La economía digital factor económico disruptivo

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Por José Borrell, catedrático de Economía, ex presidente del Parlamento Europeo y miembro de Economistas Frente a la Crisis

Desde el 2008 el mundo, y muy en particular el mundo occidental y Europa, están sufriendo la combinación de crisis políticas y económicas más grave desde el fin de la II Guerra Mundial

Los tiempos no son para el optimismo, y se habla del fin del periodo de globalización impulsado por los intercambios comerciales y la movilidad sin límites del capital, a su vez hechos posibles, en afortunada síntesis de Pascal Lamy, por la combinación de la informática, las telecomunicaciones y el contenedor.

Pero la Historia nos enseña que los periodos de crisis han sido la antesala de otros períodos de gran crecimiento económico y progreso social. Y a ello contribuye la capacidad disruptiva de la innovación tecnología.

Y es probable que el impacto de una nueva economía del conocimiento vaya a ser más profundo y duradero que el de la revolución industrial. Aunque tendríamos que hablar en plural, porque según como las concibamos y las contemos, llevamos ya 3 ò 4 revoluciones industriales. La digital, o numérica, es la última de ellas. Y para muchos pensadores y analistas, representa una nueva etapa en el desarrollo humano y provocará cambios que van a transformar nuestra forma de vida. La economía digital no será solo un factor disruptivo desde el punto de vista estrictamente económico, sino también social y político. Puede parecer desproporcionado creer que lo digital tenga un impacto determinante sobre el desarrollo humano capaz de cambiar su curso, ya que tantos y tan importantes son los desafíos globales a los que nos enfrentamos, fruto de la aceleración desmesurada vivida en los dos últimos siglos.

La población del planeta se ha multiplicado por 8 desde 1900. Según la Fundación One Planet Livig, consumimos los recursos naturales a un ritmo 50 % superior al que permitiría su reposición. Si todos los terrícolas consumieran recursos naturales al ritmo de un europeo harían falta 3 planetas Tierra, y 5 al de un norteamericano medio.

Contaminación, cambio climático, accidentes bacteriológicos o nucleares, inmigraciones masivas, terrorismo, crisis financieras,… son algunos de estos riesgos globales. Pero los ejercicios de previsión sobre los futuros posibles que esas crisis pueden producir es un ejercicio difícil. Prevemos relativamente bien las tendencias de fondo, ya sean de la población o de los intercambios comerciales, cuando estas se manifiestan de una forma lineal, es decir en un entorno de parámetros fijos o relativamente estables. Pero los acontecimientos rupturistas son más difíciles de anticipar porque se sitúan al final de un proceso lineal. Es la distinción clásica entre innovación incremental e innovación disruptiva que para Schumpeter era la verdadera ocasión de la renovación del sistema capitalista. Porque permite a las empresas y a los emprendedores encontrar nuevos espacios de crecimiento y contribuye a hacer desaparecer las rentas de situación generadas por la “vieja” economía.

Por ejemplo, si el calentamiento atmosférico llega hasta los 2° la humanidad se podría adaptar a un nuevo modelo climático. Pero si llega a 3° sería una catástrofe que pondría en peligro su supervivencia. Incluso la locura terrorista es la consecuencia de un desequilibrio social que ha llegado a una situación límite.

En un mundo cada vez interconectado, por los intercambios comerciales, las redes de información y el sistema financiero, nuestra capacidad de anticipar es cada vez más limitada. De las cuatro grandes crisis económicas recientes, 1974, 1979, 2001 y 2008, ninguna había sido anticipada por ningún gobierno. Pero, a pesar de esas dificultades de anticipación-predicción, es posible decir que estamos en el principio de una nueva revolución que implicará un cambio mayor en los paradigmas dominantes. Un momento de aceleración como lo fue el descubrimiento del fuego, de la imprenta o la primera revolución industrial.

Desde el punto de vista de la creación y transmisión de la información, la revolución digital sería el tercer gran momento del desarrollo humano, los dos primeros siendo la invención de la escritura y el de la imprenta. Es evidente que nunca como ahora la información está disponible en tan gran cantidad, con tanta rapidez y con un coste tan bajo. La información está disponible para cualquiera y en cualquier tiempo y lugar, lo que importa es la capacidad de utilizarla y de discriminarla para que genere conocimiento útil.

