Por Fernando Luengo, profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la asociación econoNuestra y coautor del libro “Fracturas y crisis en Europa” y Lucía Vicent, miembro de FUHEM Ecosocial y de la asociación econoNuestra
Si la salida de la crisis requería una UE más solidaria y cohesionada, ahora tenemos una más insolidaria y fracturada, en lo productivo y en lo social, donde prevalecen las prácticas no cooperativas. Las pugnas distributivas entre los actores en presencia se intensifican; en los espacios mercantiles, por supuesto, pero también en la esfera institucional y en el diseño y ejecución de las políticas. La ley del más fuerte, la de aquellos países o grupos que tienen capacidad para imponer sus designios en las instituciones comunitarias. Siempre ha sido así, pero ahora con una muy marcada diferencia: los espacios de consenso y los contrapesos son prácticamente inexistentes y están siendo radicalmente cuestionados por los mercados.
Resulta muy ilustrativo al respecto la resistencia, activa y exitosa, por parte de las economías más poderosas, lideradas por la alemana, a que se pongan en común recursos que pudieran financiar intervenciones comunitarias más estratégicas. Destaca, asimismo, la continua presión llevada a cabo por los países que contribuyen en mayor medida al presupuesto comunitario para que éste se reduzca; pretensión que han conseguido.
Recordemos que este presupuesto (que no expresa sino la voluntad política de implementar acciones comunitarias) ya se había recortado antes del estallido de la crisis, hasta situarse en un exiguo e insuficiente 1% del PIB comunitario (muy lejos de los recursos que, por ejemplo, maneja el presupuesto federal estadounidense).
Una precisión sobre la supuesta generosidad de los países ricos, los cuales, según una visión tan extendida como sesgada, sostendrían sobre sus espaldas los presupuestos con los que Bruselas implementa políticas que benefician sobre todo a los que cuentan con una renta por habitante menor. Dejemos a un lado que una parte de esos recursos son capturados por grandes empresas y consultoras que cuentan con la logística, la influencia y los contactos para acceder a los complejos e intrincados concursos comunitarios. Los grandes países son también los que más se han beneficiado de un proceso de integración económica, el comunitario, que cada vez más ha descansado en los mercados. La UEM ha situado a las firmas más competitivas, buena parte de las cuales procede de estos países, en las mejores condiciones para acrecentar sus beneficios, transnacionalizando la cadena de creación de valor, ampliando la escala de producción y aumentando las ventas. Recordemos, igualmente, que la economía alemana ha cosechado superávits con la mayor parte de sus socios comunitarios, especialmente desde la implantación de la moneda única.
¿Qué significa adelgazar todavía más el presupuesto comunitario? Supone, en primer lugar, un claro mensaje político enviado desde Bruselas: No existe otro proyecto europeo que el promovido por los mercados y las elites. Las instituciones comunitarias, al seguir la senda de los recortes en unos presupuestos que ya eran a todas luces insuficientes, renuncian a asumir un papel destacado en una salida de la crisis que necesitaría de la aplicación de un importante plan de inversiones públicas y de gasto social.
Los recortes en los dineros de Bruselas, además de entrar en colisión y apuntar exactamente en la dirección contraria de una Europa más ambiciosa y estratégica, perjudica más a aquellos que, en mayor medida, se beneficiarían de un proyecto comunitario con un formato más redistributivo que mercantil. El resultado de todo ello es que aquellas economías cuyas finanzas públicas no lo permitan o que permanezcan atrapadas en el bucle de las medidas de austeridad no podrán implementar las políticas que antes se cubrían con fondos comunitarios. El resultado final: Más fracturas y desigualdades.
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