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Pandemia y vulnerabilidad

Tras año y medio de expansión del coronavirus, y más de 4,5 millones de personas fallecidas en todo el mundo por esta causa, hay dos realidades que la pandemia nos ha revelado de forma singular y de las que se desprenden grandes aprendizajes sobre la condición humana y la respuesta a nuestros retos como especie. Por una parte hemos experimentado, con asombro y a ritmo frenético, avances científicos y tecnológicos que se venían desarrollando en los últimos años, que nos sitúan en un estadio civilizatorio hasta hace muy poco tiempo difícil de imaginar. Avances que han caído -y nunca mejor dicho- desde el mismísimo cielo; es decir, desde una nube científico-digital convertida en inmenso bazar de soluciones a muchos de nuestros problemas y necesidades, al menos las de la parte más privilegiada del mundo. Esa perspectiva de un progreso lineal sin límites, que literalmente nos ha hecho “venirnos arriba”, se ha visto coronada recientemente con los dos primeros vuelos comerciales al espacio, una gesta llena de ciencia y testosterona nacida con la pretensión de romper, incluso, las fronteras del cielo.

No cabe duda de que, en ese mundo celestial, la ciencia y la tecnología han sido claves para salvar vidas, empleos y, a la vez, sostener buena parte del funcionamiento de los países y de las personas mediante teletrabajo y teleservicios; para crear vacunas eficaces en un tiempo muchísimo menor del acostumbrado o para predecir la evolución del virus bajo distintos escenarios posibles. Los Estados nacionales han jugado un papel clave en el desarrollo de las vacunas, invirtiendo cuantiosos recursos financieros y propiciando que se compartan conocimientos y resultados -siempre hasta cierto punto- entre centros de investigación e incluso entre empresas, ante la evidencia de la necesaria cooperación para hacer frente a los estragos de la pandemia. El trabajo a distancia y muchas otras actividades que cada vez más realizamos online han sido posibles gracias a los avances de la digitalización, lo que ha acelerado cambios productivos y de las formas de interacción social que ya estaban en marcha.

Pero, por otra parte, la pandemia también nos precipitó abruptamente al suelo, a esa otra parte de la vida que no puede ser representada linealmente sino a través de un universo circular: aquello que nos salva porque se repite, nos conecta con la tierra que somos y mantiene una respiración y latido sin los cuales no podríamos soñar, inventar ni imaginar.

Ahí queda, pues, borrada toda fantasía de omnipotencia para ser sustituida por una real conciencia de humildad, fragilidad e interdependencia. En esa medida, en este mundo terrenal la pandemia nos ha hecho percibir -con gran sentido de urgencia, además- la enormidad de los cuidados, el elemento facilitador e imprescindible de la vida; cuidados que por cierto llevan más de una década en una profunda crisis por los recortes presupuestarios en servicios públicos de salud, educación, servicios sociales y asistenciales. Y cuidados cuya importancia hemos visto que no se limita a los de otros seres humanos, sino también a los de nuestro gran hogar común que -nunca como en estos tiempos convulsos- nos expresa sus heridas a través de una impresionante cadena de desastres (incendios, inundaciones, frecuentes olas de frío y calor ) que ya es imposible denominar como naturales.

Así, las penosas circunstancias del COVID-19 han llevado a mucha gente -y especialmente a las mujeres- a repensar las prioridades que tejían nuestras vidas. Nuestra percepción del mundo físico ha cambiado, ante la ubicuidad y dinamismo del virus en su expansión. El desconocimiento de su capacidad infecciosa y sus consecuencias sobre la salud de las personas infectadas nos hizo tomar conciencia de nuestra enorme vulnerabilidad, no solo para quienes tradicionalmente son consideradas vulnerables -personas enfermas, ancianas- sino para todos, incluso quienes parecen más fuertes y con plena autonomía. Aunque la vulnerabilidad es inherente a la condición humana, parece que la habíamos olvidado hasta que la irrupción del COVID-19 puso en cuestión las condiciones biológicas de la vida social. Vulnerabilidad biológica, pero también económica, social y claramente emocional. Hemos apreciado la importancia de la salud, del cuidado profesional por parte del personal sanitario, pero también la necesidad de alimentarnos cada día, de asearnos, de que nuestros hogares funcionen y de mantener un cierto grado de actividad física. Vulnerabilidad económica y laboral, con incertidumbres respecto a los suministros que hacen funcionar las cadenas globales de fabricación, pero incertidumbres también respecto al empleo, los salarios, los ingresos y prestaciones mínimas para las personas menos favorecidas. Vulnerabilidad emocional, porque el aislamiento obligatorio -sobre todo cuando enfermamos- nos hizo valorar la compañía, el cariño, la ayuda, la importancia de cuidarnos y de cuidar al planeta en su conjunto. El valor de la felicidad, de sentirse acompañado, del cuidar a, o recibir cuidados de las personas queridas, de nuestra relación de dependencia e interdependencia con aquellos a los que cuidamos y los que nos cuidan, de nuestra necesidad de mantener un cierto nivel de relaciones sociales.

