La realidad ha demostrado que las políticas europeas frente a la crisis fueron un engaño, un «austericidio» que dio como resultado todo lo contrario de lo que sus inspiradores decían que iban a conseguir
Las autoridades europeas se equivocaron antes, durante y después de la crisis de 2008 y se vuelven a equivocar ahora. Antes de que estallara no fueron capaces de prever lo que se estaba gestando. En gran medida, porque para ello tendrían que haber reconocido las fatales consecuencias de sus propios errores previos. Entre otros:
- Dejar que países como Alemania que acumulaban grandes superávit los dedicaran a financiar burbujas especulativas en la periferia europea.
- No regular convenientemente la actividad bancaria y permitir las prácticas fraudulentas y peligrosas de la banca.
- Establecer reglas de estabilidad presupuestaria equivocadas que en lugar de evitar los latigazos del ciclo económico los agudizan.
- No corregir un diseño del euro concebido para beneficiar a los países centrales de Europa y a Alemania en particular y que, precisamente por ello, incrementa la divergencia y produce continua inestabilidad y rechazo social.
Cuando se desencadenó la crisis volvieron a equivocarse. En lugar de actuar con rapidez y contundencia, como ocurrió en Estados Unidos, los burócratas se aferraron a sus corsés ideológicos e impusieron recortes de gasto cuando las economías se venían abajo, provocando una segunda recesión y un sufrimiento social tremendo y tan injusto como ineficaz.
Aunque sin dar un solo paso para resarcir los daños, Juncker habló de «austeridad imprudente» y reconoció que se había «insultado a Grecia»
Tan evidentes fueron sus errores que hasta los propios dirigentes europeos tuvieron que reconocerlo más tarde. Aunque a buena hora y sin dar un solo paso para resarcir daños, el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, habló de «austeridad imprudente» y reconoció que se había «insultado a Grecia». Numerosos estudios (algunos incluso del Fondo Monetario Internacional) han mostrado que los supuestos y cálculos con los que se justificaba la bondad de los recortes de gasto eran erróneos.
La realidad ha demostrado que las políticas europeas frente a la crisis fueron un engaño, un «austericidio» que dio como resultado todo lo contrario de lo que sus inspiradores decían que iban a conseguir: afirmaron que eran imprescindibles para crear empleo y disminuir el endeudamiento, pero lo que hubo después de haberse aplicado fue más deuda, menos y peor empleo y más baja actividad económica.
Una vez superados los momentos más duros de la crisis (con más retraso, con menos fortaleza y con más costes que en Estados Unidos) Europa siguió equivocándose, al menos, en cuatro grandes aspectos:
- Se dejó que la iniciativa de la recuperación la llevase el Banco Central Europeo con una política monetaria ultra expansiva que es cierto que evitó un colapso pero que ha tenido otras consecuencias negativas: un impulso de la actividad muy débil porque el dinero creado ha servido para limpiar los balances de los bancos pero en su gran parte no ha llegado a consumidores y empresas; un aumento del precio de los activos financieros que ha aumentado la desigualdad que es tan perjudicial para la demanda; la multiplicación de empresas «zombi» que sólo viven a base del crédito barato; y el incremento continuado de la deuda (o, lo que es lo mismo, del negocio de la banca).
- No se aprovechó la recuperación para impulsar los cambios estructurales que son imprescindibles para afrontar la revolución tecnológica y el cambio productivo que se avecinan. De hecho, la política expansiva del Banco Central Europeo mediante la compra de bonos corporativos dificulta esos cambios, pues beneficia a las empresas menos innovadoras (las que emiten más bonos), más contaminantes y reacias a impulsar la transición energética.
- Se siguió renunciando al diseño y utilización de instrumentos (sobre todo fiscales, pero también laborales o de gobernanza) anticíclicos, que impulsen la actividad en los malos momentos y la enfríe cuando se acelera el crecimiento.
- No se hizo frente con eficacia al debilitamiento de la democracia en Europa, el mejor escudo del que dispone la ciudadanía para protegerse de las cargas y sacrificios que los de arriba siempre tratan de imponer a los de abajo en las grandes crisis económicas para salir beneficiados de ellas.
Ahora, cuando las cosas vuelven a ponerse feas y volvemos a encontramos a las puertas de un nuevo deterioro de la actividad económica, todos los indicios apuntan a que Europa se equivoca de nuevo.
Vuelve a equivocarse Europa haciendo la vista gorda a la estrategia siempre egoísta de Alemania; una dejación que va a producir un desgarro mucho mayor que el que ya existe en el espacio europeo
Vuelve a equivocarse dejando que sea otra vez el Banco Central Europeo quien haga frente en solitario a la desaceleración mediante la política monetaria expansiva. Ya no hay apenas margen para bajar los tipos de interés pensando en que así se estimule la inversión o el consumo. Y continuar con la compra de bonos es una buena noticia para los bancos, para las grandes empresas y para los hogares más ricos, pero no va a frenar la fuerte desaceleración que registramos.
Vuelve a equivocarse Europa dejando que cada economía se las componga como pueda y, en particular, haciendo la vista gorda a la estrategia siempre egoísta de Alemania (ahora, de nuevo renunciando a la acción mancomunada para hacer frente a los problemas y asumiendo por su cuenta planes de inversión). Una dejación que va a producir un desgarro mucho mayor del que ya existe en el espacio europeo.
