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Recuperando (desde la izquierda) el valor del Turismo

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Alberto Garzón afirmaba recientemente que el turismo es un «sector estacional, precario y de bajo valor añadido».  Se trata de algo incuestionable y objetivo siempre que se precise que hablamos de “su valor contable”, es decir, si identificamos sueldos bajos con una contribución de escaso valor.

Sin embargo, es más discutible que esa afirmación se sostenga si nos preocupamos de analizarla desde los nuevas lógicas del desarrollo equilibrado y sostenible. O, lo que es lo mismo, solo parece “sólida” en la medida que utilizamos la misma jerarquía económica que está en el origen del desprecio al medio ambiente o al trabajo de sanitarios, cuidadores y educadores. No olvidemos la diferencia entre valor y precio.

                   

El desprecio al sector turístico suele acompañarse del deseo, mil veces repetido, de “cambiar turismo por industria” como si fuera una opción fácil o dependiera de un simple acto de voluntad para materializarse a corto plazo. Forma parte de un cierto idealismo utópico que parece olvidar que los países no optan, con libertad, por el modelo productivo que más les conviene, del mismo modo que las personas no pueden optar, libremente, entre ser obreros, científicos o rentistas.

La cuestión central hoy es cómo aumentamos la calidad y productividad de nuestro sistema productivo y para ello conviene profundizar en la realidad de este mundo y no seguir” llorando sobre la sangre derramada”.  El turismo adquiere entonces otro valor.

El monocultivo turístico es el problema.

El problema es que, en buena parte de España, el turismo no es el complemento de una economía que se ha diversificado, sino su núcleo central. En Baleares y Canarias la contribución a su PIB supera al 35%, lo que le acerca al nivel efectivo de un monocultivo, y en Valencia, Cataluña y el arco mediterraneo alcanza unos índices que señalan también una economía con una altísima dependencia del sector. Ese es el problema.

Históricamente, el  monocultivo ha sido siempre sinónimo de una economía viciada y frágil, resultado de una especialización no deseada asociada a formas coloniales, que imponían desde la metrópoli una alta dependencia de un sola fuente de ingresos (azúcar, bananas, café, soja o tabaco).

La dependencia del turismo como opción voluntaria en comunidades desarrolladas, algunas de gran tradición industrial como Cataluña, es otra cosa. Esa apuesta solo se explica por una asuncion desde las elites de una concepción rentista y cómoda del poder, con negocios que no requerían de una gran tecnología y sacaban partido inmediato del inmobiliario, de las finanzas y el comercio; unas ideas que sacrificaban la lógica del esfuerzo en beneficio de lo especulativo, alimentando un perfil económico que está en el origen de todas las crisis recientes sufridas en España.

Lo que disloca nuestro modelo productivo es ese exceso rentista hacia el monocultivo turístico, no el turismo en sí.

Para comprobarlo basta con compararnos con Italia, también un destino global de primer nivel con una renta de situación privilegiada (por su clima, arte e historia) del que nos separan dos diferencias esenciales: la primera es que su contribución al PIB, un 5,9%, es exactamente la mitad del de España, que es el 11,8%. La segunda que, mientras las regiones españolas más visitadas son las que tienen sol y playa, en Italia las más visitadas son Trentino, Veneto o la Toscana.

El turismo así visto es otra cosa:le separa la distancia que hay entre el turismo de borrachera de Magaluf o Salou con los Paradores Nacionales.

Dando la vuelta al “escaso valor” del turismo.

El peso del turismo en muchas CCAA del interior, en las que se localiza la España vaciada, está por encima del existente en Francia o Italia. Ocurre en Castilla-Leon (8,7%), Castilla -LaMancha (8,6%), Extremadura (8,5%), Aragón (8,9%), Cantabria (10,9%). ¿Deben acaso reducir esa contribución o intentar incrementarla?

La realidad es que en buena parte de esos territorios es muy difícil encontrar alternativa al sector turístico. La llamada Nueva Geografía Económica, corriente que encabeza Paul Krugman, describe un marco global que concentra, cada vez más, las actividades económicas en torno a las grandes ciudades: Nueva York, Londres, Paris y, en nuestro caso, Madrid y, en mucha menor medida, Barcelona. Ese nuevo ecosistema urbano, en el que confluyen la presencia intensiva de las grandes corporaciones y la especulación urbanística, conforma los nuevos centros de poder que actúan como succionadores del capital, la energía y el talento disponibles que asociamos a la moderna economía de servicios.

Esa metropolización está en el origen de la España vaciada, una dinámica que solo puede ser combatida desde nuevos planteamientos territoriales que contrarresten las relaciones de dependencia que están en el origen del presente desarrollo desigual. Y ahí el turismo tiene mucho que decir.

El verdadero valor del turismo debe medirse por su capacidad para contribuir a un ecosistema económico equilibrado, en torno a una oferta territorial muy elaborada, en linea con las propuestas de los nuevos Sistemas Regionales de Innovación.  Se trata de conseguir una nueva competitividad basada en los incrementos de productividad agregados por un efecto de amalgamamiento de iniciativas multisectoriales y multidisciplinares diversas, publicas y privadas. Lo vemos enseguida.

El turismo como músculo imprescindible del desarrollo equilibrado

Para empezar, el turismo es un aliado esencial de la produccion agroalimentaria local y un facilitador del reequilibrio de la estructura productiva: de un lado, porque reactiva los mercados de cercanía. La demanda que aportan los millones de personas desplazadas permite acortar la cadena de distribución y multiplicar hasta por 4 el valor retenido en los territorios productores. De otro, porque esa demanda agregada es más sofisticada que la local y ofrece una oportunidad única para revalorizar las materias primas locales -agrícolas, ganaderas, pesqueras –  y facilitar las industrias de transformación.