La conciencia de la vulnerabilidad nos hizo visibilizar -y a punto estuvimos de otorgarles por fin valor- todos esos procesos cíclicos e invisibles, procesos recurrentes vinculados a los cuidados, en los que se asienta la vida; procesos sin los cuales no funciona lo biológico, ni lo social, no funciona lo económico ni lo emocional. Procesos en cuya importancia apenas reparamos la mayor parte del tiempo y tendemos a no otorgarles ningún valor

Todo lo ocurrido desde el inicio de la pandemia y los confinamientos ha puesto en evidencia que los cuidados no son un lastre del que la sociedad pueda librarse a costa de las mujeres. Tampoco constituyen una carga para el funcionamiento de la economía, aunque sea imprescindible gastar importantes sumas de nuestros impuestos en los servicios de salud públicos, en la prevención sanitaria, en descubrir y producir las vacunas y vacunar a la población, en sostener y reforzar la educación, en atender a las personas más desfavorecidas. En definitiva, sin todas estas actividades de cuidados, que garantizan la sostenibilidad de la vida y la reproducción cotidiana de toda la humanidad, tampoco es posible el proceso de producción de bienes y servicios, no es posible la acumulación de capital ni la obtención de beneficios.

Pocos hombres en la tierra

Desde el punto de vista de los cuidados profesionales y remunerados, la pandemia de COVID-19 ha resaltado la importancia de las mujeres. En el mundo entero, en torno al 80% del personal que ha trabajado directamente con las personas enfermas de COVID-19 (Banco Mundial, 2020) son mujeres. En España, en las actividades sanitarias y de servicios sociales, el 76,4% de la ocupación son mujeres (1.843,9 miles); en educación, son el 68% (998,3 mil mujeres); en atención a los hogares trabajan 513,000 mujeres, que representan el 87,7 % del total (Instituto Nacional de Estadística, Encuesta de Población Activa 2º Trimestre 2021).

Desde el punto de vista de los cuidados no remunerados, durante el confinamiento -absoluto o en formas aliviadas- la casa, el hogar, se ha convertido en el todo, y las mujeres en imprescindibles. Si sólo podíamos estar en casa, las mujeres, que siempre han llevado la casa, ahora supieron transformarla -con mayor o menor apoyo de otros miembros del hogar- en guardería, centro de día, restaurante, escuela, ludoteca, y otras muchas cosas, además de convertirse en el exigente e imprescindible centro de teletrabajo para quienes -por el tipo de actividad desempeñada- podían permitírselo.

Es necesario valorar, por una parte, la contribución del trabajo reproductivo para conllevar los efectos de la pandemia, y por otra, su impacto sobre las personas que realizan los cuidados no remunerados, mujeres en su mayoría. Respecto a lo primero, en La riqueza invisible del cuidado (2018) María Ángeles Durán nos recuerda que el trabajo de cuidados no remunerado contribuye a la cohesión social mucho más que cualquier otra política pública, y ahí reside, precisamente, su valor. Es, además, más voluminoso en horas de trabajo, más heterogéneo y mucho más desconocido que el trabajo remunerado. Lo realiza mayoritariamente la población femenina y a todas horas (en paralelo y fuera de las horas de trabajo remunerado, los fines de semana, en los horarios anteriores y posteriores al empleo).

