Ignacio Muro es economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis
Aunque siguen sin dibujarse las claves geoestratégicas del gobierno de Trump, su actuación en la cumbre del G7 confirma su voluntad de ir contracorriente en los organismos multilaterales e imponer la tensión antes que la cooperación como forma de capitalizar la hegemonía indiscutible de EEUU en el mundo.
Nadie duda tampoco que su aspiración es recuperar protagonismo estratégico en todos los conflictos frente a China, Rusia y la UE. No se trata obviamente de un camino fácil porque, al menos los dos primeros, tienen como prioridad hacer retroceder la hegemonía estadounidense. La UE ni está ni se la espera.
Si Trump capitanea el transito USA de la multilateralidad a la bilateralidad, China ha elegido el camino contrario. Su presidente Xi Jinping ha abandonado definitivamente la política de perfil bajo y máxima prudencia diseñada por Deng Xiaoping en los años 80, que entonces explicaba, con palabras cargadas de sabor oriental: “observar con calma; asegurar nuestra posición; afrontar los hechos con tranquilidad; esconder nuestras capacidades y ganar tiempo; mantener un perfil bajo; y nunca reclamar liderazgo”.
El paso de una política que ponía el acento en la reorganización interna y se cimentaba, en el exterior, mediante acuerdos bilaterales, a otra abierta, expansiva y multilateral, representada ahora por Xi Jinping, muestra con orgullo el éxito del camino recorrido por China en 30 años.
La Nueva Ruta de la Seda, la mayor iniciativa pública conocida
El éxito de la Reciente cumbre de Shanghay en la que han estado presentes 80 países y 28 Jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos Rajoy junto al ruso Vladímir Putin, el argentino Mauricio Macri o la chilena Michelle Bachelet, ha puesto el foco mediático en la iniciativa china conocida como “Nueva Ruta de la Seda”.
Se trata de una estrategia de largo plazo, con un horizonte en 2049 cuando se celebre el primer centenario de la República Popular China, cuyo objetivo es multiplicar, en la primera mitad del siglo XXI, la conectividad global en torno a dos grandes rutas matrices acompañadas de potentes cinturones económicos. Una terrestre que va de China hasta Europa pasando por Asia Central; y la segunda, su equivalente marítimo, que enlaza las costas de China Meridional en el océano Índico y el sureste de Asia con Oriente Próximo, Africa Oriental y el Mediterráneo hasta Europa.
Conocida por su acrónimo anglosajón OBOR (One Belt, One Road) pretende enlazar el mundo de este a oeste a través de un ambiciosísimo programa de infraestructuras y centros logísticos como jamás ha existido hasta ahora. Incluye redes de aeropuertos y puertos adaptados a los grandes barcos, redes de fibra óptica, autopistas y ferrocarriles de alta velocidad para pasajeros y mercancías, redes de oleoductos y gasoductos, un programa que, necesariamente, vendrá acompañado por intensos programas de intercambios culturales y tecnológicos.
El gobierno chino ha informado en la cumbre celebrada el pasado 13 de mayo que, desde 2014, sus empresas han suscrito contratos relacionados con la Ruta por valor de 279.000 millones de euros y que espera invertir hasta 732.000 millones de euros en los próximos cinco años. Estima que las inversiones públicas y privadas que puede aglutinar pueden ascender a los 26 billones de dólares en los próximos diez años, lo que le convierte, sin duda, en el mayor programa de infraestructuras de la historia. Son 60 países, un tercio de los presentes en la ONU, que albergan a casi dos tercios de la población mundial y representan una tercera parte del PIB global, los que están afectados directamente. Pero que por su incidencia en el comercio acabaría gestionando el 55% del PIB mundial y el 75% de las reservas energéticas.
Trump “patea el tablero” de las alianzas eurasiáticas
Por su magnitud e importancia se trata sin duda de una iniciativa que choca con la hegemonía de EEUU en el mundo y a lo que Trump está obligado a responder. De momento, su rechazo a firmar el TPP rompe con las iniciativas multilaterales de Obama que había diseñado esa alianza Asia-Pacífico para contraponer la estrategia de China y como manifestación de que el Asia Oriental pasaba a ser un espacio prioritario de la política exterior estadounidense.
El giro dado por Trump sitúa ya el eje militar en primer plano. No solo ha puesto el acento, al igual que en Europa, en que los aliados asiáticos de EEUU deben asumir un mayor compromiso en su propia defensa; no solo ha eliminado cualquier referencia a los derechos humanos y exhibido un acercamiento a países duros como Tailandia y Filipinas; no solo ha aumentado la presión sobre Corea del Norte un socio incómodo de China… También ha tomado iniciativas provocadoras con la misma China: primero con declaraciones que legitiman a Taiwan y cuestionan la política de “una sola China”, algo sagrado para Pekín, y después realizando conjuntamente maniobras militares con Japón a primeros de marzo y, más recientemente, enviando un buque de guerra norteamericanos a navegar dentro del perímetro de las 12 millas de la cadena de islas artificiales creadas por Pekín en el Mar de la China.
