Si es así, la venta de las políticas de ajuste ha hecho ya su efecto. Pero, no se fustigue en demasía: desde la perspectiva del trabajo y del ciudadano común, podemos decir que no es así, que los datos estadísticos dicen justo lo contrario, que nunca vivimos por encima de nuestras posibilidades, sino más bien por debajo, que llevamos varias décadas castigados con lo que llamaban «moderación salarial» que, en realidad, era descenso.
¿Como fueron las cosas realmente en los años de bonanza?
Entre 1995 y 2007 la evolución de los salarios medios reales de los trabajadores españoles o se mantuvo «cerca de cero», como señala la Organización Internacional del Trabajo (OIT), o según otras referencias, decrecieron en un 10%. Eso significa que, mientras se producía el mayor periodo de auge económico conocido, o estuvieron congelados o sufrieron una merma de hasta 0,6% en promedio anual. La misma tónica la sufrieron otros países de la OCDE como Japón o EEUU.
¿Y como se explica entonces la expansión del consumo que acompañó a la burbuja entre 1996 y 2007?
- Porque los incrementos salariales que nos negaron , fueron «compensados» con mayores facilidades de crédito. Amparados en los bajos tipos de interés y en la liquidez aportada por los bancos alemanes y franceses aumentó exponencialmente el endeudamiento de las familias. ¿Cuánto? A razón de un 6% anual. Como señala el Informe sobre la Democracia en España 2010 elaborado por la Fundación Alternativas, desde 1996, año en el que el endeudamiento representaba el 43% de la renta disponible, se pasó a un 143% en 2008, un incremento del 100% del PIB español en 13 años. Cifras no muy lejanas se produjeron en las otras economías occidentales.
- A pesar del descenso salarial, las familias mejoraron su renta disponible por la generalización de un segundo sueldo en el hogar como consecuencia de la incorporación de la mujer al trabajo. Aunque los salarios decrecieran o fueran bajos, esa segunda entrada de dinero ha permitido aumentar la capacidad de consumo y la renta de las familias. En España, más de 3 millones de mujeres entraron al mercado en un proceso crecientemente acelerado iniciado a finales de los 80.
Hacer que la población viva a crédito, en lugar de su propio sueldo, ha formado parte del modelo económico y social propugnado desde los 80, cuando Reagan y Thatcher iniciaron la revolución conservadora y dió comienzo el desarrollo de la Globalización neoliberal. La crisis ha puesto en evidencia que es un modelo insostenible: ni el segundo sueldo ni el incremento del crédito son ahora posibles.
La crisis facilita el fomento de un complejo de culpa colectiva, amparado en la interiorización de que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades» y carga sobre supuestos vicios públicos los que eran, esencialmente, despilfarros privados. Se acentúa el relato del sacrificio. Indiferentes a la caída de la demanda que provoca la asfixia financiera, se centran en las políticas de oferta, aquellas que priorizan los intereses empresariales y los costes de producción.
- En los países periféricos, el descenso de los sueldos forma parte de una imprescindible devaluación interna que, implícitamente, propicia una bajada más o menos acompasada de precios y salarios para ganar competitividad con el exterior. Obviamente, es una nueva falacia ya que el descenso de las retribuciones se acompañan con un alza de los precios en energía, transportes y todos aquellos bienes y servicios en sectores controlados por mercados oligopolizados. Rechazado un pacto de rentas que significaría pactos y consensos con sindicatos para ordenar, lo mejor posible, la evolución de precios y salarios, la devaluación interna se convierte en un mero ardiz.
- La devaluación interna forma parte en realidad de una política de ajuste salarial global, que supera el perímetro de los países periféricos. Forma parte de una estrategia general, común a todo Occidente, que en círculos académicos utiliza como referencia la expresión wageless recovery es decir, una recuperación basada el rápido descenso de los sueldos y del nivel de vida de los ciudadanos. Estos términos, impulsado entre otros por Steve Roach, Presidente de Morgan Stanley en Asia, desde 2005, apuntan a un objetivo permanente, con crisis o sin ella, durante muchos años.
La «única salida posible «de Occidente ante la deslocalización de actividad hacia los países emergentes, dicen, es dejar jugar al mercado hasta que la bajada de sueldos de sus trabajadores se coloque en un punto no demasiado lejano de los salarios en alza de China o Brasil, de India o Turquía. Teniendo en cuenta que los niveles salariales de los países emergentes son hasta 10 veces inferiores a los existentes en Alemania o EE UU, no es difícil imaginar que el camino que nos quieren hacer transitar está preñado de minijobs y precariedad y significa un retroceso de cien años en las señas de identidad occidentales.
¡Sigan deprimiendo los sueldos y nunca saldremos de esta! Si lo dudan, piensen que el consumo es la variable fundamental que tira de la demanda interna, (en España algo menos del 60% del PIB, en EE UU casi un 70%) y que, conjuntamente Europa y EE UU representan más del 65% del consumo mundial.
La crisis no es, pues, una oportunidad para depurar una época de excesos de los ciudadanos comunes, sino una vuelta de tuerca más en la vieja política de ajuste. Y esa política supone sencillamente una gigantesca transferencia de renta desde el trabajo al capital, sea este formalmente europeo o norteamericano o asiático. Puro retorno a mecanismos de explotación simples basados en bajos salarios, pocos derechos y jornadas interminables típicas del siglo XIX.
La corriente dominante nos conduce inexorablemente a la lógica de las crisis sucesivas del capitalismo que ya denunciara Marx. Y es que el predominio absoluto del capital sobre el trabajo lleva en su seno una crisis de subconsumo permanente. Así fueron y son las cosas.