José Molina, Doctor en Economía y Sociólogo, es Presidente del Consejo de la Transparencia de la Región de Murcia y miembro de Economistas Frente a la Crisis EFC
Vivimos en un mundo de contrastes, de diferencias, de inseguridades y de desigualdades sociales, con una democracia, que ha permitido que tanto sus élites políticas como las económicas sean las poseedoras de exorbitantes medios de poder, institucionales unos y fácticos o reales los otros, pero ambos hacia el mismo objetivo: favorecerse en detrimento del resto. Actúan en asociación mutua para manipular a la opinión pública, conformando voluntades, haciendo uso del poder que los ciudadanos hemos depositado en la democracia representativa.
No perciben, sin embargo, que ellos mismos podrían llegar a ser destruidos siguiendo por ese camino perverso de alimentar con mentiras el sistema; y piensan que su alianza es más fuerte que la voluntad aislada e individual de los ciudadanos, y actúan condicionando para que esta sociedad, tanto desde la vida local, como regional, o desde espacios más globales, se articule a medida de los intereses de sus líderes políticos. Olvidando que lo principal son las personas, esa ciudadanía que, en su mayoría, vive como observante perdedora, y que, por otro lado, será la única fuerza capaz de sacarnos de la ruina social.
A un político (empresario), como es el caso de Trump, por ser el primero en el selecto club mixto de perturbadores sociales en muchos terrenos, la alianza de poder ha conseguido que el sistema democrático lo encumbre, y en otros espacios consiguen que los exculpen, los indulten o adecuen las normas penales, por el abuso que se hace de las mayorías obtenidas. La reciente inconstitucionalidad de la amnistía fiscal impulsada por Montoro es una prueba más de estos abusos, así como la negativa a publicar la lista de los beneficiarios que por transparencia se la ha exigido al ministro desde muy diferentes actores. No se entiende que el Gobierno firmara en 2016 un Acuerdo contra la corrupción (Londres) con 26 medidas, y a día de hoy, solo tres se han puesto en activo, el resto no existe interés por impulsarlas, y ni siquiera se ha hecho público dicho acuerdo, que se conoce por fuentes internacionales. Y una parte muy importante es la transparencia en la contratación pública. Un problema generalizado en el que suspenden casi la mitad de las Comunidades Autónomas y la mayoría de los importantes Ayuntamientos, nuestro Estado de Bienestar, se mantendrá si somos capaces de expulsar de la vida pública a corruptos y corruptores, porque el volumen de los desvíos de fondos es superior a los déficit en sanidad, educación y servicios sociales.
Estas extrañas alianzas de poder, porque son muy diferentes en cada ámbito, y aunque surgen de un mismo método, llegan a extorsionar a las más altas instituciones para que sus decisiones, por muy absurdas que sean, cambien la vida y el rumbo del mundo, nieguen la evidencia, como es el caso del cambio climático, y miren con desprecio a la sociedad como si fuéramos incultos y nostálgicos. Insultan a los ciudadanos que los sostienen, enriqueciendo siempre, a los de la alianza de poder, son ¡Intocables! ¡Impunes!
Pienso que este nuevo relato, que por otra parte no es nuevo, salvo en el lenguaje, ahora se exhibe con prepotencia desde los plasmas de la vida oficial, para que penetre por todo el tejido social fatigado por la crisis y dominado por los miedos. Es la enfermedad del sistema político, que penetra mentalidades, cultura, espíritus (internacionales, nacionales o regionales), patrones de pensamiento y hasta de conciencia. Ya sabemos que “una mentira repetida mil veces genera una verdad inmutable” y en esas estamos. En nuestra sociedad regional lo vivimos crudamente.
Han construido su “sancta simplicitas” y su mal lo han transformado en una forma de “virtud heroica” que soporta los envites del “maligno”, para demostrar quienes son los que mandan, y los que mandan, son los que tienen el poder, y salvo que, con un procedimiento tan complicado como es el caso del impeachment, (sin correlación en nuestro ordenamiento constitucional) puedan llegar a ser condenados.
