Un documento polémico
El documento Natural Security Strategy, publicado hace pocos días y rubricado por el presidente Donald Trump, pone negro sobre blanco los objetivos geo-estratégicos que persigue la nueva administración estadounidense. De la treintena de páginas, se pueden extraer dos conclusiones fundamentales: un perverso paternalismo hacia Europa; y un agresivo neocolonialismo hacia América Latina. Centrémonos en el primer caso. La premisa de partida del texto es reveladora: se presenta Europa como un espacio en declive, sacudida por enormes problemas derivados sobre todo de la inclusión de población inmigrante, un factor que, se advierte en el documento, está erosionando una denominada “cultura europea” –que se presupone inmaculada de aportaciones externas en toda su larga trayectoria histórica–. Veinte años es el límite cronológico que se explicita para el total decaimiento europeo. Estados Unidos aparece, entonces, como el salvador: un redivivo desembarco de Normandía capitaneado por los multimillonarios de la Casa Blanca, dando apoyo no a las democracias europeas sino a quienes buscan romperlas, desde dentro: las opciones de ultraderecha, racistas, supremacistas, anarco-capitalistas. Estamos ante un importante documento que remarca una hoja de ruta de la administración Trump.
Ahora bien, debemos contextualizar esto. En la nueva globalización, tintada con signos des-globalizadores desde el advenimiento de Trump –el grado de apertura comercial se ha reducido tras las propuestas arancelarias–, tres son las super-potencias que se disputan la geopolítica mundial: Estados Unidos, China y Rusia. De estas tres, la que realmente está en un proceso gradual de retroceso es Estados Unidos, con datos en la mano: pérdida de capacidad comercial, caída de sus niveles industriales, fragilidad financiera, debilidad monetaria. Como ha señalado el economista Branko Milanovic, estamos más bien ante el “siglo asiático”, una centuria no exenta de problemas para el propio gigante chino (Capitalismo, nada más, Taurus, Barcelona, 2020). Apreciamos el avance imparable de China y La India en diez sectores cruciales de la economía mundial, que van desde la producción de maquinaria de todo tipo –agraria, espacial, electrónica, industrial–, la generación de conocimiento desde la potencialidad algorítmica –software, ingenierías relacionadas, robótica, inteligencia artificial– hasta la apuesta por energías renovables –hidrógeno, solar-. A esto deben añadirse la capacidad tanto productiva como de control de minerales y tierras raras, con cifras que alcanzan, en algunos casos –como el litio, decisivo para la producción de baterías– más del 80%; pero no es el único: en galio, magnesio, tungsteno, grafito, cobalto, zinc, entre otros minerales, el porcentaje de dominio asiático es apabullante: más del 60%. Hablamos de materias seminales para la microelectrónica y la industria armamentística de Estados Unidos. Y según los datos más recientes de la Organización Mundial de Comercio (2025), entre los años 2002 y 2024 China aumentó su participación en las exportaciones mundiales casi un 9%, mientras Estados Unidos retrocedió un –1,3%.
La obsesión por China, el desprecio hacia Europa
China es la verdadera obsesión económica de la administración Trump. De hecho, ninguna de sus amenazas arancelarias ha cristalizado en temores explícitos de Pekín, que ha aguardado pacientemente tras, eso sí, advertir que tierras raras y tenencia de una parte nada desdeñable de la deuda pública norteamericana, constituyen argumentos disuasorios de negociación que penalizan las pretensiones estadounidenses. La reculada de Trump ante esto ha sido clamorosa. Se puede entender, por tanto –pero no justificar– que Natural Security Strategy desvíe su centro de atención en adjudicar una decadencia a Europa que, en puridad, está presente en el propio país cuyo presidente firma el documento. Lo que más sorprende es que este ataque, utilizando un lenguaje agresivo, se haga hacia un continente que ha resultado un aliado natural de la política, la economía y la cultura de Estados Unidos, desde los acuerdos de Bretton Woods en 1944. Trump pone más carga de dinamita a unos puentes que ya quedaron endebles en el inicio de su primer mandato. Y ello se materializa en una opinión demoscópica demoledora en Europa: el 48% de europeos ve a Trump como un “enemigo de Europa”, el 74% quiere que su país permanezca en el bloque comunitario y el 63% de los británicos considera un fracaso el Brexit (https://legrandcontinent.eu/es/2025/12/04/lo-que-los-europeos-quieren-de-verdad-la-ultima-eurobazuca/).
El declive europeo no puede ser asignado a una desindustrialización digamos que particular. Estados Unidos es, con diferencia –insistimos en ello–, un país cuya pérdida de activos industriales ha sido más profunda. En ambos casos, en Europa y en Estados Unidos del norte, los procesos de deslocalización han espoleado la globalización e incrementado competitividades empresariales sobre fundamentos de bajos salarios y des-regulaciones. La orientación hacia las economías de servicios más maduras y especializadas constituyen señas de identidad económica a los dos lado del Atlantico. También aquí, tanto en Europa como en Estados Unidos, la migración es determinante: sin esos flujos no se entiende correctamente el desempeño de las economías respectivas. Es decir, desde un estado similar en cuanto a potencial económico y comercial –compremos el tema del declive–, las corrientes demográficas externas hacia los propios territorios conforman palancas decisivas para sectores productivos intensivos en mano de obra –agricultura, construcción, economía de los cuidados–. E impulsan el crecimiento económico. La expulsión de inmigrantes y su no aceptación va a suponer –esto se está ya viendo en zonas productivas agrarias de Estados Unidos– un grave problema económico.