En lo que a información se refiere hemos pasado de la época de escasez a la de superabundancia. Y no sabemos muy bien qué hacer con la superabundancia de información. Cómo usarla convenientemente. Lo que provoca los excesos de las redes sociales y la dependencia que crean los juegos video adictivos, el acoso escolar, la ciberdelincuencia, más extendida de lo que parece porque los afectados tienden a no denunciarla, y de la que yo mismo podría referir casos que me han afectado personalmente.

O la dificultad de los estudiantes de hacer la síntesis de la información que reciben, tanto como de los electores para conocer la verdad acerca de los factores que condicionan las decisiones que se les plantean directamente, etc…

En este sentido es importante considerar el impacto de las redes sociales sobre el debate político y su papel de algunos de sus actores como Google, Twitter o Facebook como sistemas que generan opinión a través de la difusión controlada de información y no solo como meros trasmisores automáticos de la misma como es una red telefónica.

Las últimas elecciones presidenciales americanas han puesto de manifiesto su impacto sobre el funcionamiento de la democracia. Si no se puede entender el fenómeno Hitler sin el papel que jugo entonces la radio, seguramente tampoco se puede entender el fenómeno Trump sin el papel que hoy juegan las redes sociales como elemento clave de la era digital. El propio Presidente Obama se refería a ello en New Yorker, lamentando que: “la capacidad de diseminar desinformación, con delirantes teorías…sin posibilidad de contradicción… contribuye a polarizar el electorado y hace muy difícil una discusión constructiva”.

Hay que preguntarse cómo hemos pasado de una época en la que Internet esperaba aportar una edad de oro de la discusión cívica, de la igualdad en el acceso a la información, una mayor trasparencia, el desarrollo de un periodismo ciudadano liberado del condicionamiento del capitalista propietario, de una democracia más participativa, a una situación en la que predomina la manipulación y la difusión de la falsedad, en la que el acceso a la información está más determinada por algoritmos que explorar el big data que por elecciones personales.

Por ejemplo, con respecto a las recientes elecciones americanas, los estudios efectuados (por ejemplo los del sitio Buzzfeed) demuestran que los artículos más leídos conteniendo informaciones falsas con respecto a esas elecciones han generado más tráfico en Facebook que los artículos sobre los mismos temas publicados por los 19 medios más importantes de la prensa tradicional. Y siguiendo la pista de esas falsas informaciones se ha encontrado su origen en sitios tan alejados como Georgia (pero la del Cáucaso no la de EE.UU.) o Macedonia…

Todo ello plantea el grave problema de la gobernanza política de Internet.

Aunque la revolución digital sea un fenómeno, relativamente simple en su expresión física, electrones y transistores, es tan transversal que cambia los detalles más comunes de nuestra vida cotidiana al tiempo que abre campos de aplicación hasta ahora desconocidos o inexplorados. Y sus consecuencias afectan a los demás campos donde se produce la innovación, desde la distribución del agua al desarrollo de las biotecnologías, de la agricultura o de la energía.

Las tecnologías de simulación y de algorítmica que aporta la revolución digital son imprescindibles para comprender los fenómenos epigenéticos o de concebir, a través de la fusión nuclear, una fuente inagotable de energía.

La digitalización transforma los modos de producción, de distribución y de consumo de bienes y de servicios. Surgen nuevos mercados, las actividades y las cadenas de valor se reestructuran, los grandes actores tradicionales ven su posición amenazada, y nuevos modelos de negocio y de financiación aparecen.

Todo ello, por una parte acelera las dinámicas industriales y por otra redefine la estructura de empresas y mercados. La posición de las empresas en la cadena de valor y su capacidad competitiva son mucho más cambiantes. Las empresas innovadoras conciben simultáneamente equipamientos, bienes y servicios y trasforman completamente la naturaleza de sus productos razonando a partir de la funcionalidad de su utilización.

