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Sentados sobre un barril de pólvora

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La economía española muestra signos de fortaleza, lo que permite que nuestro crecimiento económico se mantenga por encima del que registra la eurozona. Sin embargo, los riesgos de debilitamiento y la incertidumbre general que caracterizan el contexto anuncian que, en algún momento más pronto que tarde, la economía española se verá inevitablemente afectada como las demás por el ciclo económico negativo.

Nuestros problemas ante las crisis

La intención de estas líneas no es poner una nota pesimista porque, como sabemos bien los economistas, no es realista pensar que la buena situación durará siempre, y es por lo tanto razonable y responsable que nos preguntemos si y cómo vamos a poder hacer frente a la situación cuando esta inevitablemente llegue.

Se ha hablado de ello en los últimos meses porque hay una justificada preocupación. El elevado nivel de deuda pública, próximo al 100% del PIB, o la dependencia de la demanda interna, con un sector exterior en el que aún pesan mucho el turismo y los bienes de bajo valor añadido (además de la excesiva dependencia energética), constituyen dos de las debilidades más importantes. La primera porque limita considerablemente la capacidad de actuación compensatoria de la política fiscal en un entorno de crisis. La segunda porque hace más vulnerable la economía española a los impactos de la ralentización de la economía europea y de la mundial.

Lo que se pretende es poner de manifiesto que la economía española tiene un grave problema de falta de resiliencia frente a las crisis, que con seguridad ha empeorado con las reformas laborales de esta década. Que determinados aspectos de la regulación laboral hacen que las empresas ajusten preferentemente a través de la destrucción del empleo multiplicando los efectos de las recesiones. Que, ante la magnitud irracional de las caídas del empleo, muy superiores a las producidas en los países de nuestro entorno frente a shocks similares, los denominados estabilizadores automáticos alcanzan una dimensión que los convierte en lo contrario, en verdaderos desestabilizadores. Y que, si no se reflexiona sobre todo ello y se realizan las necesarias correcciones (en la línea de que el comportamiento del empleo sea similar al del resto de las economías, más estables y resilientes), los efectos de una recesión o incluso de una simple desaceleración del crecimiento pueden ser temibles.

El empleo es el barril de pólvora

Todos hemos de ser conscientes y, en particular, los responsables políticos y económicos del próximo Gobierno, de que estamos sentados sobre un barril de pólvora. Lo más grave y peligroso sería que, por desconocimiento acerca de cómo se ha planteado el funcionamiento de nuestro mercado de trabajo y de cómo operan las instituciones laborales que se han ido reformando, permitiéramos que llegara la desaceleración económica sin tomar antes las medidas necesarias.

El barril de pólvora es el empleo, con su temporalidad injustificadamente elevada, con las actuales reglas de despido, y con la deficiente regulación de los sistemas de ajuste de las empresas a las situaciones de debilitamiento de la economía y a las recesiones. Esta, la caída del crecimiento, sería la chispa que desencadenaría una deflagración en cadena que produciría un rápido e intenso hundimiento del empleo, y este a su vez ocasionaría graves efectos multiplicadores sobre la actividad económica y sobre las finanzas públicas.

Ya ha sucedido. Recordemos, pues, para que esto pueda ser tomado en consideración por alguno de los futuros rectores de la política económica y laboral, que nuestra situación nacional es diferencialmente más peligrosa que la de los países de nuestro entorno europeo. Todos ellos mantienen de una u otra forma medidas institucionales en sus mercados de trabajo que impiden que las recesiones provoquen un hundimiento del empleo que agudice y multiplique de forma terrible el proceso de contracción económica. Nosotros, ufanamente, hemos hecho lo contrario.