La tesis de una única decadencia, la europea, y la tabla de salvación, la estadounidense, se corresponde a una posición delirante en política cuyo objetivo básico es, precisamente, agrietar Europa para facilitar un dominio geopolítico y, quizás, allanar las pretensiones rusas de una mayor expansión. La cuestión tiene elementos concretos:
- eliminar las regulaciones europeas –tras esta proposición se esconden esos empresarios denominados tecnofeudales–,
- la presión incesante para un rearme europeo que dependerá de las ventas de armamento estadounidense,
- la contracción de aquellos avances sociales y económicos que se consideran ajenos a una lógica estricta del mercado (las privatizaciones en sanidad, la educación y las pensiones, por tanto, en el frontispicio),
- la advertencia ante el peligro de la inmigración, utilizada como resorte electoral -que no es más que xenofobia- si bien se sabe que esos flujos son perentorios para la economía.
Ahora bien, es claro el empuje tecnológico de Estados Unidos. Esto se ha enfatizado en diferentes aportaciones en la literatura económica, y se contrapone a una visión excesivamente catastrofista de la decadencia estadounidense (esta caída la defiende en un trabajo reciente Emmanuel Todd, La derrota de Occidente, Akal, Madrid, 2024). Los trabajos de Philippe Aghion (premio Nobel de Economía 2024; destacamos El poder de la destrucción creativa, Deusto, Madrid 2021, firmado conjuntamente con Céline Antonin y Simon Bunel) han subrayado las causas que han consolidado a Estados Unidos como una potencia tecnológica, desde un sistema de patentes que protege a los innovadores –y facilita la recuperación inversora–; la relevancia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial de las universidades, la inversión en I+D y la transferencia de tecnología a las empresas; la existencia de prácticas constantes de venture capital hacia proyectos calificados como innovadores, pero de riesgo; y la captación de talento exterior, con la posibilidad de colocación en puestos destacados de científicos e intelectuales de diferentes campos del conocimiento en instituciones y universidades prestigiosas.
Sin embargo, dos de los puntos señalados resultan ahora mismo problemáticos con la política de Trump: la virulenta arremetida contra la función de las universidades en la producción de conocimiento, el desarrollo de la investigación básica y aplicada y la generación de una cultura en la que la disensión, la controversia y el debate se desarrollen en libertad; por otra parte, la agresiva política de expulsión de inmigrantes está generando incertidumbre e inseguridad a trabajadores cualificados que desempeñan sus cometidos en áreas cruciales, como el Silicon Valley o importantes laboratorios e institutos estadounidenses. Es decir, dos factores que siempre han aportado robustez y consistencia a la economía norteamericana –y que justifican los incrementos en productividad desde 1950–, están ahora mismo en cuestión: las consecuencias del ataque que sufren esos dos aspectos forman parte de ese declive de Estados Unidos. En paralelo, China está ofreciendo jugosos contratos a científicos experimentales y sociales radicados en Estados Unidos, junto a la promesa de replicar sus laboratorios y centros de estudio en universidades chinas. Esto se aprecia de manera preeminente en los campos STEM (ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas), dados los recortes de financiación y restricciones a la inmigración de capital humano por parte de la administración Trump.
Conclusión
Fisurar Europa, debilitarla. He aquí el verdadero objetivo del planteamiento estratégico de la administración de Donald Trump, recogido en Natural Security Strategy. Resulta difícil entender motivaciones para ello, habida cuenta que Europa ha sido siempre un cliente preferencial para Estados Unidos –tanto en importaciones como en exportaciones de mercancías y capitales–. Lo que se amaga tras diferentes declaraciones estrambóticas de dirigentes estadounidenses sobre Europa –como las del vicepresidente Vance o las del propio Trump– puede ser la apuesta total por Rusia, con la que se piensa establecer una alianza que se enfrente al avance constante de China. Esto es claramente percibido por la administración estadounidense. No pueden esconderse los progresos del coloso asiático en múltiples áreas económicas –un fenómeno que no se apreciaba igual en la antigua Unión Soviética, que se veía muy retardataria en el plano tecnológico–, que están culminando en la capacidad no solo por ensamblar piezas dispersas, sino por generar, diseñar, producir y comercializar productos de alta tecnología.
El gran conflicto está en esa pugna por el gran liderazgo de la economía mundial. Europa, con cerca de quinientos millones de consumidores –el mayor contingente del mundo– se trata de arrinconar alimentando sus disensiones internas. Promoviendo, en tal sentido, con generosas donaciones, relatos ideológicos e infraestructuras mediáticas y de redes, diferentes huevos de serpiente con las ultraderechas como ponedoras capitales. Natural Security Strategy obedece a esa lógica.

