Rescate: Una tragedia griega

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Juan Ignacio Bartolomé es miembro de Economistas Frente a la Crisis

A Agamenón se le acumulaban los problemas. Había conseguido reunir en el puerto de Áulide más de mil embarcaciones y decenas de miles de soldados, con el propósito de conquistar Troya, cuya privilegiada posición en el vértice de Anatolia le permitía controlar el paso de los Dardanelos. Troya exigía tasas abusivas a los comerciantes por atravesar el estrecho lo que encarecía los productos y mermaba los ingresos públicos de las ciudades griegas. Convencer a todas éstas de que aportaran fuerzas no había sido fácil. Agamenón había utilizado amenazas, sobornos y, sobre todo, el argumento de los beneficios que reportaría al conjunto la conquista de Troya.

Sin embargo, la coalición estaba cosida con alfileres y estos se encontraban a punto de saltar. La expedición llevaba semanas encerrada en el puerto porque la persistencia de tormentas y vientos huracanados impedía su salida .La situación no podía mantenerse más tiempo, el peligro de desintegración era inminente y, siguiendo la costumbre asentada durante siglos, Agamenón convocó al Oráculo y demandó su dictamen.

El Oráculo, tras larga meditación, le comunicó que la solución era aparentemente sencilla. Los dioses podían acudir a su rescate, tenían en su mano las medidas adecuadas: Poseidón sabía aplacar los mares y a Eolo no le costaría ningún esfuerzo trocar el huracán en brisa favorable. Solo había un problema: los dioses exigían, a cambio, sacrificios.

“Bien, veamos las condiciones”, preguntó Agamenón. El Oráculo tuvo que armarse de valor para informarle. “La condición principal es el sacrificio de tu propia hija, Ifigenia”. El dictamen era trágico. Agamenón tenía que elegir entre dos alternativas inasumibles, el fracaso de la expedición o la vida de su hija. Sus consejeros abogaban por el sacrificio, al fin y al cabo se trataba de Ifigenia, no de ninguno de ellos y, tras dudas y vacilaciones, Agamenón decidió suplicar a los dioses que le rescataran y les entregó la vida de su hija.

Los dioses hicieron honor a lo estipulado, la tormenta amainó, los vientos se calmaron y la gran expedición pudo partir rumbo a Troya. Aunque Agamenón estaba lejos de sospechar lo que el destino le deparaba .A la madre de Ifigenia, Clitemnestra, su esposa, no le había  gustado, lógicamente, la decisión y, con los mimbres del rencor, fue tejiendo durante diez años su venganza que, al regreso a Micenas de un Agamenón victorioso, se concretó en las puñaladas que enviaron su alma al Hades. Así, los designios de Zeus se cumplieron.

Ni el Oráculo, ni Agamenón, ni sus consejeros se preguntaron por qué los dioses exigían el sacrificio: tenían asumido que los dioses eran caprichosos y no cuestionaban sus deseos. Lo asombroso es que más de tres mil años después sigamos sin cuestionar las razones de decisiones que sitúan a la economía española frente a dos alternativas inaceptables, cuando  existen medidas sencillas que podrían encauzar la salida de la crisis.

Se nos ofrecen dos caminos. El primero es persistir en el escenario actual, en el que los recortes y los elevados intereses que los mercados imponen a la renegociación de la deuda pública abocan a la quiebra del Estado Español, con consecuencias devastadoras para España y, también, para la economía europea y mundial. El segundo es solicitar el rescate, aceptando condiciones, sacrificios, que limitan nuestra soberanía, atentan a los principios en que se asienta la democracia, generan pobreza y suponen la agudización de la crisis y su prolongación en el tiempo.