La volatilidad y el sobre ajuste del empleo son una evidencia

Las evidencias son numerosas y contundentes. Recordemos por todas ellas el conocido artículo de julio de 2012 del Banco de España:

1) Reafirmaba, una vez más, con una nueva medición de la elasticidad del empleo respecto a las variaciones del PIB, que esta es superior a uno: por cada punto de caída del PIB se destruye empleo más que proporcionalmente. Coincidiendo con las realizadas por todos los organismos internacionales (FMI, OCDE, OIT, Comisión Europea) que, además, indican que es (irracionalmente) la más elevada de todos los países desarrollados.

2) Establecía que la intensidad del ajuste del empleo durante la pasada etapa recesiva no podía explicarse por los efectos composición ligados a los cambios en la estructura del empleo por ramas, ni es atribuible al sector de la construcción ni a la burbuja inmobiliaria, puesto que se constata para todas las ramas de actividad. Y que ha sido sustancialmente superior al de la anterior recesión de 1992-1993 (ver gráficos anteriores).

3) Descubría que la elevada elasticidad del empleo a las variaciones de la actividad económica crece y es más intensa en los periodos de recesión: “Esta reacción del empleo más que proporcional al descenso de la actividad ha sido claramente observada desde el inicio de la última etapa de recesión y, de hecho, generó un efecto amplificador sobre la propia crisis, dado su impacto sobre la demanda agregada”.

4) Reconocía que esa fuerte elasticidad y su asociada volatilidad del empleo explican, el anómalo comportamiento de la productividad, completamente opuesto, antagónico, al de los demás países (ver los gráficos siguientes). En ellos la productividad crece con la expansión de la economía y cae durante las recesiones (porque el ajuste de su empleo es muy inferior al hundimiento de la producción). Mientras que, el patológico sistema que se ha creado en España, hace que la productividad apenas aumente en los periodos expansivos y que se eleve fuertemente durante las crisis debido a que la destrucción de empleo es (ilógicamente) mucho más fuerte que la caída de la producción.

Debe destacarse, además, en este aspecto que, en todos los países (salvo en España, claro, donde sucede lo contrario), el sistema basado en una muy baja respuesta destrucción del empleo como respuesta a las recesiones contribuye a acortar estas mediante el sostenimiento de la actividad económica y la reducción de la intensidad de la crisis debido al menor ajuste sobre el empleo.

Hay que señalar, no obstante, que el artículo concluía suponiendo de manera un tanto gratuita (sin prueba alguna), que el anómalo “patrón anticíclico de la productividad (…) estaría, por tanto, más relacionado con algunas características del marco institucional vigente hasta la puesta en marcha de las últimas reformas del mercado laboral, que fomentaban el empleo de baja productividad y una excesiva volatilidad del mismo, que se vio acentuada por las dificultades entonces existentes para modificar las condiciones laborales”.

Lástima que, tras aportar tanta evidencia, el artículo se viera obligado a incluir una conclusión poco fundada. ¿Cómo se sabía en julio de 2012 que el nuevo marco institucional creado en ese mismo momento por la reforma laboral del PP no iba a provocar el mismo efecto de fomentar el empleo de baja productividad y una excesiva volatilidad del mismo? Al parecer los autores se debieron ver forzados a escribir basándose en un ejercicio de conjetura fundado en ideas preconcebidas. Ejercicio que, además, resultó completamente equivocado.

La reforma laboral de 2012, como era lógico dadas las medidas que contenía, no podía sino aumentar todavía más la volatilidad del empleo. Medidas como la fuerte reducción de las indemnizaciones del despido injustificado (improcedente), el más que considerable ‘ablandamiento’ de las causas del despido objetivo y del despido colectivo, y la devaluación procedimental y económica que supuso eliminar la autorización administrativa de este último han aumentado (ver aquí con mayor detalle esos efectos), y no lo contrario, la volatilidad del empleo en general, sea cual sea –como veremos enseguida- su nivel de productividad.