Por ejemplo, General Electric ha construido una fábrica de baterías eléctricas inteligentes en el estado de Nueva York. Una batería es algo relativamente fácil de construir y su producción se ha deslocalizado a países que ofrecen una mano de obra más competitiva. Si a pesar de ello la factoría se ha emplazado en Nueva York es porque está completamente robotizada y al no emplear apenas trabajadores el coste de la mano de obra deja de ser relevante. Y esas baterías están equipadas con sistemas de trasmisión de información sobre su funcionamiento, como se ven afectadas por las condiciones de temperatura y carga, etc.., que permiten controlar su uso a lo largo de su vida útil, mejorando el rendimiento para el cliente y generando una valiosa información al productor para mejorar su diseño. El objeto y el servicio asociado son ya indisociables.

Esta radicalidad innovadora de la era digital genera una forma inédita de complementariedad entre las innovaciones llamadas incrementales y las disruptivas, porque la digitalización produce una mezcla de cambios radicales y otros de menor naturaleza que impactan la vida cotidiana.

Otra característica mayor de la economía numérica es su mundialización, hecha posible por las posibilidades de comunicación y cooperación que ofrecen las TIC. La internacionalización de las empresas diluye las fronteras nacionales y las sectoriales. Una organización internacional de la producción y la extensión trasnacional de los circuitos de distribución permite acceder a consumidores de todo el mundo. El éxito de Alibaba, Amazon o Zalando lo demuestran

También ofrece oportunidades de deslocalización fiscal de las sedes sociales y a “optimizar” la imposición de sus beneficios.

Los actuales debates que tenemos en Europa muestran como internet altera un sistema basado en fronteras entre espacios físicos. Así ocurre con la cuestión sobre el IVA sobre el comercio trasfronterizo, los derechos de explotación territorial de los contenidos deportivos y culturales o la capacidad de un juez europeo de imponer a un motor de búsqueda americano que borre los datos de un ciudadano de la UE.

Lo que es evidente es que revolución digital ha contribuido a disolver progresivamente la relación entre localización geográfica y el poder de los gobiernos locales sobre los mercados on line y los comportamientos de los consumidores. Y por ello, la relación entre la economía numérica y el territorio es una cuestión de capital importancia sobre todo en áreas donde se ha producido una fuerte integración económica regional como en Europa.

Los europeos tenemos que referirnos a esta cuestión con mucha humildad porque, en realidad, la economía digital es esencialmente norteamericana. Los EE.UU. representan el 80 % de la capitalización bursátil de la economía digital. China viene después y Europa ha estado hasta ahora en una posición marginal, aunque la Agenda Digital para Europa lanzada en 2010 pretende corregir este retraso. Actualmente la economía digital crece 7 veces más rápido que el resto de la economía. Pero la fragmentación del marco político europeo lastra su potencial. La integración regional europea no ha conseguido todavía crear redes digitales veloces fiables y conectadas entre países. Para comunicarse entre países, los europeos sufren costes diferentes, sistemas incompatibles y una conectividad irregular. El comercio electrónico está poco desarrollado y el transfronterizo sólo es el 12 % del total. A pesar del alto nivel de desempleo, no hay suficientes trabajadores cualificados en las TIC. Si no se actúa a nivel nacional y comunitario, de aquí al 2020 nos faltarán 900.000 profesionales informáticos.

El Consejo Europeo no cesa de llamar la atención sobre la necesidad de desarrollar la Agenda Digital para Europa y completar el Mercado Único Digital. Esta es una de las 10 prioridades definidas por el Presidente de la Comisión J. C. Juncker y no es quizás una casualidad que el comisario responsable de la política digital sea un alemán el Sr. Oettinger. Precisamente en la UE estamos esperando una sentencia del Tribunal Europeo de Justicia que será muy importante para fijar los límites del desarrollo de nuevas formas de negocio apoyadas en la revolución digital. Un juez de Barcelona, en julio del 2015, preguntó al Tribunal de Luxemburgo si Uber debía ser considerada como una plataforma digital o como un servicio de trasporte Se espera la sentencia próximamente, pero sí el Tribunal decide que Uber es un servicio de trasporte, tendrá que someterse a la legislación laboral y de otro tipo que en Europa generan costes elevados. Uber ya las cumple en algunos países, pero en otros no y eso limitaría sus planes de expansión.

Si se decide que es una simple plataforma digital que conecta conductores independientes con usuarios potenciales, entonces Uber tendrá más capacidad de expansión para ofrecer productos low-cost.