Con respecto a lo segundo, al impacto sobre las personas cuidadoras, se ha de subrayar que, al ser el tiempo un recurso escaso, el tiempo dedicado a cuidar no puede dedicarse al empleo o a otras actividades. Como consecuencia de ello, las mujeres y las niñas tienen menos tiempo para la educación, para el trabajo remunerado y para el ocio.

Aunque la carga del cuidado no remunerado aumentó para todos, mujeres y hombres, desde la primera ola de la pandemia, las mujeres siguieron soportando la peor parte de las responsabilidades de cuidado. Con datos de EUROFOUND para 2020, en los países de la Unión Europea, las mujeres dedican en media más horas que los hombres a cuidar y educar a hijos y nietos (12,6 horas por semana, en comparación con 7,8 horas de los hombres), al cuidado de personas mayores o miembros de la familia con discapacidades (4.5 horas por semana, en comparación con 2,8 de los hombres), a cocinar y quehaceres domésticos (18,6 horas semanales, en comparación con 12,1 de los hombres).

Para el caso de España, Farré y González (2020) han analizado los efectos de la pandemia sobre la distribución del trabajo remunerado y no remunerado entre hombres y mujeres con dependientes a su cargo menores de 13 años. Su trabajo aporta datos significativos sobre el fenómeno de la doble jornada[2]. Antes de la pandemia, la jornada de trabajo semanal de las mujeres -remunerada y no remunerada- era de 73 horas, 10 más que los hombres (63 horas), y el trabajo no remunerado representaba el 66% de esa jornada para las mujeres, frente al 41% para los hombres. Tras la primera ola y el confinamiento, la jornada femenina aumentó a 78 horas y la masculina se redujo a 62, por lo que la brecha de género alcanzó las 16 horas, ya que las mujeres dedican más horas que antes (54 frente a 48) al trabajo no remunerado. La mayor flexibilidad de las mujeres para hacer frente al cierre y posterior reducción del horario de escuelas, guarderías y otros servicios de cuidado es clave. Cuando los centros educativos están cerrados, las mujeres son las que asumen mayoritariamente el cuidado de los menores (49%). Solo en el 27% de los casos es asumido por los padres varones, el 13% por los abuelos y 11% por otros.

El alargamiento de la doble jornada, de trabajo remunerado y no remunerado, ha contribuido a un aumento del estrés y la ansiedad entre las mujeres con menores dependientes, por la inseguridad laboral y la dificultad para mantener el equilibrio entre el trabajo y la vida personal. Según la encuesta ciudadana COVID-19ImpactSurvey (https://covid19impactsurvey.org), con más de 670.000 respuestas en varios países, de las cuales casi 430.000 son de nuestro país entre marzo 2020 y septiembre 2021: un 53% de las mujeres de 18 a 29 años y un 40% de las mujeres de 30 a 59 años reportan niveles de ansiedad en el hogar que consideran perjudiciales para su salud, frente a un 43% y 34% de los hombres, respectivamente; un 34% de las mujeres  de 18 a 29 años y un 28% de las mujeres de 30 a 59 años presentan niveles de tristeza en el hogar que consideran perjudiciales para su salud, frente a un 30% y 23% de los hombres. Y un 29% de mujeres de 30-59 años declara  no poderse aislar si fuese necesario debido al coronavirus por tener que cuidar de hijos, algo que solo reporta un 12% de los hombres de la misma edad. El impacto emocional diferencial por género es evidente.

Este impacto de género de la pandemia afecta a la continuidad o intermitencia del empleo femenino, y al riesgo de la vuelta al hogar. Si no se toman medidas para evitar la incidencia específica de la sindemia (Singer, 2009)  (esto es, su incidencia específica en otros ámbitos que sufren el impacto social de la enfermedad y que acaban de forma recursiva influyendo en la salud, tal como las autoras hemos calificado en El País el 16 de marzo de 2021) esta dejará una marca imborrable, un efecto de cicatriz[3] en las oportunidades y el futuro económico para las mujeres, con peores perspectivas de empleo, desempleo e inactividad, que conllevarían caídas persistentes en sus ingresos. Dicho efecto se ha comprobado entre la juventud que se incorporó al mercado laboral durante la Gran Recesión, pero la OIT estima que puede darse también entre las mujeres como consecuencia del deterioro de sus condiciones de empleo, de la doble jornada y del abandono intermitente o permanente del mercado laboral como consecuencia de los efectos de la Pandemia COVID-19.

