No hay duda que la Next Generation de la UE significa una apuesta estratégica a largo plazo basado en la interacción entre lo verde, lo digital y lo social, que facilita un cambio de los perfiles de nuestro modelo productivo
Pero es también una oportunidad para impulsar políticas keynesianas a corto plazo, utilizando ágilmente sus fondos para favorecer un fuerte rebote de la economía y alcanzar cuanto antes los niveles previos a la pandemia. Dicho de otra forma: partiendo de que España fue la economía de la Eurozona que más se contrajo en 2020 y dada la volatilidad del momento, el éxito radica en saber conectar el impulso transformador con medidas que favorezcan el crecimiento por encima de la media europea.
Dicho esto, un crecimiento del PIB del 5% en 2021, mientras Francia crece un 7% e Italia un 6,5%, no es precisamente un signo de que estemos aprovechando al máximo este momento expansivo en las políticas públicas europeas que, además, nadie garantiza se vayan a mantener durante años.
¿A qué se debe? En un momento en el que el pragmatismo y la frescura ideológica aconsejan determinación, hay una serie de evidencias que demuestran que nuestra ministra Calviño sigue apresada por la ortodoxia y no termina de apostar por una política expansiva que meta velocidad a la transformación pendiente.
Repasemos la realidad en términos comparados.
- Escasa inyección de fondos. España, siendo el que más lo necesitaba, se encuentra entre los estados que inyectaron menos recursos en 2020, sumando medidas fiscales incluidas en el presupuesto y líneas de crédito garantizado. En algunos rankings de Eurostat aparece la última; e incluso después de incluir los ERTEs, realmente sustitutivos de coste de desempleo y por tanto un mero estabilizador automático, se encontraría en la media de la UE, muy lejos los países frugales del norte y lejos no solo de Alemania y Francia sino también de países muy endeudados como Italia o Bélgica.
Otro dato nos da idea de la parquedad de los impulsos públicos en 2020. Según datos del IVIE la dimensión de la inversión pública neta (aun creciendo un 6,7% en términos brutos) fue negativa, es decir, insuficiente para cubrir la depreciación del stock de capital público y el mantenimiento de las infraestructuras y equipamientos ya existentes, muy deteriorados, además, desde la crisis del 2008.
- 2021: felices por reducir el déficit fiscal mientras se sigue reteniendo inversión pública. Resulta curioso que se festeje que el déficit fiscal de 2021 se sitúe 4 puntos por debajo del presupuestado, debido a la buena marcha de los ingresos fiscales. Porque simplemente apunta al peso que tienen los tics ideológicos dominantes, más preocupados por la estabilidad fiscal que por el crecimiento, obviando lo evidente: la contracción relativa de recursos públicos en la economía es un factor decisivo para entender la menor velocidad del crecimiento.
La inversión pública sigue sin despegar en 2021 como reclamaría lo extraordinario de la situación. Con datos actualizados de ejecución presupuestaria ofrecidos por la CE y destacados por Raymond Torres, se comprueba que nuestras tasas de crecimiento de la inversión pública bruta se sitúan en torno del 10%, es decir, siguiendo a IVIE en niveles cercanos a los de reposición, algo menos que los de Alemania (11,3%) pero muy lejos del 18% de Francia y, más aún, del 27% de Italia.
- Presupuestos incomprensiblemente contractivos. El hecho es que si descontamos las aportaciones de fondos de la CE, España es de los pocos países que, incluyendo el presupuesto de 2022, ha detraído recursos nacionales y aplicado políticas contractivas en esta crisis.
Los gráficos adjuntos de la CE muestran la composición de los recursos inyectados a las economías de los diferentes países y cómo, en nuestro caso, esa aportación proviene casi exclusivamente de los fondos europeos.
Se trata de un comportamiento contractivo que justificaría, por si misma, el diferencial de crecimiento con la media europea.
Desgraciadamente, ese comportamiento no se justifica por ninguna recomendación de prudencia de la CE dirigida hacia los países endeudados.
Mientras el dúo Macron-Draghi busca aprovechar plenamente el contexto de bajos tipos de interés y abundante liquidez del BCE para maximizar a corto plazo sus efectos sobre el crecimiento, España es la única de los países endeudados que aplica políticas contractivas, destacando como el alumno obsesionado en mantener equilibrios.
- Procedimientos farragosos frente a dinámicas ágiles. Es evidente que la lentitud y complejidad de algunas medidas, como el IMV (Ingreso Mínimo Vital) ha limitado su impacto expansivo sobre el consumo, agravando con ello la situación de los sectores más débiles durante los peores momentos de la pandemia. Que esa actuación se haya acentuado por el comportamiento negligente de algunas CCAA gobernadas por el PP y también por el PSOE (entre ellas Aragón y Castilla- La Mancha) que han aprovechado para reducir sus ayudas a la pobreza roza ya la prevaricación.
La misma diferencia parece observarse en los procedimientos de tramitación de los fondos europeos. Mientras Francia e Italia han optado por controles a posteriori, que agilizan la aprobación de los proyectos, España sigue fiel a la metodología tradicional y escruta cada detalle antes de autorizar el desembolso.
Mas fondos propios y más rapidez en los procedimientos, esa es la ventaja diferencial que justifica buena parte del mayor crecimiento de los países vecinos. Resulta extraño admitir que nuestras debilidades en esa comparación surjan de prejuicios ideológicos contra el uso expansivo de políticas keynesianas que sí aprovechan los gobiernos tecnócratas y ortodoxos de Francia e Italia.
En el momento actual, todos los países compiten en sacar ventajas en la nueva especialización productiva dibujada por la UE. Si España está condicionada por factores objetivos, como la caída del turismo exterior que probablemente se prolongarán durante varios años, la solución no es esperar a que se normalice el mercado, sino provocar el más rápido efecto sustitución.
El reto del momento radica en saber conectar el impulso transformador con medidas que favorezcan la máxima velocidad a un nuevo tipo de crecimiento basado en la calidad.