Para algunos, este caso será definitorio de la voluntad europea de desarrollar un digital single market en Europa.

La era digital obliga también a repensar las formas tradicionales de financiación, inversión y retribución de las empresas. En realidad lo digital conjuga dos economías bien diferentes, la de las infraestructuras y la de los datos y servicios. La primera es una industria de costes fijos en la que los efectos de red son muy importantes. Por el contrario la economía de servicios es más lábil con costes marginales muy bajos cuando ya se dispone de las infraestructuras.

Ello produce distintas consecuencias y plantea varios problemas.

En primer lugar, cómo el valor creado por los servicios se reparte entre los distintos actores de la cadena de valor. Y en qué medida este valor creado debe contribuir a financiar las infraestructuras para garantizar la equidad en el acceso de todos los ciudadanos. Y aquí el papel de los poderes públicos sigue siendo fundamental

Segundo, cual es la forma de retribución del capital del digital bussines : ¿es un modelo industrial que busca la rentabilidad de las actividades o es un modelo financiero basado en las anticipaciones de crecimiento y su ulterior cesión?

Tercero, el papel crucial del concepto de intermediación y su corolario que es la desintermediación. La revolución digital es en gran medida una revolución de la intermediación que cortocircuita los actores tradicionales

Y la cuarta que hay que citar seria la fragilidad de las posiciones dominantes en la economía digital. Esta economía está influida por un peso importante de las externalidades de red, lo que favorece la creación de monopolios del tipo “winner takes all”. Y a lo largo de la corta historia de internet han aparecido distintos actores dominantes. Pero también se han producido espectaculares cambios de posición como han sido los casos de Yahoo, Alta Vista, Blackberry, Myspace o Netscape…

Todo lo anterior muestra que la economía digital no es, o no es solo, un fenómeno temporal ligado a una etapa de disrupción sino que produce cambios estructurales perennes y omnipresentes en el sistema económico y en la creación y destrucción de empleo , reviviendo la utopía del mundo sin trabajo debido a irrupción masiva de los robots.

Desde este punto de vista es muy interesante la atención que la mayor economía industrial europea, la de Alemania, por otra parte la industria más robotizada del mundo junto con la de Japón y Corea, presta a la trasformación digital del sistema industrial. Es lo que los alemanes llaman el Proceso Industria 4.0 en el que están involucrados ejemplarmente el sector público, el privado, los sindicatos y los institutos de investigación. El termino 4.0 designa lo que para los alemanes es la cuarta revolución industrial, la primera siendo la introducción de las máquinas movidas hidráulicamente o por vapor, la segunda la división del trabajo basada en la energía eléctrica, la tercera la automatización de las cadenas de producción gracias a la electrónica y las tecnologías de la información y la cuarta la interconexión de las maquinas vía los sistemas cyber-fisicos.

Por comparación, los franceses hablan sólo de tres revoluciones industriales, la del vapor,  la de la electricidad y las telecomunicaciones y la de internet y las energías renovables. Es posible que este marco de análisis refleje las diferencias entre las estructuras de los sistemas productivos y las culturas industriales de ambos países. El peso de la industria en el PIB de Alemania es casi el doble que el de Francia, el valor de la producción de maquinaria 5 veces mayor. Francia tiene 30.000 robots industriales versus casi 200.000 en Alemania.

El hilo conductor del modelo industrial 4.0 es la interacción entre la revolución tecnológica y la evolución de las formas de organización del trabajo. Alemania se ha tomado muy en serio el impacto de la trasformación digital sobre el empleo industrial. Sus estudios estiman que el resultado de aquí al 2030 sería la pérdida neta de 60.000 empleos. Aunque pueden imaginar las problemas metodológicos que tales estimaciones presentan. Un tema apasionante del que solo tengo tiempo de dejar constancia de su interés y trascendencia.

El elemento estructural de la economía digital es la redefinición permanente de los contenidos, de las ofertas, de los modos de consumo y de los modelos de negocio: una economía en la que el cambio y la innovación permanente es la norma. Para visualizarlo podemos citar como metáfora el episodio de la Reina de Corazones en Alicia en el país de las maravillas de Lewis Caroll. Cuando Alicia le pregunta porque corre continuamente, la Reina le contesta que lo hace porque el terreno se mueve bajo sus pies, y tiene que estar corriendo sin cesar para poder permanecer en el mismo sitio.

