Por Carles Manera, catedrático de Historia Económica y miembro de Economistas Frente a la Crisis
La participación de Asia en la distribución del PIB mundial ha crecido desde fines de los años 1970, según los datos del FMI: se ha pasado del 7,5% en 1980 al 23% en 2010. Tres décadas que han supuesto rebatir las cuotas de la Unión Europea (31% en 1980 y 20% en 2010) y Estados Unidos (25% en 1980 y 20% en 2010). La Gran Recesión confirma, por tanto, el potencial económico del área asiática. El avance es, sin embargo, desigual. Existen grandes diferencias entre los países que componen esta parte de la región asiática –la emergente– donde destacan sobre todo tres naciones: China, Malasia y Tailandia. Unos factores merecen ser destacados:
- En estos líderes regionales ha aumentado de forma potente el crédito, con niveles moderados de la financiación externa. En tal sentido, la crisis de fines del siglo XX, que sacudió con intensidad algunas de estas naciones –Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas, Corea–, aportó una lección importante: mantener un crecimiento más equilibrado sin depender de forma determinante de la financiación externa. En efecto, los fuertes déficits exteriores por cuenta corriente y un elevado endeudamiento habían promovido la retirada de la confianza en la evolución de esos países, dependientes en su momento de fuertes entradas de capital extranjero. Las exportaciones, variable clave, tenían potencialidad cuando el tipo de cambio estaba pegado al dólar; pero su apreciación desde 1995 había hecho perder competitividad, de forma que se incrementaron los déficits. Ahora, se han buscado “colchones” financieros, reservas que permitan encarar con presteza posibles inestabilidades financieras.
- Esto es posible por el aumento de las exportaciones, espoleado por dos elementos clave: la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio desde 2001; y la aplicación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Ambos hechos han facilitado la integración de las economías asiáticas emergentes, en una dirección clara: el poder chino y su capacidad de atracción de procesos manufactureros han facilitado la génesis de una cadena productiva (cadenas globales de valor) en la que intervienen países vecinos que reciben bienes intermedios del principal gigante asiático.
- La fragmentación de una producción que se canaliza hacia Estados Unidos y la Unión Europea, especialmente. Son esas cadenas globales de valor las que consolidan un proceso productivo en el que se facilitan al máximo las relaciones comerciales intra-regionales, a partir de una reducción de las tarifas arancelarias entre las naciones asiáticas.[1]
- Apuestas claras por la educación –tanto la elemental y la básica como la superior– y la inversión en infraestructuras relacionadas directamente con el dinamismo comercial y la integración del área en los flujos del mercado mundial. En paralelo, se observan otras características: el crecimiento de la desigualdad, que es muy rápido a partir del movimiento de liberalización de las economías desde los años 1980; y la debilidad en la confianza en las instituciones, un proceso que debiera ir emparejado a la expansión educativa.
La crisis de 1997 en estos países determinó dos condicionantes, tal y como expone Peter Montiel: los problemas arrancaron desde el sector privado –y no desde el público–; y una liberalización excesiva en los mercados del crédito y en las finanzas era peligrosa sin los mecanismos adecuados de regulación institucional. Ambos factores se han ido corrigiendo en los países asiáticos, si bien resulta muy difícil contener el desbocamiento de la economía china. El mayor resguardo financiero, en forma de acumulación de reservas, sí que infiere una especie de póliza de seguro para hacer frente a posibles dificultades. Estas dos consideraciones fueron ignoradas en los años previos a la Gran Recesión, en su esfera estrictamente financiera. Pero tampoco está claro que los dirigentes chinos tengan tan patente el tema como para refrenar los fuertes impulsos económicos y bancarios que, a su vez, promueven desarrollos internos en inversiones en el sector de la construcción e inmobiliario; y expansiones exteriores con inversiones de capital prácticamente en todo el planeta, tal y como se aprecia en el cuadro 1.
FUENTE: elaboración personal a partir de los datos de http://thf_media.s3.amazonaws.com/2012/pdf/ib3656.pdf y de http://www.aei.org/files/2014/01/10/-china-invests-somewhat-more-in-the-world_151254764847.pdf.
