Ni los países, ni los tratados, sino las reglas (no escritas) del juego.

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José Moisés Martín Carretero (@jmmacmartin) es miembro de Economistas Frente a la Crisis

Este artículo se publicó en la Fundación 1º de Mayo de CC.OO como parte de un debate.

En su último libro[1], Anthony Giddens realiza un severo diagnóstico sobre la actual situación de la Unión Europea y describe, a mi entender acertadamente, las diferentes estructuras de poder realmente existentes en la Unión Europea. Giddens categoriza la Europa, formada por el Gobierno de la República Federal Alemana, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, como el centro de gravedad del poder en la construcción europea desde inicios de la crisis. Posteriormente describe la Europa, formada por el conjunto de 28 países y el entramado institucional, y finalmente la que denomina “Europa de Papel”, que constituye el acervo doctrinal –no legal- emanado fundamentalmente de la Comisión: Estrategia 2020, libros verdes, blancos y demás producción intelectual orientada a la generación de políticas. Desde este punto de vista, y parafraseando la histórica frase, lo importante no es tanto la Europa de papel, sino la Unión Europea realmente existente. Y esta Unión Europea realmente existente dista, hoy en día, del discurso europeísta centrado en la profundización de la cesión de soberanía a través de las instituciones europeas.

Cesión de soberanía existe, pero no hacia las instituciones europeas, sino hacia la Europa1, en lo que también acertadamente describe Beck como “La Europa Alemana”. Las relaciones de poder en el seno de la Unión Europea realmente existente no son equilibradas. El veto de Alemania o Francia no es el mismo que el veto de Portugal o de Eslovenia. El “no” de Francia al Tratado Constitucional en 2005 fue suficiente para paralizar el proceso de ratificación y su posterior abandono.

Las instituciones europeas funcionan, especialmente en el ámbito de la gobernanza económica, como un mero secretariado de una organización internacional, esto es, moderando o ejecutando acciones previamente acordadas en un campo de juego profundamente desequilibrado en términos de poder. No deja de ser significativo que el Pacto Fiscal tenga el carácter de un tratado intergubernamental, y por lo tanto, no se sujete a las normas del Tratado de Roma. El papel reservado a la Comisión Europea es cuanto menos novedoso, en la medida en que ejerce de secretariado de un Tratado que transcurre en realidad de manera paralela a los Tratados de la UE.

Hacer frente a esta realidad es importante para al menos poner en “cuarentena” la afirmación de que la responsabilidad de la estructura de la gobernanza económica europea no se encuentra en los tratados, sino en los gobiernos. No podría ser de otro modo, ya que los tratados no son sino la expresión de la voluntad de los gobiernos firmantes de los mismos. Ni la Comisión ni el Parlamento tienen capacidad para modificar o para vetar una modificación de los Tratados. La cesión de soberanía que representa la UE se basa en el acuerdo de los estados miembros. Los Tratados no tienen vida propia, no son sujetos de las relaciones internacionales y por lo tanto no pueden ser responsabilizados ni de los éxitos ni de los fracasos de las políticas que contienen. Dicho esto, hay buenos y malos tratados, hay acuerdos que permiten y otros que limitan determinadas políticas económicas.  Y los Tratados que tenemos ahora no son adecuados, tienen numerosas fallas y dificultan en gran medida la salida social de la crisis.  Por lo tanto, sí, hay que situar la responsabilidad en el marco de los estados miembros, pero eso no hace buenos a los tratados.

Las medidas que se requerirían para una salida social de la crisis se podrían caracterizar de la siguiente manera:

  1. Medidas que no necesitan una modificación de los tratados: normas relativas al presupuesto comunitario, ampliaciones del capital del BEI…
  2. Medidas que no requiere modificación de los tratados pero que necesitan de una nueva interpretación de los mismos: normas relativas al procedimiento de cálculo del déficit estructural, modificación del modelo de cálculo del Output Gap. Política no convencional del Banco Central Europeo (compra de deuda privada, por ejemplo)…
  3. Medias que necesitan de una reforma de los tratados: ficha bancaria para el MEDE, reestructuración del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, Banco Central Europeo como prestamista de último recurso para el sector público, eliminación de la cláusula de no bail-out, mandato de pleno empleo para el BCE…

En conclusión,  y salvo para las políticas no convencionales del BCE, en el actual contexto, a mayor importancia estratégica de la medida, más cerca se está de una reforma de los tratados. Por lo tanto, una supuesta mayoría “progresista” en el Consejo de la UE podría, llegado el caso –y siempre contando con el apoyo del grupo Europa1- acceder a medidas de las categorías a) y b), pero necesitaría de la unanimidad para medidas de la categoría c), lo cual vuelve a poner el peso político en el equilibrio de poderes intraeuropeo.  Prueba de este desequilibrio es que el único país que tiene capacidad para cuestionar constitucionalmente las políticas del BCE es Alemania, en un ejercicio impensable para cualquier otro Estado Miembro de la UE.

