Visiones del turismo
El turismo de masas como actividad importante en la economía y en la sociedad se genera desde la postguerra, a partir de 1945-1950. La expansión de políticas públicas y la configuración del Estado del Bienestar en Europa, suponen aspectos cruciales que explican la existencia de una demanda potencial de servicios de ocio. El turismo se vislumbra entonces como positivo para los países que empiezan a explotarlo: la entrada de divisas determinaba una inyección poderosa de dinero hacia sociedades que lo necesitaban y, a su vez, esto promovía la creación de empleos y paz social, lo que podía ser muy beneficioso para sociedades periféricas. A su vez, la evolución turística en un país dado debería transitar por diferentes etapas hasta llegar a una fase de maduración, en la que las decisiones tomadas van a condicionar su futuro, según el esquema conocido –y criticado– del geógrafo Richard Butler.
El turismo se ha observado desde perspectivas distintas, tanto desde los puntos de vista metodológico como teórico. Por un lado, como un conjunto de actividades, derivadas de decisiones de inversión, que han provocado cambios radicales en los territorios afectados, y nuevos escenarios sociales con la aparición de otros actores y relaciones de poder; economistas, politólogos y geógrafos son sus primordiales estudiosos. Por otro, como una fuente importante de externalidades ambientales, lo cual ha motivado la preocupación por establecer nuevas formas de medición –de carácter biofísico– al margen de las crematísticas; aquí destacan los economistas, los geógrafos y los biólogos. Un tercer bloque de análisis observa el turismo desde la esfera cultural: los diferentes impactos que ha provocado sobre estructuras históricamente más estables, de forma que esto supone distintos tipos de adaptación y respuesta al fenómeno turístico; el trabajo de historiadores, sociólogos y antropólogos ha sido clave en este campo. En cuarto término, un conjunto de investigaciones trata de ordenar, desde preceptos ideológicos distintos, el análisis económico del turismo. Se trata de trabajos que se enmarcan en los postulados convencionales de la teoría económica ortodoxa, de manera que ésta se aplica, con sus métodos y herramientas, a la investigación turística (fases de desarrollo económico, estudios de demanda y de mercados, análisis microeconómico). En paralelo, otras escuelas económicas han estudiado el turismo bajo ópticas dispares, que van desde aportaciones neo-schumpeterianas (la destrucción-creadora hacia un nuevo sector), hasta la teoría de la regulación y la adopción de la lógica centro-periferia-colonialismo de los teóricos de la dependencia.
Los productos turísticos
Ahora bien, unas características esenciales perfilan los productos turísticos, lo que supone nuevos interrogantes:
- La aplicabilidad del concepto “industria turística” al turismo de masas. Esto no es trivial, habida cuenta que su adopción significa entender la actividad turística como un “todo” no desagregado, es decir, con una perspectiva muy parecida a la del sector industrial estricto, cuando en realidad estamos ante una economía más compleja desde el momento en que es consumidora final y, a la vez, productora de bienes intermedios, y en la que la idea de mercancía física desaparece y es sustituida por los servicios industrializados.
- En relación al punto anterior, son sectores heterogéneos los que intervienen en la confección de los productos turísticos: éstos los forman diferentes aportaciones que a la vez cubren actividades que no son turísticas. En efecto, en países avanzados, los servicios absorben los excesos de mano de obra, en actividades con productividades bajas e intensivas en fuerza laboral. Esto constituye una importante restricción, ya que estas ocupaciones no pueden ampliarse sin ejercer una relación real de intercambio muy desfavorable contra sí mismas: se reducen los precios de los servicios lo que, en definitiva, equivale a contraer los salarios. Esta autolimitación lamina las capacidades de desarrollo en economías de servicios con calificaciones medias-bajas –menos intensivas en conocimiento–, si no se exploran nuevas perspectivas de inversión y, por tanto, de empleo en otras actividades.
- Estos productos finales se consumen en el lugar de origen; por consiguiente, es determinante el componente territorial. Y el “producto” es, a su vez, dispar: el paisaje, el espacio, el conjunto de la oferta, pero también el propio turista se convierte en un “producto” del sistema de producción turística.