Es decir, en la sociedad del conocimiento, no se trata de hacer un esfuerzo momentáneo para situarse en primer plano, hay que disponer de un modelo de sociedad que facilite la emergencia de la innovación de forma permanente. Más de lo que Schumpeter hubiera podido imaginar, esta época induce una permanente destrucción creadora. Y los países que se empeñen en mantener modelos verticalizados y cerrados, con regulaciones que prioricen la preservación de las rentas de situación en detrimento de la innovación y la movilidad social tendrán graves dificultades para sobrevivir.

Es importante reafirmar la imperiosa necesidad del progreso, de la innovación, del sueño que parecía utópico.

Cuando yo llegué al Ministerio de Telecomunicaciones en 1991, mis ingenieros dudaban de la capacidad del espectro radioeléctrico de albergar muchos teléfonos móviles. Sus estimaciones eran muy reducidas. ¿Quién hubiera podido decirnos que 25 años después el 75 % de los habitantes del planeta tendrían un teléfono móvil?

Y cuando 6.000 millones de personas tienen acceso a las comunicaciones móviles y a los sistemas digitales, la demanda de innovación en los servicios es enorme e incontenible.

Las posibilidades de optimizar el funcionamiento de nuestro mundo son también enormes. El 50 % de los alimentos que se producen nunca llegan a ningún estómago, a pesar de que millones de personas pasan hambre. El 25 % de la capacidad de transporte de los camiones esta ociosa en Europa, los sistemas de trasporte de agua en las ciudades tienen perdidas que van del 20 al 30 %… La posibilidad de reducir estos despilfarros y de generar nuevas oportunidades, como la de alquilar paneles solares o tractores a comunidades rurales demasiado pobres para comprar uno, nos permiten diseñar un nuevo mundo.

Cuando yo estudiaba en Stanford, los privilegiados estudiantes nos reuníamos en grupos de 20, de 100 en las clases magistrales. Hoy, 25.000 estudiantes siguen de forma gratuita desde todos los puntos del globo las enseñanzas más elitistas.

  • Y si el conocimiento está disponible para todos, los lugares tradicionales desde donde se difunde el saber perderán su supremacía intelectual y el conocimiento no estará solo al alcance de los más privilegiados
  • Si la educación puede estar al alcance de todos, sí podrá tener en cuenta las necesidades de cada cual y acompañarnos de forma individualizada a lo largo de toda una vida
  • Si gracias a la telemedicina los cuidados más sofisticados pueden estar al alcance de todos,  su calidad media mejorará
  • Si los nuevos instrumentos de producción, los temidos y mitificados robots, pueden efectuar tareas elaboradas del sector servicios, los seres humanos se liberarán del taylorismo y del trabajo penoso y permitirán que los centros de producción se relocalicen en las proximidades de los centros de consumo
  • Si el Estado puede ganar en eficacia para poder actuar como el insustituible regulador y coordinador, fomentará la innovación tanto como garantizará la igualdad

Entonces será verdad que habremos cambiado de era y entrado en la sociedad del conocimiento, la última y verdadera razón de la libertad humana, porque la más perfecta de las Constituciones no sabría hacer libres a ciudadanos ignorantes.

Esta posibilidad está hoy abierta. Puede que no la aprovechemos, como los europeos y los españoles en particular no hemos sabido sacar partido a las ventajas de la unión monetaria. Puede que seamos víctimas de los problemas que la era digital va a plantear, como también los hizo la primera llama que alumbró una caverna. Puede que los desafíos globales a los que he hecho referencia al principio nos hagan desaparecer antes de que veamos hecha realidad las promesas de la era digital.

Lo sabremos en los próximos 20 años. No será necesario esperar mucho más, de forma que quizás la mayoría de los que aquí estamos lo podremos ver. Pero sepamos que tenemos hoy los instrumentos para distribuir mejor una mayor riqueza, asegurar la mayor libertad de expresión, el acceso a la diversidad de las culturas y a la movilidad social.

En eso consiste el verdadero desafío de nuestra época global.

 

 

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