Esa cualidad es válida también para comarcas costeras. Conil de la Frontera, uno de los emblemas turísticos de Cadiz, perteneciente a la comarca de la Janda muy maltratada históricamente por el desempleo estructural, puede servir de ejemplo que huye del monocultivo y utiliza el turismo como fuente de desarrollo equilibrado.  El impulso a la ganadería (volcada en la recuperación de la raza Retinta y el queso Payoyo), la pesca (con 80 barcos identificados con la pesca artesanal del atún rojo de almadraba) o a la agricultura ( con 500 agricultores agrupados en la Cooperativa de las Virtudes y especializada en productos hortofrutícolas ) es la expresión de una retención de valor añadido que se prolonga con una oferta gastronómica enriquecida desde esas materias primas revalorizadas. El turismo es allí el desencadenante del valor añadido.    

Los nuevos Sistemas regionales de innovación.

Esa forma de trabajar va en la línea propugnada por las nuevos Plataformas Regionales de Innovación que pretende el desarrollo de nuevas oportunidades territoriales desde una relectura de los factores clave de una comunidad.

Aunque esas iniciativas se suelen identificar con sectores de alta tecnología (con ejemplos como Pocatiére en Quebec o Lahtí en Finlandia) incorporan una nueva conceptualización de los motores de desarrollo que empieza a extenderse a sectores asociadas a las industrias del ocio y la cultura, en los que el turismo se integra. La plataforma de arte y alimentación en la Toscana italiana o la plataforma de innovación culinaria Gladmat (Noruega) son ejemplos en ese sentido.

En España, La Rioja ha encontrado sus señas de identidad en la fusión de activos muy diferentes, (la industria del vino, el turismo cultural asociado al Camino de Santiago, la lengua castellana y vasca en San Millan de la Cogolla) y ha sabido construir, desde ellos, un asidero moderno que permita resaltar sus especificidades singulares.

Euskadi aporta desde el Basque Culinary Center otra de las iniciativas más innovadoras. Impulsada desde la Universidad del Grupo Mondragón, una cooperativa de gran tradición industrial, integra actores muy diversos: de un lado grandes chefs que le dan una dimensión internacional; de otro, AZTI, un centro tecnológico de innovación marítima y alimentaria; por último, empresas sectoriales que le conectan con la más diversa realidad productiva incluida, la que aporta la cooperativa andaluza COVAP, -otra gran experiencia de economía social, por cierto-.

Son experiencias que parten de la evidencia que lo tangible y lo intangible se fusionan en la nueva economía: el vino es industria pero se revaloriza cuando se asocia a la gastronomía y al ocio; el turismo es servicios pero aumenta su valor cuando se apoya en la cultura. Esa fusión genera entornos estratégicos en los que no siempre la manufactura es el principal elemento tractor.

El turismo no es, en absoluto, “un sector económico de bajo valor” sino un músculo imprescindible del desarrollo equilibrado. Y, como tal, debe formar parte esencial de cualquier hoja de ruta progresista que pretenda una mejor distribución territorial de la riqueza con un menor impacto ambiental.

About Ignacio Muro

Economista. Miembro de Economistas Frente a la Crisis. Experto en modelos productivos y en transiciones digitales. Profesor honorario de comunicación en la Universidad Carlos III, especializado en nuevas estructuras mediáticas e industrias culturales. Fue Director gerente de Agencia EFE (1989-93). @imuroben

4 Comments

  1. José Candela el octubre 25, 2020 a las 8:27 pm

    Muy recomendable, pero no se corresponde con la experiencia. El turismo en la costa valenciana, murciana, andaluza e incluso Vasco, catalana y parte de Asturias ha significado un ataque al paisaje y medio ambiente, incluso cambio de clima, abandono de la agricultura para convertir campos en solares, arrastrando a la especulación a los recursos de la economía.
    Está claro que el mal está hecho y que ha creado mercados que arrastran a la región entera, y mafias locales que controlan la política. Aunque esa path dependence provoque que el empleo a corto plazo no pueda eludirlo, hay que frenar ese desarrollo patológico antes de pensar en corregirlo. Si no se hace así, no habrá santo que lo modifique

    • Economistas Frente a la Crisis el octubre 27, 2020 a las 8:34 am

      Imposible negarlo. Así es, no imputemos al turismo lo que forma parte de todo desarrollo desigual. Los desastres ecológicos, el desprecio al ecosistema y el abandono dela agricultura se produjo tambien por la industria en muchos otros espacios. Lo específico del turismo es su vinculación al inmobiliario como parte esencial de una fase interesada en esa dirección y en su desarrollo. Pero no siempre fue así. De lo que se trata ahora es de asumir qué hacer. Frenarlo es… o volarlo o equilibrarlo. Y en esa disyuntiva hay que introducir opciones posibles e inteligentes.

  2. Antoni capo el octubre 26, 2020 a las 10:20 pm

    Un articulo inteligente

  3. Alfonso el octubre 27, 2020 a las 11:50 am

    El turismo ha contribuido a la destrucción del comercio local en muchos centros urbanos. Las tiendas son las mismas en Badajoz o en Estocolmo. La especulación urbanística se ha acelerado en los últimos años con la explosión de los apartamentos. La calidad de los empleos creados es más que discutible, con bajos salarios, escasa conciliación y nulo valor añadido. El artículo plantea que el problema es el monocultivo y precisamente caminamos hacia eso…

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