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Por Carlos Carnero, Director gerente, Fundación Alternativas
Publicado en el Huffington Post el 04/12/2012
Si por «vocación mayoritaria» se entiende un nuevo viaje del PSOE al centro, mal negocio. Porque a la vista está que lo primero que deben recuperar los socialistas es la confianza de muchos votantes de izquierdas que hoy por hoy temen que, otra vez en el Gobierno, apliquen una política de austeridad parecida a la que precisamente millones de ciudadanos están combatiendo en estos momentos con un coraje y una determinación que, quizás por haberse convertido en parte del paisaje urbano de todos los días, no recibe suficientes elogios: ahí están las batas blancas o las camisetas verdes para demostrar el compromiso masivo en defensa de la sanidad o la educación públicas.
Y no, no se trata de que el PSOE pida perdón en un ejercicio equivocado que confunde responsabilidad política con contrición cristiana, sino de presentar un programa de gobierno de izquierdas que contenga las suficientes garantías colectivas e individuales (de partido, de personas) para que los progresistas desencantados vuelvan a elegir la papeleta socialista convencidos de lo que hacen, es decir, ni por descarte porque los demás son mucho peores ni por la exigencia matemática del voto útil con la ley electoral en vigor mediante.
Hablo de un programa de izquierdas como le corresponde a un partido socialdemócrata, por supuesto, es decir, moderado, pero de izquierdas. Un programa que no vuelva a olvidarse de que la progresividad fiscal no solo es un principio de justicia, sino la garantía de que no será preciso recurrir a la deuda como principal recurso para financiarse y quedar sometido al imperio de los especuladores; que haga del europeísmo una de sus principales señas de identidad, sin confundirlo con el seguidismo de las grandes capitales y, por lo tanto, capaz de decir no cuando haya que decir no a lo que está vaciando de apoyos a la UE, empezando por la política de la austeridad por la austeridad; que se comprometa a una renovación democrática que debe empezar por la modificación proporcional de la ley electoral e impulsar que los partidos dejen de rendir culto a normas de obediencia y disciplina y se conviertan de una vez en intelectuales colectivos.
Cuando el PSOE ha recibido el encargo de gobernar lo ha conseguido con programas de izquierdas. Y cuando finalmente se le ha sacado de La Moncloa ha sido por incumplirlos. No hay mucha vuelta de hoja. Por eso, el porcentaje de votos necesario para conseguir una mayoría parlamentaria progresista pasa por sumar a los votantes de izquierdas, más o menos moderados, que hoy tienen como aspiraciones crear empleo, acabar con la política de recortes innecesarios y excesivos, recuperar la justicia distributiva por la vía fiscal, mantener el estado del bienestar y modificar el rumbo de la UE. Esos votantes, por su edad, o ya han vivido el pasado o no lo recuerdan, pero todos sufren un presente que quieren superar por la izquierda, no por la calle del centro, entre otras cosas porque creen que los socialistas tienen su cuota en la existencia del mismo por haber aplicado políticas poco o nada progresistas en lo económico.
Otra cosa importante: programa significa también participación. Los ciudadanos son primero eso y luego electores, y tienen todo el derecho a decidir desde el principio hasta el final. Si alguna vez se aplicó el despotismo ilustrado, no es tiempo de volver a intentarlo. Las primarias italianas dan orientaciones de cómo hacer las cosas. Pero también hay otra: nada más incoherente con una política y una práctica de izquierdas que las palabras líder y frivolidad y pocos términos más adecuados que decisión colectiva, sobriedad y seriedad.
Si a lo dicho se le llama «radicalismo reformista», vale.