El rebrote mundial de la inflación no ha tenido la misma intensidad en los diferentes países. Las causas de la mayor inflación son generales, pero las reacciones ante la inflación están siendo desiguales. El papel desempeñado por los bancos centrales ha resultado decisivo, en especial en el periodo de año y medio en el que la pandemia ejerció un serio impacto deflacionista sobre la economía mundial. El nuevo papel asumido por los bancos centrales contrasta de forma sustancial con el que tuvieron durante la etapa de la “gran moderación”. De celosos guardianes de la inflación han pasado a ocupar el terreno de la política fiscal, suscitándose serias dudas respecto de la duración del periodo presente de acusado protagonismo de los mismos en la política económica.
Después de la gran crisis de 2007, los bancos centrales pasaron a cubrir gran parte del terreno hasta entonces correspondiente a la política fiscal. Dichas entidades adquieren bonos a largo plazo mediante la creación de dinero. Los bancos centrales compran deuda publica previamente adquirida por intermediarios financieros. Esta política, calificada como de “alivio cuantitativo”, ha estado acompañada de descensos crecientes de los tipos de interés, que se han situado en niveles iguales a cero o incluso negativos.
Como consecuencia de estas actuaciones ha crecido a fuerte ritmo el volumen de los balances de los bancos centrales. La revista The Economist (“Bringing clarity to QE”, 21.8.2021) ha previsto que los balances agregados de los bancos centrales alcanzarán los 28 billones de dólares al término del ejercicio de 2021. La actuación impulsora de la economía por parte de dichas entidades alcanzó un ritmo mayor en el año y medio durante el cual fue más intenso el papel de la recesión en la economía mundial. Hasta 2020 la inflación se mantuvo muy contenida a nivel mundial, pero esta evolución ha cambiado de forma sustancial en 2021.
La recuperación de la demanda, impulsada en gran parte por la continuada creación de dinero por parte de los bancos centrales, unida a los amplios “cuellos de botella” que ha generado la rápida recuperación y al fuerte aumento de los precios de la energía han sido los factores causales de la mayor inflación.
En el caso de Estados Unidos la inflación se situó en el 6,5% en octubre de 2021, lo que se ha dejado sentir en los mayores tipos de interés de las emisiones de bonos a largo plazo. Desde la Reserva Federal se ha advertido que, de mantenerse un buen ritmo de crecimiento de la economía, los tipos de interés emanados de las actuaciones de dicho banco central podrían elevarse a fines de 2022. En el Reino Unido el Banco de Inglaterra ha optado por mantener los tipos en los bajos nivelas actuales, pero esta situación podría cambiar de persistir la inflación.
La actuación del Banco Central Europeo (BCE) difiere sensiblemente de las desarrolladas por los dos bancos centrales antes mencionados. De acuerdo con las declaraciones del economista jefe del BCE, Philip Lane (Entrevista, El País, 8.11.21), el actual periodo de inflación (4,1% ha sido la subida del IPC en la Eurozona en octubre y el 5,5% en España) está vinculado a la mayor fuerza de la recuperación a nivel mundial. La mayor inflación tiene, según Lane, un carácter inusual y temporal. No se trata, pues, de una inflación similar a las registradas en las décadas de los años setenta y ochenta del pasado siglo, sino que presenta un carácter transitorio y puede experimentar una desaceleración importante en 2022.
La Eurozona atraviesa por una fase cíclica diferente a la de Estados Unidos y Reino Unido, por lo que el BCE mantendrá la compra de activos y la subida de los tipos de interés no se contempla a medio plazo. A dicha entidad le preocupan sobre todo las condiciones de la financiación que concedan los bancos. A pesar del repunte de la inflación la política monetaria en la eurozona mantendrá, pues, su carácter ultraexpansivo, supliendo así las evidentes limitaciones de la política fiscal.
El BCE se erige de este modo en el principal motor de la economía de la Eurozona. Como ya se ha indicado, frente a la actuación estabilizadora de los bancos centrales en la etapa de la “gran moderación”, previa a la crisis de 2007, estas entidades desarrollan ahora políticas que cubren todo el espectro macroeconómico. El reto más difícil para los bancos centrales es el de cuando y como revertir la política de alivio cuantitativo, esto es, la política de compra de bonos a largo plazo empleando para ello dinero de nueva creación (The Economist, op.cit.).
El estímulo de la economía mediante la creación masiva de dinero puede estar reñido con el espíritu de la democracia, puesto que dicha política exacerba las desigualdades de riqueza (Bercan Begley, “The power of the European Central Bank, Social Europe, septiembre 2021).
La dependencia de la economía española respecto de las políticas de compras de deuda por parte del BCE y de las aportaciones de recursos europeos de 70.000 millones de euros en varios años a partir de 2021 es clamorosa. Se trata de gastar pronto y bien los recursos del fondo Next Generation EU y de preparar planes de tratamiento de la elevada deuda pública, sobre todo si la inflación dejase de ser transitoria y pasara a cronificarse, dando así lugar a unos tipos de interés más elevados.
Una versión de este artículo se publicó en la revista El Siglo de Europa el 12 de noviembre de 2021