Transparencia, buenismo neoliberal y “capitalismo responsable”.

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Por Ignacio Muro Benayas, Miembro de Economistas Frente a la Crisis, Profesor de periodismo en la Univ Carlos III, Editor de Poli-tic.net

Que la transparencia se impondría con naturalidad en todos los ámbitos de la vida parecía un consenso universalmente asumido en los años anteriores a la crisis. Se había instalado la convicción de que la información era una fuente imparable de transparencia para los ciudadanos y que, de esa lógica, no se libraría ningún espacio social, tampoco la economía y el mundo empresarial.

De alguna forma se trataba de un sueño lógico. La visibilidad empezaba a entrar en esferas que antes se consideraban sagradas y opacas como las iglesias (con las denuncias de pederastia contra obispos), los partidos políticos (corrupción en las cúpulas) o el ejercito (aceptación de la homosexualidad, denuncias de acoso). La misma lógica de transparencia afectaba a los espacios estrictamente privados como la familia, de modo que la intimidad del hogar no servía ya para encubrir los malos tratos a mujeres o los abusos de ningún tipo sobre niños.

El capitalismo occidental, como correspondía a su “carácter civilizado”, parecía asumir estos hechos con naturalidad  mientras se apropiaba del «mito del progreso». Las escuelas de negocio ponían de moda nuevos esquemas de «solución» de conflictos. La implantación de «códigos éticos» se declaraba  suficiente para construir un buen gobierno empresarial en el que los primeros ejecutivos aceptaban ser controlados por consejeros «independientes». Desde los lobbies empresariales y los grupos corporativos con poder (incluidos periodistas y anunciantes) se fomentaba la «autorregulación» de la que se desprendía un mensaje evidente: no necesitaban al Estado para que les dijera lo que tenían que hacer; ellos mismos, autónomamente, eran capaces de solucionar cualquier colusión de intereses que dañara el interés general.  Las empresas «asumían» corresponsabilizarse del medio ambiente, la igualdad de género y de todo aquello marcado como políticamente correcto. El buenismo neoliberal se había instalado en la sociedad y, junto a él, el mito evolutivo del capitalismo responsable.

Detrás de esas «nuevas ideas» yacía un potente mensaje ideológico. Al resaltar el carácter ético de esos códigos, se nos insinuaba que el derecho, es decir, la fuente de legitimidad que emana de la democracia, era una mera circunstancia política desligada de la ética publica. Al resaltar su carácter voluntario nos lanzaban el mensaje de que el Código Civil o el Código de Comercio, y en general las leyes nacidas para regular el bien común, eran antiguas por coactivas, algo innecesario con las gentes de bien. Los grupos de poder, los nuevos príncipes de este mundo, no necesitaban someterse a las  normas comunes, estaban por encima de ellas. Para garantizar comportamientos adecuados  era suficiente el código de honor al que se sometían voluntariamente, el mismo que, en el pasado, reclamaban para sí príncipes y nobles. ¿Valían esas pautas de conducta para el conjunto de la Sociedad Civil? ¿Servían para obreros, agricultores, oficinistas? No, solo para los grupos civilizados, sólo para determinadas élites. Habían puesto en marcha la privatización del derecho.

Esa capa de modernidad ocultaba, en realidad, un capitalismo regresivo, sometido al beneficio financiero a corto plazo, que hegemonizaba el mundo. En 2001, ENRON, empresa pionera de EEUU en RSC, investida de autoridad para dar premios de honorabilidad a los funcionarios públicos más destacados, (se lo entregó a Alain Greenspan en 1999), pone al descubierto que era, en realidad, una cueva de ladrones.  La quiebra de Lehman Brothers muestra en 2008 el desastre de la comercialización universal de los activos tóxicos desde bancos reputados como «responsables» y con premios al buen gobierno. Poco después, la petrolera BP, empresa que se jacta de sus controles internos, provoca cerca de las costas USA uno de los mayores desastres ecológicos. En España, el Observatorio de la Responsabilidad Social Corporativa pone de manifiesto que nueve de cada diez empresas del IBEX 35 opera en paraísos fiscales.

Lo que se presentaba como «responsabilidad» del nuevo capitalismo se evidencia como comunicación, mera propaganda. Los 86 bancos  españoles que firman, en febrero de este año, a bombo y platillo, el  código de buenas prácticas por las que asumen parte de la pérdida del valor de la vivienda para evitar desahucios, solo resuelven 8 casos de dación en pago en 8 meses. Los mitos de la voluntariedad se vienen abajo.  Hasta el británico Finantial Times, otrora defensor a ultranza de la autorregulación, reconocía que «la experiencia ha demostrado que sin presión por parte del Estado se puede conseguir poco«.

En la medida que se desmoronan las coartadas se precisan nuevas estrategias ideológicas. Los think tank que construyen pensamiento estratégico retiran de la agenda cualquier alusión a la gobernanta empresarial mientras resaltan las deficiencias regulatorios de los políticos. Ocultar los «fallos del mercado» requiere retirar la exigencia de transparencia sobre las empresas y empezar a volcarla sobre los gobiernos. Se pone el foco sobre las ineficiencias y corrupciones publicas para ocultar el tamaño del gran despilfarro privado y fomentar así la ilusión de que el sistema sigue interesado en la lucha contra la opacidad.

La realidad es que la transparencia en el mundo economico sigue siendo la asignatura pendiente y que nada garantiza que será alcanzada. Ese proceso será especialmente complejo y requerirá sortear las maniobras de distracción que pretendan desviar las energías democráticas de las batallas centrales por la democratización del sistema productivo. Estas tienen que ver con los paraísos fiscales, la conexión entre especulación financiera e información privilegiada, el monopolio del poder de los primeros ejecutivos y la necesidad de contrapoderes internos en las empresas, las influencias opacas de los grandes lobbies o el cruce de intereses entre lo privado y lo público desde las llamadas «puertas giratorias»

Lo que el mundo necesita es afrontar de raíz y simultáneamente los grandes problemas de la gobernanza y la transparencia en el mundo económico. Confiar en que se produzca sin grandes resistencias, como «evolución natural» del sistema, es desconocer  las lecciones de la historia.

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