Publicado en La Vanguardia el 08/12/2012
El combate contra el cambio climático coincide, cada vez más, con la urgente transformación tanto del modelo energético como del modelo alimentario
Al finalizar la Cumbre del Clima, tras mas de 24 horas de retraso, se consolida la impresión de que, una vez mas, los resultados quedan lejos de lo necesario. El establecimiento de un segundo periodo del protocolo de Kioto (aceptado por la UE y otros países, que emiten en conjunto tan solo el 15% del CO2 supone sin duda un pequeño paso hacia adelante. Pero es un paso claramente insuficiente, teniendo en cuenta que la velocidad del calentamiento global se ha acelerado: precisamente en estos días conocíamos las conclusiones de un amplio estudio científico sobre el rápido deshielo de los polos, en el que se confirmaba que la Antártida sigue los pasos del Ártico, contribuyendo ambos casquetes polares, de forma creciente, a la elevación del nivel del mar.
Sin embargo, no cabe quedarse en la frustración, ni mucho menos en la resignación, porque hay avances puntuales que marcan una tendencia de fondo, y, sobre todo, porque el combate contra el cambio climático coincide, cada vez más, con la urgente transformación tanto del modelo energético como del modelo alimentario. Aunque no existiera el cambio climático, el acceso de una población creciente (y crecientemente movilizada) a la energía, al agua y a los alimentos requiere nuevas pautas de producción y de consumo, basadas en mayor equidad, máxima eficiencia y desarrollo tecnológico sostenible.
La negociación internacional sobre el clima es forzosamente compleja, porque compleja es la realidad de casi doscientos países con circunstancias y características muy diferentes, y también porque los respectivos gobiernos- todos sometidos a la tiranía del corto plazo – están representados por los ministros de medio ambiente, normalmente poco capacitados para tomar decisiones de política económica o presupuestaria. Intereses locales, visión segmentada y cortoplacista y políticos escasamente influyentes… Exactamente lo contrario de lo que se necesitaría: una gobernanza global, concebida desde un enfoque integral y de largo plazo, y una profunda reconversión del modelo económico dominante, impulsada desde nuevos liderazgos.
Cada vez que la negociación encalla por falta de compromiso (de los países más ricos) en cuanto a la financiación para las medidas (de los países más pobres) contra el cambio climático, hay que recordar que hablamos de cifras ridículas en comparación con las ya desembolsadas para «rescatar» al sector financiero, principal causante de la actual crisis.
Cada vez que la insuficiente promoción de las energías renovables se pretende justificar con su «elevado coste», hay que recordar que, según la Agencia Internacional de la Energía -en absoluto sospechosa de ecologismo radical- las subvencione publicas a los combustibles fósiles alcanzan los 400.000 millones de dólares a nivel mundial, unas cinco veces el importe total de las subvenciones a las energías renovables.
Si dinero, haberlo, haylo… Por no mencionar los inmensos agujeros negros de los paraísos fiscales, a donde van a parar muchos mas recursos de los que se necesitarían para combatir el cambio climático y, además, erradicar el hambre y la pobreza en el planeta. El principal problema esta en el paradigma consumista generalizado, que resiste, a pesar de la evidencia de su insostenibilidad, gracias a potentes intereses empresariales y a la miopía, debilidad o complicidad de los gobiernos.
España es, lamentablemente, un buen ejemplo del cinismo y la incapacidad desplegados en la Cumbre de Doha por demasiados gobiernos. Mientras el ministro Cañete se ufanaba allí de que «gracias al enorme esfuerzo de los últimos diez meses, España cumplirá con el protocolo de Kioto», el Senado culminaba la tramitación de la ley sobre sostenibilidad energética que supondrá la ruina de la enorme mayoría de las empresas españolas de energías renovables y de cogeneración, y con ello, la imposibilidad de que nuestro país cumpla con los objetivos establecidos por la UE en el horizonte 2020.Precisamente hace unos días, desde la Plataforma para un nuevo modelo energético , hemos denunciado ante la Comisión Europea el incumplimiento por parte de España de varias directivas en materia de energía, todas ellas imprescindibles para reducir emisiones y dependencia del exterior y para aumentar la eficiencia energética de nuestro sistema productivo, todavía muy intensivo en energía.
España también ha asumido en Doha una tarea muy relevante- en particular para los países de América Latina-: nuestro país presidirá, en 2013, el programa REDD+, orientado a frenar la reforestación y la degradación de los bosques. Sin embargo, en el ámbito nacional, se han reducido las aportaciones públicas en las políticas de prevención y extinción de incendios, así como, en general, en la preservación de nuestros espacios naturales. Un retroceso de alto riesgo, teniendo en cuenta la mayor frecuencia e intensidad de olas de calor que ya padece España. Y sin olvidar, desde luego, la nefasta reforma de la ley de costas, que – de no modificarse radicalmente en el trámite parlamentario- comportara el mantenimiento durante 75 años de los inmuebles edificados en playas y dunas antes de la entrada en vigor ce la ley de 1988. El Ministerio » no contempla» riesgo alguno para los titulares de dichas concesiones, como si las consecuencias ya visibles del cambio climático no afectaran a nuestro litoral.
España no ha cumplido tampoco este con el compromiso de aportar otros 140 millones de euro a la financiación temprana del previsto Fondo Verde del Clima, destinado a proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático en los países en desarrollo, en línea con el brutal recorte de todas las partidas dedicadas a la cooperación en los PGE. Se pierden así oportunidades ciertas para nuestras empresas y nuestros profesionales, a la vista del dinamismo de determinadas actividades verdes en aquellos países.
Pero el problema no es solo la falta de visión -y de compromiso efectivo de España-. La UE podría haber jugado un papel mucho mas determinante, asumiendo un objetivo mas ambicioso de reducción de emisiones del 30% en el horizonte de 2020, -absolutamente viable y a un coste asumible- , en lugar de mantener el objetivo del 20%, que esta ya prácticamente alcanzado… Esa falta de ambición de la UE en su conjunto lastra, en particular, a los países, que, como España, aceptan a regañadientes los compromisos europeos, en lugar de considerarlos como un mínimo que vale la pena superar.
La Cumbre de Doha se ha celebrado sin que los ciudadanos de Nueva York se hayan repuesto aun del paso devastador del huracán Sandy -131 fallecidos y perdidas por valor de 60.000 millones de dólares-, y mientras Filipinas sufría los efectos aun mas dramáticos del tifón Bopha: casi 500 muertos, más de cinco millones de afectados… En ese contexto, es inevitable lamentar la escasa implicación, por ejemplo, de Estados Unidos, cuyo gobierno parece cada vez mas deslumbrado por sus reservas de gas no convencional, una circunstancia que debilita el apoyo de Obama a las energías renovables.
Mas allá de los insuficientes resultados de Doha, sin embargo, se intuye la existencia de una conciencia creciente sobre los riesgos asociados al cambio climático. La lucha contra el calentamiento global va integrándose progresivamente en la exigencia ciudadana de otro modelo de desarrollo, de otra forma de hacer política para garantizar más seguridad y más bienestar de forma duradera, con menores desigualdades.
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