África recibe la mayor parte de las inversiones chinas. Y lo hace en un contexto en el que las políticas de ajustes estructurales impuestas por el FMI y el Banco Mundial en países como Ghana, Nigeria, Senegal, Kenia y Zambia, han provocado severas situaciones socio-económicas, que se pueden concretar en: eliminación sobre el control de los precios de los bienes, supresión de las ayudas del Gobierno, despido de trabajadores de las empresas y de la administración pública y devaluación de las monedas locales frente al dólar para abaratar las exportaciones. Todo esto infiere bajos gastos en educación y en sanidad, al tiempo que provoca inestabilidad política y pérdida de bienestar, con consecuencias dramáticas: el éxodo de la población hacia Europa. Un continente rico que expulsa mano de obra. Y que incita la inversión exterior. El avance de las economías emergentes promueve el interés por los recursos naturales y la población africana, factores que el continente posee en abundancia. Petróleo, hidrocarburos, oro, diamantes, bauxita, manganeso u otras materias primas que no están explotadas en su totalidad y que generan la codicia de las naciones inversoras: éste es el gran señuelo para el capitalismo chino, cuyos intereses hacia África se han acrecentado a raíz de la Gran Recesión.
Al mismo tiempo, África supone un foco de demanda potente para mercancías externas: con unos 1.000 millones de habitantes y grupos sociales que tienen cierta capacidad adquisitiva, el continente se traduce en un efectivo mercado de bienes semi-elaborados y de mercancías acabadas. Gran parte de la inversión se ha canalizado al petróleo y la minería, que suelen generar elevados costes ambientales y sociales. Pero el atractivo africano embriaga a otros inversores: en el período 1996-2000, los principales son Estados Unidos (37%), Francia (18%), Reino Unido (13%) y, a mayor distancia, Alemania, Portugal e Italia. Si se amplia la estadística a 1981-2000, los decisivos países inversores europeos en África son, por este orden, Francia, Reino Unido, Alemania, Portugal, Países Bajos, Italia, España, Dinamarca, Bélgica y Austria, con una cifra no inferior a 200 millones de dólares.
Las inversiones de China en África inician su etapa más expansiva desde los años 1990. En 2000, se creó el Foro para la Cooperación China-África (FOCAC), reuniones trienales en ciudades africanas y chinas, alternativamente, en las que se evalúan y concretan proyectos de inversión. El punto de partida era muy claro: la necesidad energética del gigante asiático. La economía china demanda 9 millones de barriles de petróleo al día, según datos de 2010. Diferentes hipótesis indican un consumo anual de unos 4.000 millones de barriles, lo cual convierte a China en el principal consumidor de petróleo del mundo.[1] China adquiere estas ingentes cantidades en Arabia Saudí, un centro productor de gran transcendencia e interés para Estados Unidos. Esto ha hecho ver en África una gran posibilidad de extracción de crudo: tiene grandes reservas, el petróleo es de buena calidad y las posibilidades de inversión plantean menos competencia que en Oriente Medio. Las inversiones chinas en territorio africano presentan los factores siguientes:[2]
- La negociación, a parte de las condiciones económicas, de otras de carácter más político, teñidas de un discurso que huye de los postulados más “neocoloniales”, propios de los procesos negociadores occidentales.
- La participación se centra en la inversión y el comercio y no en la ayuda. Esto contrasta con la visión más “humanitaria” de Occidente hacia África, en el sentido de ver al continente como una especie de “carga” que debe sobrellevar con programas de cooperación.
- Inyecciones masivas de capital, según el Banco Africano de Desarrollo: en 2006, las inversiones chinas en África fueron de 11,7 billones de dólares, mientras el comercio bilateral alcanzaba la cifra de 55,5 billones de dólares. En 2007, los intercambios mercantiles se incrementaron un 30%, con un rubro básico: el petróleo, con Angola como principal país exportador (unos 500 mil barriles al día). La tendencia es al alza: las previsiones del Standart Bank Group Ltd. indican que la inversión china en África puede incrementarse en un 70%, mientras el comercio puede llegar a los 300.000 millones de dólares en 2015.[3]
- China posee grandes compañías que están instaladas en África a la búsqueda de negocios. La estrategia de estas empresas es crucial para el tejido productivo de los países africanos en los que se asientan: desde compras de materias primas, ventas de productos semi-elaborados o adquisición de los mismos activos de las empresas locales. Estos factores pueden afectar el nivel de ingresos de la clase media.
