Por Ignacio Muro, miembro de Economistas Frente a la Crisis
Tiene gracia esto de discutir sobre el socialismo días después que el fascismo haya encontrado una nueva puerta de entrada de la mano de Trump en EEUU, la economía capitalista más rica del mundo. Tiene gracia porque recuerda aquella disyuntiva de ‘Socialismo o barbarie’ que representó Rosa Luxemburgo hace justamente 100 años, en 1916, tres antes de que fuera asesinada por movimientos prefascistas. Una disyuntiva que tenía como antecedente a Friederich Engels que dijo otros 30 años antes: «La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie».
Como vemos, el debate nos acerca a una larga tradición en el que el socialismo asoma siempre como alternativa a los mayores desastres sin, hasta ahora, conseguir evitarlos.
El socialismo de las Sociedades de la Abundancia en la época del precariado
Hay muchas formas de acercarse al debate. Mi amigo Bruno Estrada ha publicado en esta misma web un artículo http://economistasfrentealacrisis.com/el-socialismo-de-este-siglo/ en el que resalta que los estados nórdicos de Europa, «capaces de crear grandes cantidades de capital y de distribuirlo con relativa equidad entre toda su población gracias a la profundización de la democracia», representaron en su momento la «verdadera amenaza del capitalismo». Asocia el socialismo a las Sociedades de la Abundancia con ciudadanos formados que «puedan disfrutar de altos grados de libertad en todos los campos», en las que se produce «una cierta agonía del homo economicus» y «se observa un crecimiento de valores altruistas, de libertad, postmateriales, laicos y solidarios».
Se trata de una bella descripción de utopía aspiracional aunque, suponiendo que en sus momentos álgidos hubieran representado alguna amenaza al capitalismo, no se si hay país que hoy represente esas condiciones de las sociedades de la abundancia, ni si puede considerarse un horizonte viable cuando el mundo, la mayoría de los países, se acercan peligrosamente a la sociedad de la desigualdad y la precariedad. O si es realista abstraerse de la globalización y plantear soluciones nacionales en un mundo interconectado.
Por ello, asociar la idea del socialismo a aquellas experiencias lejanas significaría reconocer que el socialismo es una aspiración que se aleja.
El socialismo es un destino reversible
Prefiero elegir otro camino y aprovechar sus argumentos para afirmar una obviedad que no siempre lo fue: reconocer que también el socialismo es reversible. Y que si Suecia o, en otro contexto, la URSS o la Yugoslavia de la autogestión simbolizaron “esquemas socialistas” esos caminos se mostraron de ida y vuelta. Y que donde en un momento anidaban valores altruistas y solidarios, tiempo después alimentaron dictaduras macabras o, en otros casos, fueron arrastrados por lógicas que derivaron en impulsos xenófobos, insolidarios y reaccionarios como los que hoy recorren el norte de Europa o desembocaron hace 20 años en las guerras de los Balcanes.
Una conclusión y una lección histórica se impone. La transición hacia formas postcapitalistas o directamente socialistas, como antes la transición entre el feudalismo y capitalismo que consumió 300 años, es un camino de largo plazo, con avances y retrocesos, con experiencias desiguales, derrotas y errores diversos. Entenderlo como transición, o incluso en plural, como transiciones, significa analizar cada experiencia y sacar conclusiones. Porque, lo que importa verdaderamente, son las batallas económicas, sociales y políticas de cada momento, afrontarlas con luces largas, orientarlas hacia objetivos que superen las limitaciones de un sistema que nos conduce, una y otra vez, a la barbarie. Por decirlo en otras palabras, importa casi tanto el camino como el destino.
Reconocer e identificar a los diversos capitalismos y sus valores
Al hablar en plural, como transiciones, nos permite adentramos en nuevos espacios de debate. Para empezar, conviene preguntarse si el capitalismo que queremos superar es un modo de producción uniforme o sobreviven en su seno diferentes “modos” de explotar los recursos. Porque, con poco que rasquemos bajo la superficie, observamos que bajo el capitalismo coexisten diferentes subsistemas que divergen en aspectos esenciales de sus valores económicos. Todos ellos compartan rasgos comunes como son la mercantilización de las cosas, el salario como forma de retribución del trabajo o la propiedad privada de los medios de producción, pero difieren en aspectos esenciales en la forma de crear riqueza.