Pero en nuestro ordenamiento no es así, acogidos a la presunción de inocencia, los corruptos, los que se saltan las normas de buen gobierno, los que incurren en manifiesta prevaricación, dominan de tal forma los alambiques del sistema que transforma las insoportables amenazas de las normas, en sonoros triunfos de sus amañadas intrigas. Llegan a convertir en errores, lo que la doctrina penal califica como delitos contra la administración pública. No entienden, que “la permanencia en el cargo es incompatible con la confianza que se debe trasladar a la ciudadanía”. Ni entienden, que los principios éticos y el prestigio de las instituciones están por encima de los intereses personales o partidistas.
No importa que se destruya la vida ciudadana, ni su sentimiento democrático, o su aspiración de libertad, equidad y sobre todo de justicia. Lo que importa, a los grupos dominantes, es que asumamos que han cumplido con “su deber” para defendernos del “mal”, que sigamos sumisos con el sistema, y que “su sistema” tiene su propia moral, y su particular visión de la maldad, y hasta de la misión de “su Estado” es dual: por un lado, un Estado que se apropia de las Instituciones, domesticándolas y, por otro lado, una Administración (Estado), que vigila a los ciudadanos hasta casos insospechados.
Es el “establishment”, la alianza de poder, los que mandan advierte al resto, que tienen que adaptarse a sus normas, a los nuevos sistemas de control y que tienen que plegarse a las evoluciones sociales, porque son los que, desde su posición de poder, dictan las exclusiones sociales modernas, organizan el engaño cínico, o un paliativo ingenuo de democracia liquida y decepcionante.
Desde este moderno escenario, miramos a las primeras filas, con el deseo que no arranquen en un aplauso ante semejante perfidia. Que, si los actores han representado un sainete poniendo en escena su pérdida de sensibilidad moral y de ceguera política, no pueden las buenas conciencias presentes, consentir que la clase política, destroce principios y valores, en esa tragicomedia que burdamente representan. ¡Hay que detener el asedio!
La libertad política camina débil, necesita ser fortalecida, porque en su penoso y largo caminar, está en un proceso de evaporación, y siguiendo este proceso, solo nos quedará su sombra. Y da la impresión de que estamos todavía lejos de oír una voz fuerte dando la señal de alerta. Parece que por los acontecimientos que nos asolan de terrorismo, celebramos más la seguridad que la libertad, y no percibimos que en esa elección estamos reformulando la nueva forma de elogiar al mal, y me llego a peguntar ¿será un nuevo triunfo del maligno?
Mi reflexión no ha hecho más que iniciarse, pido a gritos apoyos para salir de este escenario perverso. No quiero más manipulaciones, deseo una política con P de mayúscula, quiero que esta farsa termine. Detesto la victimización, porque degrada tanto a las víctimas, como a los victimarios. Nunca es bueno construir un drama, en algo esperpéntico, y además sumergirlo en la sensibilidad, para diluir la moral y los principios, descuidando la salud del cuerpo social que hoy se mueve en un discurso muy polarizado. Estamos aproximándonos a los errores históricos de asumir que “el fin justifica los medios”, y lo más perverso de la historia lo hemos visto minimizado por esa afirmación. No quiera el destino que nos asomemos a ese abismo.
Pienso que es el momento de pasar a una reacción fulminante de llamada de emergencia. Apelo a esa transformación social, para que valores y ética, sean nuestra fuente de pensamiento y de ese resurgir del espíritu, construyamos una sociedad con lealtad y llamo a esa sociedad que, aunque permanece callada, mantiene su libertad de criterio y de pensamiento, para que rechace públicamente la manipulación, la mentira, la corrupción y la desinformación. Porque desde la ciudadanía estamos aterrados e inermes ante la prepotencia de las alianzas de poder.
Publicado en el Diario La Verdad el 18/6/2017