Y tampoco parece que esa reforma laboral haya favorecido la creación de empleo de alta productividad a juzgar por los resultados. Un reciente informe de OCDE titulado «Compendio de indicadores de productividad 2019» ha puesto en evidencia que España es el país desarrollado que mayor cantidad de empleo ha destruido en los sectores de alta productividad entre 2010 y 2017 (483.000, un 2,5% del total). Al mismo tiempo que ha creado 354.000 empleos en los sectores de baja productividad.

En el otro sentido –aunque no haya en este artículo oportunidades de profundizar en este aspecto-, por su parte, la reforma laboral de 2012 amplió en efecto la capacidad unilateral del empresario para modificar (rebajar) las condiciones laborales y los salarios, lo cual ha dado lugar a un proceso permanente de devaluación de las mismas, especialmente las salariales, que se ha mantenido –como era previsible por la forma en que se reguló- independientemente de la mejora en las condiciones de la economía y de las propias empresas.

Así, al sistema de ajuste basado en la volatilidad del empleo se le ha añadido otro basado en la elevada volatilidad salarial, que tampoco existe en los demás países, y que tendrá como efecto en sucesivos momentos de crisis el sumatorio de ambos: despidos y reducciones salariales adicionales (el ordenamiento laboral derivado de la reforma así lo permite), cuyo resultado será generar “un efecto amplificador sobre la propia crisis, dado su impacto sobre la demanda agregada”, utilizando la expresión del artículo comentado, pero mucho más reforzado. Porque no es cierto que despidos y reducciones salariales sean sustitutivos naturales: si lo permite la regulación laboral, se utilizarán conjunta y simultáneamente.

Por otro lado, el referido artículo tiene dos significativas lagunas que son de gran importancia. La primera, no se interesa por las causas que hayan podido dar lugar a tan elevada y desastrosa volatilidad del empleo. La segunda, que no explica cómo hacen en los demás países para adaptarse a las crisis sin destruir apenas empleo. Cómo lo hacen de verdad, porque decir que allí el ajuste se hace vía salarios es una filfa, un cuento que no resiste el más mínimo contraste con los datos: ni reales ni mucho menos nominales, los salarios no se han reducido en prácticamente ningún país (y el empleo apenas tampoco, como hemos comprobado en el gráfico de la productividad).

¿Cómo se ha convertido el empleo en España en un barril de pólvora?

La mayor capacidad de adoptar decisiones empresariales que supongan destrucción de empleo es el verdadero fondo de todo este asunto, y aquí es donde se concentran las mayores diferencias entre los otros países (con regulaciones y prácticas muy restrictivas) y el nuestro (donde sucede todo lo contrario).

Tres son, a nuestro juicio, los elementos que han dado lugar al comportamiento tan volátil del empleo en España y a la sobre reacción del empleo a las caídas del PIB.

En primer lugar, la considerable proporción de empleo temporal, la más elevada de la UE: más de la cuarta parte de los asalariados, si lo medimos como stock en un momento del tiempo, pero varios millones más si consideramos el flujo de personas diferentes que a lo largo del año trabajan con algún contrato temporal o con más de uno.

Una constante desde hace más de treinta años que no está relacionada con la presencia de actividades estacionales, como hace unos días volvió a reconocer la Unión Europea: “El uso aún generalizado de contratos temporales, incluso en los sectores menos tendentes a la actividad estacional o cíclica, si bien está disminuyendo progresivamente, figura entre los más altos de Europa y podría suponer un obstáculo para la capacidad de crecimiento de España y su cohesión social” (Recomendación del Consejo relativa al Programa Nacional de Reformas de 2019 de España y por la que se emite un dictamen del Consejo sobre el Programa de Estabilidad de 2019 de España). Por cierto que las estadísticas no muestran reducción alguna.

Esa utilización excesiva de la contratación temporal en actividades que no lo son no responde a lo regulado y autorizado por el ordenamiento jurídico y pone de manifiesto la existencia de un elevado y permanente nivel de fraude en el uso de los contratos temporales (cuyas causas y soluciones han sido analizadas en trabajos anteriores). Lo cual implica que el ajuste del empleo sea, al inicio de las crisis, de enorme rapidez e intensidad desde el primer síntoma de depresión del crecimiento del PIB.