De esta manera, el terreno de juego está desnivelado de forma que una minoría conservadora en el Consejo Europeo podría ser suficiente para bloquear cualquier procedimiento de modificación de los tratados en un sentido más sensible al crecimiento y a las necesidades sociales de Europa, mientras que un programa progresista sólo podría aplicarse con una abrumadora mayoría que contara con los países centrales.

Cabe preguntarse por qué la minoría progresista no se ha rebelado, durante 20 años, contra estas reglas del juego. La duda es todavía mayor cuando en el año 2000, durante la negociación del Tratado de Niza, los partidos progresistas eran práctica mayoría en el Consejo.

No son los países, ni los tratados, sino las reglas del juego las que están viciadas. Unas reglas del juego que no están escritas pero que todo el mundo conoce. Reconocerlo no es malo para la construcción europea, bien al contrario, ha llegado el momento, antes de que sea demasiado tarde, de que las fuerzas progresistas europeas reconozcan abiertamente que se equivocaron en su apuesta acrítica por el diseño institucional de Maastrich y siguientes tratados. Se equivocaron porque dieron por buenas unas normas contrarias a un desarrollo progresista de las mismas –aunque formalmente sea posible- que ahora son prácticamente imposibles de modificar.


[1] Giddens, A. “Turbulent and Mighty Continent”. Polity Press, Londres 2014.

5 Comments

  1. Antonio Leon el febrero 21, 2014 a las 12:54 pm

    Excelente artículo sobre un asunto que no ha sido ni suficientemente debatido ni sobre el que creo que se han propuesto las reformas necesarias, donde toque plantearlas.
    Muy significativo como en la opinión pública ha ido convirtiéndose la fe en Europea en desconfianza en todo lo que huela a Europa y como aquellas esperanzas son hoy frustraciones y repulsas. Los ciudadanos debían ser los protagonistas y los destinatarios de la Unión y ahora cada día nos despertamos con la constatación de que, en el mejor de los casos, los ciudadanos somos un estorbo a las tomas de decisiones de esa Europa1 cada día más antidemocrática y sombría.
    Y las propuestas de quienes aspiren a recibir el apoyo de esos ciudadanos desencantados -e indignados- deberán ir por el camino de unas verdaderas reformas que enderecen el estado de cosas de la «Europa realmente existente».

    Saludos,

  2. robertoviera1 el febrero 22, 2014 a las 1:13 am

    Parece que se están empezando a entender las cosas. La economía y la política son entre si como lo es la energía potencial y la energía cinética, continuamente una y otra se transforman la una en la otra.

  3. Jose Candela Ochotorena el febrero 26, 2014 a las 12:47 pm

    Mr. Giddens, por lo que veo, no se atreve a salir de su visión de una izquierda en lo posible haciendo lo que pueda en el contexto de la globalización y sin tocar el santuario de la City.
    ¿Como es posible pensar, tan siquiera, en una política a favor de reducir la desigualdad sin una política fiscal, si no homogénea al menos coordinada, entre los Estados miembros, y por la neutralización de los paraísos fiscales y de la competencia impositiva por atraer inversiones y capitales?
    Ya en 1999 cuando debatía con Hutton sobre estos temas, daba por perdida la batalla de la Igualdad y el Estado del Bienestar, y se paralizaba ante las objeciones ecológicas de su oponente a la hipótesis de que el crecimiento asociado a la globalización pudiera llegar a cumplir la función del crecimiento económico durante los años cincuenta, durante los cuales la confluencia de paz, crecimiento e impuestos, permitió el nacimiento de la Europa actual (Ver Will Hutton y A. Giddens, Conversación entre…. 1999).

    • José Moisés Martín el marzo 3, 2014 a las 8:16 am

      Gracias por tu comentario. Es cierto lo que dices de Anthony Giddens. Su «izquierda de lo posible» es «muy posible» y muy poca «izquierda». Pero a mi juicio, sus aportaciones al debate siguen siendo muy valiosas, aunque sea para someterlas a una profunda crítica. Las que realiza en su último libro (todavía no traducido al castellano), me parecen particularmente relevantes.

      • Jose Candela Ochotorena el marzo 3, 2014 a las 11:52 am

        Gracias, ya lo he pedido a Amazón, lo leeré. Muy de agradecer la crítica y recomendación de literatura.

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