Los datos de la Encuesta de Población Activa del cuarto trimestre han sido positivos, y cierran un ejercicio 2018 muy favorable en materia de empleo. Al menos en lo que se refiere a la creación de empleo y la reducción del paro, que no es poco. En este último período del año ha aumentado el número de personas con empleo en 36.600, y en el conjunto del año, en 566.200, la mayor cifra absoluta desde 2006. Con ello, el total de ocupados llega a 19.564.600, el máximo desde hace exactamente diez años. Además, y según anticiparon los datos de afiliación, el ritmo de creación anual de empleo incluso se ha acelerado (del 2,5% al 3%), lo que refleja una extraordinaria traducción del crecimiento económico a empleo, que no es sino reflejo directo de la bajísima calidad del mismo, como luego se explicará.
En 2018 creció el empleo y se redujo el paro, pero la cuestión clave es: ¿Cuánta precariedad estamos dispuestos a soportar?
El número de personas en situación de desempleo también se ha reducido en este trimestre en 21.700, lo que constituye una buena noticia, ya que en este período resulta más habitual que aumente. Además, esto se ha logrado con un aumento del número de activos, de 14.800 personas, lo que hace los resultados aún más destacables. En el conjunto de 2018, el desempleo se ha reducido en 462.400 personas, un 12,3%. La tasa de paro cae una décima y se sitúa en el 14,45%. Desde que comenzó la actual etapa expansiva, en 2014, se ha reducido en 11,3 puntos porcentuales.
Los hogares con todos sus miembros en paro han caído en el trimestre en 30.300, y se sitúan en 1.053.400. Aunque todavía son 612.000 más que antes de la crisis (IV-07), se han reducido ya en 779.000 respecto del cuarto trimestre de 2013.
Todos estos datos evidencian que nuestra economía no tiene problemas para crear empleo cuando la economía crece, como sucede desde 2014. Sucede así ahora y sucedía antes. No es una circunstancia que tenga que ver con ninguna reforma laboral realizada, ni con ningún cambio de política económica (aunque esto último sí incide en el hecho de que la actividad crezca más o menos, y por tanto indirectamente, sobre el volumen de empleo generado). Este comportamiento se debe a la estructura productiva, más intensiva en empleo que en otras economías, y a la escasa calidad (y, en consecuencia, productividad) del empleo creado. En términos generales, creamos mucho y mal empleo. Y poco se hace para cambiar este estado de cosas.
En el pasado año esto volvió a ser así. Mientras el empleo indefinido crece a un ritmo del 3,1%, el temporal lo hace el 3,9%. Casi uno de cada tres empleos asalariados creados en el año fue temporal (31,5%). La tasa de temporalidad (la ratio entre empleo asalariado temporal y total) aumentó poco, apenas una décima respecto al año anterior; pero el problema es que es del 26,9%, casi el doble de la media de la Unión Europea, y que no para de aumentar tendencialmente desde mediados de 2013.
El empleo a jornada parcial es otro de los responsables de la baja calidad del mismo. No tanto porque su volumen relativo sea muy elevado (supone el 14,8% del total, y se viene reduciendo suavemente desde 2014, tras crecer mucho en el quinquenio anterior), sino por su carácter eminentemente involuntario. Más de la mitad de este tipo de empleo (52,8%) es aceptado a falta de un empleo a jornada completa, que es la preferencia del trabajador. Y tres de cada cuatro empleos parciales son ocupados por mujeres, lo que constituye una de las fundamentales vías de segmentación y desigualdad laboral entre ambos sexos, en perjuicio de la las mujeres.
Hay un total de 1,8 millones de trabajadores subempleados, es decir, que trabajan menos horas de las que desean. Eso supone un 17% más que en el cuarto trimestre de 2007 (un 24% más los que tienen contratos indefinidos).
A este panorama hay que añadir el empeoramiento de las condiciones laborales que las estadísticas y ratios habituales no recogen de manera precisa, y que se reflejan en importantes cambios de las relaciones de trabajo que se han intensificado en los últimos años. Las empresas multiservicios, los falsos autónomos, los becarios, la economía de plataformas, etc., han introducido nuevas vías de fractura de las condiciones del empleo para las que no hay aún indicadores consolidados de análisis, pero que sin duda han elevado el grado de precariedad laboral e intensificado la devaluación salarial en nuestro país y en todo el mundo.