La segunda causa de la volatilidad del empleo tiene que ver con la (des)regulación del despido. Cuantitativamente, esta ha sido mucho mayor que la pérdida de empleo temporal. Sucesivas reformas de su regulación (1980, 1994, 1997, 2002, 2012) han reducido drástica y repetidamente las indemnizaciones, cuyo coste es hoy solo una minoritaria fracción del que era a mediados de los años noventa (recuerden el aumento de la intensidad en la pérdida de empleo, que se constata en el gráfico del Banco de España, de la anterior crisis de 1992 a esta última) y con ello se han estimulado considerablemente los despidos.

Pero, no es solo eso, sino que las reducciones del coste se han realizado de forma concentrada (podemos decir, exclusiva) en los despidos sin justificación (improcedentes), aquellos que solo dependen (salvo casos muy extremos de vulneración de derechos fundamentales) del poder de decisión del empresario que, solo con pagar la indemnización, evita cualquier revisión judicial.

Así, durante esta crisis (2008-2014) se han producido más de cinco millones de despidos de trabajadores con contrato indefinido (no temporales). Una cifra de destrucción de empleo descomunal para el tamaño de todo el empleo indefinido existente al inicio de la crisis (más de la mitad de los 9,7 millones en el sector privado en 2008), y que se encuentra tras la enorme volatilidad del empleo mencionada anteriormente. En siete de cada diez de los casos, los empresarios han utilizado la fórmula de despido individual y sin justificación. Algo que, en estos términos que existe en España, no se encuentra en casi ningún otro país de nuestro entorno.

Con ello, no importa tanto el coste (que además ha bajado sustancialmente) como la automaticidad e irrevocabilidad de la decisión empresarial ilimitada de despedir, se justifique o no por las circunstancias reales. Esa imposibilidad para examinar judicialmente si los despidos son o no correctos y adecuados es una de las principales razones que explican la extrema volatilidad del empleo detectada por el estudio del Banco de España. Sería insólito que, con una institución de despido como esta, no hubiera en las crisis una pérdida masiva de empleos como la que se ha registrado.

La tercera causa se encuentra en la ausencia en el ordenamiento laboral español de una regulación de la prevalencia en los sistemas de ajuste, así como de mecanismos de adaptación de las empresas a las crisis que protejan el empleo.

Por una parte, no existe una regulación que jerarquice los métodos de respuesta de las empresas a las necesidades de ajustes, ni una prelación de esos métodos según la intensidad de esas necesidades:

  • La legislación define un menú amplio de posibilidades, entre las cuales la empresa opta libremente (regulaciones temporales de empleo, inaplicación de los convenios, reducciones salariales y de condiciones de trabajo, despidos individuales o colectivos).
  • La trivialización de las causas económicas (y también las restantes) de los despidos realizada por la reforma laboral de 2012 hace que cualquier eventualidad de la empresa, por mínima que sea, pueda dar lugar a las medidas más duras: los despidos.
  • Dado que no existe prelación alguna, las empresas pueden utilizar cualquiera de las medidas disponibles o incluso una combinación simultánea de las mismas.

Por otra parte, tampoco existe en la regulación una diferenciación entre las causas o naturaleza de los ajustes que permita diferenciar los métodos y medidas que se deben utilizar, según las razones sean:

  • Coyunturales (adaptación a una caída temporal de las ventas, o a una recesión económica cíclica).
  • O estructurales (respuesta a la falta de viabilidad económica de la empresa, falta permanente de competitividad y adaptación al mercado, o necesidad de realizar ajustes tecnológicos u organizativos).