Digitalización acelerada

Como se ha señalado, a los efectos disruptivos de la crisis del COVID-19 sobre los cuidados y la doble jornada de las mujeres se ha unido la generalización de procesos de automatización y digitalización de numerosas actividades, que se han acelerado o puesto en marcha en las situaciones de confinamiento, lo que ha reforzado la creación de empleos en actividades y ocupaciones de todo tipo de perfiles relacionados con la digitalización. Las tecnologías digitales nos han permitido y permiten mantener la actividad económica, el empleo, la educación y las relaciones sociales hasta cierto punto. Teletrabajo, tele educación, compras por Internet y reuniones virtuales con nuestras amistades y seres queridos a través de aplicaciones digitales.

El incremento espectacular del teletrabajo se comprueba con los datos de la EPA relativos a las condiciones de trabajo para los años 2019 y 2020: el número de ocupados que teletrabajan más de la mitad de los días de su jornada anual, creció en un 118,7% entre 2019 (951,8 miles) y 2020 (2,08 millones). Aunque en 2020 estaban en situación de teletrabajo  un número similar de hombres (1,03 millones) y de mujeres (1,05 millones), su impacto fue mayor sobre el empleo femenino (11,9% del total) que sobre el masculino (9,9%), debido a que esta modalidad de trabajo creció más entre las mujeres (144,5%) que entre los hombres (97,5%). Parece que el teletrabajo ha venido para quedarse y, aunque con la recuperación progresiva de la movilidad esta modalidad de trabajo ha perdido cierta importancia, todavía teletrabaja el 9,9% de las ocupadas y el 8,9% de los ocupados.

El impulso al comercio electrónico, al permanecer cerrados al público algunos establecimientos o estar más limitados de lo habitual en sus aforos, ha sido notable. A pesar de que antes de la pandemia sólo el 46,9% de la población entre 16 y 74 años compraba online, las ventas del comercio minorista por este canal en junio de 2020 fueron un 71,2% superiores al año anterior. Con datos de la Encuesta TIC Hogares 2020 del INE, uno de cada tres hogares realizó alguna compra por Internet. En conjunto, estas compras supusieron el 2,1% de todo el gasto en consumo de los hogares, con un peso mayor en el grupo Ocio y cultura. El 53,8% de las personas compraron por Internet.

Estamos utilizando herramientas de Inteligencia Artificial y Big Data para conocer mejor los avances y el comportamiento de la pandemia de COVID-19 y prevenir su expansión. Buen ejemplo de ello son los análisis de datos de la pandemia y de sus impactos sociales y económicos (por ejemplo, Covid-19 Impact Survey, de la Fundación ELLIS Alicante) y el seguimiento de los efectos de las vacunas con técnicas de Big Data. El teletrabajo, la teleeducación, los teleservicios, se han desarrollado al máximo y, unidos al papel clave que cumplen las mujeres en la provisión de cuidados, tanto de mercado como de no mercado, hacen necesario que las mujeres estemos también en la primera línea de la transición digital, jugando un papel clave, diseñando herramientas orientadas a resolver los problemas básicos y las necesidades esenciales de las personas y de toda la sociedad.

Pocas mujeres en el cielo

En claro contraste con la abrumadora presencia femenina en el ámbito de los empleos de cuidados -sanitarios, educativos, sociales y en los propios hogares- en el ámbito digital, que es donde más está creciendo el empleo en plena pandemia, las mujeres participamos en mucha menor medida que los hombres , particularmente allí donde se diseña y decide el futuro de nuestras sociedades, que serán intensivamente tecnológicas. Porque la pandemia ha evidenciado también hasta qué extremo hombres y mujeres ocupamos espacios totalmente diferenciados en la sociedad y la economía, combinando el predominio femenino en los asuntos de la tierra (los menos visibles y apreciados) con el de los hombres en las cuestiones del cielo (las más valoradas).

