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Necesitamos un nuevo movimiento europeo, ya

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Pasó sin pena ni gloria, pero en mayo de 2018 se cumplieron 70 años del Congreso de la Haya, momento fundamental y fundacional del movimiento europeo internacional. Tras 3 años de una Europa devastada por la guerra -es muy interesante, a ese respecto leer los textos de Keith Lowe o de Enzensberger sobre la miseria material y moral de la postguerra mundial-, había llegado el momento de volver a poner en pie los valores de la democracia, los derechos humanos y el libre pensamiento.  El mundo que Zweig había visto caer sin poder hacer nada para remediarlo, más que asistir a su destrucción.

El 70 aniversario del Congreso de la Haya, momento fundacional de la Europa de Postguerra, pasó sin pena ni gloria por nuestro calendario.

El impulso del Congreso de la Haya dio lugar a una nueva época dorada para Europa: el Consejo de Europa -del cual se cumplirá en 2019 su 70 aniversario- y la Comunidad Económica Europea fueron sólo las instancias intergubernamentales -o supranacionales- que han velado por mantener esta nueva época. Pero tan -o más- importante que estas instituciones, son el espíritu que las impulsaba, tan bien reflejado en el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales firmado en 1950. Años de momentum en los que se redefinió lo que significaba Europa. No faltaron durante esos años, y los posteriores, graves violaciones a dichos principios. Pero se mantenían como un ideal, una seña de identidad que la oposición democrática en España no tardó en recoger como el camino a recorrer -tan bien expresado por Santos Julia en Transición-. En los años noventa, la integración en esa Europa se convirtió en el rumbo a tomar por los países del Este, que accedieron, finalmente, a las instituciones europeas tras largos años de transición.

Hoy, esos ideales están en grave peligro. El auge del populismo xenófobo ha dejado de ser una anécdota para convertirse en una amenaza real. Los ejemplos son tantos que apenas merece la pena referirse a ellos. Y no sólo como fuerzas políticas significativas en los parlamentos, sino con responsabilidades de gobierno en muchos países. La democracia liberal está dejando paso a la democracia electoral, a la que se refiere Victor Lapuente  en un reciente artículo.

Mientras tanto, los defensores de las democracias liberales, de los derechos humanos, de la ilustración en el mejor sentido de la palabra -a la que tanto ha glosado Pinker en su reciente obra– nos hemos refugiado en el lamento analítico o puesto nuestras esperanzas en las instituciones europeas como baluarte.

Hace poco, en Agenda Pública, Alberto Alemanno hablaba de la necesidad de organizar un “Súper PAC” contra el iliberalismo, contra la regresión y el oscurantismo. Europa tiene recursos para hacerlo. Los tuvo en el pasado. Sin embargo, las formulas de participación han superado la capacidad de las organizaciones europeístas para responder a los desafíos: El Movimiento Europeo es un cementerio de elefantes, sin capacidad de respuesta y anquilosado por su propia estructura interna. El resto de asociaciones europeístas están más enfocadas a defender a las instituciones y la integración que a batallar en el campo de las ideas que las están minando país a país. Hoy, los europeístas -entendiendo como tales los que defienden los principios, no las estructuras- se encuentran dispersos y sin capacidad de actuación.

Necesitamos un nuevo movimiento europeo. Un movimiento potente, con capacidad de actuación, con financiación y recursos, cuyo único objetivo debe ser poner freno al avance de la sinrazón en el continente.

Las viejas organizaciones europeístas ya no sirven. No pueden ser sólo coto de académicos o de futuros asesores en el parlamento europeo. Deben tener capacidad de organización y respuesta. Hoy en día, no podemos conformarnos con leer en la prensa el avance del populismo, o de escribir post para ello. Hay que organizarse mejor. Tenemos enfrente una nueva confrontación, y estamos actuando con una gran pasividad. Hoy, ser europeísta no es defender a la Comisión o reflexionar sobre la reforma del Euro. Hoy hay que comprometerse con los valores. Tenemos que actuar.

About José Moisés Martín Carretero

Economista y consultor internacional. Dirige una firma de consultoría especializada en políticas públicas y desarrollo económico y social. Autor del libro: "España 2030: Gobernar el futuro". Miembro de Economistas Frente a la Crisis

2 Comments

  1. […] Bookmark the permalink. Leave a comment Por José Moisés Martín Carretero| agosto 21, 2018| 0 […]

  2. Alvaro DEL RIO el septiembre 19, 2018 a las 3:42 pm

    Análisis impecable (salvo quizás en cómo afrontar la situación). Creo que el movimiento, del que han formado parte con entusiasmo la socialdemocracia y los absolutistas ilustrados, ha tenido lagunas.

    En mi opinión el abandono de la cultura del esfuerzo (estado de bienestar sin cultura del esfuerzo, la obligación y la responsabilidad se traduce por tengo derecho a y me olvido de lo que lleva de obligación) es muy serio y grave (incluyendo la necesidad de dedicar recursos económicos propios al margen de los impuestos para sostener el movimiento). El estado del bienestar tiene seris exigencias. No podemos vivir bien a costa de nuestros nietos.

    En algunos paises (España por ejemplo) se ha denostado a los pilares humanos clave en el mantenimiento del estado de bienestar. Me refiero a los funcionarios y educadores de todas las escalas. Tal vez la podredumbre del franquismo permitió que indignos funcionarios, maestros o profesores medraran por su sostenimiento y soporte a una, grande y libre, cara al sol. Pero hay que revitalizar y ensalzar el comportamiento digno y profesional, la honradez a toda prueba (lo que incluye el castigo ejemplar cuando proceda).

    Por otra parte a veces se olvidan los sacrificios tremendos y los costes en vidas y recursos tan brutales que sangraron Europa entre 1914 y 1945. La recuperación del recuerdo y las causas que condujeron a la Carta de Derechos Humanos y a Naciones Unidas y todos los organismos asociados creo que resulta tan imprescindible como buscar recursos financieros en los grandes presupuestos comunitarios. Personalmente creo que no ha terminado el tiempo de «si quieres la paz prepara la guerra» y estamos lejos de que el desarme pueda ser unilateral. Y hay que terminar con la cultura de que la guerra es un sector económico más.

    Otro punto en mi opinión clave es el exceso de valoración del dinero. Parece como que solo se vale más que, si se gana más que. Apoyo que mejores méritos y resultados se traduzcan en mayores ingresos. Pero creo que dentro de un orden. Premiar el esfuerzo me parece crucial, pero hacerlo de forma desproporcionada, me parece nefasto. Tengo la impresión de que proliferan corporaciones en las que las retribuciones de los cuadros superiores y directivos representa una proporción mínima de los ingresos y alimenta una degeneración en la retribución salarial que se fijan ellos mismos.

    Tenemos por delante grandes transformaciones para antes de mitad de siglo: desde las migraciones y las nuevas formas de socialización a la robotización o el cambio climático. Son las generaciones posteriores a la década de los 70 las que tienen que asumir riesgos, cambios y el perfilar el futuro del siglo 21.

    Necesitamos imperiosamente esa revitalización de ideales y compromisos. Y nuevas instituciones que rearmen a la sociedad para lograr nuevas formas de mejora y progreso. Hay que buscar y que animar y que impulsar a los nuevos líderes del movimiento europeo que han nacido en la paz y el progreso, para que se posicionen. Deben ponerse al frente de la continuación y el sostenimiento de los avances necesarios ahora, para garantizar y mejorar los avances que a lo largo de estos 70 años nos han traido hasta aquí.

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