- Esta realidad hace que otros factores sean cada vez más importantes en los análisis de la economía turística:
- Las externalidades ambientales, entendidas como parte del sistema económico y, por tanto, analizables para superar los problemas que puedan generar en el destino turístico. Aquí, las nociones de “capacidad de carga” o la utilización de indicadores metabólicos del sistema productivo aparecen como nuevos retos, para identificar con mayor precisión los impactos del turismo.
- El problema ambiental no se reduce a la evolución del crecimiento económico, toda vez que el PIB no representa una medida efectiva de control del medio ambiente. Esto afecta tanto al sector industrial como al de servicios. En tal aspecto, los mercados, la tecnología y las políticas ambientales tienen un papel fundamental. Ahora bien, las regulaciones ambientales son más severas en un contexto social más consciente, y con formas claras de defensa y de compensación de las externalidades. Así pues, esas regulaciones deben ser efectivas tanto en etapas de fuerte crecimiento económico –y turístico– como en fases de contracción, en las que pueden generarse laxitudes a la hora de enfrentar las externalidades ambientales. Por otro lado, los países con alto ingreso per cápita, muestran una reducción de los niveles de emisiones con una estructura de la economía apoyada en los servicios, mejor eficiencia energética y mayor preocupación por los temas ambientales.
- Las finanzas y la circulación dinámica de los capitales relacionados con el turismo, hechos que facilitan las inversiones hacia territorios en fases iniciales en la actividad turística (en los segmentos de sol y playa); o diversificar activos en zonas más maduras (en los hoteles urbanos).
- Los problemas del acceso a la vivienda por parte de la población residente, dada la entrada de viviendas en el espectro de la explotación turística, con dos puntos básicos: el aumento en los precios del alquiler; y la adquisición de bienes inmuebles por parte de fondos extranjeros, con el objetivo de especular.
Estos factores subrayan una lectura más negativa del desarrollo turístico, que llega ya a un gran descontento social, observado en múltiples manifestaciones en zonas turísticas sacudidas por la masificación. Este sector, exitoso desde sus inicios, trasgresor de estructuras y de pautas culturales, promotor de movimientos demográficos, puede acabar muriendo de ese éxito si no se corrigen los impactos que está provocando. Se habla, entonces, de diversificar las economías.
Diversificar la economía desde el turismo
Sobre lo que se acaba de exponer, la reducción del turismo en una economía supone la necesidad de encontrar alternativas plausibles. Éste es el gran debate, y no otro, aunque la vinculación con los límites físicos de la expansión turística, con sus externalidades, está muy presente. Diversificar, ¿cómo? ¿En qué sectores? ¿Con qué protagonistas? ¿Y los costes? ¿Decrecer para hacer crecer qué? Pasar de las consignas, durísimas en un caso, más conformistas en otro, a un escenario en el que es necesario aportar hojas de ruta adecuadas, constituye un ejercicio crucial y un desafío para científicos sociales, agentes económicos y sociales y administraciones públicas, si quieren pasar de la fase declarativa a la ejecutiva y resolutiva. Esto comporta costes de transición, esfuerzos de todo tipo que inciden en el mercado laboral, en las estrategias de inversión y en la auscultación de los mercados. La transición requerirá de capitales, privados y públicos, para hacer frente a los retos que se presentan si de verdad se quiere transitar hacia otra forma de crecer y, sobre todo, de desarrollarse. Algunas consideraciones de carácter propositivo son las siguientes:
- Investigar sobre las aportaciones que, ahora mismo, tienen actividades espoleadas por el turismo, pero que no son, estrictamente, turistas. Por ejemplo: ¿cuál es la contribución de las empresas tecnológicas a la formación del PIB? Aquí urge conocer: la tipología de estas firmas, el número de ocupados, su volumen de negocio, los resultados empresariales, las capacidades exportadoras, la conexión empresarial con el tejido universitario, la capacitación del capital humano, todo desde una visión macroeconómica que incida en un guarismo sintetizador: la suma final en la generación de renta.