Pero frente a los retos que nuestras sociedades tienen por delante, lo importante no es el músculo, sino el cerebro, y el conocimiento y la información han de servirnos para averiguar lo que necesitan las personas, las empresas, los países, para superar los grandes problemas de la humanidad, de la salud a las desigualdades económicas, sociales y de género. Cada vez es mayor la evidencia científica sobre las ventajas de los equipos que integran a mujeres y hombres, porque tienen más inteligencia creativa y esto favorece la capacidad innovadora y la obtención de mejores soluciones, pero el mundo de las tecnologías digitales es todavía muy masculino. Resulta preocupante la escasa presencia de mujeres como investigadoras, profesionales o directivas en ámbitos clave de la sociedad del conocimiento, y más específicamente los ámbitos de las tecnologías digitales.

Con los datos del Women in Digital Scoreboard 2020 de la Comisión Europea, en el conjunto de la UE, las mujeres Especialistas TIC solo representan el 1,6% del empleo femenino en la Unión Europea (y son el 17,9% del total de Especialistas TIC) frente al 6,2 del empleo masculino. En España, solo el 1,2% del empleo femenino corresponde a Especialistas TIC frente al 5% del masculino; las mujeres españolas tampoco estamos en la transformación digital, sino en otras actividades que son esenciales, como hemos comprobado en plena pandemia, pero están poco relacionadas con el reto digital. Con datos de la Encuesta de Población Activa para el 2º Trimestre de 2021, las mujeres representan el 76,4% del empleo en las actividades sanitarias y de servicios sociales y el 66,7% en Educación, frente al 29,4% en las ramas de Telecomunicaciones y el 26,8% en Programación y consultoría Informática.

Según el informe Global Gender Gap 2018, solo el 22% de los profesionales de Inteligencia Artificial (IA) son mujeres, frente a un 78% de hombres. En algunos países como Singapur, Italia o Sudáfrica, la participación femenina es algo mayor (28%) pero es preocupantemente baja en países con liderazgo económico y tecnológico asentado, como Alemania (16%) y Suecia (20%). En España alcanza el 19%. La mitad de los profesionales con cualificaciones de IA se concentra en las ramas productivas de Software y Servicios TIC y Educación (particularmente Educación Superior) que constituyen respectivamente el 40% y el 19% de la oferta de profesionales de uno y otro sexo. De ese grupo, las mujeres representan el 7,4% en Software y el 4,6% en Educación. Las mujeres con habilidades de IA están empleadas en ocupaciones de analistas de datos y en puestos de investigación, gestión de información y enseñanza. Los hombres, por el contrario, están en mayor proporción contratados como ingenieros de software, líderes de ingeniería, líderes TIC, líderes empresariales, puestos mucho más lucrativos y de nivel senior.

El reciente estudio de Young, Wacjman y Sprejer (2021) Where are the women? Mapping the gender job in AI, confirma que las trayectorias profesionales de hombres y mujeres en Inteligencia Artificial, son muy diferentes. Las mujeres se concentran en los empleos de menor prestigio y salario (análisis, preparación y exploración de datos) y los hombres en ingeniería y machine learning. Por ramas productivas, las mujeres que trabajan en IA lo hacen en el sector de Salud y los hombres en las ramas TIC. Y hay muy pocas mujeres en el nivel de consejero delegado. Según los datos que los propios usuarios incluyen en sus páginas personales de Linkedin, los hombres tienden a sobreestimar sus habilidades y las mujeres a subestimarse, a pesar de que las cualificaciones formales de las mujeres son superiores a las de los hombres, en términos de posesión de grados y posgrados universitarios. Las tasas de rotación de empleos y abandono del empleo por parte de las mujeres en IA son más elevadas que las de los hombres, lo que es un síntoma preocupante de cara a la consolidación de su presencia y participación en estas actividades clave.