No es lo mismo la filosofía extractiva que domina la economía financiera que toma sus valores de actividades pre-capitalistas como la minería o la pesca, o más recientemente del petróleo, que la economía industrial. Mientras ésta se preocupa de crear valor a largo plazo y necesita reconocer al trabajo humano como fuente principal de riqueza, la economía basada en lógicas extractivas solo está interesada en apropiarse de valores preexistentes, desprecia el trabajo y busca rendimientos cortoplacistas con sistemas de rapiña. Si la industrial es sensible a la sostenibilidad del planeta, las extractivas tienen tendencia a coquetear con las guerras (las industrias de la guerra) como formas supremas de dominio y apropiación, sin desdeñar la destrucción como oportunidad.
Tampoco dentro de la lógica productiva es lo mismo ni tiene los mismos valores la economía industrial tradicional de las fabricas y los bienes físicos que la economía digital de los intangibles. Cada una ocupa sus espacios y tiene sus valores pero es la segunda la que gana posiciones, domina los mercados, cuasimonopoliza la innovación disruptiva y hegemoniza la creación de nuevos mitos e ideologías capitalistas de masas (emprendimiento, trabajo flexible, impulsos colaborativos). Esa diferente mirada también afecta al trabajo al introducir cambios esenciales en la relación hombre-maquina. Soy consciente que este apunte, aquí solo esbozado, merece un debate aparte pero había que mencionarlo.
¿Moléculas de socialismo bajo el capitalismo?
Si hay pluralidad de capitalismos y pluralidad de socialismos el debate sobre las transiciones adquiere otra dimensión. Y reclama nuevas preguntas. ¿Hay moléculas de socialismo que están ya presentes en forma embrionaria en el capitalismo actual o todo lo que existe en el capitalismo es capitalista? ¿Lo es el sistema público de pensiones? ¿Lo son la sanidad y la educación universal? ¿Lo es la economía social representada por cooperativas o mutuas o buena parte de los nuevos espacios colaborativos? ¿Es la igualdad de oportunidades un valor socialista?
A preguntas similares contestaba negativamente hace 100 años Yevgueni Preobrazhenski, economista soviético, padre de la planificación socialista. ‘El sistema socialista – sentenciaba – no puede construirse molecularmente dentro del mundo del capitalismo». Pero la experiencia nos dice que su idea del socialismo fabricado de una vez y para siempre, de un solo tajo, como consecuencia de la revolución mundial, estaba equivocado.
Este es el debate que especialmente me interesa. A lo que asigno la máxima importancia es al análisis concreto de las transiciones, cómo determinados cambios incorporan moléculas postcapitalistas a la sociedad, cómo si incorporamos luces largas, determinadas resistencias y batallas defensivas como las mareas o las luchas sindicales sirven para cohesionar y madurar nuevas relaciones sociales mientras hacen evolucionar a los diferentes subsistemas económicos y reequilibran sus pesos. Porque entonces las grandes crisis pueden ser utilizadas para ofrecer “soluciones” que provoquen saltos cualitativos postcapitalistas.
Reconstruir nuestro banco histórico de experiencias
En ese contexto, hay muchas experiencias, grandes y pequeñas, que deberían volver a analizarse. Desde luego, merece la pena revisar a fondo la experiencia de la URSS que mantiene las relaciones salariales, suprime formalmente la propiedad privada, bloquea la democracia económica que significaban los soviets y entrega todo el poder a una casta gerencial que se legitima en dictadura. O la autogestión yugoslava hasta los años 80. También las experiencias del Estado de Bienestar y los límites de los mecanismos de participación y control económico empresarial (cogestión alemana y fondos de asalariados suecos). Porque todas ellas fueron experiencias socialistas.
En otro orden de cosas más nuestro, es esencial analizar la experiencia cercana de las Cajas de Ahorro, su gobierno fracasado de los multi stakeholders y la ausencia de resistencia desde la izquierda española a su desaparición, una auténtica derrota ideológica que ha entregado todo el poder financiero a bancos privados sistémicos progresivamente desconectados del tejido social español. O la misma experiencia de la Corporación Mondragón, las contradicciones del conflicto global-social a la luz de este ejemplo destacado de actor globalizado de la economía social. O la elaboración de un catálogo de las mejores y peores experiencias en la gestión de la sanidad publica para ofrecer luz larga a la defensa de los bienes públicos. Porque todas ellas deben ser consideradas como batallas por el renacer de moléculas socialistas en la sociedad.
Es en esas experiencias donde se nutre y enriquece el debate sobre el socialismo.
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Ignacio Muro es economista y profesor de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid.
Este artículo ha sido publicado en CTX. Se publica en esta web con autorización del autor
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