La economía es un prejuicio cultural

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Antonio León es economista y antropólogo social.

Percibimos la economía como algo objetivo, medible y constatable: la vivimos a diario, la llevamos en la cartera  ¿Podemos pensar que en realidad es solo una manifestación cultural? Recordaré lo que todos sospechamos: las leyes económicas se basan en creencias, prejuicios primarios al margen de razonamiento o demostración.

Suele pensarse que la cultura es algo abstracto y eso es un gran error. La cultura no existe en ningún limbo o en una hipotética conciencia colectiva: responde a causas materiales y vive y se manifiesta en la mente de las personas condicionando sus pensamientos y sus acciones, así que la cultura es intensamente real.

La economía es fundamental en cualquier sociedad porque determina su supervivencia: qué y cómo se produce, quién lo produce y cómo se reparte y eso requiere que determinadas cosas sean tan indiscutibles como un dogma para una religión. Pero en economía ¿son dogmas o son prejuicios?

Por ejemplo, suele darse por hecho que la gestión privada de cualquier servicio público es económicamente más eficiente que la gestión pública, pero en realidad esta idea -o su contraria- es una suposición que, en términos generales, no ha sido demostrada nunca de manera fehaciente.

La competencia podría explicar que la gestión privada repara las posibles ineficiencias premiando y castigando mediante mecanismos de mercado, lo que no puede ocurrir en el ámbito público. Pero este argumento ignora -entre otras cosas- que unas condiciones de verdadera competencia son raras y que incluso donde se dan circunstancias favorables para la misma, la propia mecánica del mercado tiende a anularla (1).

No hace mucho tiempo que el por entonces presidente de la patronal española, suponemos fiel seguidor de la ortodoxia económica, solicitó del gobierno la suspensión temporal de las leyes de mercado, algo tan extraño como si hubiera pedido la suspensión de la ley de la gravedad (2).

No siendo Robin Hood, el hecho de quitar a los ricos para dar a los pobres parece inequívocamente un delito, disfrazado además de engaño. Sin embargo quitar a los pobres para dárselo a los ricos, como en la colocación de preferentes y la autoconcesión por directivos de cajas de ahorro de espectaculares pensiones de retiro o de tarjetas de crédito opacas, es visto por el pensamiento dominante de manera más tolerante. Un error, un defecto moral.

Existen paraísos fiscales en el corazón de una Europa que no consiente ningún descuido fiscal en su periferia, con una política económica dirigida por el Bundesbank impregnada de una aversión enfermiza por la inflación pero que no parece tan sensibilizada por tasas de desempleo y miseria inaceptables, que la austeridad ha profundizado.

Escribía recientemente Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía: “El mal actual (en Europa) proviene en parte de la adhesión a una creencia que ha sido desacreditada desde hace ya mucho tiempo: que los mercados funcionan bien y que no tienen fallos de información y competencia.”

Los prejuicios que rigen el pensamiento económico en nuestra sociedad no son necesariamente los que consiguen un óptimo, ni económico ni de ninguna clase. Son el resultante de una evolución cultural más un choque de intereses entre individuos y grupos sociales, mejor o peor resueltos. En economía solo existe el óptimo en la teoría, dentro de  modelos teóricos hechos de consistentes e interesados prejuicios.

Y a su refuerzo y disimulo, ya vendrán luego el álgebra y la econometría.

@antoleonsan es.linkedin.com/in/antoleon

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  1. Recordemos que competencia perfecta significa beneficios cero, como sabe cualquier estudiante de primero de economía, lo que significa que en condiciones de competencia perfecta la actividad empresarial privada cesaría, ya que a más competidores, menores márgenes. El beneficio que obtiene el emprendedor -la “renta cuasi monopólica” como la definió  Joseph Schumpeter- exige de éste ser un innovador y por tanto un rara avis en el sector, producto o servicio que comercializa, el creador de un espacio de nuevas oportunidades de negocio donde su beneficio es justamente la remuneración por la creación de ese nuevo territorio económico y comercial. La ganancia es directamente proporcional a la demanda y a la ausencia de competencia y esa es la razón por la que las empresas tratan siempre de excluir o limitar sus competidores en un mercado dado, aunque sea de manera temporal. El monopolio -o si no hay más remedio, el oligopolio efectivo- es la situación ideal de una actividad empresarial exitosa. Cualquier burbuja especulativa muestra con total crudeza como el momento en que se masifica la oferta en un determinado sector o producto, ésta colapsa al reducirse el beneficio a cero.
  2. Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE entre 2007 y 2010, no solo solicitó suspender temporalmente las leyes del mercado sino que en opinión del juez, también decidió violar algunas otras leyes en vigor. En el momento de escribir este artículo todavía está en prisión desde diciembre de 2012, condenado por alzamiento de bienes, blanqueo de dinero y fraude fiscal. Su declaración textual fue: “Creo en la libertad de mercado, pero en la vida hay coyunturas excepcionales. Se puede hacer un paréntesis en la economía de libre mercado”. El mismo día de la quiebra de la aerolínea Air Comet, compañía que presidía y la suspensión de sus vuelos a pesar de mantener abierto el sistema de venta de billetes, manifestó: “Yo no hubiera elegido Air Comet para volar a ningún sitio”.

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