Según el Global Gender Gap 2020 (WEF), la presencia de mujeres en las profesiones frontera, que son consideradas claves desde el punto de vista de los desarrollos tecnológicos del futuro, es insuficiente y el predominio masculino abrumador: Computación en la Nube (88% de hombres), Ingeniería (85%), Datos e IA (74%), Desarrollo de productos (65%).  Solo en Personas (gestión del talento) y Cultura hay un 65% de mujeres y en Producción de Contenidos (57%). En España la participación de las mujeres en estas profesiones frontera es también modesta, particularmente en las más avanzadas: sólo un 12% de mujeres en Computación en la Nube, así como en Ingeniería; 25% en IA y Big Data; 32% en Desarrollo de Producto. Tenemos en cambio una presencia femenina ligeramente por encima de la media conforme desciende la complejidad de las profesiones: Ventas 36%; Marketing 45%; Producción de Contenidos 58%; Gestión de Personas y Cultura 66%.

No cabe pensar que esta baja participación se irá resolviendo con la llegada de nuevas generaciones de mujeres al mercado de trabajo porque las cifras evidencian con claridad que no es así. De hecho, el último Digital Scoreboard de la Comisión Europea, muestra que la presencia de mujeres entre los especialistas TIC se ha reducido del 22,5% en 2010 al 17,9% en 2020, situación que se repite en España, sobre todo entre las ocupaciones de Profesionales de las tecnologías de la información, en las que, con datos de la Encuesta de Población Activa (2º Trimestre 2021)  las mujeres han pasado de representar el 26,7% en 2011 al 24,6% en 2021. En Estados Unidos, por su parte, la tasa de deserción femenina en los empleos TIC es el doble que la masculina y la mitad de las mujeres que trabajan en el sector tecnológico decide abandonar estas compañías y reorientar su carrera profesional antes de los 36 años (Accenture, 2020)..

Reequilibrar los espacios

Al principio de la pandemia salíamos a aplaudir todos los días al personal sanitario, auténticos héroes y heroínas, porque nos hicimos conscientes de nuestra vulnerabilidad. Pero esto no se tradujo en un debate social sobre la importancia del cuidado. Los servicios de cuidado parecían lo más importante, pero hoy esa sensibilidad parece perdida y, una vez más, nos resistimos a interiorizar la lección vital que nos ha traído la pandemia, a reconocer la dualidad en la que se basa nuestra existencia, cielo y tierra a la vez sin que podamos prescindir del uno o de la otra. Pero la realidad es que sube la cotización de Amazon (66% en 2020), pero no los salarios de su personal, tampoco los salarios del personal sanitario y de  servicios sociales y asistenciales, ni los del profesorado.

La segregación ocupacional descrita -las mujeres trabajando en actividades y ocupaciones más centradas en los cuidados; los hombres predominantes en lo tecnológico digital – coloca a nuestra sociedad ante un dilema de difícil solución que protagonizan las mujeres:  abandonar el mercado de trabajo, o abandonar las tareas de cuidados, que cada vez son más exigentes. Si esto ocurre, la vida tal y como la entendemos, no funciona. Como los empleos de cuidados no se han revalorizado en términos salariales ni de reconocimiento social, muchas mujeres, ante la presión de los cuidados, están retrocediendo en sus empleos, pasando a jornada parcial, apostando por el teletrabajo. La jornada parcial -y el teletrabajo, si impide el contacto con el entorno laboral y profesional- agrava el problema de menores ingresos actuales y futuros (pensiones) y menor acceso a beneficios laborales, recursos de formación y desarrollo de carrera laboral.

Nos enfrentamos al doble reto de incorporar más mujeres al mundo digital, pero también más hombres a los cuidados. Este doble reto se ha de abordar, a su vez, desde la perspectiva de la equidad -para que la enormidad de las tareas del cuidado se repartan de manera equilibrada y las mujeres tengan más oportunidades profesionales y una vida más próspera y feliz- y de la eficiencia -para que las mujeres aportemos nuestro talento, nuestra visión y nuestras necesidades, a los desarrollos de la inteligencia artificial, a las profesiones frontera del ámbito digital, al diseño y creación de las tecnologías del futuro. Para incorporar más mujeres a dichos ámbitos, para su permanencia y promoción a puestos de responsabilidad, hemos de ser conscientes de que no basta con crear vocaciones digitales entre las niñas y adolescentes; de no llevarse a cabo cambios estructurales y culturales de calado, para cuando esas niñas se incorporen al sector se encontrarán con las mismas dificultades que hoy enfrentan sus antecesoras. En la otra cara de la moneda, la participación de los hombres de los cuidados es igualmente indispensable, como fórmula para mejorar y hacer más plena la vida de los hombres pero, también, aportar una mayor calidad a la atención y relación con los niños, niñas y personas mayores y, lo cual no es un impacto menor, asegurar que la toma de decisiones sobre los asuntos de la vida -incluyendo cielo y tierra- sean más pertinentes, sabias y sostenibles.