Ante la magnitud de las consecuencias de la primera alternativa, los asesores abogan, de forma cada vez más unánime, por la solicitud del rescate. Aceptan que los dioses son caprichosos y que Merkel y Draghi no van a cejar en su empeño de someternos. Conocen la experiencia de Grecia y Portugal, donde el rescate ha aumentado considerablemente los índices de pobreza, está propiciando una grave desintegración de la sociedad y, paradójicamente, crea más dificultades para cumplir los objetivos de reducción del déficit que se les  imponen. Pero consideran que la otra opción es peor.

Asumen que solo hay dos alternativas y, sin embargo, existe una tercera bien conocida y técnicamente sencilla:  conducir al Banco Central Europeo a que apoye la renegociación de la deuda pública, lo que acabaría con la especulación en el entorno de la prima de riesgo, establecer un nuevo calendario de reducción del déficit público, pausado y realista  y contribuir a la recuperación de la solvencia del sistema financiero, lo que facilitaría la afluencia de crédito a inversores y consumidores, cuyo colapso está en el origen de nuestra crisis. Son medidas obvias que deberían haberse adoptado hace mucho tiempo y que, de hecho, están incluidas en el concepto de rescate. Pero ¿porqué tienen que ir acompañadas del sacrificio de millones de ciudadanos que, como Ifigenia, no tienen ninguna responsabilidad en lo que está sucediendo? En definitiva, ¿por qué se nos ofrece el rescate a condición de que no superemos la crisis?

Los economistas no podemos caer en la trampa de elegir entre dos caminos que empobrecen a los ciudadanos y ahondan las desigualdades. Y tampoco debemos conformarnos con que los dioses son caprichosos, porque ni son dioses ni son caprichosos. Son intereses económicos y planteamientos ideológicos cuyos objetivos se alcanzan con la continuidad de la crisis en los países del sur de Europa.

El papel de los economistas es proponer un conjunto articulado de medidas cuya finalidad sea combatir la pobreza impulsando el funcionamiento del sistema productivo. Insistir en que el Euro y el BCE se crearon como instrumentos de cohesión, no como armas al servicio de determinados países. Y, también, reiterar que la Unión Europea es un proyecto a largo plazo, basado en criterios de solidaridad entre los Estados y entre los grupos sociales, que ha reportado y debe seguir reportando ventajas muy relevantes para todos. Un proyecto en peligro de extinción por el empeño en imponer  el dominio de unos Estados sobre otros y de unos grupos sociales sobre otros.

Las  medidas económicas necesarias están claras, pero los obstáculos ya no pertenecen al ámbito de la economía sino de la política,  tanto nacional como europea,  y  la función de los políticos es hacer posible lo que es necesario, para eso se les paga .  Un gobernante no puede decir que no aplica su programa por que las dificultades se lo impiden. El argumento no resiste el más mínimo contraste con la lógica formal. Si no conocía la situación ¿con qué datos elaboró el programa? y si la conocía ¿por qué presentó ese programa?. El  mantra de la “herencia recibida” incide en el ridículo. Se  supone que se accede al gobierno para solucionar esa herencia,  no para  empeorarla, y la situación actual es manifiestamente peor que la heredada. El hundimiento de la economía está provocando la degradación acelerada de los vínculos sociales y el cuestionamiento de las instituciones democráticas y de la propia identidad de España como Estado.  Es una situación de emergencia.

La primera condición para superar la crisis es tener la voluntad política de superarla y, si los obstáculos radican en el ámbito político, las iniciativas tienen que ser también políticas. Un gobierno que realmente pretendiera sacarnos de la crisis hace tiempo que hubiera convocado a todas las fuerzas políticas y sociales del país, hubiera presentado todos los datos económicos y su evolución previsible y hubiera acordado un programa para afrontarlos. Y, con toda la sociedad detrás,  se hubiera sentado a negociar en las instituciones europeas.

Su obligación es tratar de remover los obstáculos internos y externos en vez de aceptar, como Agamenón, la elección entre dos alternativas dramáticas. Pero, claro, insistimos en que la primera condición para superar le crisis es la voluntad política de hacerlo.

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