La regulación (o su ausencia) permite que se adopten decisiones permanentes (destrucción de empleo) para causas puramente coyunturales. Además, como es lógico debe haber una adecuación y proporcionalidad entre las causas que hacen necesario el ajuste, especialmente en el caso de los despidos, y las medidas que adopten las empresas. Pero, la reforma de 2012 hizo todo lo posible por evitar que hubiese un control judicial que lo determinase. Lo cual deja elementos tan necesarios para evitar la tendencia a abusar de la destrucción de empleo en manos del poder unilateral del empresario.

En suma, las tres causas apuntadas constituyen los tres aspectos esenciales que explican por qué la elasticidad y volatilidad del empleo en España, evidenciadas por el Banco de España, son tan superiores a los restantes países del entorno.

Los riesgos del sistema de ajuste del empleo en España son sistémicos

Como ha quedado de manifiesto, las pérdidas de empleo son en España muy superiores a las registradas en los países de nuestro entorno. En 2013, último año de destrucción de empleo se había perdido una cifra algo superior al 15% del empleo que había en 2007. Tanto en la primera parte de la crisis, entre 2008 y 2010, como en la segunda, entre 2010 y 2013, las pérdidas de empleo fueron muy superiores a las caídas del PIB. En la primera se perdió alrededor de un ocho por ciento del empleo anterior a la crisis y en la segunda casi un nueve por ciento del que subsistía en 2010.

En la primera parte de la crisis, la caída del empleo triplica la del PIB y en la segunda la supera en más de un 60%. Son magnitudes que no se encuentran ni de lejos en la mayoría de los países que nos rodean. Y son la causa de que, mientras la tasa de paro no ha crecido en general más allá del 10-12% en otros países, en España haya llegado a superar el 26%. Desde el 8% de 2007, en dos años de crisis se duplicó, y en cinco se triplicó.

Tenemos un gravísimo problema. No debemos y no podemos cerrar los ojos. El problema está en la forma en que nuestro mercado de trabajo está organizado para que la economía y las empresas ajusten las caídas de la producción -en proporción mucho mayor que estas- mediante la destrucción del empleo.

Esto es un barril de pólvora. Las medidas que se han adoptado en la reforma de 2012 han provocado un considerable agravamiento del problema, que tiene hondas raíces. Si no se toman las medidas adecuadas, en la próxima crisis se producirá una verdadera debacle social y económica. Y el desempleo podría llegar al 30%.

Sería irresponsable cerrar los ojos. Hay quien dice que esto es positivo porque permite a las empresas ajustarse más rápidamente, pero eso no es cierto. Recordemos, una vez más, lo que dice el trabajo del Banco de España: “Esta reacción del empleo más que proporcional al descenso de la actividad (…), de hecho, generó un efecto amplificador sobre la propia crisis”. Los efectos económicos y sociales son inmensos.

Esto no es positivo en absoluto: una altísima tasa de desempleo, externalización de costes de las empresas, pérdida de capital humano, costes sociales elevadísimos, costes económicos (solo las prestaciones por desempleo han supuesto una descomunal cifra de gasto: desde 2008, más de 280.000 millones de euros, que se podrían haber destinado mucho más útilmente para mantener el empleo), retroalimentación de la crisis, hundimiento de nuevas empresas, pérdida de tejido empresarial, etc. ¿Cómo se puede pensar que no cuesta nada? Los efectos económicos y sociales son inmensos.

Los despidos masivos no son la solución, son el problema. Continuar consintiendo y sosteniendo un esquema de utilización de los contratos temporales basado en el fraude no es la solución, es el problema. El fraude no es flexibilidad. Dejar en manos de las empresas la decisión de destruir empleo, aunque no esté justificado y haya otras posibilidades de ajuste, no es la solución, es el problema. Un problema que nos puede llevar por delante en la crisis próxima.