La complejidad de este doble reto no puede abordarse con políticas diseñadas como compartimentos estancos para cada sector, para cada sexo. Tampoco pueden concebirse como hitos aislados del contexto social y de las condiciones de vida que harán posibles consolidarlos. Existe todo un conjunto de condicionantes estructurales y elementos culturales que es necesario remover. Las políticas, por tanto, no pueden tener como objetivo conseguir hitos, pequeñas o grandes victorias aisladas en cada meta de cada etapa, esperando que la realidad siga su curso y los problemas se resuelvan solos. Es imprescindible concebir las políticas como procesos continuos, desde una dualidad incluyente y no dicotómica.

La escasa presencia de mujeres en el cielo de las tecnologías digitales está muy determinada por la cultura masculina predominante en el sector, y en todo el mercado de trabajo, pero también por la insuficiencia de servicios públicos y de calidad -atención sanitaria, atención a niños, enfermos y dependientes, educación y apoyo educativo post-escolar- en los que las mujeres puedan apoyarse en sus decisiones de empleo y profesión, así como por la implicación todavía insuficiente de los hombres en los cuidados.

Para que haya más mujeres en el cielo digital, pero también el mercado de trabajo en general, para que su participación sea elevada, frecuente, habitual, permanente, hay que tener en cuenta la diferencia entre el ser y el estar. No son las mujeres las que tienen que cambiar, no tienen que ser otras, para adaptarse a la cultura masculina que predomina en el mercado de trabajo. Esa cultura está obsoleta y tiene que cambiar con urgencia porque ya no responde a la realidad. A partir de la incorporación masiva de las mujeres, el mercado de trabajo ya no es el mismo, y nunca volverá a ser como antes. Las personas que habitan y transitan el mundo del empleo y el trabajo ya no son sólo hombres, sino que la mitad son, o al menos aspiramos a que sean, mujeres, lo que hace imprescindible cambiar los hábitos y las maneras de funcionar masculinas para facilitar el estar de las mujeres. La cultura laboral y sus normas de funcionamiento han de incorporar las consideraciones del cuidado, porque resulta evidente que el factor trabajo ya no está constituido, como hace muchos años, por personas -fundamentalmente hombres- que podían estar a disposición de las empresas en todo momento, porque había quien se ocupaba -mujeres- de cuidar de sus hijos y de ellos mismos. Hoy el mercado está repleto de mujeres y hombres que no pueden -ni deben- olvidarse de sus vidas privadas y sus familias mientras desarrollan sus tareas laborales y profesionales.

Lo anterior hace más urgente, si cabe, el cambio estructural para incrementar y mejorar la oferta de servicios públicos de apoyo al cuidado. El cuidado no es un problema de libre elección; es un derecho individual de las personas, y el Estado ha de contribuir a su prestación. Para apoyar la completa incorporación de las mujeres a la actividad laboral es preciso resolver la crisis de los cuidados, hacer frente al  aumento de las necesidades de cuidado, que las mujeres asumen a costa del empeoramiento de sus  condiciones de vida y trabajo, debido a  la escasez y deterioro de los servicios públicos de salud, educación, sociales y asistenciales. Es imprescindible dimensionar estos servicios adecuadamente, con personal suficiente y contratos y salarios dignos. No olvidemos que la mayor parte del empleo que generan estos servicios es también femenino.

No basta, en síntesis, con que entren más mujeres en lo celestial, en la tecnología. Es necesario que los hombres entren más en lo terrenal, en los cuidados. Es justo señalar que hay algunas medidas positivas, que comenzaron antes de la pandemia y que van en la buena dirección, por ejemplo, la equiparación de las licencias maternales y paternales. Esta medida tiene un valor singular. No solo es igualitaria en sí misma, sino que sirve para indicar que, sin corresponsabilidad masculina, no hay servicios públicos, por mucho que se desarrollen, que igualen a las mujeres y a los hombres en el ámbito privado y, como resultado, en el público. Pero queda aún mucho camino por recorrer para que los hombres asuman su parte alícuota en el cuidado de las personas dependientes.

