Viejos y nuevos retos para grandes políticas

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Los cambios políticos vienen con frecuencia acompañados de indignación, odio, humillación y/o esperanza, emociones que muchos electores ponen por delante de los resultados de la acción del gobierno y del contenido de las propuestas electorales. Una vez contados los votos, sin embargo, el partido que consiga la confianza del parlamento tiene que gobernar y eso significa centrar la acción política en mejorar la vida de la gente, con independencia de a quién haya votado.

No será fácil en un entorno de tormenta perfecta con sequías e inundaciones, olas de calor que agostan cosechas y empiezan a afectar al turismo. La atroz guerra de Ucrania que desestabiliza la paz y la economía. Los avances de la Inteligencia Artificial Generativa, que auguran cambios drásticos en detrimento del empleo. El envejecimiento de la población, particularmente en España y en Europa. Estos son los grandes retos globales de corto, medio y largo plazo, pero al mismo tiempo constituyen retos locales que se manifiestan en vulnerabilidades reales, percibidas con alarma por la población.

En términos de país, el reto principal de esta legislatura, con independencia del color político del gobierno que la encabece, será evitar el retroceso en conquistas sociales que la ciudadanía española da por hechas, tanto en servicios públicos como en derechos políticos, sociales y culturales (derecho al aborto, derechos de las personas LGTBI, etc.) y cuenta con ellos para seguir desarrollando sus proyectos vitales.

Otro reto de máxima relevancia será mantener el crecimiento económico y del empleo y continuar mejorando su calidad, reducir las desigualdades y particularmente la exclusión social severa. La fórmula, una vez comprobado que subir el salario mínimo no ha perjudicado el crecimiento del empleo, debería seguir alejándonos del vetusto e injusto modelo de bajos salarios e impuestos, servicios públicos insuficientes y tasas de crecimiento económico modestas, para incorporarnos al grupo de países líderes europeos, con salarios e impuestos altos, servicios públicos de calidad, crecimiento sostenible, bienestar y derechos sociales.

La igualdad de género ha de retornar al centro de la agenda política, evitando la ideologización y la confrontación, que han favorecido al antifeminismo. Sobre un sustrato común de desigualdades con respecto a los hombres, este 50 por 100 de la población presenta una enorme diversidad de clase social, nivel educativo, edad, etnia, orientación sexual, cuyas necesidades no responden a una única agenda.  Persisten resistencias importantes al acceso femenino a las cúpulas del poder económico y empresarial, también en los ámbitos de las tecnologías digitales, desde donde se diseña el futuro de la humanidad. Resistencias reforzadas cuando las mujeres son madres o tienen responsabilidades de cuidados. La organización de una oferta pública de cuidados de calidad y asequibles es otro reto pendiente, acompañado de  políticas de familia diseñadas considerando que en la España de hoy las mujeres son sostenedoras principales de los hogares en paridad con  los hombres, y que hay 1,2 millones de hogares monoparentales y más del 80 por cien están encabezados por una mujer.

El  reto de la violencia de género, difícilmente calificable de intrafamiliar porque afecta cada vez más a chicas muy jóvenes, adolescentes, con nuevas manifestaciones de violencia online, en videojuegos, acoso sexual y violaciones en manada, y la desastrosa influencia de la pornografía. La respuesta no puede consistir en utilizar el miedo para reducir las libertades de las mujeres. Solo la educación hará resilientes a nuestras niñas y jóvenes, también a los chicos, ante estos riesgos. El Estado ha de reforzar todas las libertades de las mujeres, y asumir su protección.

Hay que recuperar la agenda de los jóvenes y a los jóvenes para la política. El reto aquí es abandonar las políticas de empleo juvenil a bajo coste. Nuestros jóvenes, notablemente preparados, no necesitan empleos precarios e inestables, sino salarios dignos que les permitan desarrollar un proyecto de vida propio. Y políticas de vivienda pública en alquiler que les eviten ser víctimas de la especulación inmobiliaria.