Debe establecerse un sistema que facilite que las empresas se ajusten con los menores costes posibles, reduciendo temporalmente sus costes tanto como sea posible, pero minimizando la destrucción de empleo. Sistemas alternativos a los despidos como el alemán (kurzarbeit), fortalecen su economía, la hacen muy resiliente ante las crisis y ahorran cuantiosos fondos públicos. Funcionan, porque son prácticamente obligatorios. Debemos corregir todo este sinsentido. Todos los países a los que deberíamos parecernos, de una u otra forma han establecido sistemas que impiden que los efectos sobre el empleo y el mercado de trabajo multipliquen la profundidad de las recesiones.

En nuestro caso, continuamos dando pasos en sentido contrario. Se plantean medidas que promueven y estimulan aún más los despidos, como la mochila austriaca y otras que se barajan. Reformas poco meditadas que desconocen el funcionamiento del mercado laboral español y que agravan aún más el problema. Reformas que suenan bien a los que siempre quieren favorecer los despidos. Reformas que no entienden el problema y no son las que se necesitan.

Nuestro problema es el error en el modelo de flexibilidad: muy pocos avanzan en la flexibilidad interna, que moderniza, hace más eficiente la organización del trabajo y aumenta la productividad, porque lo que promueve el sistema laboral es la externa: contratos temporales sin estabilidad ni productividad y, si usted desea más productividad, despida.

Es preciso recuperar la responsabilidad y el sentido común, buscar lo que los demás tienen de bueno y arreglar este gravísimo problema. Estamos a tiempo antes de que llegue la siguiente crisis.


Este artículo pretende continuar y desarrollar en algunos aspectos la muy necesaria y oportuna reflexión iniciada por el publicado hace pocos días en esta web de EFC por Ignacio Muro: ¿Desempleo masivo en la próxima crisis? Por favor, otra vez no.

About Antonio González

Antonio González, economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis (EFC), fue Secretario General de Empleo en el periodo 2006 – 2008 @AntonioGnlzG

10 Comments

  1. juan el junio 12, 2019 a las 8:36 am

    Se pasa de largo en este tema que parte de la falta de flexibilidad es en parte debida a los sindicatos, los sindicatos blindan a los de la antigüedad, «antes que bajarse un 25% el sueldo todos que echen a los últimos en entrar….y si me quieren echar a mi que tengo 55 años…que me paguen 8 años de prejubilación con buena cotización por lo menos hasta los 63».

    Si se quieren alcanzar acuerdos sociales y cambiar el sistema productivo habrá que ser valientes y poner todos los temas sobre la mesa, las posibles arbitrariedades de parte del empresariado y las posibles arbitrariedades de parte de los sindicatos.

    • jose el junio 12, 2019 a las 12:49 pm

      Abaratar costes salariales a cambio de abaratar el despido, ahora son los antiguos luego seran los nuevos y luego habrá
      que pagar por trabajar.

    • Antonio González el junio 12, 2019 a las 1:24 pm

      Desde mi punto de vista, cuando se habla del mercado de trabajo no es útil ni constructivo hablar de buenos y malos, sino de buena o mala regulación laboral. La buena regulación tiene en cuenta la realidad en la que ambas partes existen y buscan legítimamente sus intereses. La buena regulación evita que alguna de las partes saque provecho en detrimento de la otra y sobre todo de los intereses del conjunto de la sociedad. La buena regulación establece un cauce en el que las actuaciones de las partes se dirijan necesariamente hacia los objetivos socialmente deseables, y nunca de la una a costa de la otra.
      Por otro lado, lamento que resulte imposible hablar de muchas cosas y haya que limitarse en cada artículo a tratar de un solo asunto, por importante que este sea, y creo que este del que he pretendido hablar es de una gravedad extraordinaria. Es preciso cambiar hacia modelos mejores que están a nuestro alrededor.
      Muchas gracias, Juan, por su comentario.