2018 ha sido un buen año en cuanto a creación de empleo y reducción del paro, pero se mantienen (y en algunos ámbitos se incrementan) las vías de precariedad laboral
Por lo que se refiere al desempleo, y a pesar de la reducción mencionada, persiste una elevada proporción de parados de larga duración, para los que no se aportan soluciones eficaces. Casi la mitad (47%) de las personas en situación de desempleo llevan más de un año buscando empleo, y uno de cada tres (33%) lleva más de dos años.
En definitiva, 2018 ha sido un buen año en cuanto a creación de empleo y reducción del paro, pero se mantienen (y en algunos ámbitos se incrementan) las vías de precariedad laboral, que hacen que nuestro empleo sea, en términos generales, poco productivo, inseguro y mal pagado. Nuestra economía se ha acostumbrado a convivir con esta anomalía, a costa de una menor competitividad de las empresas de muchos sectores y, sobre todo, de asumir la pérdida de calidad de vida de millones de familias trabajadoras.
El problema fundamental es que, si no se soluciona el gravísimo problema de baja calidad del empleo que arrastramos, no será posible afrontar con garantías ni la reducción de la desigualdad económica y social, ni la reducción de la pobreza, ni la sostenibilidad y mejora de las pensiones, ni siquiera la consecución, de manera estable, de unas cuentas públicas saneadas. Porque todos los desequilibrios tienen su origen en el sistemático desperdicio de recursos que supone para el país aceptar un modelo de crecimiento basado en empleos poco productivos, inseguros y mal retribuidos.
Para que el necesario cambio se produzca sería necesario que las empresas dejaran de obtener rentabilidad por la vía de contratar empleo precario. Y a ello ayudarían dos cosas. Primero, que el gobierno de turno asumiera que ese cambio en la calidad del empleo es una estrategia de país prioritaria, y dirigiera los recursos adecuados (intelectuales y financieros) a ello, lo que exige voluntad política para acometer los cambios oportunos tanto en la política económica general como en la laboral. Y segundo, que las empresas más eficientes, las que apuestan por el conocimiento y la aportación participativa de los trabajadores como unos de sus factores de desarrollo esenciales (que las hay) asumieran protagonismo en ese discurso para el cambio, aliándose con los sindicatos para impulsar un pacto por el crecimiento y el empleo decente que pusiera el acento en mejorar aquellos factores verdaderamente influyentes sobre la competitividad a largo plazo en la nueva economía, y que van mucho más allá de los costes laborales.
Sería conveniente que los economistas que escriben en los medios empezaran a hablar de horas anuales (o mensuales, o semestrales) trabajadas, aunque solo se refieran a las contratadas o declaradas (entiendo que las que no se declaran no se puedan saber). De esta manera, y relacionándolo con el PIB, u otros índices de producción, podríamos ir sabiendo si en realidad se produce lo mismo con menos horas trabajadas o no. En el caso de que se produzca lo mismo o más con iguales horas empleadas o menos horas, tendríamos la tendencia de cuánto trabajo humano se necesita para producir lo msmo o más. Porque el mantra de aumentar la produción para crear “puestos” de trabajo, sin el añadido de lo que el progreso tecnológico potencia la producción, no lleva a una curva (de trabajo) exponencial que tiende al infinito.
Antes que nada mi consejo es analizar el tipo de empleador por encima del modelo de contrato. Si el contratante es sólido y genera riqueza, el modelo de contrato terminará cambiando y los que hoy son precarios, mañana serán fijos y seguros. También es importante separar el empleo público del privado, ya que es este último el que genera riqueza de bienes de consumo, mientras que el primero, aun siendo necesario, genera gasto.
Dicho esto, la mayoría de aumento ha llegado del sector público. El privado, sin embargo, ha crecido mucho en el sector de la construcción, es decir el que menos plusvalía y más fragilidad ofrece, aún más en un país con exceso de obra. El de servicios y el de la agricultura se han mantenido, sectores con una elevada tasa de temporalidad, el primero gracias a la explotación de los acuíferos. El que por desgracia ha seguido bajando es el industrial, es decir el más seguro y que aporta más plusvalías.
La noticia no es buena, lo único que la salva es que podría ser peor. Seguimos con los mismos vicios, quizá más atenuados, pero el futuro pinta lo que pinta.