Las Minas de la Ira

Share

Queridos Economistas Frente a la Crisis. Os cuento. La alcaldesa de Villablino, antigua senadora del PSOE y una buena amiga, me escribe para compartir conmigo su desesperación ante la situación que viven en las cuencas mineras. Para intentar dar a conocer el problema por el que está pasando, he escrito un artículo que tiene mucho que ver con la ética y la economía. Un artículo que, sin entrar en el problema del carbón, sí pone en cuestión ciertas actitudes y ciertas formas de afrontar el problema de las minas. Os lo envío por si es de vuestro interés publicarlo. Por cierto, recomiendo la lectura del libro que lo ha inspirado: «Las uvas de la ira» de John Steinbeck. 

Gustavo Adolfo Medina Izquierdo es economista.

 “If you´re in trouble, or hurt or need-go to the poor people. They´re the only ones that´ll help-the only ones”  John Steinbeck

Desde la comarca leonesa de Laciana me escribe una amiga, más que nada para desahogarse y compartir conmigo el panorama desolador al que, quienes allí viven, tienen que hacer frente cada día. La crisis se está ensañando especialmente con ellos, gentes honradas y trabajadoras acostumbradas, desde siempre y con demasiada frecuencia, a hacer frente al rostro más amargo de la vida.

Pero la intensidad, la virulencia y la duración de estos años de crisis, tan aciagos como evitables, y, lo que es peor, la falta de perspectivas, están alimentando un peligroso caldo de cultivo de cuya efervescencia teme mi amiga puedan aflorar estallidos sociales, de esos que no tienen vuelta atrás y marcan un antes y, lo que es peor, un terrible y lamentable después.

Porque en Laciana y, por desgracia de forma creciente en casi toda España, se están dando situaciones de esas que, hasta hace no mucho, solo teníamos noticia a través de los libros de historia; pero que, en este aquí y ahora, son el pan de cada día para un país que, hasta hace casi nada, era ejemplo de casi todo y que, a fecha de hoy, no es más que un triste sálvese quien pueda que corre, como pollo sin cabeza, por los intrincados laberintos de la crisis de un sistema que languidece y agoniza en medio de un clima de barbarie intelectual que muy probablemente resulte asombrosamente incomprensible para las generaciones futuras.

Los horizontes de esperanza se difuminan y poblaciones como Villablino sufren el azote del desempleo de todos y cada uno de sus habitantes; no como un mal coyuntural y reversible al que es posible encontrar alguna salida, sino como una especie de plaga bíblica que aboca a los habitantes de estas regiones a una pobreza endémica e insuperable de la que sólo es posible huir resignándose, aceptando lo que les venden como inevitable, abandonándolo todo y cayendo en el desarraigo.

            Perdida pues la esperanza, tal y como auguró Eric Fromm, se abren de par en par las puertas del infierno para unas personas que, desde hace ya unos meses, malviven gracias a la frágil y maltrecha economía de subsistencia que la buena voluntad de algunos vecinos  y la determinación de ciertas autoridades locales está construyendo, a golpe de miseria, para hacer frente, a muy duras penas, a las carencias cada vez más preocupantes y evidentes de una red de protección social en el mejor de los casos débil, cuando no inexistente, en loor del cumplimiento de ese sacrosanto mandamiento de este recién estrenado siglo XXI. Me refiero a la contención del déficit público.

            Y mientras los expertos de uno y otro lado de la barricada, tecnócratas de lo público y lo privado, economistas de lo más y lo menos keynesiano, gestores de lo divino y de lo humano, se enzarzan en cruentas batallas dialécticas, intrincados cálculos econométricos, opacos e indescifrables estudios cuantitativos y pomposos discursos redentores, el hambre se enseñorea en el plato de los pobres y la desigualdad y la miseria van tomando cuerpo y forma y ganando centímetros a ese bienestar social que tanto trabajo, tanto tiempo y tantos muertos-sí, tantos muertos-costó conquistar.

            El dolor no admite demoras, y mucho menos escusas. Muy al contrario de lo que nos quieren hacer creer. Ni es inevitable, ni es necesario ni nadie, absolutamente nadie, tiene porqué soportarlo. Nuestra responsabilidad, la responsabilidad de quienes nos dedicamos a la economía, a la política, al asociacionismo o a la gestión empresarial es, en una situación como la actual, no escatimar ni un minuto a la búsqueda de fórmulas que contribuyan a minimizar un dolor que debemos sentir como propio, más allá de los despachos, de las pizarras y, sobre todo, más allá de los púlpitos.

            También en el caso de las cuencas mineras de Laciana o, lo que es más importante, de unos trabajadores de las cuencas mineras que frecuentemente han sido moneda de cambio de unos y otros en un juego de trapicheos, cambalaches y cicatería interesada que ha hecho del dolor, su dolor, un motivo más de transacción entre políticos sin escrúpulos y predadores empresariales sin que en ningún momento se haya expresado ningún  respeto por lo que ellos, y los padres de ellos, y los padres de los padres de ellos, han aportado al desarrollo y al crecimiento industrial de este país.

            Decía el desaparecido David Anisi, probablemente uno de los economistas más comprometidamente humanos que he conocido, que las pensiones son el fruto de un reconocimiento, el reconocimiento que el Estado, en nombre de todos, realiza a los trabajadores por su aportación durante toda su vida laboral al crecimiento y al bienestar social. Algo parecido, estableciendo la correspondiente analogía, debería decirse, defenderse y, sobre todo, tenerse en cuenta, respecto a los territorios y lo sectores que, eficientes o no en la actualidad, durante siglos de esfuerzo y mucho trabajo, han contribuido a hacer de este país lo que ha llegado a ser, y de lo que ahora nos quieren despojar.

            Con ademán de hormiga, y en el día a día, la economía real está ahí, con sus bondades y sus miserias,  sufriendo y ahogándose en sus propias contradicciones y somos nosotros, los economistas, los responsables políticos y los gestores empresariales quienes tenemos el imperativo moral de ponernos a su servicio. No podemos ni debemos esperar a que nos vengan a buscar. Abandonemos de una vez por todas parámetros y ecuaciones y pongámonos a hacer cola ante las oficinas de empleo, a llegar a fin de mes con salarios de subsistencia, en definitiva, a sentir en nuestra propia carne todo el drama que se esconde tras cada minuto perdido y tras cada historia truncado. Porque, si no es así, ¿qué sentido tiene nuestra profesión, nuestro cargo o nuestra empresa más allá de la defensa de una cuenta de resultados ajena al compromiso social?.

            Parafraseando a Carlos Marx. Ha llegado el momento de dejar de interpretar el mundo y empezar a transformarlo. ¿Se le ocurre a alguien algún proyecto más reformista que éste?. Los poderes públicos, los economistas y los empresarios deben ponerse del lado de los pobres, de los que, en palabras del gran novelista John Steinbeck, siempre están cuando se les necesita. Ha llegado el momento de evitar, a toda costa, que las uvas de la ira se transformen en las minas de la ira. Hace falta dar una salida a las cuencas mineras. Y hace falta darles una salida ya. No podemos permitir que, en pleno siglo XXI, la injusticia se cebe con todas las familias Joad a las que estamos abandonando a su destino. Sin compromiso, sin proyecto, sin valores, la economía no es nada. ¡Mucho ánimo, Ana!.

——————————————————–

Y a ti Gustavo, muchas gracias de Economistas Frente a la Crisis por este artículo.

Deja un comentario