      • jose el junio 12, 2019 a las 4:37 pm

        Antonio, tienes toda la razón y aquí queda claro el factor de individualidad y falta de visión de conjunto que nos afecta y que creo que es el componente que nos hace distintos a los demás países, evidenciando la falta de cultura democrática para después poder afrontar medidas laborales que puedan hacer frente a las crisis económicas, evitando así los ganadores y los vencidos que tanto daño hacen al conjunto de los Españoles.

    • Jorge Fabra Utray el junio 12, 2019 a las 11:38 pm

      En respuesta a Juan.
      No coincido en la interpretación que parece que usted hace de este párrafo del artículo :

      «Nuestro problema es el error en el modelo de flexibilidad: muy pocos avanzan en la flexibilidad interna, que moderniza, hace más eficiente la organización del trabajo y aumenta la productividad, porque lo que promueve el sistema laboral es la externa: contratos temporales sin estabilidad ni productividad y, si usted desea más productividad, despida.»

      La flexibilidad interna, tal y como interpreto yo la entiende el autor del artículo, no se refiere al cambio de despidos por bajada de salarios al conjunto de los trabajadores de una empresa o al despido de trabajadores para mantener los niveles salariales de los trabajadores no despedidos (cómo usted menciona para criticar a los sindicatos). Esto sería un ejemplo de flexibilidad externa no interna.
      La flexibilidad interna es la que debe tener una empresa para poder dar respuesta a una situación de crisis. Si en la empresa predomina una política de flexibilidad externa, alentada por la regulación laboral, la respuesta empresarial a la crisis será el despido o la reducción de salarios o ambas cosas. Sin embargo, si el marco regulatorio no favorece ese tipo de soluciones, la empresa intentará hacer frente a las situaciones de crisis diversificando mercados y/o capitalizando financieramente la empresa y/o capitalizando tecnológicamente la empresa y/o acometiendo cambios en la organización del trabajo… todas estas cuestiones son ejemplos que definirían a una empresa con flexibilidad interna o, expresado de otro modo, con capacidad de adaptarse a cambios críticos de su entorno sin recurrir a la destrucción de empleo.
      Considero que todas estas cuestiones son de importancia capital. Tal vez la baja productividad de nuestra economía se deba en parte a la proliferación en nuestro país de empresarios formados en entornos regulatorios en los que la flexibilidad interna supone un excesivo esfuerzo comparada con la flexibilidad externa que les provee la regulación laboral… léase empresarios poco comprometidos con su proyecto empresarial porque comprenden mal que toda empresa implica no sólo a sus accionistas o propietarios, también a sus trabajadores, a quienes considerarían poco más que un coste variable del que se puede prescindir sin más. Empresarios, en definitiva, mal educados por la creciente desregulación del mercado de trabajo.

      Nota: desconozco si el autor del articulo, Antonio Gonzalez, está de acuerdo o no con lo que en este comentario expreso. Quede claro que esta breve reflexión no compromete a nadie mas que a mi.

      • juan el junio 13, 2019 a las 1:44 pm

        Cuando hablamos de productividad, empresa e industria olvidadamos que en España gran parte del empleo son micropymes, talleres, tiendas, etc. Y que mucha gente no es empresaria «capitalista» sino trabajadora que para tener un trabajo necesita a otros a los que debe emplear. Una mercería en un pueblo o ciudad mediana que se va vaciando y donde los que quedan ya «no se hacen la ropa ellos/as» no tiene reconversión posible, ni se puede aumentar la productividad, primero ganarán todos menos (el dueño/a el primero en ganar menos), luego habrá que bajar los salarios, luego alguien tendrá que estar a tiempo parcial, y a ver si dura lo suficiente para conseguir llegar a la edad de retiro, porque no llegará el estado con un fajo de billetes a decir…nada…prejubilación 10 años al 70% de tus ingresos y cotizaciones y luego ya te jubilas con buena pensión…eso es para AENA, los bancos e incluso las cajas con dinero puesto por el estado…ahí tenemos a Bankia con un montón de los que vendieron preferentes felizmente ganando más del 80% del sueldo a los 50 y pocos años viviendo la vida y esperando cobrar 2000 euros de pensión después y pedir el IPC (aunque su incremento del coste de la vista para la cesta de consumo correspondiente a esos ingresos sea inferior al IPC nominal). Y parte de esas prejubilaciones se cubren luego con gente ganando la mitad a la que se le exige hablar Alemán y se le «invita» a pasar el verano en Mallorca pagando gran parte de su sueldo por una habitación en piso compartido.