El avance de los países emergentes en la economía mundial, con China a la cabeza, se constata, como ya se ha dicho, en su constante demanda de energía fósil. Ésta sigue siendo perentoria para el funcionamiento económico del capitalismo, a pesar de los esfuerzos –muy retóricos– en cambiar la pauta del consumo energético. Los indicadores son ilustrativos, y se recogen en el cuadro 2. China ha avanzado desde el 2,7% al 10% en la demanda de petróleo mundial entre 1973 y 2010, un crecimiento que, en menor escala, es igualmente observable en América Latina y África. El empuje norteamericano es constante, mientras se manifiesta el mantenimiento europeo: aquí existe una clara dicotomía entre opciones energéticas aplicables a la economía, que han abierto perspectivas, en la Unión Europea, hacia proyectos como la economía del hidrógeno o las energías renovables frente a la apuesta inequívoca por el petróleo en Estados Unidos. Para los países emergentes, la tasa media de crecimiento de la demanda petrolífera es del 18%, frente al 2% de los países más desarrollados, entre 1973 y 2010. El inicio del nuevo milenio ha consolidado las posiciones chinas en el acceso al petróleo, de manera que ha superado la demanda latinoamericana y se aleja de la africana.
La Gran Recesión no ha significado la estabilidad observable en Estados Unidos y en Europa: China sigue requiriendo de un componente energético vital para su confirmación como potencia planetaria, al margen de los avatares que están comportando los ajustes en el consumo mundial por impacto de la crisis económica. India constituye otra cara de los principales países emergentes: tiene con China el programa Focus Africa y el Fórum trienal África-India, iniciado en 2002 con Sudáfrica, Nigeria, Tanzania, Kenia, Ghana y Etiopía.
El desarrollo chino, en este contexto supone:
- La adopción de la tecnología ya desarrollada por los países avanzados: estamos ante procesos claros de aprendizaje. Éste fue, sin duda, un factor que caracterizó los desarrollos precedentes; pero ahora, incluso en las empresas más destacadas, se toma prestado el avance tecnológico para ganar mercados a partir de una oferta de trabajo más barata, un ahorro descomunal y una intervención estatal de gran calado en los resortes de la economía. Es, sin duda, un nuevo paradigma, que se refuerza en un contexto de grave crisis sistémica de los países occidentales.
- En efecto, la industrialización está respaldada por un Estado que actúa en diferentes frentes: más intervencionista en los conglomerados empresariales, otorgador de incentivos a industrias estratégicas y subvenciones y facilidades a la inversión extranjera, a la par que altamente proteccionista. El gobierno ha basado todo esto en un objetivo básico: el fomento de la exportación, con créditos preferenciales y dificultades para la fuga de capitales. A los grandes consorcios se les ha facilitado importar tecnología que no está reñida con procesos intensivos en fuerza de trabajo. Ésta, a su vez, ha sido formada en segmentos clave: la educación se ha convertido así en un campo inversor que persigue mejorar ese aprendizaje económico.
- El centro estratégico se coloca en las plantas de producción: es aquí donde la tecnología adoptada se hace funcionar e incluso puede perfeccionarse, hasta el extremo de poder ser un elemento competitivo. Las grandes orientaciones de innovación residen en los grupos empresariales de los países ricos, que disponen del “saber hacer” investigador. Sin embargo, cabe decir que China está avanzando notablemente en sus conocimientos tecnológicos –informáticos, electrónicos–, de forma que su grado de dependencia es cada vez menos intenso en relación a las naciones occidentales.
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[1] Unos costes laborales muy bajos permiten todo esto. Es así como un número muy importante de mercancías producidas en Asia y exportadas hacia Estados Unidos y Europa tienen una última escala en China, donde se cargan en buques anclados en sus grandes puertos. Esto explica, a su vez, los holgados superávits comerciales de China con aquellos clientes preferenciales; junto a los déficits mantenidos con Corea o Taiwán, que canalizan géneros hacia el coloso chino. Cf. Informe Mensual de La Caixa, núm. 380, junio de 2014.
[2] Proyecciones energéticas hasta 2040 por parte de la International Energy Agency en http://www.eia.gov/forecasts/aeo/pdf/0383(2013).pdf
[3] Diferentes documentos en el Banco Africano de Desarrollo sobre inversiones de China en África, en http://www.afdb.org/fr/search/?tx_solr%5Bq%5D=investment+of+china.
[4] Cf. http://annualreport2013.standardbank.com/images/pdf/SBG%20AIR%202013%20FINAL.pdf.