Por Ignacio Muro, miembro de Economistas Frente a la Crisis
La historia de las grandes corporaciones de Internet nos es contada como si fuera un cuento de hadas, sin conflictos laborales ni maniobras empresariales. Pero no es así.
Cuando, a principios de 2005, la demanda de ingenieros e informáticos comenzó a crecer en Silicon Valley, Steve Jobs, selló en nombre de Appel un pacto secreto e ilegal con Eric Schmidt, CEO de Google, para mantener bajos los salarios. El pacto incluía el compromiso de no reclutar a los empleados de los otros, el intercambio de información sobre contrataciones y salarios y el compromiso de castigar a los infractores. Esos pactos secretos estuvieron vigentes, al menos, entre 2005 y 2010, hasta que fueron demostrados y denunciados coincidiendo con la llegada de Obama.
Eran ilegales…y dejaron un rastro con multitud de pruebas
Fueron descubiertas porque dejaron rastro y fueron denunciadas porque eran ilegales…de acuerdo a la legislación antimonopolio. El 27 de febrero de 2005, Bill Campbell, miembro de la junta directiva de Apple recibía un correo electrónico, con el encabezamiento de “Empleos” que confirmaba que Eric Schmidt “quedó directamente involucrado en parar cualquier reclutamiento de gente de Apple.” Poco mas tarde, Schmidt dio instrucciones a su VP de Operaciones de Negocio, Shona Brown, para mantener el pacto en secreto, instándole a compartir información solo “verbalmente, ya que no quiero dejar un rastro de papel sobre las que nos puedan demandar más adelante”. Pero lo dejó.
Estas conversaciones secretas y sus acuerdos consiguientes entre algunos de los nombres más importantes en Silicon Valley fueron expuestos por primera vez al Departamento de Justicia de EEUU por la investigación antimonopolio que puso en marcha la Administración Obama en 2010. Esa informe del Departamento de Justicia se convirtió en la base de una demanda colectiva presentada en nombre de más de 100.000 empleados de alta tecnología cuyos salarios se redujeron artificialmente, por un montante estimado de 9.000 millones de $.
La manipulación salarial, wage-theft, una tendencia creciente
Los CEOs de estas empresas (todos ellos) se dedicaban a discutir por e-mail abiertamente salarios máximos para programadores e ingenieros en sus empresas para evitar competir por atraer talento. Dado que los CEO y directivos de las grandes empresas del sector están todas ellas en los consejos de administración de sus vecinos, construir y mantener un cártel para bajar los salarios era relativamente fácil; todos los implicados tenían acceso a la información salarial del resto. El resultado fue sueldos artificialmente bajos (para Estados Unidos y en este sector, se entiende – un programador con experiencia está por encima de los $100,000 al año), y mayores márgenes de beneficio para los accionistas. Un cártel en el mercado laboral, claro como el agua.
El asunto fue investigado y sacado a la luz por un pequeño diario digital, el PandoDaily, en un trabajo que denominó Techtopus, la descripción de los largos tentáculos de las grandes corporaciones tecnológicas. Una investigación que se ha universalizado y continúa viva y abierta convertida en hashtag de twitter, como #techtopus.
Ello dio lugar a la popularización del término “wage-theft” que viene a mostrar la tendencia de las grandes corporaciones a establecer acuerdos secretos para el “robo de salarios”, es decir, para aprovecharse de su capacidad de concertación y romper con la lógica del mercado laboral, cuando ésta les desfavorece. Desde entonces el término “wage-theft” se ha popularizado en EEUU para describir la tendencia creciente de los empresarios a apropiarse, mediante maniobras, de una parte del salario legítimo de los trabajadores. Ocurre en el gran comercio (Walmart, por ejemplo), en la industria de la construcción y en las empresas hoteleras principalmente. Pero esta manipulación ilegal de salarios afecta a todas las industrias, entre ellas a Hollywood y la industria del cine como demuestra la demanda planteada por un especialista en efectos visuales contra nueve compañías de Hollywood, entre ellas Walt Disney, Pixar y Lucasfilm.
Primero, arrinconar la negociación colectiva; después, saltarse las leyes mercantiles
Hay que hacer constar que la demanda colectiva planteada se basaba en las leyes mercantiles y en particular en la Ley Antitrust y no en la legislación laboral. Una vez debilitados los convenios colectivos, primero sectoriales y luego empresariales, cuya razón de ser es, precisamente, pactar de forma transparente un marco de relaciones entre capital-trabajo, las grandes corporaciones han decidido también saltarse las leyes mercantiles para debilitar, aun más, a sus trabajadores. Y no solo a los de los escalones inferiores, sino sobre todo a aquellos que aportan conocimientos y habilidades especiales, esenciales en la creación de valor.
En ese contexto, el principal objetivo de estas grandes empresas era derivar el conflicto hacia demandas individuales y evitar que fuera admitida como demanda colectiva por los jueces. No lo consiguieron: en abril de 2013 la Corte de Apelaciones de California denegó los intentos de Apple, Google, Intel y Adobe para que la demanda colectiva fuera rechazada y dio la aprobación final para que pudiera seguir adelante.
…y, por último, despreciar las normas del gobierno corporativo
Los acuerdos secretos wage-theft se describen en los documentos judiciales obtenidos por PandoDaily como “una conspiración global “, en violación de la Ley Antimonopolio Sherman y Clayton Antitrust Law.
Pero hay más. Son también un abuso de los directivos en sus funciones que dañan la imagen de las empresas y sus accionistas. Efectivamente, los acuerdos secretos se basan en las relaciones, y esas relaciones se forjaron en las juntas incestuosas de Silicon Valley.
Allí, los directores se atribuían competencias que, como se ha visto, podían tener y han tenido consecuencias para los intereses de sus accionistas. Al hacerlo, perjudicaban las relaciones de las compañías con las decenas de miles de empleados cuya colaboración era determinante para el éxito futuro de las empresas.
Primero se saltan los pactos sociales, después las leyes mercantiles, por último debilitan sus propias empresas. Nunca antes quedaron tan claras las secuencias infernales en las que el nuevo capitalismo introduce a la sociedad democrática.