercados, donde es posible aspirar a plusvalías del 10% en una sola operación, mucho más del doble de lo que ellos pueden aspiran a ganar en todo un año.

Más energía política, más radicalización

Mientras se quiebra la tradicional moderación del discurso de unos y otros, desaparece el viaje soñado hacia el centro descafeinado en el que había cuajado el bipartidismo y la izquierda socialdemocrata. La que se pensaba como una inagotable fuerza centrípeta hacia la moderación acaba convertida en una gran centrifugadora de ideas nacidas del descontento. El deterioro social que les provocan los ajustes del Estado del bienestar, les ahoga de inquietud y las lleva a movilizarse en todos los sentidos, algunos ya claramente decantados, otros solo intuidos.

Sólo los mejor situados de entre sus filas asumen el “sálvese quien pueda neoliberal” y se desentienden de todo, son los que confían en salir favorecidas con los recortes que impiden la igualdad de oportunidades. Con más contactos, mejor preparados y educados, más internacionalizados empiezan a distanciarse del resto, a acentuar su desprecio hacia lo común, lo ordinario, lo público.

Pero, entre los grupos desfavorecidos, una nueva energía política, muchas veces presentada como rechazo a la política misma, surge y se dispersa en todas las direcciones: por un lado, el nuevo populismo autoritario que desconfía de la democracia, desde un reclamo abstracto de manos limpias y mano dura adobada de rencor y odio, un día contra los inmigrantes, otro contra los políticos. En el extremo opuesto, la insurgencia democrática del 15M y los multiples indignados, un movimiento por la justicia social y el bienestar que pone el foco en la sumisión de los poderes económicos de las instituciones y las corrientes mayoritarias, identificadas con el bipartidismo. Y en medio, los movimientos de resistencia que médicos, profesores, funcionarios o jueces han puesto en marcha contra las políticas de ajuste indiscriminado.

Recuperando el tiempo perdido

En paralelo, un nuevo rebullir de ideas surge de nuevos grupos de economistas, intelectuales y profesionales de los más diversos colectivos progresistas. Se debate sobre los múltiples temas que la izquierda lleva décadas abandonando: impregnan las redes sociales donde intentan llenar con prisa la ausencia de ideas sobre la democratización del sistema productivo, sobre el procomún y la responsabilidad social, sobre los nuevos modos de hacer política. Sienten lo poco que se ha pensado y combatido el desarrollo de un capitalismo impaciente que, simultáneamente, inhabilita la democracia y fagocita la economía productiva; se duelen de la poca resistencia que ha generado el asalto de loslobbies financieros a las más diversas instituciones, nacionales e internacionales.

No hace cinco años del comienzo de la crisis y la sociedad civil, la que mejor se había identificado con la noción de clase media, se pone en marcha. La cuestión es: ¿Habrá alguna fuerza política que canalice ese descontento o se fragmentará entre múltiples opciones? Y si se fragmenta, ¿qué actitud tomar? ¿Se debe aspirar a una convergencia de partidos o a unas primarias ciudadanas abiertas a todas las fuerzas progresistas que elijan a los mejores candidatos, como han hecho en Italia?

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