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EPA: Malos datos que empeoran un modelo centrado en el empleo de mala calidad

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EPA del primer trimestre de 2018

Malos datos que empeoran un modelo centrado en el empleo de mala calidad

En el primer trimestre del año cayó el empleo (-124.100 personas) y aumentó el paro (29.400). El número de personas activas, en consecuencia, se redujo en 94.700.

La caída de 124.000 empleos en este primer trimestre se convierte, en sí mismo, en un dato relevante, a pesar de que es consecuencia de los movimientos estacionales del empleo en la economía española, por varias razones.

La primera razón se debe a los síntomas de debilitamiento, porque esta caída es la más intensa en el primer trimestre del año desde 2014, antes de que se iniciara el proceso de creación de empleo. La tasa anual de crecimiento del empleo ha sufrido una reducción considerable en este trimestre, es el tercero consecutivo de caída de la misma, y con ello ha vuelto a las tasas más bajas registradas en esta etapa de crecimiento económico. En el sector privado la situación es más grave, ya que la tasa de crecimiento del empleo ha caído por debajo del 2% y comienza a dar serias señales de agotamiento.

La segunda razón es que los datos apuntan a un empeoramiento suplementario de la calidad del empleo: todo el que se destruye es a tiempo completo, el mejor desde el punto de vista productivo y de más calidad en la perspectiva laboral. Y, sobre todo, aunque la caída se concentra estacionalmente en el empleo temporal, en esta ocasión también se reduce ligeramente el empleo indefinido. Este dato es destacable, porque en los primeros trimestres el empleo indefinido suele aumentar. Así ha sucedido siempre tradicionalmente, con excepción del período de crisis 2010-2014.

Es decir, el movimiento estacional del empleo ya no se ha visto compensado por un proceso de fondo de creación de empleo más estable y no sujeto a estas variaciones estacionales.

La tercera razón es que esa caída del empleo refleja que una parte significativa de los ocupados vive en condiciones precarias debido a que su empleo temporal oscila estacionalmente, dejándoles cada año en el desempleo durante una buena parte del mismo y dependientes de unas prestaciones por desempleo que son extremadamente restrictivas y cicateras (en cuantía y en duración), lo que además de la pérdida del empleo remunerado les aboca a prestaciones de pobreza.

La gravedad de la situación se percibe con claridad en el dato de que los hogares con todos sus miembros en paro ascienden en 31.300 hasta sobrepasar un millón doscientos cuarenta mil. A lo que hay que añadir que 313.000 de ellos son unipersonales, por lo que no existen rentas de apoyo de otros miembros de la familia, lo que nuevamente ante la debilidad de las prestaciones por desempleo les puede conducir rápidamente a situaciones de pobreza o incluso de pobreza severa.

Asimismo, es importante señalar otro dato muy preocupante: la concentración de la subida del desempleo entre los mayores de 55 años. Personas que, si pierden el empleo a esa edad, tienen las mayores dificultades para volver a recuperarlo, especialmente con la ineficacia de las mermadas Políticas Activas de Empleo. A lo que se añaden los recortes realizados por el Gobierno en sus prestaciones por desempleo y que todo ello les conduce finalmente a pensiones de pobreza hasta el final de su vida.

La OCDE acaba de manifestar –una vez más- que España, es decir, el Gobierno, invierte “relativamente poco” en formación y asistencia en la búsqueda de empleo, y recomienda que reduzca las ayudas a la contratación, intensifique el apoyo a los desempleados y mejore la formación profesional para cerrar la brecha de competencias entre la oferta y la demanda en el mercado laboral. Justo lo contrario de lo que viene haciendo el Gobierno.

Finalmente, otro dato negativo del trimestre es la caída de la población activa, que en términos absolutos ha sido la mayor de los tres últimos años. Un comportamiento que ha roto la tradicional –y necesaria- tendencia de fondo al crecimiento de la tasa de actividad justo cuando demográficamente precisamos aumentos de la fuerza de trabajo, y que indica, en parte, que cunde el desánimo entre los potenciales trabajadores, jóvenes, mujeres y mayores.

En términos menos coyunturales, una mirada de mayor alcance al mercado laboral español permite constatar las tendencias de fondo.

Primero, continuamos teniendo mayor desempleo que antes de la crisis (1,6 millones más), a pesar de la reducción de 2,1 millones desde el inicio de la recuperación en 2014. Y sobre todo de larga duración, que se ha reducido en esta reciente etapa de bonanza en 1,7 millones de personas, pero que aún son 1,9 millones, casi cuatro veces más que antes de la crisis, y suponen la mitad del total de desempleados.

Segundo, aunque el actual crecimiento se ha concentrado en el empleo a jornada completa (el 96% es de este tipo), la intensidad de la caída de este durante la recesión, y el paradójico crecimiento del empleo a tiempo parcial, convertido en un contrato “a la carta” por su desregulación, hace que se contabilicen 1,9 millones de empleos menos a jornada completa que antes de la crisis y 364.000 más a jornada parcial. Es decir, pese a la evolución actual, el mercado laboral se ha parcializado y dualizado desde el punto de vista de la jornada y el salario, y lo ha hecho de manera contraria a la voluntad del trabajador, que se acoge a esta figura contractual porque no le ofrecen un empleo a tiempo completo.

Tercero, la recuperación del empleo está mostrando los rasgos tradicionales de nuestra economía desde mediados de los años ochenta del pasado siglo: en el marco de un comportamiento del empleo muy flexible, el ajuste a la baja o al alza se produce esencialmente por la vía de la extinción/contratación de empleo temporal, impulsado por un uso abusivo y fuera de control, en claro fraude de ley. La evolución de la tasa de temporalidad (porcentaje de asalariados con contrato temporal sobre el total de empleo asalariado) así lo refleja, con una tendencia imparable al alza (4,2 puntos de incremento en los últimos cinco años).

Si en la crisis la reducción del empleo temporal fue mayor que la del indefinido (-36% frente a -8%, respectivamente), ahora la situación es simétrica: el empleo temporal crece un 28% desde inicios de 2014, mientras el indefinido lo hace un 9%. Todo ello configura una evolución del empleo que amplifica los vaivenes estacionales y cíclicos de la producción, y que tiene graves consecuencias sobre la estabilidad de las rentas de las familias, sobre la calidad de la producción y sobre el sistema de protección por desempleo, al incrementar las entradas y salidas del mismo por la elevada rotación del empleo.

Nada de todo esto ha cambiado con las últimas reformas laborales, y en especial con la más agresiva, que implementó de manera unilateral el Gobierno del PP en 2012. Al contrario, se aprecia un incremento global de la precariedad en todas sus formas, cada vez más diversas, lo que acrecienta el comportamiento extremadamente volátil del empleo en España.

En definitiva, los malos datos puntuales del trimestre reflejan además síntomas de agotamiento de la creación empleo, y confirman una clara tendencia al aumento de la temporalidad y de la precariedad en general, que en último término es la principal característica de nuestro mercado de trabajo, que se ha agravado con la aplicación de las últimas reformas laborales, y en especial con la impuesta por el Gobierno del PP en 2012. Nada va a cambiar si no se cambian las políticas económicas y laborales. Se precisa un cambio de rumbo que, en el ámbito laboral, debe partir de la puesta en marcha de las reformas precisas para, por un lado, hacer de la creación de empleo estable y de calidad la norma, y por otro, instaurar un sistema de Políticas Activas de Empleo verdaderamente eficaces, que ayuden a los parados a encontrar cuanto antes un empleo con una garantía de rentas razonable, y especialmente a aquellos que tienen mayores dificultades de inserción, que en España son una porción muy relevante.

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