- La visión de los clústers empresariales, de gran utilidad para vislumbrar grados concretos de diversidad productiva. Especificar, en su caso, la conexión con las universidades se convierte en una vía de trabajo importante, muy cercana a la idea de Michael Porter sobre la génesis y dinamización de los clústers. Se dispone de los datos: los que provienen de la información centralizada de los parques tecnológicos y de los distritos innovadores, los que se desprenden de planes industriales, las tablas Input-Output, entre otros, pueden contribuir a esclarecer éstos aspectos.
En todo el proceso se hará imperiosa la colaboración intensa del sector público con el privado, en forma de cooperaciones incluso fiscales y presupuestarias –ralentización impositiva en algunos casos, subvenciones iniciales en otros–, utilizando a su vez mecanismos de financiación más agresiva e incierta, como el capital-riesgo o los angels-capital. El mosaico final debería completar unos indicadores precisos:
- Número de trabajadores
- Inversiones ejecutadas
- Resultados empresariales
- Mercados de destino
- Capital humano insertado
- Grados de conexión con instituciones de investigación
- Políticas de transferencia.
Los costes de transición incumben tanto a las empresas privadas como al sector público y su esfera instrumental (consorcios públicos). Esto implica un elevado grado de cohesión y coordinación de las políticas públicas, que deben ser verdaderamente emprendedoras: la capacidad de cambiar las condiciones de producción y distribución, una especie de “destrucción-creadora” que vaya en una dirección más sostenible de las economías, menos consumidora de energía, territorio y recursos naturales en general. Esto implica crecimiento económico, no decrecimiento; esta propuesta es más cercana a un “socialismo cooperativo” desde el momento en que deberían defenderse sendos aspectos: situar los niveles salariales en una fase más adecuada para hacer atractivos estos trabajos; y profundizar en una reflexión sobre la política fiscal a aplicar, que requeriría probablemente tocar la cesta de los impuestos.
4. Conclusión
El turismo es un gran tractor económico, como hemos visto. Pero turismo no son solo turistas: un sector que supone ya casi el 14% del PIB de España, y que genera una importante cantidad de recursos que justifica en parte el crecimiento económico español –junto a las exportaciones de servicios no turísticos: atención a esto–, tiene derivadas más amplias, y muchas veces poco conocidas. Empresas tecnológicas (software, robótica, IA) y ambientales (ingenierías de procesos de utilización de residuos, al margen de los reciclajes) constituyen muestras representativas de un hecho que es extensible a otros aspectos de la producción: provienen de externalidades en este caso positivas de las actividades turísticas. No se debe demonizar el sector, habida cuenta que, en el caso de España, hay ventajas comparativas innegables y un know how reconocido; se trata de enfrentarse a las externalidades negativas que está generando, y que se han comentado. Medidas de política económica –como las que se han desgranado en páginas anteriores– pueden incidir en un proceso clave para la transformación urbana: la canalización de parte de los ingresos turísticos hacia cambios en la propia estructura productiva, diversificando entonces el modelo de crecimiento.
En tal sentido, existe una herramienta clara, no exenta de problemas de aceptación por parte del empresariado: la elevación del impuesto sobre pernoctaciones turísticas en aquellos territorios que se tenga activada esa medida, una figura tributaria que no es en estos momentos una ecotasa –es decir, no persigue reducir la venida de turistas, dada su cuantía–, pero cuyo aumento en la recaudación –en caso de elevar sus tarifas– se debería canalizar hacia dos vectores clave: la corrección o paliación de las externalidades provocadas por el turismo; y la reinversión hacia nuevos nichos de producción relacionados, por ejemplo, con distritos innovadores en las ciudades y economías del conocimiento. En ambos casos, las posibilidades de crear puestos de trabajo de más valor añadido son claras. Y aquí la función de liderazgo del sector público es esencial: el mercado solo no va a ser eficiente en la corrección de los impactos que hemos enunciado. Pero en todo caso, recuérdese que estos cambios, como se ha dicho, requieren de la gobernanza económica: de la complicidad entre el sector privado, el sector público, los empresarios, los sindicatos y la sociedad civil organizada en entidades como los Consejos Económicos y Sociales. Este puede ser un buen camino para las políticas públicas.