Se equivoca de nuevo Europa al no poner en marcha con urgencia medidas presupuestarias de carácter extraordinario que actúen combinadas con las monetarias para hacer frente al cambio de ciclo. Y en particular, cuando se empeña en seguir manteniendo criterios numéricos de estabilidad que no tienen ningún fundamento científico y que necesariamente agravan la situación en los momentos críticos, como el que se está iniciando.
Se equivoca Europa cuando deja que el BCE siga siendo la fuente de alimentación de la deuda como motor de la economía europea
Se equivoca Europa cuando no asume en la práctica, tomando medidas efectivas y yendo más allá de las buenas palabras, que nos encontramos ante una emergencia climática y que las estrategias de transición deben ser prioritarias.
Se equivoca Europa cuando deja que el Banco Central Europeo siga siendo la fuente de alimentación de la deuda como motor de la economía europea. En lugar de dedicarse a permitir que los gobiernos (e infinidad de empresas) sigan endeudándose para pagar la deuda (en beneficio de la banca privada), el BCE debería facilitar el saneamiento de las cuentas públicas sin perjudicar la inversión productiva y controlando el despilfarro. Y en lugar de tirar el dinero mediante una expansión monetaria que beneficia a los que más tienen y que no impulsa suficientemente la actividad productiva ni, por supuesto, la sostenibilidad, debería ponerlo directamente en manos de quienes crean riqueza y empleo sostenibles. En lugar de salvar a los bancos, el Banco Central Europeo debe salvar a las empresas y a las personas.
Se equivoca Europa cuando renuncia a darle prioridad a la lucha contra la evasión y los paraísos fiscales y a disponer de una auténtica Hacienda Europea que es la única garantía de que el euro sea viable a medio plazo. Cuando no entiende que una unión monetaria sin un verdadero y potente presupuesto, sin programas de gasto e impuestos transnacionales, sin poderosos mecanismos de compensación y sin avances decisivos en la unión política es una fuente constante e inevitable de divergencia, de perturbación e inestabilidad económicas y de rechazo y desafecto social.
Se equivoca Europa al no reforzar sus programas de inversiones en investigación básica y desarrollo del conocimiento (incluso se plantea reducirlos en este campo), en transición energética y tecnológica y en igualdad territorial y de oportunidades ahora que se avecinan malos tiempos y un cambio de modelo productivo.
Algunas demandas comienzan a plantearlas ya incluso las fuerzas más conservadoras de las instituciones europeas; el vicepresidente del BCE
Afortunadamente, algunas de estas demandas comienzan a plantearlas ya incluso las fuerzas más conservadoras de las instituciones europeas. El vicepresidente del Banco Central Europeo Luis de Guindos reclamaba hace unos días «un instrumento fiscal de tamaño moderado, pero con capacidad de actuación anticíclica, no controlado por los países sino por una autoridad europea». Es un paso adelante, sin duda, frente a la torpeza interesada de todos estos años atrás. Pero eso no es ni mucho menos suficiente.
Ese instrumento fiscal proporcionaría impulso a la economía europea, es cierto, pero por sí mismo no garantiza que se oriente en la dirección adecuada.
En primer lugar, porque sin cambiar al mismo tiempo la política del Banco Central Europea en la dirección que he apuntado, seguirá aumentando la deuda hasta llegar a ser insostenible. Y sin corregir el diseño del euro, la inversión producirá más desigualdades y nuevas asimetrías.
En segundo, porque, sin cambiar las condiciones institucionales que hoy día prevalecen en la legislación y en los mercados laborales, el aumento del gasto público seguirá traduciéndose en mayor beneficio de las rentas del capital y en menor participación de los salarios en el conjunto de los ingresos. Es decir, en la distribución de la renta muy desigual que hasta ahora viene impidiendo que la demanda efectiva se dinamice lo necesario para crear suficiente empleo de calidad y que, además, genera baja productividad y desincentivos para la innovación y el progreso tecnológico (porque a más bajos salarios, menos falta hace innovar para obtener beneficio).
Y finalmente, porque sin avanzar en la democratización de las instituciones políticas europeas, sin una Unión Europea realmente democrática en su funcionamiento conjunto, será imposible que existan los contrapesos, la transparencia y el control suficientes para evitar que los grandes poderes financieros y corporativos sigan imponiendo su voluntad y sus decisiones para lograr, como hasta ahora, que la política de gasto que se realiza en Europa responda exclusivamente a sus intereses particulares.
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Este artículo fue publicado en «LaPoliticaOnLine» el 26 /09/2019. Se reproduce en esta WEB con autorización del autor
Aparte de la creación de un “instrumento fiscal” europeo, deduzco, quizás erróneamente, que se hacen las siguientes recomendaciones:
a) poner el dinero, por parte del BCE, en manos de quienes crean riqueza y empleo sostenibles
b) cambiar las condiciones institucionales que prevalecen en la legislación y en los mercados laborales porque favorecen un mayor beneficio de las rentas del capital y una distribución de la renta muy desigual
c) democratizar las instituciones políticas europeas para evitar que la política de gasto que se realiza redunde en interés de los grandes poderes financieros y corporativos
No acabo de ver por qué es responsabilidad de las “autoridades europeas” (Parlamento, Consejo –Europeo y de la Unión- y Comisión) llevar adelante las sugerencias que se hacen ya que, respecto de la primera, el BCE no tiene encomendada una misión de ese tenor, en relación a la segunda, la cohesión social está dentro de las competencias compartidas entre instituciones europeas y países miembros y la democratización es un asunto propio de los Estados asociados.
El artículo parece un intento de justificación de la necesidad de que España invoque, de manera inmediata, el art. 50 del Tratado de la Unión Europa.