Pekín es consciente de las consecuencias que pueden tener esa estrategia de tensiones: generar interrupciones en las vías marítimas tradicionales a través del mar de China Meridional y el Índico e introducir dudas e inestabilidad en el trayecto de la Ruta de la Seda Marítima y sus relaciones con Europa. No olvida que en torno al 80% del comercio chino con la UE es marítimo.
La importancia del corredor terrestre como base de la alianza ruso-china
Ello revaloriza la importancia dada a las soluciones definitivas al corredor terrestre anunciadas en la cumbre de Shanghai que favorecen claramente a Rusia, al aprobarse un ramal que pasa por Astana, capital de Kazaquistan, y Moscú. Se trata de una decisión que redunda en la alianza entre Moscú y Pekín y muestra su voluntad de no arrugarse ante las iniciativas belicosas de Trump.
Esa decisión puede y debe interpretarse como una respuesta al lanzamiento de “la madre de todas las bombas” en Afganistan, justificada en la lucha contra los talibanes, pero que sin duda era una señal clara de que Trump desea fracturar las nuevas alianzas en Eurasia. Los objetivos identificados eran dobles: por un lado, poner en jaque el trayecto terrestre de la Ruta de la Seda; por otro, descarrilar al Grupo de Shanghái, una alianza económica y de defensa patrocinada por China y Rusia, a trabes de la Unión Económica Eurasiática, que en enero de 2016 incorporó a India y Pakistan y en breve lo hará con Irán y a la que desea unirse Turquía.
Dentro de esa alianza, símbolo del desplazamiento de poder hacia el Asia Central, Rusia ha estado apostando, según la agencia oficial Spuknik News, por modificar o ampliar el primer trazado terrestre elaborado en 2013 que enlazaba Bakú (Azerbaiyán)-Tiflis (Georgia) y Kars (Turquía) mediante un corredor ferroviario que evitaba el territorio de Rusia. Para conseguirlo se ha servido del recrudecimiento en 2016 del conflicto de Nagorno Karabaj que afecta a Georgia y Azerbaiyán acompañado del ofrecimiento de 20 proyectos de gran envergadura cofinanciados por Moscú.
La huella de Kissinger en los próximos movimientos de Trump
Es obvio que la administración de EEUU no ha fijado una postura definitiva sobre estas iniciativas cruciales en política exterior. De un lado, entre los asesores de Trump hay quienes reclaman una implicación de EEUU en Nueva Ruta de la Seda china. Esa posición es recomendada también por otros analistas entre ellos los analistas de nuestro Instituto Elcano
Todo depende de las influencias ejercidas por el conjunto de sus asesores, en particular por los halcones representados por McFarland, un acólito de Henry Kissinger desde 1970 miembro del Consejo de Seguridad Nacional. La confirmación de que el mismo Kissinger sigue asesorando a Trump y la presunción de que puede servirle de aval como gran estadista aporta glamour a algunos de sus decisiones recientes.
Los repentinos ataques aéreos de Siria o la explosión de la madre de todas las bombas formaría parte de la filosofía de la «imprevisibilidad», o Teoría del Loco, que Kissinger ha sostenido desde hace mucho tiempo como un sello distintivo de los más grandes estadistas. Se trata de “evitar la prudencia recomendada por los expertos” y trasladar a sus oponentes el temor a la peligrosa volatilidad del liderazgo, siempre dispuesto a desplegar el poder militar sin miedo a las consecuencias.
Mientras tanto, China y Rusia continúan compartiendo intereses.
Señor Muro, interesante post y tema bastante discutible. Indudablemente China está incrementando su importancia a nivel mundial y está en pleno derecho de perseguir objetivos económicos y estratégicos a nivel global.
Sin embargo existen dudas acerca de las intenciones chinas en general y con el proyecto OBOR en particular. Indudablemente supone unas inversiones importantes que mejorarán una serie de infraestructuras que en principio mejorarán el comercio mundial y el crecimiento económico de los países implicados.
El problema comienza a plantearse cuando el control de todas estas rutas se encuentre bajo dominio chino directa o indirectamente, ya que las inversiones chinas endeudan a los países que perciben las infraestructuras ¿serán estas efectivamente rentables o realmente supondrán un medio de control geopolítico y económico chino sobre todos estos países? ¿permitirán los chinos un libre comercio sin interferencias?. Estas dudas persistirán hasta hacerse realidad dicho proyecto.
Pero esto no es todo, las inversiones son un mecanismo de salida a la sobrecapacidad china de ciertos sectores, muchos dominados por empresas públicas y facilitará el acceso a materias primas esenciales para sus procesos productivos, lo que es totalmente legítimo e incluso puede ser beneficioso, ya que no debemos olvidar que el acceso a las materias primas ha sido motivo de guerras, por lo que evitarlas debería ser un objetivo.
En cuanto a Trump, sus políticas parecen un despropósito, y desde mi perspectiva, la renuncia al TPP un gran error. Sin embargo, creo que la amenaza de Corea del Norte es real, un país no integrado mundialmente y un peligro potencial para el resto de países llamados democráticos, por lo que no se debe menospreciar.