La ONU calcula que en 2050 la UE tendrá un déficit de 60,8 millones de trabajadores. No bastará con aumentar la natalidad, alargar la edad de jubilación o incorporar más mujeres al mercado laboral. Con la actual política migratoria sólo se cubrirá el 23% de estas necesidades. El desafío, por tanto, no puede reducirse a la gestión de las fronteras sino al desarrollo de políticas completas de cooperación con los países de origen y tránsito que, en nuestro suelo, trabajen asimismo para la integración de las personas migrantes y mejoren la convivencia, reconociendo sus derechos y su carácter imprescindible para el funcionamiento de sectores clave de la economía española, como la agricultura, la construcción, la hostelería y los cuidados de niños y mayores. En este contexto, alentar la ola antiinmigración que recorre Europa sería el equivalente a un tiro en el pie.

Pero la agenda no es solo el qué sino, sobre todo, el quién y el cómo. Por ello, ninguno de los desafíos señalados podrá afrontarse sin un cambio estratégico, organizacional y cultural de las reglas del juego de la vida política.

La tarea primordial consiste en recuperar la dignidad de la política y la confianza en la clase política, superando la polarización y el regate corto para poner el foco, de verdad y no retóricamente, en el bien común. Cada vez conocemos mejor los resortes de la mente humana y el uso de ese conocimiento para manipular el comportamiento en beneficio propio, confirmar prejuicios y desechar evidencias es muy tentador. Pero también puede servirnos para crecer en pensamiento crítico y madurez, resignificando la política como ejercicio de expansión de las capacidades humanas y de cultivo de nuestra mejor y más generosa versión. Porque, como decía Edward O. Wilson, “tenemos emociones del Paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un Dios. Y eso es terriblemente peligroso”.

Reforzar el papel del Estado y las instituciones es crucial. Frente a la dicotomía que identifica lo público con burocracia e ineficiencia y lo privado con excelencia, las recientes crisis como la pandemia por Covid-19 o la crisis energética derivada de la invasión de Ucrania han demostrado que el Estado puede ser muy eficiente y, sobre todo, indispensable. Pero hay una enorme tarea que hacer para recapitalizarlo estratégica y técnicamente, desburocratizar procesos e innovar procedimientos, articular su rol con el de otros actores públicos y privados, reconocer su función esencial en las cadenas que crean valor económico y optimizar su capacidad para mantener un suelo social que no deje a nadie atrás.

Para ello urge retomar los Pactos de Estado, porque no habrá ningún tipo de solución fuera de ellos. Pactos amplios que no solo involucren a los partidos políticos, sino al conjunto de la Administración General del Estado, Comunidades Autónomas, Organismos Locales, empresas y sociedad civil. La complejidad no es abordable con un modelo caudillista y una población desinformada e infantilizada que se deja llevar por quien más promete y le dice lo que quiere escuchar. Necesitamos crear una gran orquesta que conjugue diversidades, tejiendo alianzas y una tupida red de soluciones compartidas a través de la acción colectiva en red, que es lo propio de sociedades maduras. Y, para lograrlo, el fortalecimiento de capacidades para una participación ciudadana responsable es la única inversión posible.

Pretender, por otra parte, primar una perspectiva localista sobre los problemas que nos afectan, empeñandose en cultivar entornos aislados, endogámicos y desconectados entre sí, de “cada uno en lo suyo”, es un canto de sirena que solo puede conducirnos al desastre. Los retos de hoy son globales y locales a la vez, árbol y bosque en un mundo en el que todo está conectado, lo que requiere un abordaje holístico que resuelva lo local sin menoscabo de los objetivos globales. Porque lo global tiene que ver directamente con nuestra vida diaria, con los montes que se queman, los virus que nos matan, el agua que se agota, la tecnología que nos ayuda y nos amenaza, los turistas que nos visitan, la pesca que escasea o las inmigrantes que nos cuidan. Evitar que las consecuencias de las políticas orientadas a resolver los problemas globales recaigan exclusivamente sobre los afectados locales requiere, no sólo apoyos compensatorios para sobrellevar las transiciones, sino también -frente al fácil recurso de la demagogia- desplegar un enorme esfuerzo de pedagogía que muestre que sus soluciones individuales a corto plazo pueden ser insostenibles a medio plazo. Más allá de ello, vivimos en una época en la cual necesitamos romper falsas fronteras y dicotomías inservibles que separan y nos separan; es la época de la polinización cruzada, la ruptura de silos, la interdisciplinariedad en todos los espacios, actividades e instituciones.