En el fondo, tenemos un problema de valoración diferencial que es necesario reequilibrar: el cielo está por encima de la tierra, pero cielo y tierra tienen que relacionarse de forma equilibrada porque la vida no es posible sin el uno y sin la otra. Si no aprendemos como sociedad que el cielo y la tierra se construyen a la vez, no funciona la vida, y tampoco funciona la sociedad ni la economía.

 

Bibliografía

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Banco Mundial (2020). Informe anual. Apoyo a los países en una época sin precedentes. Disponible en: <https://www.bancomundial.org/es/about/annual-repo>

Eurofound (2020), Living, Working and COVID- 19, Publications Office of the European Union, Luxembourg (https://www.eurofound.europa.eu/publications/report/2020/living-working-and-covid-19).

Durán, M.A. (2018) La riqueza invisible del cuidado. Innovaciones necesarias en el análisis económico y sociológico, Universidad de Valencia, Valencia

European Commission (2020) Women in Digital Scoreboard 2020 https://digital-strategy.ec.europa.eu/en/library/women-digital-scoreboard-2020

European Commission (2021) Digital Scoreboard. Key Indicators https://digital-agenda-data.eu/datasets/digital_agenda_scoreboard_key_indicators/indicators

Farré, L., Fawaz, Y., González, L. y Graves, J. (2020) “How the COVID-19 lockdown affected gender inequality in paid and unpaid work in Spain” IZA, Working Paper 13434. https://www.iza.org/publications/dp/13434/how-the-covid-19-lockdown-affected-gender-inequality-in-paid-and-unpaid-work-in-spain

Fundación ELLIS Alicante https://covid19impactsurvey.org/

Instituto Nacional de Estadística, Encuesta de Población Activa 2º Trimestre 2021 www.ine.es

OECD (2020) “Women at the core of the fight against COVID-19 crisis” Policy Responses to Coronavirus (COVID-19).

Sallé, Mª Ángeles, Capitolina Díaz, Cecilia Castaño y Nuria Oliver (2021). “Sindemia: las fragilidades de la actual civilización neomoderna”. El País: 16 de marzo.

https://elpais.com/opinion/2021-03-15/sindemia-las-fragilidades-de-la-actual-civilizacion-neomoderna.html

Singer, Merrill. (2009). Introduction to syndemics: a critical systems approach to public and community health, Joey Bass, San Francisco

World Economic Forum (2018) The Global Gender Gap Report 2018

World Economic Forum (2020) The Global Gender Gap Report 2020

 

 

 

 

 

[1] Cecilia Castaño es Catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y Vicepresidenta de Economistas Frente a la Crisis; Capitolina Díaz es Catedrática de Sociología de la Universidad de Valencia; Nuria Oliver es Doctora en Inteligencia Artificial por el MIT y Presidenta de la Fundación ELLIS Alicante; María Ángeles Sallé es Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Valencia y consultora internacional.

 

[2] A partir de una encuesta sobre una muestra representativa de hombres y mujeres, realizada en dos momentos, el periodo inmediatamente anterior a la declaración del estado de alarma el 14 de marzo de 2020 y el periodo posterior al confinamiento y a la primera ola (noviembre y diciembre de 2020). Las horas dedicadas al cuidado de los menores incluyen cuidados físicos, emocionales y ayuda en los deberes.

[3] Se denomina Efecto Cicatriz (Bell y Blanchflower, 2011) al impacto de las malas condiciones laborales al inicio de la vida profesional, que se proyectan a lo largo de toda la trayectoria laboral, agravando las dificultades de acceso al empleo, la calidad y bajos ingresos del mismo, y la ausencia de expectativas profesionales y vitales.

About Cecilia Castaño y María Ángeles Sallé

Cecilia Castaño es Catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y Vicepresidenta de Economistas Frente a la Crisis; María Ángeles Sallé es Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Valencia, consultora internacional y vocal de la Junta Directiva de Economistas Frente a la Crisis.

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