        Muchos sectores en reconversión no pueden renacer o muy difícilmente. Aquellos donde la UE deja entrar sin aranceles a los chinos…textil, calzado, juguete, lo están pasando mal, pero claro no vendrá el estado a prejubilar deluxe, eso se reserva al proletariado deluxe de gran empresa y empresa pública así como los que son capaces de lanzar cohetes a la policía sin ser acusados de rebelión como los mineros en junio de 2012.

        Todos los empresarios suelen estar comprometidos con sus empresas, lo que pasa es que ahora se llama «empresarios» a los señoritos directivos, muchos de ellos puestos en empresas a dedo o vía puertas giratorias, o esa mentira llamada «consejeros independientes»…dependientes de quienes les han nombrado sin haber un proceso competitivo a decidir por votación en las juntas de accionistas.

        El problema es que España ya no tiene empresarios, España tiene directivos de empresa, que no es lo mismo.

  2. c el junio 12, 2019 a las 3:05 pm

    en Dinamarca ,
    para qe ls empresas sean muy competitivas
    se despide facil con cierta indemnizacion, no se si alta o baja, supongo qe mas bien baja
    pero :
    la gente entra a cursos d reciclaje automaticamente
    cn una paga qe es
    costeada cn altos impuestos a las empresas,
    …igual esto es lo que ns falta en españa

    tods ls paises en crisis auemntan salarios , auemntan I+D y mejoran la educ

    aumentar salarios no cuando la economia va bien pqe va bien
    sino qe subir salarios hace qe la economia vaya bien
    y en el video d abajo y ls posts se explica todo claro
    subir salarios es bueno y lo demas son excusas d ricos avaros :

  3. […] [i] Ver recientes artículos en la web de EFC sobre el particular: https://economistasfrentealacrisis.com/sentados-sobre-un-barril-de-polvora/ […]

  4. Elías el diciembre 20, 2019 a las 10:12 am

    El autor cita a la Unión Europea, “El uso aún generalizado de contratos temporales, incluso en los sectores menos tendentes a la actividad estacional o cíclica (…)”
    No soy ningún experto, pero entiendo que la estacionalidad se atiende con la figura contractual de los “fijos discontinuos” (cosechas agrícolas, épocas turísticas, etc.). Así, los contratos temporales estarían limitados a actividades asimilables a proyectos.
    Magnífico artículo, por cierto.

    • Antonio González el diciembre 20, 2019 a las 11:41 am

      Muchas gracias, Elías, por su comentario que señala una de las cuestiones que en mayor grado dan lugar al abuso y el fraude tan generalizados en la utilización de los contratos temporales en España. Fíjese que la propia Comisión Europea (y por ende, el Consejo) cree que la legislación española permite que se cubran las actividades estacionales y de temporada con contratos temporales en lugar de los que fueron creados para ello que son, como Usted muy bien señala, los contratos fijos discontinuos. Es tal el incumplimiento del ordenamiento laboral en esta materia que se precisaría un conjunto de actuaciones y reformas que establecieran de forma clara y taxativa la prohibición de utilización de los contratos temporales en tales supuestos, y unas consecuencias penalizadoras (económicas y de otro tipo) que resultaran disuasorias frente a ese fraude y esos abusos, cosa que hoy en día no existe. Y que contribuye, junto a la desregulación del despido, a crear un contexto de inestabilidad en el empleo que ‘estalla’ en las situaciones de crisis o en las simples ralentizaciones de la economía.

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