El desarrollo de la democracia en España está ligado desde sus inicios a la Unión Europea, en una afortunada combinación de recepción de fondos y exigencias de modernización legislativa para adaptarnos a los estándares democráticos europeos. España corresponde ahora liderando propuestas para aumentar la autonomía de la UE, por ejemplo en términos energéticos, y contribuir a su fortalecimiento como potencia geopolítica global, estrechando lazos con Latinoamérica. Fortalecer Europa es un reto inexcusable para España en un entorno tan convulso como el actual, que requiere defender la igualdad de género y los derechos de las minorías, acordar políticas contra el cambio climático y la crisis energética y apoyar al pueblo ucraniano en su lucha contra la invasión rusa

Y puede que la mayor comunión entre lo global y lo local esté hoy representada por la Agenda de Desarrollo Sostenible ODS 2030.  Una agenda que no es un “invento” de Naciones Unidas sino un acuerdo sin precedentes firmado por 193 países, al que se sumaron empresas y tercer sector de cada uno de ellos, para definir un marco común de cooperación a nivel mundial, junto al abordaje de los grandes problemas internos de cada país en cuestiones clave como la pobreza, la salud, las desigualdades sociales y de género, la vida urbana y rural o la emergencia climática.

Hoy más que ayer, es momento de reivindicar agendas -globales y locales- que impulsen la sostenibilidad de la vida y apelen a la grandeza del corazón humano, renunciando a explotar sus miserias. Es una propuesta de generosidad, pero también de egoísmo, porque su naufragio será también el nuestro.

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Una versión más reducida de este texto fue publicada en el diario El País el 27 de julio de 2023. Se publica en esta Web con autorización de sus autoras.

 

About Cecilia Castaño y María Ángeles Sallé

Cecilia Castaño es Catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y Vicepresidenta de Economistas Frente a la Crisis; María Ángeles Sallé es Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Valencia, consultora internacional y vocal de la Junta Directiva de Economistas Frente a la Crisis.

2 Comments

  1. José Candela el agosto 3, 2023 a las 7:53 pm

    En los años cincuenta del siglo pasado, un grupo de los llamados jóvenes arquitectos y dos economistas, Cerrolaza y Cotorruelo, participaron en una polémica pública, en Arriba, sobre la vivienda, los arquitectos se centraron en la industria auxiliar, mejorable con el tiempo, y en la falta de suelo a un precio asequible para el bolsillo popular. Los economistas en la financiación, para lo cual opinaban sólo era posible el esfuerzo público, aduciendo que ya se recuperaría con el alquiler, siempre y cuando se hubiera resuelto previamente el coste del suelo. Todos sabemos en qué quedó aquello con la vivienda en propiedad como eje. Seguimos con el mismo debate y sin abordar los nudos gordianos del problema, que son los mismos.

  2. Josep el agosto 4, 2023 a las 11:23 pm

    Me parecen unas reflexiones muy oportunas, muy sensatas y muy necesarias. Como ciudadano, desde la modestia, suscribo este artículo, con reservas sobre algún matiz. Especialmente, comparto la urgencia de abordar pactos de Estado en aquellas materias que han de trascender a concepciones ideológicas y superan la estrechez de miras partidista. No obstante, el escenario político actual no parece propicio a ello. Por otra parte, conjugar lo local y lo global, en lugar de confrontarlos, es a mi juicio un imperativo para hacer frente a los retos que tenemos planteados, avanzar de forma sostenible y preservar el bien común.

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